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    Cine Alemán Siglo XXI

    Las 10 mejores películas LGBT de la historia

    Las 10 mejores películas LGBT de la historia

    El universo queer en el cine | Un artículo patrocinado por el Festival Fancinegay.

    Han pasado 15 años desde que Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) llegara hasta los Óscar siendo una de las grandes favoritas para hacerse con la estatuilla a mejor película y, aunque finalmente fuera desbancada, por sorpresa, por Crash (Paul Haggis, 2004), sí le propinó a su director, que ya había tratado la homosexualidad con anterioridad en El banquete de bodas (1993), su primer premio como director. Aquel “western” moderno y romántico ofreció una historia de amor universal, tan potente como las de otros grandes romances imposibles como los de Breve encuentro (David Lean, 1945) o Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995), que trascendía los márgenes del cine LGTB para posicionarse como un clásico instantáneo, protagonizado por dos estrellas como Heath Ledger y Jake Gyllenhaal. A partir de ahí, la presencia de otros títulos protagonizados por personajes abiertamente gays ha sido constante en la primera división, con éxitos como Carol (Todd Haynes, Reino Unido, 2015), Moonlight (Barry Jenkins, Estados Unidos, 2016) –ganadora del Óscar a la mejor película– , Call Me By Your Name (Luca Guadagnino, Italia, 2017) o Green Book (Peter Farrelly, Estados Unidos, 2018) copando premios y magníficas críticas. Pero esta “normalidad” no ha sido siempre tal. La presencia de personajes homosexuales en películas ha ido evolucionando y ganando terreno en pantalla, al mismo tiempo que los derechos de las personas gays se iban batallando en la sociedad. Ya en el cine mudo comenzaron a asomar tímidamente imágenes que jugaban a la ambigüedad sexual, como un cambio de parejas que acababa con las dos mujeres y los dos hombres bailando por separado en A Florida Enchantament (Sidney Drew, 1914). Un hito de aquel periodo fue el revolucionario mediometraje alemán Diferente a los demás (Anders als die Andern, Richard Oswald, 1919), que presentó de forma explícita el romance entre dos hombres, desde una óptica positiva, como intento de acabar con las leyes alemanas que consideraban la homosexualidad como un delito. A pesar de este meritorio antecedente, los clichés fueron adueñándose de la gran pantalla en años posteriores. Durante la década de los años 30, se mostró la figura del hombre amanerado y grotescamente maquillado como recurrente “secundario cómico” mientras que la mujer “ambigua”, vestida con ropa masculina, despertaba fascinación entre todo tipo de público. Un ejemplo de esto fue aquella imagen de Marlene Dietrich enfundada en un esmoquin y convertida en icono lésbico tras besar en la boca a otra fémina en Marruecos (Josef von Sternberg, 1930).

    La iglesia católica y la estrecha moral de la época propició que la censura obligara a maquillar diálogos y situaciones que podrían considerarse “escandalosos”, creando la asociación de productores cinematográficos de Estados Unidos el código Hays, que se vino aplicando entre 1934 y 1967. De este modo, cualquier mención explícita a la homosexualidad estaba prohibida y personajes gays como los de Peter Lorre en El halcón maltés (John Huston, 1941), Joan Crawford y Mercedes McCambridge en Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954), toda una rareza de western eminentemente femenino, o Sal Mineo en Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1956) -imposible obviar la evidente atracción sexual que su Platón sentía por el pandillero encarnado por James Dean en aquel clásico- quedaron retratados de manera sutil. Tanto como la disimulada condición sexual del personaje de Paul Newman en La gata sobre el tejado de zinc (Richard Brooks, 1958), imperturbable ante las provocaciones de una volcánica Elizabeth Taylor en una, por otra parte, deliciosa adaptación de la obra teatral de Tennessee Williams. Cabe reseñar, por su valentía y audacia, una pequeña joya del cine francés, Un chant d'amour (Jean Genet, 1950), cortometraje de 26 minutos de carácter experimental que, a día de hoy, continúa sorprendiendo por sus muy explícitas escenas homoeróticas, ambientadas en el interior de una prisión. Durante los 60, con los últimos coletazos del código Hays, la homosexualidad fue apareciendo de un modo más abierto, pese a que aún hubo obras que preferían disfrazar el amor de amistad, como fue el caso del western crepuscular Los valientes andan solos (David Miller, 1962) -el trasnochado vaquero encarnado por Kirk Douglas se jugaba su libertad por sacar a su “amigo” de la cárcel, proponiéndole vivir juntos en un rancho lejos de todo y de todos- o aquel mítico diálogo, cargado de dobles sentidos (las ostras y los caracoles) entre Tony Curtis y Laurence Olivier en la controvertida del baño del esclavo a su amo en Espartaco (Stanley Kubrick, 1960). Aún prevalecería una visión trágica o atormentada de la homosexualidad, reflejada en filmes como La calumnia (William Wyler, 1961), donde Audrey Hepburn y Shirley MacLaine eran directoras de una escuela de niñas involucradas sentimentalmente, cuya relación se resquebrajaba ante las habladurías de la comunidad, o Reflejos de un ojo dorado (John Huston, 1967), donde Robert Forster era objeto del deseo de un comandante del ejército brillantemente interpretado por Marlon Brando. La agridulce La escalera (Stanley Donen, 1969), pese a su irregularidad, supuso un avance importante en el camino de la “normalización” al tener a dos estrellas como Richard Burton y Rex Harrison dando vida a una pareja que lleva más de 30 años de vida en común.

    Cruising, William Friedkin.
    Una cuestión de justicia.


    Este camino continuaría durante la década de los 70, que comenzó con importantes títulos que contaban con personajes protagonistas abiertamente homosexuales, como Los chicos de la banda (William Friedklin, 1970), adaptación de la obra teatral de Mart Crowley sobre ocho chicos gays que se reunían para la fiesta de cumpleaños de uno de ellos. Una historia de amistad, no carente de estereotipos aún pero muy valiosa por la visibilidad y la honestidad que ofreció aun tratándose de una producción de Hollywood, donde el tema seguía siendo bastante tabú. El compositor Gustav von Aschenbach, seducido por la belleza del adolescente Tadzio, encarnado por Dirk Bogarde en la obra maestra Muerte en Venecia; Brian, el objeto del deseo de Sally Bowles (Liza Minnelli), a quien puso rostro Michael York en la multioscarizada Cabaret (Bob Fosse, 1972), o el Gabriele del gran Marcello Mastroianni en Una jornada particular (Ettore Scola, 1977) fueron tres de los grandes personajes de la década. Nombres tan variopintos como los de Rainer Werner Fassbinder-Las amargas lágrimas de Petra von Kant (1972), La ley del más fuerte (1975)-; el políticamente incorrecto John Waters, con la impagable colaboración de su musa, la drag queen Divine, protagonizando audaces comedias como Pink Flamingos (1972); Pier Paolo Pasolini y su deliciosa Trilogía de la Vida; o el independiente Paul Morrissey desnudando al bellísimo Joe Dallesandro en un puñado de títulos, para regocijo de los fanáticos del homoerotismo, se convirtieron en claves para abrir nuevas vías alejadas del cine comercial. El travestismo fue tratado en valientes dramas como los de la mexicana El lugar sin límites (Arturo Ripstein, 1977) o las españolas Mi querida señorita (Jaime de Armiñán, 1971) o Un hombre llamado Flor de Otoño (Pedro Olea, 1978). Un realizador español que tuvo la osadía de tratar en su cine la homosexualidad, aunque casi siempre ligada al género quinqui, la prostitución y las drogas, fue Eloy de la Iglesia, a través de títulos tan emblemáticos como Los placeres ocultos (1977) o El diputado (1978). Destacar también el enorme éxito comercial de la comedia francesa La jaula de las locas (Édouard Molinaro, 1978), que dio lugar a una secuela estrenada dos años después. Los 80 comenzaron con una película que generó gran controversia y polémica por el sórdido modo en que dibujaba los ambientes de los locales gays de Nueva York: A la caza (William Friedklin, 1980), thriller policiaco, con el cruising como telón de fondo, protagonizado por Al Pacino que aún hoy sorprende por la audacia de sus escenas sexuales. También Querelle (1982), la obra póstuma de Rainer Werner Fassbinder, convertida hoy en objeto de culto, levantó ampollas por la enorme sensualidad que derrochaban las imágenes de las eróticas aventuras sexuales del atractivo marinero encarnado por el malogrado Brad Davis.

    Una década convulsa para la comunidad gay, ya que la aparición del SIDA, con todo el desconcierto y la falta de información que conllevó, hizo que se estigmatizara más su imagen. Paul Verhoeven contribuyó al cine de temática homosexual con dos cintas muy osadas, Vivir a tope (1980) -que llegó a incluir una escena de violación a un chico por parte un grupo de hombres- y El cuarto hombre (1983). La cara más amable la pondría la comedia Algo más que colegas (James Burrows, 1982), una buddy movie que funcionaba casi como parodia de A la caza y en la que Ryan O´Neal era un mujeriego policía que compartía misión con un agente homosexual maravillosamente interpretado por John Hurt. Fueron unos años en los que se estrenaron excelentes películas, como Feliz Navidad, Mr. Lawrence (Nagisa Ôshima, Japón, 1982), La sombra del actor (Peter Yates, Reino Unido, 1983), Otro país (Marek Kanievska, Reino Unido, 1983), Mala noche (Gus Van Sant, Estados Unidos, 1985), Mi hermosa lavandería (Stephen Frears, Reino Unido, 1985), El beso de la mujer araña (Héctor Babenco, Brasil, 1985) -Óscar a mejor actor para un impecable William Hurt-, Caravaggio (Derek Jarman, Reino Unido, 1986), Otra historia de amor (Américo Ortiz de Zárate, Argentina, 1986), Maurice (James Ivory, Reino Unido, 1986), La ley del deseo (Pedro Almodóvar, España, 1986), Ábrete de orejas (Stephen Frears, Reino Unido, 1987) o Coming Out (Heiner Carow, Alemania, 1989). En la década de los 90 se vivió un auténtico boom de películas de temática homosexual, sobre todo, provenientes del cine independiente. Surgieron multitud de títulos que abordaron el despertar sexual en la adolescencia o juventud, hoy convertidos en pequeños clásicos del género, tales como Los juncos salvajes (André Téchiné, Francia, 1994), Beautiful Thing (Hettie Macdonald, Reino Unido, 1996), Get Real (Simon Shore, Reino Unido, 1998), Edge of Seventeen (David Moreton, Estados Unidos, 1998) o El despertar de la inocencia (Tom Donaghy, Estados Unidos, 1998), y, también, un buen número de títulos imprescindibles como Mi Idaho privado (Gus van Sant, Estados Unidos, 1991), que seguía la trayectoria de dos jóvenes chaperos interpretados por River Phoenix y Keanu Reeves; el drama británico Los amigos de Peter (Kenneth Branagh, Reino Unido, 1992); Philadelphia (Jonathan Demme, Estados Unidos, 1993), por la que Tom Hanks ganó su primer Óscar a mejor actor, encarnando a un abogado enfermo de SIDA; Fresa y chocolate (Tomás Gutiérrez Alea, Juan Carlos Tabío, 1993), celebrada producción con la que Cuba compitió por el Óscar a la mejor película de habla no inglesa; Velvet Goldmine (Todd Haynes, Estados Unidos, 1998) y, en un tono más ligero, la popular comedia transgénero Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (Stephan Elliott, Australia, 1994) o In & Out (Frank Oz, Estados Unidos, 1997), que jugaba con el concepto de “salir del armario” con gran frescura.

    My Private Idaho, Gus Van Sant.
    El viaje de un mito.


    Homosexualidad y polémica también se volvieron a dar de la mano durante estos años. Todd Haynes recibió muchos ataques por su impactante Poison (1991), criticada por sus explícitas escenas sexuales, mientras que Instinto básico (Paul Verhoeven, 1991), a pesar de su enorme éxito de taquilla, fue boicoteada por el tratamiento que se le daba al personaje de asesina bisexual que encumbró a Sharon Stone al estrellato. El amor entre un hombre adulto y un niño en For a Lost Soldier (Roeland Kerbosch, Holanda, 1992), la vida sexual oculta del joven sacerdote católico de Priest (Antonia Bird, Reino Unido, 1994); la transexualidad en medio de una historia de terrorismo irlandés en Juego de lágrimas (Neil Jordan, Irlanda, 1992); el drama de un homosexual en un campo de concentración nazi en Bent (Sean Mathias, Reino Unido, 1994); o la desgarradora historia real del asesinato del chico transgénero Brandon Teena (Óscar a la mejor actriz para Hilary Swank), contada en Boys Don't Cry (Kimberly Peirce, Estados Unidos, 1999), también causaron encendidos debates por sus explosivos contenidos, aunque, en osadía, nadie superó al realizador independiente Bruce LaBruce, que cultivó un tipo de cine experimental en el que cabía la pornografía, siendo su obra más celebrada Hustler White (1996), con el impresionante modelo Tony Ward ejerciendo de insaciable chapero por las calles de Los Ángeles. Desde Asia también llegaron algunas preciosas aportaciones como las bellísimas Happy Together (Wong Kar-Wai, Hong-Kong, 1997) y Gohatto (Nagisa Ôshima, Japón, 1999), mientras que, en España, Ventura Pons recurría a los amores homosexuales en títulos como Caricias (1998) o Amigo amado (1999). Segunda piel (Gerardo Vera, 1999), Krámpack (Cesc Gay, 1999) o Pedro Almódovar con su obra maestra, la oscarizada Todo sobre mi madre (1999) fueron otros ilustres exponentes del cine patrio dentro de esta tendencia. Merece destacar también la excelente labor de Ian Mckellen y Brendan Fraser en Dioses y monstruos (Bill Condon, Estados Unidos, 1998), donde se mostró la atracción del director de cine James Whale por su joven jardinero. En la década de 2000, el cine de temática LGBT vivió una época dorada, con una mayor demanda de este tipo de productos que se tradujo en una calidad de la producción bastante irregular. También hubo una mayor diversidad en sus planteamientos, dando mayor visibilidad a la figura de las personas transgéneros, tan olvidadas por el cine, y muchas estrellas de Hollywood se animaron a interpretar personajes abiertamente homosexuales que, casi siempre, fueron muy bien tenidos en cuenta a la hora de las nominaciones a premios.

    Javier Bardem optó al Óscar por su desgarrada encarnación del poeta Reinaldo Arenas en Antes que anochezca (Julian Schnabel, 2000), mientras que Meryl Streep (Las horas, Stephen Daldry, 2002), Felicity Huffman (Transamérica, Duncan Tucker, 2005), Cillian Murphy (Desayuno en Plutón, Neil Jordan, 2005), Val Kilmer (Kiss Kiss Bang Bang, Shane Black, 2005), Philip Seymour Hoffman (Truman Capote, Bennett Miller, 2005), Sean Penn (Mi nombre es Harvey Milk, Gus Van Sant, 2008), Colin Firth (Un hombre soltero, Tom Ford, 2009) o Jim Carrey y Ewan McGregor (Phillip Morris ¡Te quiero!, John Requa, Glenn Ficarra, 2009) ofrecieron espléndidas composiciones en títulos que contribuyeron a la ansiada normalización. Llegaron películas formidables desde todos los rincones del mundo, tales como La virgen de los sicarios (Barbet Schroeder, Colombia, 2000), Gotas de agua sobre piedras calientes (François Ozon, Francia, 2000), Plata quemada (Marcelo Piñeyro, Argentina, 2000), Krámpack (Cesc Gay, España, 2000), El mar (Agustí Villaronga, España, 2000), Hedwig ande the Angry Inch (John Cameron Mitchell, Estados Unidos, 2001), Besando a Jessica Stein (Charles Herman-Wurmfeld, Estados Unidos, 2001), Mulholland Drive (David Lynch, Estados Unidos, 2001), Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, México, 2001), Yossi & Jagger (Eytan Fox, Israel, 2002), Madame Sata (Karim Aïnouz, Brasil, 2002), Latter Days (C. Jay Cox, Estados Unidos, 2003), Su hermano (Patrice Chéreau, Francia, 2003), Oscura inocencia (Gregg Araki, Estados Unidos, 2004), Caminar sobre las aguas (Eytan Fox, Israel, 2004), La mala educación (Pedro Almodóvar, España, 2004), Cachorro (Miguel Albadalejo, España, 2004), Tropical Malady (Apichatpong Weerasethakul, Tailandia, 2004), Tormenta de verano (Marco Kreuzpaintner, Alemania, 2004), El tiempo que queda (François Ozon, Francia, 2014), C.RA.Z.Y. (Jean-Marc Vallée, Canadá, 2004), Shortbus (John Cameron Mitchell, Estados Unidos, 2004), Eternal Summer (Leste Chen, Taiwán, 2006), Shelter (Jonah Markowitz, Estados Unidos, 2007), El secreto de Antonio (Joselito Altarejos, Filipinas, 2008), Contracorriente (Javier Fuentes-León, Perú, 2009) o el prestigioso telefilme Oraciones para Bobby (Russell Mulcahy, Estados Unidos, 2009). La última década también ha estado marcada por un cine que aborda la temática LGBT con gran calidad. Empezó con el veterano Christopher Plummer consiguiendo su Óscar al mejor actor secundario por interpretar a un anciano que sale del armario a los 75 años en la comedia Beginners (Mike Mills); Annette Bening y Julianne Moore siendo una entrañable pareja de mujeres en Los chicos están bien (Lisa Cholodenko) y Xavier Dolan regalándonos su maravillosa Los amores imaginarios, sin duda, una de sus obras más redondas. 2011 fue un año formidable, con títulos tan destacados como el magnífico drama romántico Weekend (Andrew Haigh), Pariah (Dee Rees) y tres hitos del cine transgénero como la francesa Tomboy (Céline Sciamma), la estadounidense Albert Nobbs< (Rodrigo García) -protagonizada por una convincente Glenn Close que fue nominada al Óscar- y la alemana Romeos (Sabine Bernardi), que acertó, por una vez, al otorgar el papel protagonista a un excelente actor como Rick Okon, que pasó por lo mismo en la vida real.

    Laurence Anyways, Xavier Dolan.
    La primera cumbre de un joven autor.


    La década prosiguió con filmes como Azul y no tan rosa (Miguel Ferrari, Venezuela, 2012), Laurence Anyways (Xavier Dolan, Canadá, 2012), Keep the Lights On (Ira Sachs, Estados Unidos, 2012), Yossi (Eytan Fox, Israel, 2012) -secuela de Yossi & Jagger-, Tom à la ferme (Xavier Dolan, Canadá, 2013), El desconocido del lago (Alain Guiraudie, Francia, 2013), Caída libre (Stephan Lacant, Alemania, 2013), Dallas Buyers Club (Jean-Marc Vallée, Estados Unidos, 2013) -Jared Leto obtuvo un Óscar como mejor actor secundario por encarnar a un personaje trans-, La partida (Antonio Hens, Cuba, 2013), Pride (Matthew Warchus, Reino Unido, 2014), A primera vista (Daniel Ribeiro, Brasil, 2014), El amor es extraño (Ira Sachs, Estados Unidos, 2014), The Normal Heart (Ryan Murphy, Estados Unidos, 2014) -notable telefilme para la HBO con un reparto lleno de estrellas, como Mark Ruffalo o Julia Roberts, que habló de los inicios de la epidemia del SIDA-, A escondidas (Mikel Rueda, España, 2014), Freeheld (Peter Sellett, Estados Unidos, 2014), La chica danesa (Tom Hooper, Reino Unido, 2015) -en la que Eddie Redmayne encarnó a la primera persona que se sometió a una reasignación de sexo-, Tangerine (Sean Baker, Estados Unidos, 2015), Te prometo anarquía (Julio Hernández Cordón, México, 2015), La doncella (Park Chan-wook, Corea del Sur, 2016), Lovesong (Kim So-yong, Estados Unidos, 2016), Theo y Hugo, París 5:59 (Olivier Ducastel, Jacques Martineau, Francia, 2016), Tierra de Dios (Francis Lee, Reino Unido, 2017), Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, Chile, 2017) -Óscar a mejor película de habla no inglesa y protagonizada por una extraordinaria Daniela Vega-, 120 pulsaciones por minuto (Robin Campillo, Francia, 2017) -Gran Premio del Jurado en Cannes-, Tom of Finland (Dome Karukoski, Finlandia, 2017), Thelma (Joachim Trier, Noruega, 2017), Basada en hechos reales (Roman Polanski, Francia, 2017), Sueño en otro idioma (Ernesto Contreras, México, 2017), El repostero de Berlín (Ofir Raul Graizer, Israel, 2017), La herida (John Trengove, Sudáfrica, 2017), Con amor, Simon (Greg Berlanti, Estados Unidos, 2018) -primera comedia romántica de un estudio con protagonista adolescente gay-, El secreto de las abejas (Annabel Jankel, Reino Unido, 2018), Alex Strangelove (Craig Johnson, Estados Unidos, 2018), Mi mejor amigo (Martín Deus, Argentina, 2018), Girl(Lukas Dhont, Bélgica, 2018), Sauvage (Camille Vidal-Naquet, Francia, 2018), Vivir deprisa, amar despacio (Christophe Honoré, Francia, 2018), Carmen y Lola (Arantxa Echevarria, España, 2018), El ángel (Luis Ortega Argentina, 2018), Knife+Heart (Yann Gonzalez, Francia, 2018), 1985 (Yen Tan, Estados Unidos, 2018), Fin de siglo (Lucio Castro, Argentina, 2019), El príncipe (Sebastián Muñoz, Colombia, 2019), Elisa y Marcela (Isabel Coixet, España, 2019) o Un rubio (Marco Berger, Argentina, 2019), que han dejado el pabellón LGBT bien alto.

    A continuación elaboramos un top 10 con títulos que creemos indispensables para entender el género.

    10- LA LEY DEL DESEO

    (Pedro Almodóvar, España, 1987)

    1987. España. Título original: La ley del deseo. Director: Pedro Almodóvar. Guion: Pedro Almodóvar. Productores: Agustín Almodóvar, Miguel Ángel Pérez Campos. Productoras: El Deseo / LaurenFilm S.A. Fotografía: Ángel Luis Fernández. Música: Bernardo Bonezzi. Montaje: José Salcedo. Reparto: Eusebio Poncela, Carmen Maura, Antonio Banderas, Helga Liné, Bibiana Fernández, Manuela Velasco, Fernando Guillén, Fernando Guillén Cuervo, Miguel Molina, Nacho Martínez, Rossy de Palma, Marta Fernández Muro.

    Pedro Almodóvar irrumpió en el panorama del cine español de los 80 como un auténtico soplo de aire fresco, desinhibido y gamberro. Desde su debut con la irreverente Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), su carrera prosiguió en continua evolución, siendo la inolvidable ¿Qué he hecho yo para merecer esto! (1984) esa primera obra de madurez que demostró que, bajo aquellas historias disparatadas y escandalosas, subyacía un cineasta dotado de una sensibilidad muy especial. La ley del deseo (1987) fue un punto de inflexión en su trayectoria. Un desgarrado melodrama romántico protagonizado por tres personajes apasionados: Pablo Quintero, un director de cine homosexual (Eusebio Poncela en uno de los papeles de su vida); Antonio, su joven y obsesivo amante -Antonio Banderas, a quien Almodóvar volvería a poner en este sensacional registro de enamorado al borde de la psicopatía en ¡Átame! (1989) y La piel que habito (2011)- y Tina, la hermana transexual de Pablo, a quien la entonces musa del director Carmen Maura dotó de enorme fuerza y presencia escénica -inolvidable aquella escena en que pide a un hombre que la riegue con el agua de su manguera en plena calle, todo un grito de libertad. Mucho más estilizada en sus formas -Pedro ya había empezado a refinar su estética en la irregular Matador (1986)- que el cine que le había dado la popularidad y bastante más seria en su tono, la película levantó ampollas por la ardiente escena sexual entre Eusebio Poncela y Antonio Banderas y, pese a que tuvo una gran acogida en Estados Unidos, donde Almodóvar ganó el Premio nueva generación de la Asociación de Críticos de Los Angeles y rápidamente se convirtió en título de culto entre la comunidad LBGT, fue tristemente ninguneada en los Premios Goya, no obteniendo ninguna nominación. Algo incomprensible, teniendo en cuenta que La ley del deseo está considerada hoy en día uno de los títulos más emblemáticos del manchego.

    9- LA VIDA DE ADÈLE

    (Abdellatif Kechiche, Francia, 2013).

    2013. Francia. Título original: La vida de Adèle. Director: Abdellatif Kechiche. Guion: Abdellatif Kechiche, Ghalia Lacroix (Novela gráfica: Julie Maroh). Productores: Brahim Chioua, Abdellatif Kechiche, Vincent Maraval. Productoras: Wild Bunch, Quat'sous Films, France 2 Cinema, Scope Pictures, Vértigo Films, RTBF (Télévision Belge), Canal+, Ciné+. Fotografía: Sofian El Fani. Música: Varios. Montaje: Sophie Brunet, Ghalia Lacroix, Albertine Lastera, Jean-Marie Lengelle, Camille Toubkis. Reparto: Adèle Exarchopoulos, Lèa Seydoux, Salim Kechiouche, Mona Walravens, Jeremie Laheurte.

    Con Abdellatif Kechiche llegó el escándalo a Cannes 2013. La crítica se había deshecho en elogios hacia su adaptación de la novela gráfica El azul es un color cálido, de Julie Maroh, a la gran pantalla, pero muchas fueron las voces que se alzaron contra la manera en que el director afrontó las escenas de sexo lésbico entre las dos protagonistas, detalladas y largas, acusadas de imponer una mirada masculina a su planificación y rozar la pornografía gratuita. Las posteriores declaraciones de las actrices, en las que confesaron haberse sentido incómodas y maltratadas por las exigencias de Kechiche durante el rodaje de estos momentos, contribuyeron más a enturbiar los innegables logros de una película que, no obstante, se alzó finalmente con la codiciada Palma de Oro y con el Premio FIPRESCI del certamen. La vida de Adèle narra, a lo largo de tres horas, una sencilla historia de amor, la que surge entre la adolescente Adèle (inmensa Adèle Exarchopoulos, dueña de un rostro de lo más fotogénico, del que la cámara del realizador, muchas veces al hombro y situada a escasos centímetros de la piel de la actriz, sabe extraer todo tipo de emociones) en pleno descubrimiento de su sexualidad, y Emma (Lèa Seydoux), una chica lesbiana de llamativa cabellera azul. Dos actrices en estado de gracia, cuya complicidad traspasa la pantalla, consiguiendo que el espectador atraviese junto a ellas por todos los caminos que transcurren desde que aparecen esas mariposas en el estómago provocadas por el primer amor hasta el amargor propio de la madurez, con sentimientos tan dolorosos como la decepción o el desamor. El director, más allá del publicitado erotismo de su propuesta, realiza una radiografía realista, íntima y descarnada de la evolución de la relación entre estas dos mujeres a lo largo de los años, entregando escenas tan desgarradoras como aquella en la que Emma expulsa furiosamente a Adéle de su apartamento tras conocer su traición con un chico.

    8- BOYS DON´T CRY

    (Kimberly Peirce, Estados Unidos, 1999)

    1999. Estados Unidos. Título original: Boys Don't Cry. Director: Kimberly Peirce. Guion: Kimberly Peirce, Andy Bienen. Productores: John Hart, Eva Kolodner, Jeffrey Sharp, Christine Vachon. Productoras: Fox Searchlight. Fotografía: Jim Denault. Música: Nathan Larson. Montaje: Tracy Granger, Lee Percy. Reparto: Hilary Swank, Chloë Sevigny, Peter Sarsgaard, Brendan Sexton III, Alicia Goranson.

    En 1993, un terrible crimen de odio conmocionó a la sociedad norteamericana. Brandon Teena, nacido como Teena Brandon, fue asesinado por los que habían sido sus amigos, después de haber sido apaleado y violado. El motivo: habían descubierto su condición transgénero. Después de haber huido de un entorno que no le aceptaba en su Lincoln natal, llegó a Falls City, donde había empezado a llevar una nueva vida bajo su apariencia de chico, hasta que el amor se cruzó en su camino. Esta historia fue llevada al cine por Kimberly Peirce en la que sería su aclamada ópera prima, Boys Don´t Cry (1999), un desgarrador drama que realiza una certera crítica hacia esa América profunda cargada de prejuicios e incomprensión. No solo acierta en el retrato que hace de un personaje tan desamparado y marginal como el de Brandon, maravillosamente interpretado por una Hilary Swank que ganó su primer Óscar a la mejor actriz, sino que también triunfa en la manera tan genuina y sincera con la que aborda su complicada historia de amor con Lana (también excepcional Chlöe Sevigny, tal vez más meritorio que el de su compañera, dada la desnudez de un personaje que no requiere de caracterización física y por el que también fue nominada a la estatuilla a la mejor actriz secundaria). El filme de Peirce, como buena muestra de cine indie americano de calidad, huye de cualquier atisbo de sentimentalismo barato made in Hollywood y puede resultar incómodo, por la dureza y la violencia inherentes al relato. No por ello deja de ser una obra muy significativa para dar visibilidad a los personajes transgéneros en el cine, así como absolutamente necesaria para reflejar, con absoluta convicción, cómo es el mundo interior de estas personas a las que la intransigente sociedad no permiten ser ellas mismas.

    7- HAPPY TOGETHER

    (Wong Kar-Wai, Hong Kong, 1997)

    1997. Hong Kong. Título original: Chun gwong tsa sit. Director: Wong Kar-Wai. Guion: Wong Kar-Wai. Productores: Ye-cheng Chan, Wong Kar-Wai. Productoras: Block 2 Pictures, Jet Tone Production, Prénom H Co, Seowoo Film Company. Fotografía: Christopher Doyle. Música: Wong Kar-Wai. Montaje: William Chang, Ming Lam Wong. Reparto: Leslie Cheung, Tony Leung Chiu-Wai, Gregory Dayton, Chang Chen.

    Hay que agradecer al director hongkonés Wong Kar-Wai su especial sensibilidad a la hora de elaborar unas historias de amor intensas, mágicas, atemporales, envueltas en delicadas atmósferas que se complementan con su exquisito en lo visual y la puesta en escena, y en un insólito buen oído para seleccionar canciones añejas para sus bandas sonoras. Deseando amar (2000), su obra maestra indiscutible; 2046, en clave de ciencia ficción; y, en menor medida, My Blueberry Nights, ya protagonizada por estrellas de Hollywood, figuran entre las películas románticas más melancólicas de las últimas dos décadas, pero habría que echar la vista atrás, hasta 1997, para dar con el que sería su primer gran drama romántico, Happy Together, con el que se alzaría con el premio a mejor director en Cannes. Resulta curioso que una maravilla de película como esta fuese creciendo de la nada, sin apenas guion, con el único punto de partida de una pareja gay de Hong Kong que viaja hasta Argentina para cumplir su sueño de visitar las Cataratas del Iguazú. Kar-Wai construye una apasionada historia de amor, a ritmo de tango, con un Buenos Aires casi irreconocible, irreal, capturado por la magia de la fotografía de Christophe Doyle, como silencioso y fantasmagórico escenario de las idas y venidas, rupturas y reconciliaciones, momentos de preciosa intimidad (esos amantes bailando, fundidos en un solo cuerpo, en medio de una cochambrosa cocina, como si el tiempo se hubiera detenido) y otros en los que hacen acto de presencia los celos o la traición, de Ho Po-wing (Leslie Cheung) y el autodestructivo Lai Yiu-fai (Tony Leung) en una conflictiva relación que les ha llevado hasta el otro lado del mundo, a una cultura muy diferente a la suya. Happy Together es mucho más que una historia de amor homosexual. Es una historia de amor universal que sabe trascender de su condición de impecable ejercicio de estilo de su peculiar cineasta para convertirse en uno de los romances más melancólicas y subyugantes que ha dado el cine moderno.

    6- WEEKEND

    (Andrew Haigh, Reino Unido, 2011).

    2011. Reino Unido. Título original: Weekend. Director: Andrew Haigh. Guion: Andrew Haigh. Productores: Tristan Goligher, Claire Mundell. Productoras: Glendale Picture Company. Fotografía: Urszula Pontikos. Música: Jaes Edward Barker. Montaje: Andrew Haigh. Reparto: Tom Cullen, Chris New, Jonathan Race, Laura Freeman.

    Andrew Haigh tocó el cielo con su segundo largometraje, Weekend, una sencilla historia de amor entre dos hombres de caracteres opuestos, Russell (Tom Cullen), el típico gay en el armario, y el extrovertido Glen (Chris New), quien consume sus últimos días en la ciudad antes de irse a Estados Unidos a iniciar una nueva vida. Ellos se conocían, se enamoraban, vivían al máximo su idilio y acababan despidiéndose ¿para siempre? durante el transcurso de un fin de semana. Una historia de amor que nacía con fecha de caducidad, escrita en el margen de los dos días que tienen hasta que Glen abandone el país. Y, por su misma fugacidad, un romance que pasa por todos los estados posibles de una pareja (enamoramiento, sexo, risas, confidencias, enfados, reconciliaciones, resignación, tristeza y añoranza). Una de esas historias que, a pesar de su brevedad, terminan siendo idealizadas y son recordadas como las más intensas y verdaderas. Con ella, el director conduce al espectador, inexorablemente, hasta uno de los finales más conmovedores que el género romántico nos ha ofrecido el cine moderno. Y lo hace sin caer en el sentimentalismo fácil, con una tristeza que solo las personas que han conocido el amor verdadero y luego lo han perdido, sabrán reconocer en su justa medida. La apuesta por la naturalidad de unos diálogos y situaciones totalmente creíbles y su alejamiento de la frivolidad de otros filmes similares son otras de las grandes bazas del filme, junto al excelente trabajo de sus dos protagonistas, que no solo logran una química total en la pantalla, sino que se entregan con generosidad en las escenas de amor. Escenas que están rodadas con realismo y buen gusto. Nada en sus interpretaciones huele a impostado, ya que se desnudan física e interiormente, lo que benefició enormemente al fuerte calado emocional de esta obra, haciendo que conectáramos con estos dos personajes, perfectamente descritos, haciéndonos partícipes de sus constantes cambios de estado de ánimo, sus ilusiones y sus miedos. Una obra maestra en su género, intimista, dolorosa y, también, luminosa, que supo romper definitivamente las encorsetadas etiquetas sobre este tipo de cine para abrir mentalidades.

    5- EL DESCONOCIDO DEL LAGO

    (Alain Guiraudie, Francia, 2013).

    2013. Francia. Título original: L'Inconnu du lac. Director: Alain Guiraudie. Guion: Alain Guiraudie. Productores: Sylvie Pialat, Olivier Père. Productoras: Les Films du Worso. Fotografía: Claire Mathon. Montaje: Jean-Christophe Hym. Reparto: Pierre Deladonchamps, Christophe Paou, Patrick D'Assumçao, Jérôme Chappatte.

    Alain Guiraudie entrega la película más valiente y osada de su carrera con El desconocido del lago, ovacionada por la crítica a pesar de haber despertado encendida polémica en su presentación en Cannes 2013 por la explicitud de algunas de sus escenas sexuales. El cine francés se ha mostrado muy libre y desinhibido en este sentido -ahí están también las espléndidas Theo y Hugo, París 5:59 (2016) o Sauvage (2018)- y aquí se nos ofrece una soberbia combinación de drama romántico, absolutamente atípico, y oscuro thriller criminal. Hay una historia de atracciones cruzadas entre tres personajes, ninguna correspondida como ellos quisieran, con el bucólico escenario del lago al que hace mención el título. Un lugar abierto y, a la vez, opresivo, que se expande hasta la zona boscosa que rodea al lugar y los aparcamientos en donde dejan sus coches los bañistas asiduos, unos hombres que acuden habitualmente a pasar las horas, relajándose o buscando sexo casual con perfectos desconocidos, en un ambiente libertino y anónimo. La cámara de Guiraudie sigue a Franck (Deladonchamps), un curioso joven aficionado a la práctica del cruising que acude a diario al lago; Henri (Patrick Dassumçao), un solitario hombre que siempre permanece alejado del resto de los bañistas, recientemente abandonado por su mujer y con quien Franck comienza a entablar una amistad; y el atractivo Michel (Christophe Paou), un misterioso tipo que no tiene el menor tipo de problema para llevarse cualquier conquista gracias a su poderoso físico y rudos ademanes, y que se convierte en el oscuro objeto de deseo de Franck. Las relaciones que se establecen entre ellos, donde se combinan sentimientos como el deseo, los celos, las dudas y el miedo, son el motor que mueve un turbio relato cargado de sensualidad que se desliza sugerentemente hacia los terrenos del thriller psicológico desde el momento en que un bañista aparece asesinado en el lugar. Así, El desconocido del lago se transforma en una de las historias de amor más fatalistas y peligrosas del cine reciente.

    4- CALL ME BY YOUR NAME

    (Luca Guadagnino, Italia, 2017)

    2017. Italia. Título original: Call Me By Your Name. Director: Luca Guadagnino. Guion: James Ivory (Novela: André Aciman). Productores: Luca Guadagnino, Emilie Georges, James Ivory, Marco Morabito, Howard Rosenman, Peter Spears, Rodrigo Teixeira. Productoras: Distribuida por Sony Pictures Classics. Coproducción Italia-Francia-Estados Unidos-Brasil; Frenesy Film Company, RT Features, La Cinéfacture, Water's End Productions, M.Y.R.A. Entertainment, Lombardia Film Commission. Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Música: Sufjan Stevens. Montaje: Walter Fasano. Reparto: Armie Hammer, Timothée Chalamet, Michael Stuhlbarg, Amira Casar, Esther Garrel.

    ¿Quién nos iba a decir que Luca Guadagnino, después de haber rodado un drama erótico-adolescente tan penoso como Melissa P. (2005), acabaría regalándonos una de las obras maestras, no solo del cine de temática LGBT, sino del cine en general, de la última década? Para que esto pudiera llegar a ser posible, se unieron una serie de factores que hicieron que se obrara el milagro. Por una parte, el extraordinario guion de James Ivory (justamente premiado con un Óscar) a partir de la novela homónima de André Aciman, que recrea, de manera sensual y nostálgica, la historia de amor entre el curioso adolescente de 17 años Elio (Timothée Chalamet, toda una fuerza de la naturaleza) y el atractivo amigo de sus padres Oliver (Armie Hammer), durante un soleado verano de 1983 en una casa de campo del norte de Italia. La química entre Chalamet y Hammer es absoluta y ambos hacen creíble su amor secreto, lastrado por la diferencia de edad de los amantes, traspasando la pantalla en cada escena que comparten y haciendo de esta la obra definitiva (y definitoria) de esa vertiente del género que explora el descubrimiento de la sexualidad y los primeros pasos hacia la madurez. Call Me By Your Name nació como tercer título de una trilogía concebida por Guadagnino, conocida como “Deseo” y completada con Yo soy el amor (2009) y Cegados por el sol (2015), y acabó convertido en un clásico moderno. Multitud de escenas han quedado grabadas a fuego en la retina de los cinéfilos: Armie Hammer dándolo todo en una pista de baile, al son del “Love My Way” de Psychedelic Furs; el homoerótico momento onanista del joven Elio con un melocotón; el conmovedor discurso del padre (soberbio Michael Stuhlbarg) al adolescente, dando un claro mensaje de aceptación y comprensión hacia la dolorosa situación por la que está atravesando su hijo; y esa demoledora imagen frente al fuego de un acongojado Elio después de haber oído, tal vez por última vez, la voz de su amado Oliver por teléfono.

    3- CAROL

    (Todd Haynes, Reino Unido, 2015)

    2015. Reino Unido. Título original: Carol. Director: Todd Haynes. Guion: Phyllis Nagy (Novela: Patricia Highsmith). Productores: Elizabeth Karlsen, Christine Vachon, Stephen Woolley. Productoras: Film4 Productions, Killier Films, Number 9 Films. Fotografía: Edward Lachman. Música: Carter Burwell. Montaje: Affonso Gonçalves. Reparto: Cate Blanchett, Rooney Mara, Kyle Chandler, Sarah Paulson, Jake Lacy, John Magaro, Cory Michael Smith, Kevin Crowley.

    Todd Haynes ha tratado la homosexualidad en películas de lo más diversas, pero siempre con excelentes resultados, desde aquella singular crónica musical en torno al glam rock que fue Velvet Goldmine (1998) al personaje de marido gay reprimido de Julianne Moore en Lejos del cielo (2002), esteticista homenaje a los melodramas de los 5o realizados por Douglas Sirk. La novela de Patricia Highsmith Carol (The Price of Salt) le sirvió de base para realizar una nueva incursión en el melodrama romántico de estilo clásico, protagonizado por dos magníficas actrices, Cate Blanchett y Rooney Mara. La historia nos traslada a la Nueva York de la década de los cincuenta, al instante mágico en que sucede un flechazo romántico entre dos mujeres en una tienda. Carol (Blanchett) es una mujer sofisticada, elegante y adinerada que, bajo su apariencia de estar viviendo en una burbuja de felicidad en su matrimonio, esconde a un ser desdichado. Therese (Mara) representa la espontaneidad y la inocencia de la juventud. Una humilde dependienta veinteañera que sueña con ser fotógrafa algún día. El amor florece entre ambas, pero se ven obligadas a derribar juntas las numerosas barreras que rodean a su clandestino affaire: la desigualdad de clases sociales, la diferencia de edad (y experiencia) y, sobre todo, el miedo a romper las apariencias en una sociedad que aún veía la homosexualidad como algo sucio e incorrecto. La película consigue la magia de regalar una historia de amor capaz de trascender más allá del género de sus protagonistas, del mismo modo que lo hizo en su día Brokeback Mountain. Haynes no carga las tintas en el sentimentalismo y se limita a retratar el enamoramiento con sutileza y buen gusto, llenando de sincera intimidad cada escena que comparten la segura de sí misma Carol y la soñadora Therese. Una simple mano de Cate Blanchett en el hombro de Rooney Mara o las miradas que ambas se propinan en la maravillosa escena final del restaurante, bajo los acordes de la preciosa partitura de Carter Burwell, dicen mucho más que mil palabras. Y es que Carol es una película repleta de miradas y silencios, que habla de sentimientos desde las entrañas.

    2- MUERTE EN VENECIA

    (Morte a Venezia, Luchino Visconti, Italia, 1971)

    1971. Italia. Título original: Morte a Venezia. Drector: Luchino Visconti. Guion: Luchino Visconti, Nicola Badalucco (Novela: Thomas Mann). Productores: Luchino Visconti. Productoras: Alta Cinematografica. Reparto: Dirk Bogarde, Björn Andrésen, Silvana Mangano, Marisa Berenson, Mark Burns, Romolo Valli.

    Hablar de Luchino Visconti es hacerlo de uno de los grandes poetas del cine europeo. Noches blancas (1957), Rocco y sus hermanos (1960), El gatopardo (1963), La caída de los dioses (1969) o Confidencias (1974) son algunas de las obras maestras que ha dejado para la posteridad, pero ninguna de ellas alcanzó la fuerza y profundidad de Muerte en Venecia (1971), su triunfal adaptación de la novela corta La muerte en Venecia, del escritor alemán Thomas Mann. Visconti supo poner toda su sabiduría como cineasta al servicio del magistral texto de Mann, apoyándose en la poderosa música de Gustav Mahler para dotar de mayor fuerza a las, ya de por sí, poderosas imágenes de la película. Tres artistas, cada uno en su campo, unidos en perfecta comunión para construir un todo perfecto. Y, junto a ellos, la presencia inmensa de un actor en estado de gracia, Dirk Bogarde, metido en la piel de uno de los personajes más atormentados de la historia del cine, el del maduro compositor Gustav von Aschenbach que busca en Venecia refugio para superar su depresión por el fracaso de su última obra. Prematuramente envejecido por la enfermedad y decadente como la propia ciudad que le rodea, azotada por una mortal epidemia de cólera, y como la aristocracia a la que pertenece, poco antes de la explosión de la Primera Guerra Mundial, Aschenbach, durante su estancia en el Lido de Venecia, se obsesiona con la figura de un hermoso niño, Tadzio (el andrógino Björn Andrésen), que representa todo lo que él ya no tiene: belleza y vida. En el filme de Visconti asistimos a los últimos compases de la existencia de Aschencach, una agonía acompañada por los tormentosos sentimientos de atracción y fascinación hacia el muchacho, llegando a su punto culminante en la emblemática escena de su óbito en la playa, sentado en una hamaca mientras contempla a su “ángel de la muerte” Tadzio adentrarse en el mar. Palabras mayores.

    1- BROKEBACK MOUNTAIN

    (Ang Lee, Estados Unidos, 2005)

    2005. Estados Unidos. Título original: Brokeback Mountain. Director: Ang Lee. Guion: Larry McMurtry, Diana Ossana (Historia: E. Annie Proulx). Productores: Diana Ossana, James Schamus. Productoras: Focus Features, River Road Entertainment, Good Machine, Alberta Filmworks. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Gustavo Santaolalla. Montaje: Geraldine Peroni, Dylan Tichenor. Reparto: Heath Ledger, Jake Gyllenhaal, Michelle Williams, Anne Hathaway, Randy Quaid, Linda Cardellini, Anna Faris, Scott Michael Campbell, David Harbour, Kate Mara.

    Ang Lee, que ya había abordado el tema de la homosexualidad en El banquete de bodas (1993), dio la campanada con esta suerte de western ambientado en la década de los 60 y basado en el cuento homónimo de Annie Proulx. Muchas fueron las voces que recelaron de las posibilidades de una historia de dos vaqueros enamorados pero, una vez estrenada Brokeback Mountain, crítica y público tuvieron que rendirse ante la evidencia de estar ante una de las mayores historias de amor que el celuloide ha dado a lo largo de toda su historia. Al igual que en otros títulos imprescindibles del cine romántico, como Casablanca (Michael Curtiz, 1942) o Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995), el amor entre sus protagonistas era tan fuerte y arrasador que no existía posibilidad de un final feliz, por lo que la renuncia era la única salida posible. Todos nos enamoramos con el tierno enamoramiento del rudo Ennis del Mar (Heath Ledger, todo un icono) y el sensible Jack Twist (Jake Gyllenhaal, no menos excelente que su compañero) durante su verano de 1963 cuidando el ganado de ovejas en la soledad de la montaña Brokeback. Todos sufrimos, también, con el conflicto interno de ambos hombres, debatidos entre ser fieles a sus sentimientos (y deseos) -inolvidable el apasionado primer encuentro sexual de la pareja en la tienda de campaña-, algo que sería bastante incomprendido en el machista ambiente en el que se mueven, o llevar unas falsas vidas junto a mujeres (magnífica Michelle Williams como la sufrida esposa de Ennis; correcta Anne Hathaway como la pareja de Jack), algo que la sociedad les exige. Y, por supuesto, todos lloramos con aquella imagen de Ennis del Mar abrazando, entre lágrimas, la camisa del fallecido Jack. Un final desolador para una historia tan apasionada como triste, que se saldó con un enorme éxito de taquilla que contribuyó mucho a la mayor visibilidad de este tipo de cine protagonizado por personajes gays, así como en una generosa cosecha de premios que comprendía desde el premio a la mejor película en Venecia a los tres Óscars (incluido el de director) conseguidos en una edición que pasó a la historia por el robo, a manos de la bastante menor Crash (Paul Haggis, 2004), de la estatuilla a mejor película del año. Premios aparte, Brokeback Mountain ya es Historia del Cine por méritos propios, un clásico moderno que fue capaz de emanar auténtico aliento épico de un relato intimista. Algo que solo los grandes como David Lean se podían permitir.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


    Artículo patrocinado por Fancinegay, el Festival Internacional de cine LGBT de Extremadura, el conector social más importante de la cultura gay en la región. La próxima edición, la vigésimo tercera, se desarrollará del 7 al 15 de noviembre. Pueden visitar su web en el enlace.

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