Ars longa, Vita... lina
Crónica + palmarés del 57 Festival Internacional de Cine de Gijón.
No podía haber otro final. Tras otorgar sus dos anteriores premios principales a sendos gigantes del cine contemporáneo como Eugène Green y Hong Sang-soo, esta vez Gijón ha dado sus laureles a Pedro Costa. Con Vitalina Varela, que ya ganó el Leopardo de Oro en Locarno, el cineasta portugués ha levantado un monumento cinematográfico, nueva entrega de su trabajo sostenido a lo largo de casi tres décadas con la comunidad caboverdiana del barrio de Fontainhas (Lisboa). Con una metodología de trabajo propia del documental pero una construcción puramente ficcional, Costa nos ha deslumbrado con sus juegos de sombras, sus logros con las texturas de cine digital y su tratamiento en clave fordiana de los elementos naturales. Pero, sobre todo, con la enorme reverencia con la que sus cuadros contemplan a Vitalina, una protagonista que ya se dejaba ver en algunas escenas de Caballo dinero, y el resto del elenco, marginados del sistema a los que las imágenes restituyen su dignidad. En un coloquio con el público, Costa expresó su resistencia ante los modos de producción dominantes y su fe en que el hacer películas pueda ser balsámico para sus actores. El premio, más que un reconocimiento que ya tiene ganado, supone una ayuda económica para que el portugués pueda seguir trabajando con estas convicciones. De paso, nos deja una de las grandes películas de lo que llevamos de siglo y —para el que suscribe— la cumbre de su filmografía.
El entorchado a Costa, además, entraña una coherencia con la línea programática del festival, muy centrada este año en la relación entre el cine y las desigualdades sociales —o al menos, la línea que podemos reconstruir desde nuestra experiencia parcial, puesto que nuestra cobertura se ha limitado a cinco días y no hemos visto todas las películas de la sección oficial—. Del diálogo entre el pasado y el presente de la izquierda, por ejemplo, se nutren dos documentales como El trabajo, o a quién le pertenece el mundo de la directora asturiana Elisa Cepedal y Santiago, Italia del veterano Nanni Moretti. Con la primera, el certamen ha dado espacio a uno de los temas locales candentes: los movimientos de protesta de los mineros. La mirada de Cepedal no es nada complaciente con esa combatividad tan característica del principado. Su película, mezcla de ensayo historiográfico, collage fílmico y convivencia con las actividades sindicales de los mineros, se enfrenta a preguntas inevitables. ¿Los mecanismos de negociación y presión callejera de la izquierda tradicional han dejado de tener validez en una sociedad posindustrial? ¿Son válidas las luchas de los mineros cuando hay algo tan ineludible como que la demanda de su materia prima —el carbón— ha caído por las nuevas políticas ecológicas? ¿Hasta qué punto puede ser vista de forma elegiaca la desaparición del paisaje de chimeneas humeantes y moles de hormigón que este sistema de producción ha dejado en el campo asturiano? Cepedal sugiere todas estas cuestiones a la vez que diversifica las fuentes del filme para dar una dimensión histórica a las contradicciones que plantea. En esta línea, por ejemplo, funciona la larga inserción de una película alemana de los años treinta a la que sigue una escena en la que los vecinos de la cuenca minera la ven en un cine. Su documental, pues, no se limita a registrar el presente o recuperar las imágenes del pasado. Sino que busca por nuevas vías sus puntos de encuentro.
Moretti, a su vez, dibuja una comunidad de antiguos exiliados chilenos del régimen de Pinochet que llegaron como refugiados a Italia en los años setenta. Santiago, Italia plantea un recorrido que va de la elección de Salvador Allende a un presente italiano en el que, sin mencionarlo, se palpa la oscura sombra de Matteo Salvini. El cineasta italiano saca un enorme partido de los modos más convencionales del documental, nutriéndose básicamente de entrevistas de busto parlante e imágenes de archivo. El relato que construye va trazando, de forma sutil pero reveladora, que los testigos que prestan su voz a la cámara siguen formando una comunidad estrecha en el país transalpino. Y que evocan la solidaridad y la calidez que los italianos les dedicaron a su llegada al país, en contraste sangrante con la actualidad del país. El relato es abierta y orgullosamente parcial, como el propio Moretti reconoce en una entrevista con un antiguo torturador de la dictadura chilena.
▼ Vitalina Varela, Pedro Costa.
Eugène Green, Hong Sang-soo y Pedro Costa últimos ganadores del máximo galardón del FICX.
Eugène Green, Hong Sang-soo y Pedro Costa últimos ganadores del máximo galardón del FICX.
Nuestras cinco recomendadas
1. Vitalina Varela (Pedro Costa, Portugal)
2. Saturday Fiction (Lou Ye, China)
3. Fukuoka (Zhang Lu, Corea del Sur)
4. The Projectionist (Abel Ferrara, Estados Unidos)
5. El viaje de Lillian (Andreas Horvath, Austria)
Otro intento de retrato social, esta vez desde la ficción, se erige en Rounds, de Stephan Komandarev. El propio director ha admitido que la película es un intento de diagnosticar los males de la sociedad búlgara que luce hoy por hoy el índice de desigualdad más alto de la Unión Europea. Rounds trenza varias historias de parejas de policías de ronda a lo largo de una noche en Sofia. De ellas se trasluce una pintura decadentista de la capital búlgara punteada por toques de humor. Por coordenadas parecidas, aunque esta vez hablamos de un documental, se mueve Midnight Family, premiada por el jurado FIPRESCI de la sección Rellumes. Al igual que Rounds con los coches patrulla, la película de Luke Lorentzen aprovecha el vehículo sobre el que se construye el relato para realizar su movimiento por las calles nocturnas de la ciudad, en este caso México D.F. La protagoniza la familia propietaria de una ambulancia privada, un peculiar negocio no muy regulado que cubre la escasez del servicio público. Con escenas tan llamativas como las carreras a toda velocidad que hacen entre ellas las ambulancias para llegar las primeras a un paciente, se desprende una crítica desoladora del sistema de salud mexicano.
También dos películas como System Crasher de la alemana Nora Fingscheidt y la australiana Babyteeth de Shannon Murphy se mueven por actitudes socialmente disconformes, aunque desde una vehemencia impostada que está lejos del rigor de Costa. La primera cuenta las andanzas de Benni, una chica de nueve años que trae de cabeza al sistema alemán de protección social por su nutrido historial de agresiones y fugas en los hogares adoptivos por los que ha ido desfilando. Fingscheidt, no contenta con la tendencia al chillido de su protagonista, llena la película de ruido con una banda sonora y un montaje que confunden la estridencia torpe con la auténtica actitud combativa. El resultado, más que desagradable, es agotador. Babyteeth, por su parte, mezcla su trama telefílmica —una adolescente que padece un cáncer— con la irrupción en la vida amorosa de esta protagonista de un joven drogadicto, que pone patas arriba el hogar perfectamente burgués de sus respetables padres. La gracia de la jugada dura poco, y en su tramo final Murphy rompe la coherencia temporal para tirar la trampa sentimentaloide a la que queda reducido todo.
▼ Babyteeth, Shannon Murphy.
Revelación en Venecia revaluada en Gijón.
Revelación en Venecia revaluada en Gijón.
El entorchado a Costa entraña una coherencia con la línea programática del festival, muy centrada este año en la relación entre el cine y las desigualdades sociales.
Mucho más interesante nos resulta El viaje de Lillian, del director austriaco Andreas Horvath. En su cogollo hay una historia de ficción tomada de hechos reales: una mujer llamada Lillian que, en los años treinta, decidió volver a pie a su Rusia natal desde Nueva York. Horvath lleva esta trama a la América contemporánea y prolonga el misterio que rodea a la auténtica Lillian no explicitando sus porqués. Lillian camina, roba comida y ropa, no media palabra, y poco más. En su viaje se va cruzando con distintos personajes en un choque de lo más sugerente. La protagonista, que sin motivos ni palabras se convierte en lienzo en blanco, se dispone frente a una sucesión de códigos culturales que no puede leer, de discursos que reafirman una pertenencia (y con ello una permanencia, algo que también es ajeno a la protagonista) a sus respectivos trozos de tierra. El paisaje y las palabras de los personajes que conforman los encuentros se convierten, con ello, en vistas que pasan sin afección. Así, el viaje de Lillian es un avance implacable que desnaturaliza la forma en la que las comunidades americanas afirman su raigambre: estos discursos, y con ello sus artificialidades, quedan desnudos. Todo ello resulta mucho más llamativo si tenemos en cuenta que, más allá de la historia de Lillian y el trabajo de la actriz que la encarna, la película está hecha con metodologías del documental: los personajes con los que se cruza son auténticos, fruto de los encuentros que el director y la actriz tuvieron a lo largo de un rodaje de nueve meses que siguió el mismo viaje narrado. A Horvath, eso sí, le puede su tendencia al fotorreportaje de National Geographic. La mayoría de las escenas se convierten también en excusas para sacar encuadres muy lucidos de los paisajes, de modo que a menudo encontramos secuencias que no dejan una sola perspectiva posible por utilizar. De nuevo, estamos lejos de Costa en cuanto que Horvath ejemplifica muy bien un mal común al cine contemporáneo: la falta de auténtica confianza en las imágenes, expresada en la ausencia de un trabajo coherente o un compromiso con el punto de vista, con una forma sostenida de mirar al mundo.
Por último, aunque la sombra de Vitalina sea tan alargada, queremos destacar la otra gran película que hemos encontrado en la sección oficial, muy loada en el palmarés con sendos galardones a la dirección y el diseño de producción. En este caso, sí que tenemos una coherencia entre estética y visión social. Se trata de Saturday Fiction, del director chino Lou Ye. Si atendemos a la historia, estamos ante una clásica trama de espías que saca un partido enorme de los bandos en disputa de su escenario: Shanghái en 1941, unos días antes del ataque a Pearl Harbour, por donde transitan los ciudadanos chinos, las fuerzas japonesas de ocupación y los ciudadanos franceses e ingleses que mantienen sus zonas protegidas. Por si no bastara la confusión de bandos, Lou juega a difuminar la continuidad entre su trama y la obra de teatro que representa dentro de la película la protagonista, una actriz y espía interpretada por la gran Gong Li. Una protagonista cuya identidad, como la China despedazada por las potencias coloniales, se emborrona entre sus múltiples lealtades y afecciones, ambas asimismo mezcladas. Pero, si atendemos a la construcción estética, lo que encontramos es un ejercicio de absoluta modernidad dispuesto sobre el trasfondo clasicista de esta historia. Lou rueda en un llamativo blanco y negro digital que le permite sacar un gran partido de la escasez de luz de los interiores, y con una cámara en mano inquieta que delinea con trazos precipitados y cortes ásperos las relaciones entre evanescentes y tirantes de sus personajes. La audacia está, pues, en cómo Lou altera la relación estética con un espacio a priori (cinematográficamente) conocido para explotar lo que, entre el respetable gijonés, ya ha sido motivo de queja: la confusión. Pero, lejos de ser un defecto, en Saturday Fiction se convierte en una cualidad expresiva. Sobre todo cuando, en un tramo final donde todas las tensiones terminan por estallar, este extravío se convierte en una absorbente tormenta de balazos.
Sección oficial a competición
■ Premio Principado de Asturias al mejor largometraje: Vitalina Varela de Pedro Costa (Portugal)
■ Mejor dirección: Lou Ye por Saturday Fiction (China)
■ Mejor actriz: Irini Zhambonas por Rounds (Bulgaria, Serbia, Francia)
■ Mejor actor: Marc Maron por Sword of Trust (Estados Unidos)
■ Mejor guion: Lynn Shelton por Sword of Trust
■ Mejor fotografía: Leonardo Simões por Vitalina Varela
■ Mejor dirección artística: Zhong Cheng por Saturday Fiction
■ Premio especial del jurado: El trabajo, o a quién le pertenece el mundo de Elisa Cepedal (Reino Unido, España)
Cortometrajes
■ Premio Principado de Asturias al mejor cortometraje: Lonely Rivers de Mauro Herce (Francia, España)
■ Mención especial del jurado: Cavalcade de Johann Lurf (Austria)
Premios paralelos
■ Premio del jurado joven al mejor largometraje: El viaje de Lillian de Andreas Horvath (Austria)
■ Premio del jurado joven al mejor cortometraje: Leaking Life de Shunsaku Hayashi (Japón)
■ Premio del público: Las vidas de Marona de Anca Damian (Rumanía, Francia, Bélgica)
■ Premio del público a la mejor ópera prima europea: Enero de Ione Atenea (España)
■ Premio FIPRESCI al mejor largometraje de la sección Rellumes: Sole de Carlo Sironi (Italia, Polonia)
■ Premio FIPRESCI al mejor director de la sección Rellumes: Luke Lorentzen por Midnight Family (México, Estados Unidos)
▼ Lillian, Andreas Horvath.
Un lienzo en blanco.
Un lienzo en blanco.