Niños de hoy, adultos del mañana
Crítica ★★★★★ de «We the Animals» de Jeremiah Zagar.
2018, Estados Unidos. Título original: We the Animals. Director: Jeremiah Zagar. Guion: Jeremiah Zagar, Daniel Kitrosser (Novela: Justin Torres). Productores: Andrew Goldman, Christina D. King, Paul Mezey, Jeremy Yaches. Productoras: Cinereach / Public Record. Fotografía: Zak Mulligan. Música: Nick Zammuto. Montaje: Keiko Deguchi, Brian A. Kates. Reparto: Evan Rosado, Raúl Castillo, Sheila Vand, Isaiah Kristian, Josiah Gabriel.
Que la infancia es la etapa más feliz y a la que todo ser humano querría volver en algún momento de su vida es una idea mitificada que no siempre se ajusta con la realidad. No todos los niños tienen la suerte de nacer en familias amorosas y protectoras que velan para que tengan la mejor educación, colmándoles de caprichos y comodidades. A veces, las circunstancias que rodean a un menor no son todo lo idílicas que cabría esperar, convirtiendo su camino hacia la madurez en una amalgama de experiencias no demasiado agradables o, directamente, traumáticas. Este delicado proceso vital, el de la niñez, sobre cuyas vivencias se forjan el carácter y la identidad del futuro adulto, se ha reflejado, de manera desnuda y realista, sin concesiones a la sensiblería, en títulos tan memorables como Boyhood (Richard Linklater, 2014) o Moonlight (Barry Jenkins, 2016), donde sus jóvenes protagonistas tenían que lidiar con relaciones familiares complicadas o entornos sociales sórdidos, en los que la violencia o las drogas están a la orden del día. Jeremiah Zagar, realizador forjado en el campo del documental, parece querer seguir los pasos de aquellas cintas para afrontar su primera experiencia en el cine convencional, adaptando una novela semi biográfica de Justin Torres, donde el escritor (que colaboró estrechamente en el desarrollo del guion de la película) plasmó muchas de sus experiencias vividas durante su infancia en Nueva York. We the Animals no podría haber tenido un mejor aliado que su debutante director tras las cámaras para extraer todo el potencial de la fuente literaria de la que procede, ya que la mirada analítica, curiosa y ávida de pequeños detalles de Zagar se revela como una herramienta perfecta a la hora de dibujar en pantalla, más que un típico drama familiar, un cautivador retazo de vida que coquetea con la poesía visual del mejor Terrence Malick, apoyándose en la portentosa fotografía de Zak Mulligan para dejar algunas de las imágenes más hermosas del cine norteamericano de 2018.
La “historia”, o, más bien, los acontecimientos relatados en We the Animals, transcurren en un vecindario rural de la Nueva York de la década de los 80 y tienen como protagonista a una familia un tanto caótica. Los padres, a los que solo conocemos con los nombres de “Paps” y “Ma” con los que sus hijos se dirigen a ellos, conforman un matrimonio de clase trabajadora que no sabe dosificar la pasión que se profesa de un modo sano y equilibrado. El progenitor, de origen portorriqueño, es un tipo brusco y agresivo, al que le cuesta conservar los trabajos como consecuencia de su ingobernable carácter, mientras que la madre, estadounidense y blanca, trata de mantener en pie, sin demasiado éxito, la destartalada familia que ambos empezaron a construir cuando eran solo unos adolescentes. La relación tóxica que la pareja mantiene, con constantes idas y venidas y episodios de violencia doméstica intercalándose con otros de aparente felicidad –maravillosa la escena del paseo familiar en camioneta bajo un cielo estrellado–, es mostrada desde la óptica de sus tres hijos pre-adolescentes, poniendo el foco de atención en la perspectiva que, sobre aquellos días agridulces, tiene el menor de ellos, Jonah, un niño dotado de una especial sensibilidad que se contrapone con las actitudes más salvajes de unos hermanos mayores que, sin duda, empiezan a repetir el modelo de conducta del padre, llegando a cometer pequeños actos de vandalismo en los que la violencia está presente. La cámara de Zagar se recrea en los expresivos ojos azules de Jonah para, a través de ellos, mostrarnos la realidad (todo lo distorsionada que se quiera por la ingenuidad y fantasía propias de la edad) de una familia que, a pesar de sus carencias y errores, trata de mantenerse unida con la esperanza de que el futuro sea mejor para ellos. La película no es otra cosa que una contemplativa sucesión de experiencias y estados de ánimo por los que atraviesa el muchacho y que, pese a su (solo) aparente intrascendencia, contribuyen a fijar los cimientos del adulto en el que, inexorablemente, se acabará transformando.
«Pocas veces una ópera prima alcanza la fuerza y el calado emocional que ha conseguido Zagar en este debut, caracterizado por unas actuaciones muy naturales, tanto de los intérpretes adultos, como de los tres pequeños, que logran una complicidad tal en la pantalla que hace que creamos absolutamente que sean hermanos».
La mirada que, sobre la infancia desarraigada, ofrece We the Animals está también muy ligada a aquella mostrada en la excelente The Florida Project (Sean Baker, 2017), poblada de niños asilvestrados que pasan el día en las calles sin la conveniente supervisión de unos descuidados progenitores, pero, también, va un paso más allá para, al igual que en Moonlight, tratar un tema tan delicado como es el del descubrimiento de la identidad sexual en la niñez. Jonah es un chico especial, que disfruta más escribiendo o realizando creativos dibujos en una libreta que oculta bajo el colchón de su cama que bañándose en el lago o haciendo travesuras junto a unos hermanos con los que cada vez se siente menos identificado. La madre, consciente de la fragilidad del pequeño, intenta protegerle de la brusquedad del entorno. La película arriesga al introducir numerosas escenas en las que las ilustraciones creadas por el niño parecen cobrar vida, mediante una animación tan minimalista como agresiva, funcionando como impagable reflejo de los conflictos internos (especialmente, aquellos que giran en torno a sus incipientes deseos homosexuales) que sufre en silencio. We the Animals es un descarnado e íntimo viaje de autodescubrimiento en el que su joven protagonista va distanciándose de su familia conforme empieza a tener consciencia de lo que está bien y lo que no, así como de cuál es el camino que quiere empezar a seguir para convertirse en el adulto (y posible artista) que desea ser. Pocas veces una ópera prima alcanza la fuerza y el calado emocional que ha conseguido Zagar en este debut, caracterizado por unas actuaciones muy naturales, tanto de los intérpretes adultos, unos viscerales Raúl Castillo y Sheila Vand, como de los tres pequeños (con mención especial de Evan Rosado, un prodigio de madurez en su difícil papel de Jonah), que logran una complicidad tal en la pantalla que hace que creamos absolutamente que sean hermanos. Es una lástima que una de las obras más conmovedoras, sinceras y valiosas del año permanezca inédita en España un año después de un triunfal paso por festivales, algo que deja en evidencia las dificultades que encuentra el gran cine de autor para hacerse un hueco en unas carteleras dominadas por propuestas comerciales y vacuas | ★★★★★
José Martín León
© Revista EAM / Madrid