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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica: Knife + Heart

    La erótica de la violencia

    Crítica ★★★★☆ de «Knife + Heart», de Yann Gonzalez.
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    Francia, 2018. Título original: Un couteau dans le coeur. Director: Yann Gonzalez. Guion: Yann Gonzalez, Cristiano Mangione. Productores: Charles Gillibert, Julio Chavezmontes, Consuelo Frauenfelder, Olivier Père, Jamal Zeinal Zade. Productoras: Coproducción Francia-México; CG Cinéma / Piano Producciones. Distribuida por Memento Films. Fotografía: Simon Beaufils. Música: M83. Montaje: Raphaël Lefèvre. Reparto: Vanessa Paradis, Nicolas Maury, Kate Moran, Jonathan Genet, Félix Maritaud, Pierre Pirol, Noé Hernández, Khaled Alouach.

    El del francés Yann Gonzalez se podría considerar un debut en la dirección de largometrajes espectacular. En la Semana de la Crítica de Cannes de 2013, su ópera prima Les rencontres d'après minuit no dejó a nadie indiferente con una propuesta excéntrica y provocativa que huía de cualquier tipo de convencionalismo. Aquella reunión de invitados a una orgía sexual no solo hizo gala de un preciosismo estético y una atmósfera onírica que se convertiría en una de las señas del cine de su realizador, sino que bebía de fuentes tan estimulantes como Almodóvar o David Lynch, abrazando incluso el género fantástico en una historia de pasiones exacerbadas y muerte que, en otras manos, podría haber caído en lo ridículo, pero en las de Gonzalez derivó en una absoluta e inclasificable genialidad. Cinco años después, el director ha tenido la oportunidad de revalidar su posición como uno de los creadores más rompedores del nuevo cine francés, entregando otra película arriesgada y personal, que no hace más que confirmar que los hallazgos de su anterior propuesta no fueron fruto de la casualidad y que hay en Gonzalez un fascinante universo interior que merece la pena descubrir.

    En Knife +Heart (2018) cambia radicalmente de género respecto a Les rencontres d'après minuit pero aún pueden apreciarse en su interior muchas de las obsesiones reflejadas en aquella. En primer lugar, llama la atención el momento en el que está ambientada la historia, el verano parisino de 1979, una época de liberación sexual inmediatamente anterior al azote del SIDA, reflejada a través de las andanzas de un grupo de trabajadores de películas porno gays de bajo presupuesto y carácter alternativo. El personaje principal, el más poderoso, sin duda, es el encarnado por una icónica Vanessa Paradis, metida en la piel de la productora, Anne, una mujer pasional y de personalidad conflictiva –rol que bien podría haber interpretado Carmen Maura en sus gloriosa etapa almodovariana–, obsesionada, hasta la bordear lo enfermizo, con la idea de recuperar a su pareja, Lois (excelente, también, Kate Moran, musa del realizador en su primer largo), montadora de sus películas que la abandonó tras años de turbulenta relación.

    La cinta se abre con un prólogo absolutamente impactante, magistral desde la puesta en escena, que sumerge al espectador, de forma contundente, en los ambientes en los que se va a mover la intriga. Las imágenes de una película pornográfica, de estética inequívocamente vintage, que está siendo elaborada en la mesa de montaje, se alternan con las de uno de los actores de la misma entregándose a los placeres de la noche en una discoteca de ambiente. Cuando el joven se percata de que un misterioso enmascarado le observa desde una esquina del local –muy similar a aquellos sórdidos antros en los que se movía Al Pacino durante sus pesquisas en la controvertida A la caza (William Friedklin, 1980)–, abandona a sus compañeros de baile para seguir al desconocido hasta un lugar más privado. La escena que sigue es de lo más sugerente, con el actor desnudo, tumbado bocabajo y atado a la cama –situación que también experimentó Pacino–, mientras el tipo de la máscara saca un dildo que, presumiblemente, va a ser un juguete destinado a ofrecer placer. El homoerotismo del momento se torna en puro horror desde el instante en que el fálico objeto deja al descubierto su verdadera naturaleza de afilado cuchillo que el asesino no duda en utilizar para apuñalar una y otra vez a su indefensa víctima. Es entonces cuando Knife + Heart revela su condición de maravillosa reinterpretación del psycho-killer italiano, que, si bien bebe claramente de la iconografía colorista de aquellos grandes giallos de los 70 y 80 del maestro Dario Argento, con profusión de planos subjetivos, atmósferas oníricas y elementos perturbadores propios del género (los traumas de juventud como desencadenante de los instintos asesinos), también tiene ecos de aquella joya del slasher que fue Aquarius (Michele Soavi, 1987). Solo hay que ver los simbolismos animales presentes en la película, como el detalle del chico, con cabeza de pájaro, que toca la batería en la discoteca, para retrotraerse a la imagen del asesino de aquel clásico, disfrazado bajo una enorme máscara de búho. El filme alterna, de esta forma, una historia de amour fou, la no correspondida entre Anne y Lois, con una rutinaria trama criminal en la que lo de menos es descubrir la identidad del asesino que va acabando indiscriminadamente con los miembros del equipo de rodaje, ya que, en todo momento, tiene más fuerza la forma que el fondo, siendo modélicos cada uno de sus creativos asesinatos.

    Un couteau dans le coeur, Yann Gonzalez.
    Presentada en la sección oficial del Festival de Cannes.

    «Un ejercicio de estilo retro y, a la vez, muy moderno, que, al igual que hiciera la notable Berberian Sound Studio (Peter Strickland, 2012), que, curiosamente, también recurría al metacine en su trama, desempolva un subgénero muy querido por los aficionados, captando la esencia del mismo, tanto en sus exuberantes formas, como en unos planteamientos argumentales que no se avergüenzan en llevar al límite sus excesos». 


    Al igual que en su ópera prima, en esta segunda obra de Gonzalez conviven los más diversos géneros en una armonía, a su extraña manera, perfecta. Decadente melodrama pasional, terror con una violencia bastante gráfica, una intriga policiaca imposible, erotismo bizarro e incluso unas sorprendentes gotas de humor, presentes, sobre todo, en los demenciales guiones de las cintas eróticas que graban los personajes, llevando a la parodia extrema los hechos reales que les envuelven (esa divertida versión en celuloide del interrogatorio en la comisaría), conviven en una historia que, a pesar de desarrollarse en los marginales ambientes de una industria del porno de presupuesto paupérrimo, realiza un retrato alegre y despreocupado de su singular fauna (atención a ese personaje secundario, que hace equilibrismos entre lo grotesco y lo entrañable y que atiende al sobrenombre de Boca de oro, dedicado a “levantar la moral” de los actores cuando la ocasión lo requiere), conformando una suerte de familia disfuncional. Knife + Heart tal vez no tenga un guion especialmente complejo o que ofrezca novedades sustanciales a lo visto en decenas de giallos, pero su director ha sabido edificar una obra de gran belleza visual, plagada de secuencias repletas de fuerza, de esas que quedan grabadas en la retina (el momento de Paradis espiando en la discoteca a Lois mientras esta baila en la pista, al son del Malaguena de Pico), ayudado por la fantástica labor fotográfica de Simon Beaufils y por una fascinante banda sonora de M83 (también creadores de la música de Les rencontres d'après minuit) que contribuye a dotar a la película del correspondiente aura de melancolía, fatalismo y misterio que rezuma en cada fotograma. Un ejercicio de estilo retro –esas luces de neón, la música de sintetizador, todo un placer para los sentidos de nostálgicos de los 80– y, a la vez, muy moderno –su talante provocador y hedonista está cercano al de Climax (Gaspar Noé, 2018)– , que, al igual que hiciera la notable Berberian Sound Studio (Peter Strickland, 2012), que, curiosamente, también recurría al metacine en su trama, desempolva un subgénero muy querido por los aficionados, captando la esencia del mismo, tanto en sus exuberantes formas, como en unos planteamientos argumentales que no se avergüenzan en llevar al límite sus excesos. Fresca, libérrima, hermosa y muy sensorial, Knife + Heart es una obra que está destinada a convertirse, al igual que el trabajo anterior del cineasta, en título de culto | ★★★★☆


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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