Perro desaparecido y reencontrado
Crítica ★★★☆☆ de «Diecisiete», de Daniel Sánchez Arévalo.
España, 2019. Presentación: Festival de San Sebastián 2019. Dirección: Daniel Sánchez Arévalo. Guion: Daniel Sánchez Arévalo y Araceli Sánchez. Productora: Atípica Films. Fotografía: Sergi Vilanova. Montaje: Miguel Sanz Esteso. Música: Julio de la Rosa. Vestuario: Alberto Valcárcel. Reparto: Biel Montoro, Nacho Sánchez, Lola Cordón, Chani Martín, Itsaso Arana. Duración: 100 minutos.
A veces cuesta volver a casa. Bien lo sabe Daniel Sánchez Arévalo, que después de su celebrada ópera prima, AzulOscuroCasiNegro (2006), nos entregó un puñado de películas interesantes pero irregulares, la última de las cuales fue La gran familia española (2013). Desde entonces no había dirigido un largometraje en solitario, algo quizá frecuente con otros cineastas pero más inesperado para este joven director acostumbrado a contarnos historias familiares, de desarrollo coral y prolífico. Después de este tiempo por tanto lo más oportuno era regresar con una cinta sobre seguro, fiel a su estilo, sin estridencias ni grandes innovaciones. Pero a veces la previsibilidad puede ser un buen cauce para incorporar algún elemento novedoso, alguna crítica o algún mensaje de mayor actualidad o al menos no tan trillado en el cine. Y es que si el grueso de la trama discurre por un camino conocido, tanto en su fondo como en su forma, la estructura ya está medio montada y entonces se puede decorar más fácilmente con alguna subtrama distinta, con una premisa o un desenlace menos comunes. He aquí quizá el mayor atractivo de Diecisiete, presentada hace pocos días en el festival de San Sebastián, y ahora recién llegada a nuestra cartelera de forma limitada, antes de difundirse en Netflix a partir del 18 de octubre. Valga este dato también para recordar que el cambio de plataformas, de modelos de exhibición, no tiene por qué alterar la forma de contar historias, pues de hecho esta plataforma en concreto suele apostar asimismo sobre seguro, salvo cuando se trata de promover a grandes y contados nombres. Y Arévalo, por su trayectoria, desafortunadamente no lo es.
Hablar de regresos, caminos y trayectorias para referirnos a este filme es especialmente apropiado por su naturaleza de road movie, el envoltorio genérico de una tragicomedia que sigue las vicisitudes de dos hermanos en la carretera. El más pequeño, adolescente, se ha escapado de un centro de menores en busca de un perro que le ha sido confiado semanalmente para aprender a comportarse mejor y con el que acaba encariñándose. El animal proviene de una perrera y gracias al aprendizaje que a su vez le inculca el joven, se comporta igualmente de forma más dócil y cariñosa hasta que es adoptado, y entonces ya no visita cada semana a nuestro insensato héroe. Así que este pide ayuda a su hermano mayor para irse los dos juntos en la caravana de este último, acompañados además por su abuela moribunda, pues de paso quieren ir hasta su pueblo natal para enterrarla. Tenemos por tanto una doble meta: encontrar al perro y enterrar a la abuela, pero ambos se convierten rápidamente en Macguffins cuyo éxito o no acaba siendo casi irrelevante frente al foco principal de la narración, que no es otro que la relación entre esos dos personajes principales. A través de sus conversaciones vamos sabiendo que antes se llevaban muy bien, pero algo se rompió: crecieron, se distanciaron y su respectivo carácter conflictivo, cada uno a su manera, les llevó a seguir vidas muy distintas… o quizá no tanto. En el fondo se compenetran bien, convergen en un hábitat parecido, tienen ideas similares sobre la comprensión del bien y del mal, por mucho que el hermano mayor recrimine al menor que este es capaz de robar compulsivamente sin pensárselo dos veces. No es una actitud paternalista ni autoritaria, sino indirectamente cómplice, y así el propio hermano mayor acabará incurriendo en el mismo delito.
▼ Diecisiete, Daniel Sánchez Arévalo.
Tras ser presentada fuera de competición en el 67SSIFF, se estrena primero en salas (4 de octubre) y después en Netflix (18 de octubre).
Tras ser presentada fuera de competición en el 67SSIFF, se estrena primero en salas (4 de octubre) y después en Netflix (18 de octubre).
«Una cinta que por lo demás confía en el carisma de sus dos intérpretes, en unos diálogos con cierta gracia y en general en una puesta en escena competente, sin nada memorable. Casi todo es previsible, pero en estos tiempos de cinismo y rebelión se agradece».
El lenguaje criminal es recurrente en Diecisiete, introducido por la juez que sentencia al pequeño ladrón a la citada detención, regalándole un Código Penal para que se lo aprenda durante sus dos años de encierro. Y sigue el consejo al pie de la letra, hasta el punto de memorizar cada artículo del texto en el tiempo indicado, de tal manera que quizá cómo mejor podría invertir su tiempo sería opositando a judicaturas. En realidad su afán por familiarizarse con el Código Penal proviene de un autismo que le lleva a centrar su atención en un objeto o en una materia con tanto ahínco que se convierte en parte suya. Lógicamente esta asimilación es más fructífera con un ser vivo, y así el citado perro sustituye enseguida al deteriorado Código. El último paso será la sustitución del animal por el ser humano. Sin embargo, y aquí está el elemento más novedoso o actual, esta película transmite un insospechado mensaje animalista, que no está planteado de primeras o en la superficie, sino que se deriva de determinadas escenas, como la de la perrera o una posterior con unas vacas, aparte por supuesto del propio seguimiento del mentado perro. Este coprotagoniza una temprana secuencia de montaje que está hermosamente rodada, donde vemos esa evolución entre el joven y su nueva mascota, desde el recelo hasta la hermandad. De ahí el paralelismo con la relación fraternal, lograda cuando el hermano no se sitúa por encima sino al mismo nivel de confianza y elementalidad que el perro. Hay otro por cierto que pasa a “cuidar” de la abuela moribunda, y tiene casi más importancia que el primero, aunque no protagoniza realmente ninguna escena, sino que simplemente figura de forma casi accesoria. En otras palabras, lo que aparece en primer plano al comienzo de la historia acaba quedando relegado, difuminado o superado, y con ello también se rebaja la emoción que quedaba apuntada al principio, pues lo importante para Arévalo está paradójicamente en los referentes que pueden pasar más desapercibidos. En suma, toda esta interpretación es el valor añadido de una cinta que por lo demás confía en el carisma de sus dos intérpretes, en unos diálogos con cierta gracia y en general en una puesta en escena competente, sin nada memorable. Casi todo es previsible, pero en estos tiempos de cinismo y rebelión se agradece | ★★★☆☆
© Revista EAM / Festival de San Sebastián