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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Mujercitas, de Greta Gerwig

    Hogar, dulce hogar

    Crítica ★★★★★ de «Mujercitas», dirigida por Greta Gerwig.

    Estados Unidos, 2019. Título original: Little Women. Dirección: Greta Gerwig. Guion: Greta Gerwig (basado en la novela de Louisa May Alcott). Productoras: Columbia Pictures / Pascal Pictures / Regency Enterprises / Sony Pictures Entertainment. Fotografía: Yorick Le Saux. Montaje: Nick Houy. Música: Alexandre Desplat. Diseño de producción: Jess Gonchor. Dirección artística: Sean Falkner y Bryan Felty. Decorados: Claire Kaufman. Vestuario: Jacqueline Durran. Reparto: Saoirse Ronan, Florence Pugh, Timothée Chalamet, Emma Watson, Eliza Scanlen, Laura Dern, Meryl Streep, Bob Odenkirk, Tracy Letts, James Norton, Louis Garrel, Chris Cooper. Duración: 134 minutos.

    ¿Se puede elegir a la persona de la que uno se enamora? Un poeta diría que no, como replica el joven Theodore Laurence, apodado Laurie para la mayoría y Teddy para la chica de la que lleva enamorado sin remedio toda su vida, Jo March. Sin embargo esta conversación la tiene con la hermana menor de esta última, Amy, que opina lo contrario, alegando que se puede controlar al objeto de los propios sentimientos. Por supuesto los dos no piensan realmente lo que dicen, recurren a reflexiones clásicas para proyectar sus inseguridades presentes. Y es que en ese momento Laurie, tras haber sido rechazado por Jo, está tomando la elección de amar a Amy, quien está irremediablemente destinada a corresponderle, pese a estar entonces prometida a otro, por factores ajenos a los puramente afectivos. Los matrimonios de conveniencia ya no son en esa época una imposición, pero todavía lo es el matrimonio en sí, descrito más de una vez en esta historia como un acuerdo económico. ¿Cómo entonces se puede encontrar el amor en el matrimonio? En otra secuencia, la hermana mayor de las March, Meg, acude a un baile en el que coincide con Laurie, que le pregunta si atisba a algún posible pretendiente, con el que podría casarse. La joven todavía no ha intercambiado palabra con casi ninguno de ellos, pero se entiende que si está en el aire un potencial ligamen, un primer intercambio derivaría enseguida hacia la complicidad y la consiguiente intimidad. Y en efecto esta está planteada en términos económicos, o más bien utilitarios, no porque en este otro diálogo se esté hablando de buscar el bienestar mediante la unión con una familia adinerada, sino porque dicha unión es la consecuencia de una necesidad recíproca. Es eterno el debate sobre si esto también es amor, y es un debate superfluo porque no hay una sola forma de amar, sino muchas. Dejando a un lado el sexo, del mismo modo que lo omite este relato, el mismo aborda varias de esas formas de relacionarse, desde la más pasional a la más reservada, desde la efímera hasta la duradera, así como el amor que puede sentirse entre hermanas, entre padres e hijos, o incluso entre un hombre mayor y una chica más joven (la segunda más pequeña de las March, Beth) por recordarle a aquel a su hija fallecida. Por supuesto todo ello entremezclado con la amistad y el cariño que se profesan unas personas acostumbradas a convivir, de tal manera que en otra secuencia puntual que conviene resaltar aquí, Laurie zanja su amor/desamor con Jo asegurando el mantenimiento de su amistad, y en verdad no hay mayor muestra de amor que el carácter genuino y a la vez sosegado de las emociones que entonces los dos ponen de manifiesto.

    Hemos esbozado algunos de los puntos sentimentales y más propiamente narrativos abordados por Mujercitas, la conocida novela de Louisa May Alcott, sobre cuatro hermanas, las citadas Jo, Amy, Meg y Beth March, que viven con su madre en una apacible mansión campestre, en las postrimerías de la Guerra de Secesión en Estados Unidos. Su padre ha sido destinado al frente, y como consecuencia de la guerra la madre también está bastante ausente, de manera que la pluma de Alcott se centra en las vicisitudes de las cuatro jóvenes, no solo en sus aventuras románticas sino también en sus intereses artísticos. Cada una queda así bien definida a través de una afición: la escritura para Jo, la pintura para Amy, la interpretación teatral para Meg y la música de piano para Beth. Resituando así el foco el contexto bélico apenas se desarrolla, más allá de algunas referencias y pocas escenas donde observamos la penuria que padecen otros personajes. Greta Gerwig ha ideado entonces una nueva adaptación cinematográfica de esta novela pasando por encima de algunos de estos elementos, aprovechando su conocimiento popular para modernizar el mensaje. La historia sigue transcurriendo a mediados del siglo XIX, todos los personajes clave están presentes y sus vicisitudes son las ya descritas. Pero todo ello está reestructurado para que el componente autobiográfico que desprendía el texto de Alcott pueda acomodarse a la propia experiencia de Gerwig como cineasta. Esto se observa desde el propio casting, donde repite Saoirse Ronan (Jo), la protagonista de su anterior y muy celebrada cinta, Lady Bird (2017), a la que vuelven a acompañar en papeles relevantes, por distintos motivos, Timothée Chalamet y Tracy Letts. El primero porque interpreta a Laurie, que proporcionalmente tiene más importancia de la esperada en esta versión; y el segundo porque interpreta al editor de los textos de Jo, por lo que viene a ser algo así como su padre literario. Su padre biológico está como decíamos bastante fuera de campo, aunque cuando aparece los rasgos del veterano Bob Odenkirk facilitan su identificación.

    Little Women, Greta Gerwig.
    Una magistral adaptación.


    «Mujercitas vuelva a destacar por el ritmo y el ingenio de los diálogos, no solo gracias a su fuente sino a la puesta en escena en cuyo marco se emiten. Esta aligera las habituales cargas decorativas de las adaptaciones de época, para que todo parezca más familiar y cercano».


    En este sentido hay que adelantar ya que todas las caras conocidas del elenco permiten dar un gran poso a personajes a los que el metraje dedica poco tiempo, como también es el caso de la tía March (Meryl Streep) o el señor Laurence (Chris Cooper). Este apenas goza de unos minutos en pantalla, pero las dos breves escenas que comparte con Beth son de las más emotivas del filme. Volviendo sin embargo a su estructura general, el papel de Letts es significativo por su componente metalingüístico. En Lady Bird interpretaba al padre de Ronan, alter ego de Gerwig; y aquí en cierto modo hace lo mismo, pero ahora el lazo no es sanguíneo sino artístico, porque Gerwig no nos está hablando de su propia vida juvenil, sino de su principal referente literario. Y para quien concibe el cine esencialmente a partir de la escritura, ambos se compenetran. De ahí que Mujercitas vuelva a destacar por el ritmo y el ingenio de los diálogos, no solo gracias a su fuente sino a la puesta en escena en cuyo marco se emiten. Esta aligera las habituales cargas decorativas de las adaptaciones de época, para que todo parezca más familiar y cercano, gracias a esos diálogos donde se busca antes la espontaneidad y la chispa que la pomposidad o la trascendencia. En cualquier caso ahora la guionista y directora se atreve con una propuesta más ambiciosa, no solo por la recreación pasada sino por los saltos temporales por los que discurre la narración. Hay que precisar que la misma arranca con el primer encuentro entre los personajes de Ronan y Letts, y cuando este le encarga seguir con sus cuentos, aparece el título de la película, visualizado como la propia novela. Entendemos que lo que sigue a continuación es entonces el contenido de dicho libro, pero no solo el de Alcott, sino el de Jo y el de la propia Gerwig. Ya solo gracias a este arranque el filme huye también de las convenciones de las adaptaciones literarias, y mantiene su originalidad a lo largo de todo su recorrido, porque aprovecha su familiaridad para trastocar nuestras expectativas, no a través de los desenlaces dramáticos que pueden ser previsibles, sino a través primero de cómo se presentan y segundo de cómo se hila una idea con otra.

    «Gerwig ha llevado a la vida la esencia de esta familia de tal forma que nos sentimos enseguida como parte suya, lloramos y reímos con ellos entre una escena y la siguiente, pero sin perder nunca la sonrisa gracias a la conciencia de estar viendo una película como esta (y deseando volver a verla), tan vitalista, tan cautivadora, tan repleta de amor». 


    Respecto a lo primero es curioso cómo escenas presuntamente climáticas son planteadas de la manera más natural y expeditiva posible, incluso renunciando a una música por lo demás omnipresente, aunque sea tan lograda como lo es aquí la del prolífico Alexandre Desplat. Es el caso por ejemplo del momento en que Laurie por fin le confiesa sus sentimientos a Jo: no hay una tensión previa a dicha revelación, porque sabemos que va a llegar, sino que la misma parece una consecuencia sincera y directa de todos los momentos anteriores que ambos han compartido. Por ello resulta a la vez tan verosímil dentro de su planteamiento a priori inesperado. En cuanto al segundo punto, uno de los muchos ejemplos memorables es el viaje en tren de Jo de vuelta a casa desde Nueva York, que enmarca una larga transición correspondiente al propio viaje de su memoria, con un principio y un final señalados por el primer plano de nuestra protagonista, a la que el paso del tiempo ha afectado, más allá del peinado, a través de la luz de su rostro, con el tiempo algo más apagada. Empero es difícil asimilar en un primer visionado todos los hallazgos visuales de una propuesta que los contiene a raudales, por lo apabullante que ya resultan los encantos meramente derivados de las interacciones de esta gente. A ello contribuye el nivel de los actores, destacando más allá de los antes nombrados Florence Pugh en el papel de Amy. Suyas son quizá las frases más mordaces, pero como decíamos a cada personaje se le concede su justa importancia, sin perder nunca el ímpetu de la narración en su conjunto. En suma se encuentra el equilibrio perfecto dentro del caos aparente, como ocurre necesariamente dentro de una familia tan amplia pero a la vez inquebrantable como esta. Y Gerwig y todo su equipo la han llevado a la vida de tal forma que nos sentimos enseguida como parte suya, lloramos y reímos con ellos entre una escena y la siguiente, pero sin perder nunca la sonrisa gracias a la conciencia de estar viendo una película como esta (y deseando volver a verla), tan vitalista, tan cautivadora, tan repleta de amor | ★★★★★


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid


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