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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Buenos principios

    Estupidez humana

    Crítica ★★☆☆☆ de «Buenos principios», de Yvan Attal.

    Francia y Bélgica, 2019. Título original: Mon chien Stupide. Dirección: Yvan Attal. Guion: Yvan Attal y Yaël Langmann (basado en la novela de John Fante). Productoras: Same Player / Montauk Films / Good Time Production / StudioCanal / France 2 Cinéma / Scope Pictures. Fotografía: Rémy Chevrin. Montaje: Célia Lafitedupont. Diseño de producción: Samuel Deshors. Reparto: Yvan Attal, Charlotte Gainsbourg, Ben Attal, Adèle Wismes, Pablo Venzal, Panayotis Pascot, Eric Ruf. Duración: 116 minutos.

    El cine del subgénero familiar se arriesga a caer, valga la redundancia, en la familiaridad. Para evitarlo, deben representarse las vicisitudes de la familia en cuestión de tal forma que su verosimilitud nos permita compartirlas y entenderlas, pero al mismo tiempo que su desarrollo cuente con algunos elementos inesperados o únicos, pues al fin y al cabo la mayoría de las familias, aunque puedan tener unas pautas similares, tienen rasgos específicos, que no se encuentran en ninguna otra. Esto debería ser todavía más apreciable cuando la historia nos la narra alguien especialmente comprometido con dicho material, acaparando en este sentido las labores de director, protagonista y coguionista, y hasta el punto de contar con otros miembros de su propia familia en el elenco. Esto es lo que sucede con la última película de Yvan Attal, cuyo anterior trabajo fue la entretenida Una razón brillante (Le brio, 2017), aunque su energía se debía sobre todo al carisma de sus dos personajes principales, interpretados por el veterano Daniel Auteuil y la reveladora Camélia Jordana. Ahora en cambio, en esta nueva película titulada insulsamente Buenos principios (el título original sería traducido literalmente como Mi perro Estúpido, pero al parecer era menos recomendable para la distribuidora ante los presuntos gustos del público general, que preferiría ver otra cinta más del montón antes que algo con cierta personalidad), la desgana se extiende enseguida al reparto. En este acompañan al propio Attal su pareja en la vida real, Charlotte Gainsbourg, y uno de sus hijos en común, Ben Attal, interpretándose prácticamente a sí mismos. Pero como adelantábamos, ello en lugar de dotar a la historia de una cualidad más propia, más profundamente sentida, la hace seguir unos derroteros de lo más ordinarios e intrascendentes.

    Bien es verdad que esta sensación deriva de la propia filosofía del protagonista, un cincuentón que se arrepiente de varias decisiones tomadas a lo largo de su vida, y en particular las que le han conducido a su situación actual de padre de familia, con una mujer con la que se ha extinguido la llama del pasado y con cuatro hijos con distintos grados de rebeldía. Para colmo su vocación de escritor está en horas bajas, pues desde su primera novela no ha vuelto a redactar nada valioso, aunque sus encargos ocasionales les permiten a todos mantenerse holgadamente en una mansión cerca del mar. Vamos conociendo rápidamente estos hechos durante la secuencia de montaje introductoria, guiada por la voz en off de dicho personaje tan desafortunado. Hay que advertir que, obviamente, el mismo comparte la ironía de dicha situación, pues de lo contrario no se entendería una de sus frases pronunciadas en esos primeros instantes, donde prácticamente llega a desear la muerte de sus hijos. El problema es que es difícil identificar exactamente donde pretende situar el cineasta la crítica, si sobre sí mismo o su alter ego, o sobre la imagen que puede dar exteriormente o incluso sobre los caprichos del destino, lo cual sería paradójico. Ante esta indefinición o falta de incisión del mensaje crítico, la trama discurre con demasiada levedad. En otras palabras, Buenos principios no quiere juzgar claramente a nadie, al menos durante buena parte del metraje, pero ante la falta de una dirección del conflicto, o simplemente de una estructura que pueda separar algo mejor los buenos y malos o las virtudes y los defectos, cada trauma aparece de forma anodina, casi frívola, cada discusión surge sin grandes implicaciones ni perturbaciones. Y nos acaba dando igual, por lo antipático que nos está cayendo, que al protagonista se le incendie la casa o le parta un rayo, aunque evidentemente tales accidentes son imposibles en esta tragicomedia de tono tan apagado.

    Mon chien Stupide, Yvan Attal.
    La estrena en España BTeam Pictures.

    «Una mejor utilización del decorado habría contribuido a dar a esta película esa nota de singularidad de la que como decíamos en gran parte carece, en lugar de situarla en una atmósfera que no desprende ni frío ni calor. Y así se siente uno al visionar Buenos principios».


    Otra posibilidad letal habría sido volver al perro del título en su contra, animal que se presenta como el primer y presuntamente principal punto de giro del drama, cuando la familia lo descubre en el jardín de la casa de noche y lo acoge inicialmente sin querer. Pero pronto el perro queda relegado a un burdo alivio cómico, sobre todo mediante el recurrente gag de su excitación sexual que trata de satisfacer subiéndose a las piernas de cualquier persona a su alcance. Al final estas acciones acaban causando vergüenza ajena, y en verdad son pocos los momentos del filme que provocan una gracia genuina. Esto se debe a que el mismo apostaría más por su lado melancólico, aunque este tampoco se explota bien, precisamente partiendo de ese perro que debía ser un elemento esencial del libreto para reforzar la soledad y explotar el cariño del personaje. Sin embargo no lo es, porque apenas hay secuencias donde ello se ponga de manifiesto, y es una pena porque hacia dicho perro podríamos haber sentido bastante más empatía que hacía los seres humanos que lo rodean. Estos tienen algunos intercambios con algo más de chispa, y no falta algún diálogo dotado de cierto ingenio, pero son las excepciones por culpa de una puesta en escena que en lugar de dinamizar un ambiente compuesto durante casi todo el metraje por una sola localización, lo convierte en algo inerte, sin vida. Podría pensarse que de esta forma se busca extender la apatía tanto al escenario como a quienes lo habitan, pero no parece que la intención sea generalizar una impresión de abandono en el seno de una familia acomodada, cuyas preocupaciones no son discernibles desde una perspectiva material. Dicho de otro modo, una mejor utilización del decorado habría contribuido a dar a esta película esa nota de singularidad de la que como decíamos en gran parte carece, en lugar de situarla en una atmósfera que no desprende ni frío ni calor. Y así se siente uno al visionar Buenos principios, curiosamente indiferente ante una fórmula con todos los elementos para triunfar o al menos conectar con el espectador sin que ello se consiga realmente, no por incompetencia en ninguno de sus apartados, sino por falta de riesgo, de innovación, de ir más allá de lo que competentemente puede esperarse | ★★☆☆☆


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid


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