Festival Ibérico
4ª Sesión oficial de Cinema Cortometrajes.
Jean Paul Sartre dijo hace muchos años que desconfiaba de la incomunicabilidad; es la fuente de toda violencia. La idea, existencialista, de vernos abocados a un estado irreversible de barbarie guarda ciertas ambigüedades debido a la naturaleza propia del individuo. En Escalada (Nacho Solana, 2018), una mujer aparentemente tranquila, madre de familia, deberá rendir cuentas con su propia condición en el momento que esa incomunicabilidad a la que hacía referencia Sartre le acabe empujando a desproporcionados actos de violencia. Muchas películas han tratado la violencia inherente al hombre de forma natural y cotidiana. Una de las más reconocidas es Un día de furia (Joel Schumacher, 1993), en donde Michael Douglas hacía de un ciudadano normal, que de pronto estalla y arremete contra todo el sistema preestablecido. El abrasador calor infernal de Los Ángeles, y el colapso y atascos del tráfico eran los principales resortes que activaban su ira, una violencia acumulada que estalla ante la menor circunstancia. Una situación tan normal como la de buscar aparcamiento puede convertirse también en una batalla campal o en una guerra de guerrillas dado las altas dosis de estrés que vamos acumulando. En mi caso lo entiendo, no soporto la tensión del coche, saca lo peor que llevamos dentro. Escalada contribuye a dar una idea de peso específico a esa necesidad de supervivencia, armando un filme en continuo crescendo, marcando perfectamente los tiempos y subidas de adrenalina. La vorágine de los centros comerciales, y las situaciones límite cuentan para Solana a la hora de escribir su particular historia de violencia.
El terror sigue adoptando formas, convirtiéndose en un atractivo vehículo para realizadores que quieren plasmar mensajes bajo patrones de género. Best Seller (Max Lemcke, 2019), supone una cierta decepción, un pulcro y bien ejecutado cortometraje de terror en el que se juegan con los manidos códigos del slasher. El clima mortecino de la noche lluviosa, y la figura depresiva, y estereotipada de la bibliotecaria, son algunos clichés por los que se maneja Lemcke, funcionando en todo momento más como un eterno clímax, o el desenlace de un largometraje estándar, que como relato independiente. La banda sonora de Jorge Magaz emulando el estilo de Bernard Herrmann le otorga cierta atmósfera a la cinta, la cual por otro lado no traspasa la frontera de la corrección.
Miedos (Germán Sancho, 2018), sí deposita en las sombras del género un mensaje de mayor calado. Vuelven a recurrir a los tropos elementales del nuevo género de terror, con James Wan a la cabeza y cintas contemporáneas que utilizan el vacío y la ausencia para edificar historias inquietantes que esconden dramas personales. Una de ellas podría ser la australiana Babadook (Jennifer Kent, 2014), acerca de la pérdida de uno de los progenitores, y de la psicología materna, otra la española Intruders (Juan Carlos Fresnadillo, 2011), sobre la desbordante imaginación de un niño y los monstruos que uno crea desde dentro. Miedos habla el mismo idioma que estas películas, con excelente caligrafía visual y una competente banda sonora de Luis Hernaiz, aunque su verdadera razón de ser sea la de un desenlace mucho más escalofriante: la terrible decadencia del ser humano y la aflicción de la vejez.
El integrismo islámico y la paranoia que sufrimos actualmente ante posibles atentados terroristas es la base de Khuruf (Kepa Sojo, 2018), en donde su director explota los mismos mecanismos de comedia que ha practicado en sus dos largometrajes para el cine, El síndrome de Svensson (2006) y La pequeña Suiza (2019). El tono de thriller social y el formato de road movie plantea el problema de Brahim, un hombre de origen marroquí que tiene que viajar a Francia con un cargamento muy especial. La amenaza de atentados intensifica los controles optando por seguir carreteras secundarias. Una metáfora, núcleo mismo de la intriga, que da sentido a los puntos de vista y a los prejuicios existentes. Sojo recurre a una filmación efectiva que guarda paralelismos con algunas de las recientes producciones televisivas nacionales.
▼ Flotando, de Frankie De Leonardis.
Los cortometrajes portugueses parecen virar en torno a imágenes imprecisas, abstractas, con lenguajes sofisticados y una línea expresiva muy evocadora, de cine lírico, con fuertes pulsiones y un uso sensacional de los signos invisibles. Equinócio (Ivo M. Ferreira, 2018), es un cine de encuadres naturales y relaciones melancólicas con la geografía y el paisaje que tiene mucho que ver con la trilogía de la incomunicación de Michelangelo Antonioni. Las panorámicas y travellings anudan un tejido espectral y desfragmentado poniendo en marcha un crisol de emociones, encriptados, que solo el viento parece conocer. El uso del sonido es sobresaliente, silba y arropa el misterio, como gritos en el aire. Imágenes bellísimas y una instantánea final sobrecogedora, que parte de una mirada muy personal, de autor, quedándose alojada un tiempo en nuestros pensamientos más profundos.
Todo lo que me falla o cuesta asumir en No me despertéis o Moros en la costa, funciona brillantemente en Benidorm 2017 (Claudia Costafreda, 2019). El lado contrario y opuesto de las producciones de la ESCAC films. Un cortometraje que de alguna manera reabre heridas y apuesta por el sentido nostálgico y la añoranza al tiempo pasado, a la vuelta al hogar, a la Ítaca que siempre nos espera, aunque estemos rotos por dentro. La idea del hogar es lo único que nos mantiene a flote y la directora recrea esa vuelta a casa con una madurez aplastante, envuelta en un halo de distopía apocalíptica, de atmósfera turbia sin lugar o sin tiempo, perdida en alguna parte como si fueran campos vacíos de nuestra mente. Podemos ver aquí también una extraordinaria voluntad de emplear músicas preexistentes, y combinar la arquitectura de la ciudad con la relación madre e hijo, ubicando cada corte y cada plano en una escena vertical que tarde más o menos acabará por derrumbarse. Costafreda maneja el pulso dramático con delicadeza sabiendo explorar la comedia ligera de contrapunto, y mejor todavía, sabiendo cómo y cuándo hacerlo. Una obra que junto a Néboa (2017), su anterior cortometraje, adopta una mirada profunda, tristísima, inaudita en una cineasta tan joven a la que se le intuye una prometedora carrera cinematográfica. Una de mis debilidades del festival.
El colofón o epilogo para esta vigésimo quinta edición lo pone el cortometraje Flotando (Frankie De Leonardis, 2018), que pese a su apariencia resulta difícil de encasillar dado el interesante planteamiento y los diferentes golpes de efecto y cambios de tono que se dan en el metraje. Una historia espacial, no solo por ocurrir en el espacio exterior, sino por el espacio reducido al que enfrenta a sus dos únicos personajes. La cinta del cineasta argentino-italiano luce con una brillante factura técnica y apabullantes efectos visuales, un trabajo en el que apreciamos grandes aciertos de post-producción. Además, introduce con tino detalles que a simple vista pueden escaparse, como la condición sexual del protagonista, rompiendo con los estigmas y tabúes en la representación de la familia de astronautas rusos o norteamericanos. Una llamativa propuesta que peca de liviana, aunque esa ligereza sea probablemente su mejor virtud.
David Tejero Nogales
© Revista EAM / Festival Ibérico de Badajoz
▼ Miedos, de Germán Sancho.