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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La Gomera

    La Gomera

    Tocando fondo

    Crítica ★★☆☆☆ de «La Gomera» de Corneliu Porumboiu.

    Rumanía, Francia, Suecia, Alemania, 2019. Título original: La Gomera Director y guión: Corneliu Porumboiu. Productora: Patricia Poienaru, Marcela Ursu. Fotografía:Tudor Mircea. Montaje: Roxana Szel. Intérpretes: Vlad Ivanov, Agustí Villaronga, George Pistereanu, Catrinel Marlon, Rodica Lazar. 97 minutos. Compañías productoras: 42 km films, Les films du Worso, Komplizen films, Film i Väst, Bord Cadre films. Presentación en el festival de Cannes 2019.

    El cine rumano del siglo XXI, o mejor habría que decir, el cine posterior al régimen dictatorial de los Ceaucescu, empieza a dar muestras de agotamiento tanto de modelo como de temática. Surgiendo como un necesario ajuste de cuentas hacia una época que amordazó cualquier expresión libre, no sólo la artística, los efectos sobre la sociedad posterior se evidencian película tras película, de tal manera que las apariciones, esporádicas, del cine rumano en nuestras pantallas, terminan reduciéndose a la expresión del crimen en sus más variadas formas; desde la más vulgar del asesinato a las más íntimas o las más elaboradas de la ingeniería financiera en colusión con un sistema de control que está podrido por la herencia de la dictadura. Porumboiu, Ujica, Mungiu, Puiu, Pintile, Jude o Netzer han utilizado la coyuntura de relativa libertad (relativa porque no hay libertad sin auténtica democracia) para reflejar una sociedad carcomida en lo institucional y que ha terminado por infectar lo personal y hasta las relaciones familiares. Políticos, policía, fiscales, profesores, jueces, iglesia, familia, todas las instituciones han pasado por el filtro de una cámara para llegar a una misma conclusión. El cambio de régimen no ha eliminado las lacras del pasado ni las conexiones íntimas entre el crimen organizado y el sistema político, que se han renovado y reforzado con conexiones internacionales.

    Si Mungiu puede ser quien mejor ha ido adaptando su discurso fílmico a la evolución de los años, sin dejar de hacer cine de muy alto nivel desde aquel mazazo inicial que supuso 4 meses, 3 semanas, 2 días, pasando por la extraordinaria Más allá de las colinas y concluyendo con la dolorosa Los exámenes; junto con Puiu, a quien se debe su seminal La muerte del señor Lazarescu para llegar a la asfixiante Sieranevada; en el resto de la generación se va advirtiendo ese fin de ciclo propio de un agotamiento del modelo estético y de fondo, en el que todos los creadores (curiosamente todos los conocidos son hombres) terminan utilizando tonos fríos y grises en sus imágenes, en las que el invierno es utilizado como recurso narrativo para incrementar la dureza y desapego de los personajes, grabando muy cerca sus rostros y sus cuerpos para incrementar esa sensación de ahogo existencial, como si no fuera suficiente con observar ese progresivo deterioro personal sin necesidad de tanto subrayado, en ese camino hacia la derrota humanista definitiva provocada por la ambición de un dinero y una estabilidad económica que tampoco comporta felicidad, porque ese camino conduce siempre al pago de un precio mayor que el recibido. La Gomera se convierte en el paradigma de las pretensiones de este nuevo cine rumano donde no hay posibilidad de mostrar nada positivo en una sociedad que parece derrotada y destinada a sobrevivir solamente si se aleja del poder, procurando resultar indiferente y no atraer la mirada de ningún grupo de presión para poder seguir con una vida anodina y vulgar.

    La Gomera, Corneliu Porumboiu.
    El Porumboiu más accesible; también el menos inspirado.

    «Sin el toque de humor negro de 12:08 al este de Bucarest, sin la fina disección de Politist, adjectiv, sin la ilusión del cuento de El tesoro y sin la habilidad para utilizar el fútbol para hablar de política interna como en El segundo juego o Infinite football, Porumboiu realiza su película más impersonal, más plana, más desajustada en su filmografía conocida».


    En la última película de Porumboiu se introduce una novedad geográfica que apenas sirve para aportar cambios narrativos. El título de la película hace referencia al espacio en el que se desarrolla una parte sustancial de la narración pretendiendo trasladar cómo esa corrupción imperante en Rumanía cuenta con ramificaciones internacionales. Las pequeñas mafias locales, como las grandes internacionales, dependen de redes extensas, tanto hacia abajo como hacia arriba, que blanqueen su dinero y dificulten su localización. El director establece una conexión entre Rumanía y Canarias con un objetivo un tanto peregrino, utilizar un lenguaje de difusión muy reducida, como el silbo gomero, para introducir un «código enigma» que, por un lado, facilite la comunicación del grupo y, por otro, dificulte la vigilancia policial. En el resto, la película cumple, punto por punto, los códigos propios del cine del agente doble, o triple, o múltiple, en el seno de una película de género negro donde un personaje juega al engaño múltiple con tal de sobrevivir. Asistimos así, a toda la parafernalia propia del policía corrupto, enganchado a las redes del narcocrimen y de las que no puede desembarazarse sin perder la vida, al tiempo que se sabe constantemente vigilado por sus compañeros y superiores. La simulación y el silencio se convierten en su única manera de mantenerse en un mundo claramente hostil en el que termina resultando poco confiable para todos los que le tratan. El silbo gomero se convierte así, de mecanismo del crimen, en artefacto de comunicación personal encriptado y, por tanto, seguro.

    Por arte de magia, y en un curso acelerado, el personaje de Cristi (hierático Vlad Ivanov) aprende el silbo de La Gomera y aprende a utilizarlo en rumano de la mano de la enésima «femme fatale» de la historia del cine, con más cuerpo que talento en el personaje de Gilda (el nombre también parece alejado de la casualidad), amante del delegado local de la organización que ha «extraviado» varias decenas de millones de euros y se encuentra detenido por la policía, y a quien hay que rescatar para que aclare dónde ha ido a parar el dinero que pertenece, en otra excentricidad más de las coproducciones, al gran capo de nombre Paco —y que interpreta el director Agustí Villaronga. El lector podrá imaginar toda una serie de idas y venidas, de situaciones inverosímiles, de chapuzas policiales, de corrupciones en todos los niveles de la administración, como muestra ese plano en el que la jefa de Cristi no quiere hablar en su despacho porque sabe que es igualmente investigada, y al cerrar la puerta leemos su cargo de «procurator», fiscal en definitiva. Sin el toque de humor negro de 12:08 al este de Bucarest, sin la fina disección de Politist, adjectiv, sin la ilusión del cuento de El tesoro y sin la habilidad para utilizar el fútbol para hablar de política interna como en El segundo juego o Infinite football, Porumboiu realiza su película más impersonal, más plana, más desajustada en su filmografía conocida. Como si la duplicidad de países de rodaje (rematado con un sobrante epílogo en Singapur) le hubiera desubicado de tal manera olvidando las señas de identidad propias de su cine para ofrecer un producto muy menor, muy decepcionante. El título dado en inglés a la película apunta a cuál pudiera ser la reacción del público, entre la indiferencia y el silbido | ★★☆☆☆


    Miguel Martín Maestro |
    © Revista EAM / Valladolid



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