El rostro de dios|
Crítica ★★★★☆ de «Dios es mujer y se llama Petrunya», dirigida por Teona Strugar Mitevska.
Macedonia-Bélgica-Francia-Croacia-Eslovenia, 2019. Título original: Gospod postoi, imeto i' e Petrunija. Dirección: Teona Strugar Mitevska. Guion: Teona Strugar Mitevska. Elma Tataragic. Presentación oficial: Sección oficial de la Berlinale. Fotografía: Virginie Saint-Martin. Música: Olivier Samouillan. Reparto: Zorica Nusheva, Labina Mitevska, Stefan Vujisic, Suad Begovski, Simeon Moni Damevski, Violeta Sapkovska, Petar Mircevski, Andrijana Kolevska, Nikola Kumev, Bajrush Mjaku, Xhevdet Jashari, Vladimir Tuliev, Ilija Volcheski, Igor Todorov, Nenad Angelkovic, Mario Knezovic, Ljiljana Bogojevic, Straso Milosevski, Pece Ristevski, Stojan Arev. Duración: 100 min.
En un suburbio de Stip, Macedonia, una mujer llamada Petrunya (Zorica Nusheva) salta a un río en pleno invierno para buscar una cruz de madera que asegura buenaventura a quien la consiga. Se trata de un ritual que se celebra durante la Epifanía y en el que, según los cánones religiosos, sólo pueden participar hombres. Tras conseguir la preciada cruz, un grupo de hombres enfurecidos, junto con la policía y los representantes de la Iglesia, le exigirán a Petrunya que la devuelva. Esta es la escena capital de Dios es mujer y se llama Petrunya, la última película de la directora Teona Strugar Mitevska, autora también de un guion (comparte el crédito con Elma Tataragicla) que está basado en un caso real ocurrido en 2014 y que puso en cuestión la vigencia de ciertos rituales religiosos. Así, la historia de Petrunya funciona en la ficción como una denuncia a varias ideas patriarcales presentes no sólo en la iglesia ortodoxa sino también en la sociedad. En palabras de su directora, la película «es un retrato fiel de la situación de la mujer en los Balcanes, aunque por supuesto, el machismo es algo universal».
De este modo, a partir no sólo de Petrunya, sino también de las demás mujeres que la acompañan: su madre, su amiga (Andrijana Kolevska) y una periodista (Labina Mitevska), Slavica, es posible hacer una lectura plural de las ideas sobre el papel de la mujer en la sociedad eslava. La madre representa los valores más conservadores al preocuparse únicamente por el estado civil de su hija y su apariencia física; la amiga, pese a que apoya a Petrunya, está un poco en conflicto con sus ideas a causa de un interés romántico; finalmente la periodista es la que sostiene una mirada feminista más evidente y progresista al cuestionar la participación exclusiva de los hombres en el ritual de Epifanía. La representación de estos personajes conlleva virtudes y errores. Por un lado, hacen flaquear la trama al llevar un problema estructural a un conflicto más localizado como lo es la compleja relación entre madre e hija; pero, por otro, dotan de una mayor complejidad al personaje de Petrunya porque ella no asume su acto como transgresor o antipatriarcal, parece más sumida en su situación presente: el desempleo e incluso su relación con los hombres. De tal manera que la protagonista se erige como una suerte de heroína sin buscarlo, pasando de las acciones particulares a un cuestionamiento público sobre el machismo.
Y es justo en ese cuestionamiento donde radica el elemento más transgresor de la película. «¿Qué haría si dios fuera mujer?», postula el título de una entrevista publicada por Slavica. Un encabezado que al igual que el título del filme lleva explícito su afirmación. La pregunta por el género de Dios no busca enunciarse como un problema filosófico o una provocación a la doctrina religiosa, sino que apela a una rebeldía inherente tanto en el guion como en las imágenes. En el discurso, la exposición de los hechos se basa en conductas que, como señala la directora, están relacionadas con machismos universales: al ver el orden y la tradición interrumpida, la autoridad policial, sobre todo, muestra su total antipatía por la mujer que se atreve a alterarlo; y, sin embargo, es también uno de los policías el único que muestra comprensión por Petrunya. El feminismo que sostiene la película se asemeja al humanismo: apuesta por la empatía de las personas sin enfatizar en el género de sus simpatizantes. Respecto a las imágenes, hay breves momentos de erotismo que juegan con la subversión, como el póster promocional que muestra el pecho del protagonista desnudo con la polémica cruz de madera. Porque si hay una constante en el cine que representa sociedades patriarcales muy ortodoxas, esa constante es la de hacer del cuerpo de las mujeres (y de su belleza) un motivo de apropiación femenina. Así sucede en la turca Mustang (2015), y de manera similar, en Dios es mujer y se llama Petrunya: el cuerpo femenino no se muestra en un contexto romántico ni es visto desde la mirada de un hombre, se representa en un momento de íntima soledad. En diálogo con el cine de su país, la directora señala que en el cine de Emir Kusturica o en películas como la aclamada Antes de la lluvia (1994) nunca pudo identificarse con sus personajes femeninos. Pese a sus inconsistencias y reiteraciones, Dios es mujer y se llama Petrunya es la respuesta al hieratismo ético del clásico cine de los Balcanes; desafía mordazmente los intereses de una sociedad que se afianza en sus convenciones. En su desafío, la película reflexiona sobre el poder y su obvia resistencia al cambio. Lo hace con honestidad y originalidad | ★★★★☆
© Revista EAM / México