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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Hotel Bombay

    Oda al héroe anónimo

    Crítica ★★★☆☆ de «Hotel Bombay», de Anthony Maras.

    Australia, 2018. Título original: Hotel Mumbai. Director: Anthony Maras. Guion: John Collee, Anthony Maras. Productores: Mike Gabrawy, Gary Hamilton, Basil Iwanyk, Andrew Ogilvie, Julie Ryan. Productoras: Coproducción Australia-Estados Unidos-India; A Hamilton and Electric Pictures Production / American Entertainment Investors / Double Guess / Screen Australia / ScreenWest / South Australian Film Corporation / Thunder Road Pictures / Xeitgeist Entertainment Group. Fotografía: Nick Matthews. Música: Volker Bertelmann. Montaje: Anthony Maras, Peter McNulty. Reparto: Armie Hammer, Dev Patel, Jason Isaacs, Nazanin Boniadi, Angus McLaren, Anupam Kher, Natasha Liu Bordizzo, Tilda Cobham-Hervey, Suhail Nayyar.

    El 26 de noviembre de 2008 es una fecha que, desgraciadamente, Bombay nunca podrá olvidar. La ciudad portuaria más importante del subcontinente indio y cuarta más poblada del mundo vivió uno de los episodios más trágicos de su historia cuando una banda armada, compuesta por quince miembros de Muyahidenes del Decán, un grupo islamista poco conocido, perpetraron una serie de atentados que terminaron con el devastador saldo de 173 personas fallecidas (30 de ellas extranjeras) y más de 300 heridos. Doce ataques se registraron durante aquella fatídica jornada en el centro neurálgico financiero de la India, comenzando en las estaciones de trenes y extendiéndose, de manera perfectamente coordinada, a la sede de la policía del Sur de Mumbai, el Hospital Cama, el Leopold Café y varios hoteles de cinco estrellas, entre ellos el lujoso Taj Mahal Palace & Tower, donde cientos de personas fueron retenidas como rehenes por los desalmados pistoleros. El cine se ha acercado en multitud de ocasiones al sinsentido del terrorismo, el fanatismo religioso y el odio racial, recreando, con mayor o menor acierto, algunos de los capítulos más negros que han sacudido los más diversos rincones del planeta, ya sea recurriendo a un dramatismo tan efectista como contundente –aquellas Hotel Rwanda (Terry George, 2004), Disparando a perros (Michael Caton-Jones, 2005) que recrearon el genocidio tutsi de 1994– o, como en el caso del realizador Paul Greengrass, elaborando un estilo semidocumental tan realista como escalofriante, patente en sus visiones de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos en la magistral United 93 (2006) y del atentado más sangriento de la historia de Noruega en 22 de julio (2018). El cortometrajista Anthony Maras ha escogido mantenerse en una cómoda y nada arriesgada tierra de nadie entre esas dos maneras de afrontar la tragedia en pantalla en Hotel Bombay (2018), su atractiva ópera prima en la que narra la pesadilla que vivieron los funcionarios y huéspedes del Taj Mahal Palace & Tower durante las interminables horas en que los terroristas tomaron el edificio empleando una violencia inusitada.

    No cabe duda de que los responsables de la película se documentaron a conciencia para dotar a la historia de la mayor veracidad posible. Los guionistas contaron con la colaboración del gobierno y testimonios de primera mano de supervivientes que pudieron contarlo, así como acceso a grabaciones telefónicas, informes e imágenes de archivo que sirvieron para elaborar un acercamiento a aquel 26 de noviembre tan riguroso como respetuoso con las víctimas. Con semejantes mimbres, Maras podría haber seguido los pasos de Greengrass para construir un escalofriante drama de supervivencia pero, finalmente, ha preferido dejarse seducir por el espectáculo de suspense y acción, con connotaciones mucho más comerciales, que toma algunos de los tópicos más recurrentes del cine de catástrofes como modelos a seguir. Así, la cinta comienza con la consabida presentación rápida del multicultural grupo de personajes que será puesto a prueba en la situación de peligro que tendrán que atravesar, como un matrimonio acompañado por su bebé y la fiel niñera, una pareja de jóvenes novios, un mujeriego empresario ruso de vuelta de todo o los empleados del hotel, encabezados por el valeroso jefe de cocina y un humilde camarero reconvertido para la ocasión en héroe a la fuerza. Todos estos personajes están dibujados a grandes rasgos, sin profundizar demasiado en sus personalidades o en las relaciones que mantienen entre ellos, aunque las actuaciones de actores tan famosos como Armie Hammer o Jason Isaacs son lo suficientemente correctas como para darles algo de dimensión dentro de lo arquetípicos que resultan. El mejor papel se lo lleva Dev Patel, que ofrece una interpretación enérgica y carismática como el pobre ayudante de cocina que no duda en arriesgar su vida para ayudar al máximo número posible de personas alojadas en el hotel, que, además, simboliza la solidaridad y la profesionalidad (basada en un servilismo casi humillante) demostradas por los empleados del recinto, que desempeñaron una impecable labor para proteger a los turistas que tenían hospedados. No en vano, la consigna del director era tratar a sus clientes como si fuesen Dios.

    «Tal vez se le pueda achacar a la película de Maras, con toda razón, la escasa profundidad de sus ficticias criaturas, y el tratamiento descarnado de la violencia servida como espectáculo, algo que la emparenta más con productos de acción como Jungla de cristal (John McTiernan, 1988) o Golpe de estado (John Erick Dowdle, 2015), pero la fuerza intrínseca de los hechos reales que narra es tan poderosa que hace que el espectador jamás pierda el interés».


    Hotel Bombay es un filme innegablemente entretenido y dinámico. Posee un ritmo impecable y las secuencias de acción están rodadas con oficio. Lástima que la película falle a la hora de conseguir un mínimo de esa hondura dramática que hizo de Hotel Rwanda un éxito, recurriendo a elementos un tanto manipuladores para causar inquietud en el espectador (las escenas de la niñera y el niño escondidos en un armario de los asesinos). Se agradece, no obstante, que la historia no se cuente únicamente a través de los ojos de los turistas en apuros y que los guionistas se preocupen en distribuir los minutos entre la policía que actuó, sobrepasada por las circunstancias, para frenar el ataque terrorista y, sobre todo, los mismos terroristas, obcecados en cometer el mayor derramamiento de sangre posible en nombre de la religión. Del mismo modo, resulta todo un acierto la labor de ambientación, recreando hasta el mínimo detalle de ese escenario de lujo que acabó teñido de rojo, convirtiendo cada estancia (suites, cocinas, pasillos o escaleras) en un auténtico infierno sembrado de cadáveres. Tal vez se le pueda achacar a la película de Maras, con toda razón, la escasa profundidad de sus ficticias criaturas, y el tratamiento descarnado de la violencia servida como espectáculo, algo que la emparenta más con productos de acción como Jungla de cristal (John McTiernan, 1988) o Golpe de estado (John Erick Dowdle, 2015), pero la fuerza intrínseca de los hechos reales que narra es tan poderosa que hace que el espectador jamás pierda el interés de lo que sucede en pantalla y pueda hacerse una ligera idea de la magnitud de la pesadilla vivida por aquellas personas. Con la cantidad de información acumulada por sus creadores para su concepción y su rigurosidad histórica, Hotel Bombay podría haber sido la película definitiva sobre las devastadoras consecuencias del terrorismo islámico en la sociedad, mostrando que en este tipo de guerras nunca hay vencedores y todos salen perdiendo, pero se ha quedado en un simple aunque trepidante vehículo de suspense cargado de situaciones límites y vistosas set pieces de acción. En definitiva, un producto técnicamente irreprochable que colmará las expectativas de un público que solo busque dos horas de adrenalina en estado puro | ★★★☆☆


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


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