Bajo la sombra de Velázquez |
Crítica ★★☆☆☆ de «El cuadro», dirigida por Andrés Sanz.
España, 2019. Título original: El cuadro. Dirección: Andrés Sanz. Guion: Andrés Sanz. Productora: Mare Films S.L. Fotografía: Javier Ruiz Gómez. Música: Santiago Rapallo, Javier Adán. Duración: 107 minutos.
Hacer una película sobre una obra de arte es un ejercicio de alto riesgo. Adentrarse en el mundo interior de un artista supone un esfuerzo increíble por asimilar las peculiaridades de este tanto en su contenido como en su forma, con el valor añadido de que el realizador debe aproximarse al material con humildad y respeto pero sin renunciar a su propia identidad. En un subgénero tan concreto se han visto incursiones de auténticos gigantes, como Milos Forman en la ficción o Víctor Erice en el documental; imponentes logros técnicos como la reciente Loving Vincent; o incluso obras algo menores pero conseguidas, como La joven de la perla. En este sentido, tanto esta cinta como Los fantasmas de Goya, El sol del membrillo o la citada Loving Vincent comparten un sentido estético sobrecogedor, además de una capacidad admirable de captar, entender e inmortalizar una belleza tan palpable para ellos como para los autores a los que rinden homenaje, si bien el resultado global pueda dejar frío a más de uno –normalmente por aspectos ajenos a su propuesta visual.
En El cuadro, Andrés Sanz decide aventurarse en este complejo territorio tomando como protagonista el lienzo de Las meninas de Velázquez. Escogiendo el formato documental –y teniendo en cuenta la insalvable diferencia de recursos entre este filme y los anteriormente citados–, el director se esfuerza por alejarse del tono naturalmente expositivo que adopta el largometraje con una propuesta interesante –si bien no termina de fructificar–: plantear el análisis de la obra como un relato de misterio. Ante un inicio ciertamente intrigante –un teatro en miniatura con una pantalla en la que se proyecta un mensaje anunciando que el germen del proyecto es un sueño recurrente que el propio Sanz experimentaba de niño–, el filme se centra principalmente en explicar de manera casi científica el origen, desarrollo, fin y peculiaridades de una de las grandes obras de la pintura universal, acompañada de vez en cuando por algunos elementos oníricos como el empleo de algunos planos de películas antiguas o, sobre todo, una animación en stop motion recreando el propio cuadro.
Para el apartado más divulgativo, Sanz se sirve de una polifonía de voces eruditas –la mayoría de ellas adscritas al Museo del Prado–, que tratan de aportar algo de luz ante los numerosos misterios que el lienzo del pintor encierra. A este respecto, y desde un punto de vista estructural, el filme no consigue conectar con el público debido a la constante repetición de recursos. Para empezar, aunque cada uno de los expertos es entrevistado individualmente, todas las entrevistas se ubican en una misma localización: una sala oscura y muy poco sugerente. Además, a pesar del indudable valor informativo de las intervenciones y del interés que despiertan algunas contradicciones que surgen entre los testimonios, la estructura de las entrevistas invita a pensar en una disertación académica más que en un documental propiamente dicho –y más teniendo en cuenta su división por capítulos. La constante recurrencia de los mismos elementos revela cierta dificultad por parte del autor de escapar de un esqueleto narrativo que no permite al espectador adentrarse por completo en la trama, por mucho que el director se esfuerce en salpicar las diversas cátedras con recursos extraños o confusos que remitan más a la premisa inicial de misterio que la historia prometía en un principio –y que termina diluyéndose con el paso de los minutos. Sin embargo, sería injusto no mencionar que la película sí consigue ciertos momentos álgidos, especialmente en sus últimos veinte minutos de duración.
Respecto al aspecto formal de la cinta, este tampoco termina de casar especialmente con la obra que pretende analizar. La maqueta en stop motion se establece como un mero recurso para vestir las entrevistas, sin aportar ningún valor añadido a la trama, tanto en su apartado estético como en el narrativo. De hecho, su diseño desvincula al espectador del cuadro más que acercarlo a él para desentrañar los misterios que guarda. En cuanto al resto de material, tampoco se termina de comprender qué papel juega dentro del relato –si bien algunos de los planos empleados, como aquellos en los que se muestran a algunos paracaidistas yendo marcha atrás, se podrían interpretar como parte del sueño que durante años persiguió al realizador. Este exceso de heterogeneidad no termina de generar un vínculo con aquello que se está mirando, a pesar de buscar evidentemente la reflexión del espectador. Tanto en el stop motion como en el metraje alternativo se percibe una intención autoral, un intento de propuesta que, sin embargo, no termina de funcionar con la temática principal.
En definitiva, El cuadro intenta aproximarse a Las meninas con mucho respeto y una gran devoción por el material y por el artista, pero falla en el momento de aportar algo por sí misma. La constante reverencia por la maestría de Velázquez está completamente justificada, pero a la vez es quizá el principal motivo por el que el director no arriesga más para romper la manida concatenación de planos (entrevista-stop motion-entrevista) que rápidamente se percibe durante su visionado. Aunque su valor divulgativo es muy destacable, como película independiente, alejada de la obra pictórica, no termina de funcionar. La ambigüedad, muy mencionada durante los 107 minutos en que transcurre el filme, es un arma de doble filo. En Velázquez y en sus Meninas es un valor diferencial, el rasgo que convierte a la pintura en una genialidad. En El cuadro, por el contrario, es un factor adverso: la dificultad para establecer una voz propia más allá de la del mítico pintor juega en su contra | ★★☆☆☆
© Revista EAM / Madrid