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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Día de lluvia en Nueva York

    Regreso a Manhattan

    Crítica ★★★☆☆ de «Día de lluvia en Nueva York», de Woody Allen.

    Estados Unidos, 2019. Título original: A Rainy Day in New York. Dirección: Woody Allen. Guion: Woody Allen. Productoras: Gravier Productions / Perdido Productions. Fotografía: Vittorio Storaro. Montaje: Alisa Lepselter. Diseño de producción: Santo Loquasto. Decorados: Sarah Dennis. Reparto: Timothée Chalamet, Elle Fanning, Selena Gomez, Liev Schreiber, Jude Law, Diego Luna, Cherry Jones, Rebecca Hall, Annaleigh Ashford, Kelly Rohrbach. Duración: 92 minutos.

    A sus 83 años Woody Allen no busca reinventar nada. El cine ha sido su terapia, con una película estrenada al año como regla general y casi como norma de subsistencia, desde que inició su carrera como director a finales de los años 60. Era una época muy distinta de la actual. También se definió por el cambio, la superación de viejos códigos y la llegada de nuevas voces. Pero esas miradas que entonces fueron casi subversivas ahora se han quedado anticuadas (mencionamos ya al respecto un título con el que comparte bastante el que vamos a reseñar: Lío en Broadway, dirigida por Peter Bogdanovich en 2014), en el marco de una industria actual que busca revertir otro tipo de códigos. Ya no son estrictamente cinematográficos sino que van más allá, se plantean los temas de la representación social, la discriminación, las repercusiones mediáticas y políticas de cada obra, hasta el punto de que cada vez es más difícil juzgar una película haciendo caso omiso de todas estas derivaciones. Son ellas las que han llevado a postergar el estreno de su último filme y a sus protagonistas a desmarcarse del mismo. Aunque luego ha sido absuelto por la justicia, su figura ha quedado manchada, su reputación resquebrajada, y ello se proyecta sobre una cinta que no tantos celebran como la oportunidad de disfrutar de otro trabajo de un director tan reconocido en tan avanzada edad. El eterno debate sobre la disociación entre creación y creador parece admitir una sola respuesta en el clima en el que vivimos, al abundar las posiciones sentenciosas en lugar de la reflexión matizada, que es la que piden casos complejos como este. Aunque Allen busca simplificarlo hablando solo a través de su cine, que es su forma de vida, sus elementos antaño rebeldes y refrescantes ahora se antojan indebidamente conservadores.

    Día de lluvia en Nueva York reúne desde su propio título esos elementos que en seguida asociamos a este cineasta, empezando por la constricción espaciotemporal: un solo día (aunque más precisamente esta historia transcurre a lo largo de dos jornadas) en la ciudad que lo ha definido. Y con la lluvia de por medio, acorde a la nostalgia que impregna la narración centrada en un personaje que aparece como enésimo álter ego del neoyorquino. Ahora este se apoya en los rasgos del ya grande Timothée Chalamet, que de primeras nadie diría que se parece al director/antiguo actor, por su altura y compostura. Pero pronto adopta sus tics, su forma de hablar e incluso su vestimenta, anacrónica, extraña en un joven y adinerado universitario, aunque quizá no tanto teniendo en cuenta que se llama Gatsby y se ajusta a todo ese personaje que conocemos bien, pues es uno entre otros semejantes de esta idiosincrática filmografía. Aprovechamos este punto para valorar que, aunque ningún sujeto de esta historia es demasiado original y todos rozan el estereotipo, la familiaridad permite a Allen dibujarlos de forma muy clara, y por ende meritoria. Solo con una breve percepción y un par de diálogos la sensación para el espectador es de reconocimiento inmediato, sabe de donde viene cada uno y adonde va, lo que pretende y lo que piensa. Esta capacidad para el retrato de personajes siempre ha sido uno de los puntos fuertes del director, aunque como decíamos se apoye en caminos ya muy transitados. En cualquier caso provoca una sensación curiosa, porque la identificación se contrapone al esbozo, por la ligereza o escasa profundidad de la narración, y su consiguiente y desafortunada generalización.

    A Rainy Dain in New York, Woody Allen.
    La deliciosa vuelta de Woody Allen que estrena en España A contracorriente.

    «La historia funciona […]de forma inevitable, por lo infalible de la fórmula y el buen ritmo en el que se suceden las variopintas peripecias, pues los diálogos conservan igualmente su gracia y fluidez».


    Esto es patente en la chica que interpreta Elle Fanning, catalizadora del relato, pues la estancia en Nueva York con su novio (Chalamet) deriva del encargo que aquella debe cumplir, una entrevista para el periódico de su universidad de un célebre director de cine en horas bajas (Liev Schreiber). Su encuentro la conduce a otros con celebridades del mundillo, en particular un guionista (Jude Law) y un actor (Diego Luna) y todos ellos tienen hacia ella un interés claramente sexual. Ella al principio quiere centrarse en su trabajo pero acaba cayendo voluntariamente en la trampa, en concreto cuando es seducida por el actor. Esta secuencia es bastante discutible a nivel de guion, porque entonces la chica parece abandonar su presunta inteligencia y Allen se ceba con ella despojándola de todo menos su ropa interior y obligándola a deambular de esta guisa por la noche lluviosa; así como a nivel de montaje, porque mientras ella abandona desabrigada y engañada el piso del actor, hay un innecesario plano en paralelo con este último besando a su mujer que ya no solo insulta la inteligencia de la que pensábamos que era nuestra heroína, sino la del espectador. Su deriva ya no ingenua sino directamente estúpida llega en su último intercambio con Gatsby, con unas réplicas finales de necia confusión y una mirada atónita y simplona. En resumen, la chica sería la mala de la película por lo nefasto de su evolución, contrapuesta a la de su novio que con tanto cuidado había ideado para ella la estancia perfecta en Manhattan. Repentinamente solo, este se topa con la hermana menor (Selena Gomez) de su anterior novia, y en la primera escena juntos tienen que simular un beso para un cortometraje que está rodando un amigo. Desde ese momento adivinamos con quién acabará el protagonista, y entonces dicho desenlace es cuanto menos anticlimático, pues llega como inevitabilidad sin ningún suspense previo, y aprovechándose además de la instrumentalidad de esos otros personajes.

    En otras palabras, mientras que a primera vista podíamos sentirlos fácilmente como personas de carne y hueso y empatizar con ellos, al final están excesivamente sintetizados, casi objetivizados. El desarrollo es entonces opuesto al de una narración al uso, que a medida que avanza va desgranando los caracteres y motivaciones de sus referentes físicos: frente a ello, Día de lluvia en Nueva York presenta estos rasgos personales desde un primer vistazo al personaje respectivo, pero luego no los desarrolla, sino que los reduce o los deja mermados. Y aquí es donde encontramos la acusación general de conservadurismo que adelantábamos, más allá de que pueda concretarse en determinados puntos del guion, como la visión de la prostitución o la del adulterio. Dicho esto, por censurables que sean estos extremos, la historia funciona también de forma inevitable, por lo infalible de la fórmula y el buen ritmo en el que se suceden las variopintas peripecias, pues los diálogos conservan igualmente su gracia y fluidez y el montaje es correcto. Técnicamente el conjunto goza de la fotografía del maestro Storaro, con un gran dominio de los colores cálidos pese a lo nublado de la atmósfera, y se compenetra bien con el tradicional estilo de Allen basado en los planos secuencia de pautados movimientos. Por ello tampoco estos aspectos sorprenden, no hay ya apenas lugar para la improvisación ni el riesgo, pero en el fondo este es el principal reclamo de una cinta consciente de su público fiel, de otra época, inamovible e imperturbable ante todos los elementos más o menos ajenos que la puedan rodear | ★★★☆☆


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid


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