Vicisitudes nobiliarias a principios del siglo XIX
Crítica de la miniserie «Guerra y paz», dirigida por Tom Harper.
Reino Unido y Estados Unidos, 2016. Título original: War & Peace. Productoras: BBC Cymru Wales / BBC Worldwide / Lookout Point Ltd. / The Weinstein Company. Dirección: Tom Harper. Guion: Andrew Davies (basado en la novela de Lev Tolstoi). Fotografía: George Steel. Montaje: Mark Eckersley y Steven Worsley. Música: Martin Phipps. Diseño de producción: Chris Roope. Dirección artística: Andrius Dumikas y Jurgita Zepp. Decorados: Lina Geciene y Christiane Krumwiede. Vestuario: Edward K. Gibbon. Reparto: Paul Dano, James Norton, Lily James, Adrian Edmonson, Aisling Loftus, Greta Scacchi, Jack Lowden, Tuppence Middleton, Aneurin Barnard, Jessie Buckley, Olivia Ross, Tom Burke, Jim Broadbent, Callum Turner, Rebecca Front, Stephen Rea, Brian Cox, Gillian Anderson, Mathieu Kassovitz. Episodios: 8. Duración total: 379 minutos.
Esta reseña valora la miniserie Guerra y paz, estrenada en televisión en 2016 y disponible ahora en Filmin, y para quien esto escribe las valoraciones deben ser autosuficientes. Empero esta será una excepción porque se centrará más de lo debido en la comparación con la fuente que adapta, la celebérrima novela de Lev Tolstoi. Esta ya ha sido adaptada con anterioridad, tanto en cine como en televisión, pero es una de esas obras a las que cada cierto tiempo considera oportuno volver la industria audiovisual. Y es que el relato de varias familias de la nobleza rusa en tiempos de invasión napoleónica es de un provecho inagotable, tanto por su profundidad histórica como por el simple deleite que genera. Respetando sus puntos básicos, la gran extensión del libro deja margen para la síntesis pero también para la introducción de nuevos elementos y de variaciones respecto de la historia original. Las mismas pueden referirse a los propios elementos narrativos o a algunas decisiones de reparto, y ambas posibilidades se verifican en esta nueva adaptación. Su encargado es el guionista Andrew Davies, con una dilatada experiencia en el mundo televisivo, mientras que en la dirección encontramos el nombre de Tom Harper, menos veterano y que el lector podría asociar más directamente a las dos películas que estrenó el año pasado: Los aeronautas (The Aeronauts) y Wild Rose (donde por cierto recupera a la aquí presente Jessie Buckley, actriz de la que puede augurarse un gran recorrido). Estas son dos cintas bastante meritorias que, sin ser especialmente notables, dan fe del talento de su director para abordar tanto una narración más intimista como otra más épica. La combinación de ambas miradas es imprescindible para una adaptación de Guerra y paz, caracterizada como su propio título índica por una sucesión de acontecimientos bélicos con otros pacíficos, y por ende más centrados en las relaciones personales de tantos integrantes de la nobleza.
Los principales son los pertenecientes a dos familias: los Rostov y los Bolkonski, aunque entre ambos se mueve quien puede ser considerado el protagonista de la ficción, el conde Pierre Bezukhov, en la medida en que es quien más claramente muestra el tránsito de la vida de palacio a la vida en el campo de batalla. El mayor de los Rostov es el conde Ilia, que tiene tres hijos: Natasha, Nikolai y Petia. Con ellos vive además la prima de estos últimos, Sonia. El mayor de los Bolkonski es el príncipe Nikolai, que tiene dos hijos: Andrei y María. Andrei está a su vez casado con Lisa, pero esta muere tempranamente al dar a luz a su hijo. La mayoría suelen coincidir en las veladas organizadas, habitual pero no exclusivamente, por Anna Pavlovna, quien asociamos desde un comienzo con el príncipe Vasili. Este tiene dos hijos: Helene y Anatole, que tendrán gran incidencia en el devenir de los personajes principales anteriormente citados. Resumida así la trama se simplifica bastante el número inabarcable de personajes y acciones que hallan su hueco en el libro, dividido en siete partes a su vez estructuradas en capítulos dispares, de manera que pueden transcurrir muchas páginas entre el momento en que leemos sobre la evolución de un personaje y aquel en que volvemos a encontrarlo. Así pues, es fácil perder el hilo. En una miniserie para evitarlo es imprescindible la mentada simplificación, aunque su duración permite asimismo que los personajes más secundarios tengan cierta cabida.
En todo caso, su ventaja para armonizar mejor el relato es que los personajes no se identifican para el espectador solo por su nombre, sino también por su físico, de manera que a lo largo del desarrollo es más sencillo recordar quien es quien. En este ámbito puede resultar sorprendente que el elegido para interpretar a Pierre Bezukhov sea Paul Dano, en tanto que el conde es a menudo caracterizado en el libro por su corpulencia, e incluso es descrito hacia el final como un “gigante peludo”. Sin embargo la de Dano es de las interpretaciones más acertadas, porque más allá de su cuerpo su aire de ingenuidad y a la vez de rara inteligencia se corresponde muy bien con el personaje, y en su comportamiento logra trasladar su pesadumbre definitoria del plano físico al moral. James Norton tiene menos carisma en el papel del príncipe Andrei, alguien que ya en la novela se distingue por cierta misantropía, no exenta de elevación intelectual. Pero el lector puede tender a asociarlo con una personalidad más sagaz, aspecto que se pierde totalmente en la insípida interpretación de Norton. El otro personaje más relevante, algo corroborado igualmente por su posición en los créditos, es el de Natasha, a cargo de Lily James. Es una actriz de frecuente registro enérgico y risueño, algo que encaja bien con la vitalidad de Natasha, pero a diferencia de Pierre, sus momentos de mayor introspección son menos creíbles. Tolstoi puede ser acusado de clasista (en el prólogo de Guerra y paz declara que solo puede comprender las motivaciones de la gente de su estado, no de los pobres), pero no de machista, solo en tanto que dedica bastante tiempo a la descripción interna de la complejidad de sus heroínas, y en particular aquí de Natasha (sin perjuicio de que otros componentes de su obra sean inevitablemente machistas, en gran medida por la época y el medio en que vive). Por ello es algo decepcionante que la interpretación de Lily James no esté a la altura, pese a ser la cabeza visible del póster de la miniserie.
«[La novela original] emplea un lenguaje casi siempre claro y directo. Solo cuando ha contado lo que tenía que contar, con afán biográfico, añade las oportunas interpretaciones, como el método que parte de lo empírico para llegar a lo valorativo. Esta primera intención se manifiesta casi por inercia en la miniserie».
Por lo demás, su cabellera rubia en contraste con la morena de Helene es un curioso cambio, pero la belleza de esta última está garantizada con la presencia de Tuppence Middleton. Esta no sigue la estela por ejemplo del precedente de Anita Ekberg en la versión fílmica de 1956, pero sí imprime a su personaje de las dosis adecuadas de malicia. Otra alteración es por ejemplo la del peso de Anisia, mujer “gruesa” en el libro, en otras palabras cálida, y en cambio aquí representada con los afilados rasgos de Kate Fleetwood. Pero este es un personaje muy secundario, y en este plano las aportaciones actorales son más creíbles y memorables. Destacan al respecto las de Brian Cox como el general Kutuzov o Jim Broadbent como el anciano príncipe Bolkonski, dos grandes actores que explotan al máximo sus papeles. Para mayor lucimiento de Kutuzov, Davies y Harper insisten también en su contacto más directo con uno de los protagonistas, Andrei, mientras que en el libro por lo general ambos están acompañados de otros oficiales. Aquí aparecen varias veces los dos solos, reducción quizá menos verosímil pero afortunada desde el punto de vista del beneficio dramático. Igualmente se dejan más claras desde un comienzo ciertas motivaciones que en la novela se perciben más progresivamente, como el interés de Natasha por Pierre. También se introduce con más claridad un elemento incestuoso en la relación entre Helene y Anatole, y en verdad la primera cuenta con más tratamiento del esperado. Esto es justificable porque en pantalla sirve como contrapunto tanto de Natasha como de Pierre, por razones distintas. En este sentido, como adelantábamos, la miniserie tiene la ventaja de un objetivo meridiano, aunando mejor sus subtramas bajo un mismo mensaje de solidaridad familiar y ancestral ante un enemigo común.
Sin embargo, hay que advertir que solo en sus últimos capítulos se invierte algo más de tiempo en estas reflexiones. Del mismo modo Tolstoi escribe en tercera persona durante la mayor parte del libro, hasta un sorprendente giro, desde esta perspectiva estilística, cuando añade acciones en primera persona y digresiones sobre la naturaleza de la guerra o sobre el propio destino de los hombres. Pero este es el resultado de un efecto acumulativo de la previa narración, que se caracteriza no solo por su realismo literario, género del que esta novela es reconocida representante, sino por su contenido expeditivo. Y es que pese a su extensión, aquella avanza rápidamente de un suceso al siguiente, apenas se detiene en largas descripciones tanto del paisaje como de los conflictos humanos. Emplea un lenguaje casi siempre claro y directo. Solo cuando ha contado lo que tenía que contar, con afán biográfico, añade las oportunas interpretaciones, como el método que parte de lo empírico para llegar a lo valorativo. Esta primera intención se manifiesta casi por inercia en la miniserie, que obvia los prolegómenos y arranca en su primer capítulo con largos planos dinámicos para incorporar sucesivamente a los personajes que se encuentran en el salón de Anna Pavlovna. Empero falta el suficiente detalle empírico, por así decir, para que luego las valoraciones tengan el debido calado. Además, mientras que en la novela enseguida visualizamos el entorno en el que se mueven estas personas, aquí pese a contar con el explícito respaldo visual, los decorados no nos dejan tiempo para imbuirnos de su atmósfera. Estamos ciertamente ante una lujosa producción de época, estrenada en un año en que estaban de moda (coincidiendo en particular con The Crown), pero que parece dar por descontado sus medios presupuestarios, sin sacarles tanta renta como podría. Por ejemplo, esas veladas en los salones, que solo precisan realmente de un decorado, podrían permitir ahondar más en las interacciones de sus invitados, y descontar este tiempo de otras transiciones: en lugar de ello, tales veladas son precipitadas y poco detalladas y las sustituyen otros escenarios que apenas nos resultan reconocibles.
«La miniserie engancha y emociona, cualidades derivadas de múltiples factores que, pese a algún defecto empírico de base, imponen una valoración positiva de conjunto».
Por ello cuando más adelante se les pretende dotar de algo más de presencia, y en su seno contextualizar el cierre del destino de los personajes, es demasiado tarde para percibir esa satisfacción acumulativa de la historia. En cualquier caso, esto también se debe a que la miniserie dedica la mitad de su duración a la última cuarta parte del libro, aproximadamente, dejando las tres primeras para su primera mitad. Así, está ausente alguno de los mejores capítulos, como el de la cacería de los Rostov, y en cambio se alargan pasajes más marginales del desenlace. Esto no es necesariamente negativo, pues se intenta aprovechar el previo conocimiento de la historia para que sus creadores, o revisionistas, ahora se detengan en aspectos más propios de dicho desenlace, con las variaciones que consideran convenientes (estas por cierto no las criticamos, porque tienen bastante sentido, y no compartimos las quejas habituales de los puristas). Pero sí puede ser contraproducente cuando el espectador no se queda con la sensación de haber sido plenamente transportado a una época. Esto se debe igualmente a que la dirección de Harper, con su operador George Steel, no incluye demasiados hallazgos visuales. Uno sería por ejemplo el de los rápidos giros verticales del plano de Pierre cuando en la batalla de Borodinó explota una bomba delante suyo. Ahí sí se nos contagian la tensión y confusión de nuestro héroe. Pero por lo general la puesta en escena, si bien muy competente, es relativamente pedestre. Algunos planos intercalados, como los de la naturaleza que recuerda Andrei en su estado moribundo, huelen más a reciclaje que a la memoria de un individuo. No obstante, en otras ocasiones el lirismo es pertinente, y no es exclusivo del material del libro. Por un lado se deriva de su propia planificación, pero por otro de algún añadido afortunado, como ese compañero prisionero y su perro con los que Pierre comparte su final desventura. En verdad la miniserie engancha y emociona, cualidades derivadas de múltiples factores que, pese a algún defecto empírico de base, imponen una valoración positiva de conjunto.
© Revista EAM / Madrid