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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Madre

    Tabú

    Crítica ★★★★☆ de «Madre», dirigida por Rodrigo Sorogoyen.

    España, 2019. Título original: Madre. Dirección: Rodrigo Sorogoyen. Guion: Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña. Productoras: Amalur Pictures, Arcadia Motion Pictures, Cabalo Films, Malvalanda, Noodles Productions, Le Pacte, TVE, Movistar +, Canal +. Dirección de fotografía: Álex de Pablo. Montaje: Alberto del Campo. Productora ejecutiva: María del Puy Alvarado. Dirección artística: Lorena del Puerto. Vestuario: Ana López Cobos. Reparto: Marta Nieto, Alex Brendemühl, Anne Consigny, Frédéric Pierrot, Jules Porier, Raúl Prieto, Álvaro Balas, Blanca Apilánez. Duración: 129 minutos.

    Ya hemos visto antes cómo grandes películas han tenido su punto de partida en cortometrajes. La particularidad de la propuesta de Madre está en que los 19 minutos de su comienzo corresponden exactamente al corto que presentó el director en 2017. Sorogoyen y su habitual coguionista Isabel Peña han decidido continuar su trama de una manera muy distinta a la que podríamos haber esperado. Mientras que el corto muestra el horror de una madre ante la desaparición de su hijo y mantiene al espectador en una tensión propia del thriller, el largometraje se aleja por completo del interés por desvelar qué ha sucedido con el hijo de Elena, la protagonista, distanciándose también de la tensión que marcan sus anteriores filmes como El reino o Que Dios nos perdone. La intriga que en un principio se crea se difumina así de una manera radical. Si bien a través de los diálogos se hace referencia en una ocasión al aspecto del niño, el afán de Sorogoyen está en suscitar un estado de inquietud por lo que nunca nos muestra esta fotografía, sin dar pistas acerca del suceso. De este modo, lo único que conocemos de él es su voz en la llamada telefónica con la que comienza la película. Así se nos hace comprender mejor el sentimiento de incertidumbre de una madre a la que lo único que la mantiene con ganas de vivir es la esperanza de encontrarlo de nuevo. De esta manera, Sorogoyen se centra en el trauma de Elena y nos presenta un filme lleno de ambigüedades.

    Han pasado diez años. Elena vive cerca de la playa francesa en la que tuvo lugar el terrible incidente. La madre camina por la playa en dirección contraria a un grupo de chavales que corren por la orilla. En ese momento se fija en uno de ellos. Piensa que podría ser su hijo y comienza a seguirle. Esta escena refleja el profundo sentimiento de soledad en el que ha quedado la protagonista. La cámara, con el uso arriesgado del gran angular, nos muestra a una mujer que se pierde en extensos paisajes de los que no llegamos a ver el final. También cabe destacar la aparición de extraños fundidos encadenados para pasar de un primer plano a un plano general que presenta un paisaje natural, casi siempre la playa. Aunque no dejan de resultar chocantes, quizá el director se sirve de ellos para reforzar esa idea de soledad y rareza que explora con los grandes angulares, uniendo los paisajes vacíos con los personajes para reflejar de algún modo el interior de estos, que se encuentran encerrados en sí mismos sin un rumbo claro. Sorogoyen emplea este objetivo incluso en los primeros planos, que permiten arropar al personaje, acercarse más a su interior hasta mostrarlo desfigurado, al igual que vemos los paisajes distorsionados y los árboles torcidos.

    Madre, Rodrigo Sorogoyen.
    Una brillante Marta Nieto conduce este drama psicológico de múltiples capas.

    «Sorogoyen se arriesga con un filme exigente por la ambigüedad y extrañeza que despierta. Lleva esta decisión al extremo, aunque de manera coherente, tanto en el guion como en la propuesta estética que plantea. De esta manera, busca interpelar a un público quizá más acostumbrado a encontrar las respuestas en la gran pantalla que a reflexionar sobre las grandes preguntas acerca del mundo que le rodea».


    La estética de la obra intensifica la intención del director, que trata de presentar una historia que nos resulta incómoda porque cruza el umbral de lo corriente, pero no de lo imposible: una relación de pareja entre una madre y su «hijo». Esto es, el romance entre Elena y Jean, un adolescente al que conoce y que hace que ella recupere las ganas de vivir. En esta relación, aunque resulta un tanto confusa, ambos experimentan un cambio a mejor. Al comienzo de la película vemos a un chico al que le atrae la idea de que una mujer que, por edad, podría ser su madre se interese por él. Jean será quien tome las riendas de la pareja y le devuelve a Elena la fuerza que necesita para seguir viviendo. Así, Sorogoyen pone de manifiesto un tema tan freudiano como el posible incesto, un enfrentamiento entre los deseos y las prohibiciones humanas. El cineasta, según ha explicado, ha buscado la anfibología, que el espectador se plantee lo que quizá nunca se había planteado, que piense, sienta e interprete con total libertad lo que considere según su moral y su manera de entender el mundo. La película no revela si Jean es su hijo o no, y es precisamente esta duda la que genera incomodidad.

    Elena, además, nos sorprende en esta relación cuando toma las riendas con una energía completamente nueva. Así pues, se distingue un excelente trabajo por parte de los guionistas de plasmar en la protagonista un complejo mundo interior en el que evoluciona y lucha por seguir adelante. La brillante interpretación de Marta Nieto —que recibió el premio a mejor actriz en la sección Horizontes del Festival de Venecia— nos acerca a la psicología de un personaje tan difícil como Elena. La actriz refleja la desesperación de una madre joven que no sabe lo que le está ocurriendo y por qué a ella. Años después, la vemos rota no sólo por su físico —está extremadamente delgada— sino también por su manera de caminar, de quitarse la ropa, de comer... Y se advierte también el cambio que supone para ella conocer a Jean. No sabemos si en un primer momento piensa que es su hijo, si más bien lo hace como vía de escape o si quizá se trata de un delirio como consecuencia del trauma. En cualquier caso, se va llenando de esperanza. Así pues, Sorogoyen se arriesga con un filme exigente por la ambigüedad y extrañeza que despierta. Lleva esta decisión al extremo, aunque de manera coherente, tanto en el guion como en la propuesta estética que plantea. De esta manera, busca interpelar a un público quizá más acostumbrado a encontrar las respuestas en la gran pantalla que a reflexionar sobre las grandes preguntas acerca del mundo que le rodea | ★★★★☆


    Carmina Martínez Martínez |
    © Revista EAM / Madrid


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