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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Alcanzando tu sueño (Teen Spirit)

    Manual de fabricación de una estrella pop

    Crítica ★★★☆☆ de «Alcanzando tu sueño», de Max Minghella.

    Reino Unido, 2018. Título original: Teen Spirit. Director: Max Minghella. Guion: Max Minghella. Productores: Fred Berger, Michael S. Constable. Productoras: Coproducción Reino Unido-Estados Unidos; Automatik Entertainment / Blank Tape / Head Gear Films / Metrol Technology. Fotografía: Autumn Durald. Música: Marius De Vries. Montaje: Cam McLauchlin. Reparto: Elle Fanning, Zlatko Buric, Agnieszka Grochowska, Archie Madekwe, Ruairi O'Connor, Rebecca Hall, Millie Brady, Ria Zmitrowicz.

    Si hay alguien que sepa qué se siente al haber alcanzado su sueño a muy temprana edad, esa es Elle Fanning. Hermana menor de otra célebre niña prodigio, Dakota Fanning, pronto comenzó a acaparar la atención de los focos gracias a su angelical presencia y una fotogenia extraordinaria, demostrando, además, que no hay personaje que se le resista. No solo ha llegado a eclipsar a Dakota sino que se ha convertido en una de las actrices más solicitadas del panorama actual, pudiendo presumir de haber trabajado a las órdenes de cineastas tan prestigiosos como Cameron Crowe, Nicolas Winding Refn, Woody Allen, David Fincher, John Cameron Mitchell, Francis Ford Coppola o su hija Sofia, para la que sirvió de musa en dos películas. Ahora ha sido el actor Max Minghella, hijo del director Anthony Minghella –El paciente inglés (1996), El talento de Mr. Ripley (1999)– quien la ha escogido para protagonizar su ópera prima como realizador, Teen Spirit (2018), que en España se ha estrenado con el impersonal título de Alcanzando tu sueño. Se trata de una especie de fábula musical sobre la lucha de una adolescente de 17 años, de raíces polacas y humildes, que vive en la Isla de Wright (Inglaterra), para lograr ser una estrella de la canción. Un cuento de hadas moderno que trata de vender esa moraleja tan manida de que los sueños se pueden cumplir a base de tesón, esfuerzo y algo de suerte, y que no representa nada nuevo bajo el sol si recordamos los ejemplos de las dos versiones de Ha nacido una estrella protagonizadas por Barbra Streisand y Lady Gaga, aunque dentro de unas coordenadas menos dramáticas y en clave más juvenil. Aquí la protagonista tiene que demostrar a un entorno hostil que posee una voz privilegiada con la que podría llegar lejos en el mundo de la música en lugar de estar desperdiciando su talento en sus colaboraciones en el coro de la iglesia o en ocasionales actuaciones que realiza, para un público ebrio e ingrato, en el karaoke del bar de mala muerte donde trabaja para sacarse un dinero extra con el que ayudar a su madre a afrontar las fuertes deudas económicas que amenazan con hacerles perder su granja.

    Max Minghella se ocupa también de la escritura de un guion tan aséptico como convencional, que no aporta ninguna novedad destacable al género, pero, consciente de la escasa relevancia del material que tiene entre manos, acierta de pleno en el amor que desprende hacia sus personajes, especialmente presente en esa Violet introvertida y cabezota a la que con tanta garra da vida Elle Fanning (si alguna vez el cine le cerrara sus puertas, cosa muy poco probable, tendría un futuro asegurado como estrella del pop, dada la seguridad con la que se mueve sobre los escenarios y sus sorprendentes aptitudes para el canto) y en la especial relación que establece con Vlad (maravilloso actor de origen ucraniano Zlatko Buric), un anciano alcohólico que esconde un pasado como cantante de ópera y que se convierte en el improvisado mánager de la chica en su camino hacia ese talent show que da título a la película y que podría hacer de ella una celebridad. Es en las escenas que Fanning y Buric comparten donde la cinta alcanza sus mejores momentos, los más emotivos y sinceros, mostrando una unión que traspasa los márgenes de lo estrictamente profesional para instalarse en el terreno de los sentimientos, con Vlad adoptando esa figura protectora del padre ausente de Violet mientras trata de inculcarle sus experiencias y sabios consejos acerca de mantener los pies en la tierra para saber asimilar tanto el éxito como el fracaso. Contemplando la deliciosa química existente entre maestro y discípula resulta inevitable acordarse de Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000) y aquella complicada colaboración, caracterizada por los tiras y aflojas, entre el niño aprendiz de bailarín que bordó Jamie Bell y la veterana profesora de baile que con tanto aplomo encarnó Julie Walters. Aquella fue otra historia de superación de las adversidades hasta alcanzar un sueño que, sin embargo, contó con un guion mucho más matizado, capaz de combinar, a la perfección, humor, drama social y un celebrado mensaje de tolerancia, algo que hizo de ella un clásico del cine moderno.

    «Alcanzando tu sueño es una más que aceptable puesta de largo para su debutante director, donde demuestra ciertas inquietudes estilísticas y buen gusto a la hora de construir personajes, pese a que haya evitado cualquier tipo de riesgo y el camino recorrido por su protagonista hasta el éxito sea mostrado de una manera excesivamente descafeinada y sin demasiadas espinas». 


    No le habría venido mal algo más de ambición al proyecto, ya que, viendo el resultado final, pueden percibirse ideas y detalles interesantes que quedan algo desdibujados a lo largo del metraje. En efecto, se desaprovecha una buena oportunidad para mostrar las oscuras trastiendas de este tipo de concursos televisivos en los que tantos jóvenes ven un modo rápido y fácil de llegar a lo más alto, así como la ambición y la falta de escrúpulos que rodean a este competitivo mundo. También quedan levemente esbozadas, a través del personaje de esa “cazatalentos” depredadora y de rostro falsamente amable encarnado por Rebecca Hall, las cuestionables artimañas empleadas por las grandes compañías musicales para aprovecharse de la ilusión e ingenuidad de estos chicos y exprimir sus imágenes y talentos hasta que dejen de ser rentables y terminen olvidados como juguetes rotos. La película tenía ingredientes suficientes para haber sido un drama musical bastante más incisivo y crudo pero Minghella, no se sabe si por inexperiencia o por falta de ambición, ha optado por tomar otro camino, el del entretenimiento ligero y festivo de atractiva estética ochentera que, con esa paleta de colores y luces de neón, recuerda al estilo visual del mentado Winding Refn (el protagonismo de Fanning, su musa en The Neon Demon (2016) y Buric, presente en su trilogía Pusher, parecen así menos casuales). El otro punto fuerte de la función reside en su muy potente banda sonora, donde, junto a temas interpretados por la propia actriz, suenan éxitos tan discotequeros como el Saturday Night de Whigfield, el Barbie Girl de Aqua o el What a Feeling de Irene Cara, en claro guiño a aquella Flashdance (Adrian Lyne, 1984) de la que Minghella bebe de forma nada disimulada, sobre todo, en las formas videocliperas de la mayoría de sus números musicales y en ese protagonismo de una heroína de clase obrera dispuesta a todo por cumplir sus metas. Alcanzando tu sueño es una más que aceptable puesta de largo para su debutante director, donde demuestra ciertas inquietudes estilísticas y buen gusto a la hora de construir personajes, pese a que haya evitado cualquier tipo de riesgo y el camino recorrido por su protagonista hasta el éxito sea mostrado de una manera excesivamente descafeinada y sin demasiadas espinas. Solo en las imágenes que acompañan a los créditos finales parece insinuarse cuál es el peaje que hay que pagar cuando te conviertes en un fenómeno de masas (persecución por parte de los medios de comunicación y fans ávidos de un autógrafo o un selfie junto a su ídolo, la soledad tras los focos). Puede ser que tan amargas reflexiones lleguen un poco tarde pero son suficientes para dejar en el espectador un regusto más agridulce que el del tradicional happy end, algo que acaba agradeciéndose | ★★★☆☆


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


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