La aclamación de Senna (2010, BAFTA), Amy (2015, Oscar) y Diego Maradona (2019) convierte a Asif Kapadia, realizador británico de origen indio, en uno de los grandes nombres del cine documental, lo que ha llevado al Festival de Mallorca a concederle el Evolution Visionary Award, dándonos la oportunidad de hablar con él en persona bajo el sol de Palma.
Entrevista: Asif Kapadia, director de «Senna», «Amy» y «Diego Maradona».
Texto de Juan Roures | Hotel Es Princep, Palma.
Texto de Juan Roures | Hotel Es Princep, Palma.
Se le conoce especialmente por los documentales, pero ha dirigido también varias películas de ficción, ¿han influido los primeros en las segundas... o viceversa?
Diría que principalmente mi experiencia con la ficción ha afectado cómo hago mis documentales, y quizá justo por eso estos han tenido más fama. Pero ahora me gustaría dedicarme a la ficción desde la perspectiva documentalista.
El tema de sus documentales bien daría para varias películas de ficción...
Pues sí, pero hay algo en determinados personajes reales que me vuelve sobreprotector; quiero retratarlos tal y como son. Yo por ejemplo amo a Muhammad Ali y no quiero ver a nadie interpretarlo, porque nadie puede ser tan bueno como él. No creo que ningún actor pueda convertirse en Ayrton Senna o Amy Winehouse, siquiera unos minutos, por bueno que sea. A mí me interesa la realidad de una persona, sobre todo sus imperfecciones, las cuales aparecen a menudo por casualidad durante la grabación, tras una intensa búsqueda. Ha dejado de interesarme ver a alguien fingir ser otra persona.
Estos documentales comparten una decisión importante: no mostrar a los entrevistados. ¿Por qué?
Siento que la gente habla con más honestidad cuando no grabas su imagen. Y obtener esa honestidad es muy difícil porque en nuestra mente la realidad suele variar: creces y ves la vida de otra manera, a menudo dulcificada. Pero mi trabajo es mostrar cómo era la realidad entonces. La rivalidad entre Senna y Prost, por ejemplo, es difícil de evaluar ahora que Senna ya no vive. Respecto a Amy Winehouse, era importante mostrar quién era en vida, cuando mucha gente fue horrible con ella. Yo busco lanzar a los espectadores al corazón de la historia, y creo que las entrevistas filmadas en la actualidad se convierten en huidas, porque rebajan la tensión y te sacan del relato principal, que no deja de ser un viaje al pasado.
Cierra su último documental con Maradona aceptando por fin la paternidad de uno de sus hijos, la cual se había callado durante treinta años...
¡Sucedió mientras hacíamos la película! Con treinta años de retraso, sí. Lo negó todo ese tiempo. Y ahora creo que tiene once hijos reconocidos en total. Porque la historia se repitió en Nápoles en Sevilla, en Argentina... No puedo contar todas esas historias, claro, así que me centro en una de ellas, probablemente la más sonada.
¿Habría cambiado la perspectiva del documental de suceder esto antes de la producción?
Creo que el proyecto habría permanecido igual, porque a fin de cuentas no iba a contar toda su historia. Con Amy abordé los problemas de adicción, que es un tema muy fuerte, y tuve que investigar mucho; no quería hacerlo otra vez. Maradona fue adicto durante mucho tiempo e hizo muchas cosas malas como resultado de ello, pero yo no quería entrar ahí, quería recordar a los espectadores por qué fue tan grande. Y es que, ahora Maradona es casi una leyenda mítica, la gente ha olvidado el gran futbolista que fue. La época de Nápoles es muy desconocida porque por aquel entonces los medios de comunicación eran otros. Yo quise volver y recordar eso. Esta no es una película sobre un hijo, sino sobre un hombre que decide mentir sobre su hijo, ¿y qué sucede? Que cae en las drogas. Pues bien, aquella fue la época que marcó tanto eso como que se convirtiera en el mejor futbolista del mundo, o sea lo peor y lo mejor de él.
Los documentales suelen tratar de plasmar la realidad, pero la subjetividad es inevitable, ¿cómo lidia con esta dicotomía?
En realidad me siento muy cómodo con eso: soy el primero que afirma que mis películas constituyen sólo mi perspectiva, si bien trato de abarcar lo máximo posible. En televisión se juega contrarreloj todo el tiempo y hay que conseguir alguna declaración cuanto antes, pero yo dedico años a cada película: si alguien que me interesa entrevistar me dice que no, espero lo que haga falta hasta ganarme su confianza. Por ejemplo, para hacer una película sobre Diego Maradona era imperativo hablar con su mujer, Claudia, quien no tiene buena relación con él y por tanto de entrada fue reacia a participar... Pero yo sabía que no podía hacer la película sin su punta de vista, así que esperé hasta conseguirlo. Mi trabajo como documentalista es pensar qué gente conocía al sujeto, quién estaba allí donde yo no pude estar. Sólo así puedo dar con material que nadie ha mostrado antes. Alguien puede relatarme un incidente que yo no tenga forma de mostrar, pero, una vez he entendido qué pasó, puedo recurrir a otro material que muestre esas mismas sensaciones. A final, para contar la historia con imágenes, debo recurrir a una realidad construida, es inevitable. Pasa lo mismo con cada libro adaptado al cine: hay que editarlo, librarse de cosas. En un documental no puedes contar cada minuto de una vida, tienes que recurrir a pequeños detalles en representación de un todo.
Sus documentales son ciertamente extraordinarios y mucha gente lo piensa así; seguro que le han ofrecido hacer películas de muchas personalidades...
No sería educado decir los nombres de las personas que he rechazado, pero han sido muchas [risas]. Tras Senna y Diego Maradona, muchísimas personalidades deportivas se me acercaron para que hiciera un documental sobre su vida. Yo soy gran amante del mundo del deporte y muchos de ellos son geniales, ¡pero también aburridos! Hacer una película sobre alguien brillante para mí no es interesante; lo que me atrae es esa humanidad que brota de los defectos. Quiero contar historias de personas con contrastes, que han sido muy amadas pero también muy odiadas, no siempre justamente. Aparte, a menudo siento que quienes buscan una película sobre ellos en realidad no están dispuestos a abrirse como un documental necesita, incluso que son realmente sus representantes los que anhelan la película. Hoy en día parece que la forma de confirmar que eres famoso sea tener una película sobre ti. Tienes miles de seguidores de Instagram, tienes una corporación internacional, tienes muchos patrocinadores... y sólo te falta la película, sea como personaje o incluso como actor. El mundo de la fama a mí no me interesa.
A usted, ¿le ha cambiado la fama?
Quizá cambia a la gente que me rodea más de lo que me cambia a mí, pues mi modo de trabajar sigue siendo el mismo. Es más, he hecho películas de las que estoy muy orgulloso que no han ganado ningún premio, así que no miro con otros ojos a las películas que sí han triunfado.
Y su vida, ¿daría para un documental?
No es la primera vez que me lo preguntan. Y posiblemente la respuesta sea positiva, ya que soy un director con un pasado poco convencional. A mí me interesan mucho las vidas que pueden verse como un viaje y mi existencia ciertamente ha sido uno. En 1997 yo era un estudiante y leí la biografía sobre Maradona de Jimmy Burns; fue muy controvertida porque hablaba de cosas que nadie había contado antes. Yo por aquel entonces me estaba educando en un contexto poco prestigioso: mi procedencia era india y pobre, así que tuve que escalar poco a poco, luchando duramente. Cuando empecé a hacer películas había muy poca gente de piel marrón o asiática en la industria. Para colmo mi contexto era musulmán, con lo que se me decía que no debía hacer películas, que no dejan de ser “falsas imágenes”... Pero con diecisiete años estuve en un rodaje por primera vez y fue increíble; decidí que quería viajar y descubrir el mundo. A raíz de eso, mi carrera ha sido muy internacional: he rodado en el desierto, en los Himalayas, el polo norte, Brasil, Italia, Argentina... De hecho, Amy es la única película que he rodado en casa.
¿Pero dejaría que alguien hiciera un documental sobre usted?
Pues varios amigos que son cineastas me han planteado la posibilidad, pero siempre les digo lo mismo: que es demasiado pronto. Aún me queda mucho por vivir.