Entre la responsabilidad y la lealtad
Crítica ★★★★☆ de «Enemigos íntimos», de David Oelhoffen.
Francia, 2018. Título original: «Frères ennemis». Director: David Oelhoffen. Guion: Jeanne Aptekman, David Oelhoffen. Productores: Marc Du Pontavice, Jacques-Henri Bronckart, David Grumbach, Mathieu Robinet. Productoras: One World Films. Fotografía: Guillaume Deffontaines. Montaje: Anne-Sophie Bion. Reparto: Matthias Schoenaerts, Reda Kateb, Adel Bencherif, Nicolas Giraud, Sabrina Ouazani, Gwendolyn Gourvenec.
El director David Oelhoffen parece haberse propuesto en Enemigos íntimos (2018) cambiar radicalmente de registro respecto a su aclamado trabajo anterior, el western Lejos de los hombres (2014), ganador del Premio SIGNIS en Venecia. En esta ocasión, el realizador se sumerge de lleno en los turbulentos terrenos del tradicional “polar” francés (aquel que con tanto éxito cultivaran en los sesenta y setenta cineastas como Henri Verneuil o Jean-Pierre Melville con estrellas como Alain Delon o Jean Paul Belmondo como protagonistas) en una cinta policíaca que se apoya en una premisa mil veces empleada por el género, sobre todo en el cine negro norteamericano –los ecos de clásicos como Una vida marcada (1948), de Robert Siodmak no resuenan, a pesar de todo, tan lejanos–, la de dos personajes unidos por algún vínculo afectivo pasado que, por circunstancias de la vida, se ven enfrentados en el presente por cuestiones criminales. Para este guion, co-escrito junto a Jeanne Aptekan, Oelhoffen realizó una ardua tarea de documentación, entrevistándose con verdaderos narcotraficantes colombianos, con el fin de dotar a su historia de la mayor veracidad posible y acercarse así a una problemática que sacude a la sociedad francesa, la de esas barriadas marginales del extrarradio de Francia en las que los jóvenes tratan de obtener una vida acomodada a través del tráfico de drogas. En este sentido, la película se desmarca por completo del thriller al uso, relegando la trama delictiva y la acción a un segundo plano para, en su lugar, dar mayor prioridad a la descripción de los ambientes en los que se mueven sus atormentadas criaturas y las motivaciones que empujan a estas a actuar de la manera en que lo hacen. En este aspecto, Enemigos íntimos tiene evidentes reminiscencias de esa sequedad, casi cercana al estilo documental, del Jacques Audiard de Un profeta (2009), funcionando mucho mejor como poderoso estudio de personajes que como película de acción al uso, algo de lo que, por fortuna, está muy lejos de ser.
El filme de Oelhoffen se sostiene sobre la confrontación entre sus dos personajes principales, los cuales representan la cara y la cruz de una misma realidad. Dos hombres que crecieron en el mismo barrio y crearon unos fuertes lazos de amistad desde su más tierna infancia. Amistad que se extendió hasta que, ya de mayores, sus pasos tomaron caminos antagónicos en la vida. Manuel (Matthias Schoenaerts) es un tipo solitario y necesitado de afecto, ese que solo encuentra en las visitas que realiza a casa de su antigua pareja para ver a su pequeño hijo. Lo más cercano a una "familia" que conoce es el clan de traficantes en el que se mueve, haciendo negocios con grupos de narcos más poderosos (y peligrosos, ya que no están dispuestos a perder dinero en sus operaciones y las consecuencias, si eso ocurriera, son mortales) y esquivando el cerco de una policía que también le tiene en el punto de mira. Por su parte, Driss (Reda Kateb) se ha convertido en una especie de apestado dentro de la comunidad árabe a la que pertenece. Ha elegido ser policía, utilizando sus físicos para pasar inadvertido en las mafias de compatriotas suyos a los que ayuda a encerrar. Tanto estos como sus propios padres, avergonzados de él hasta el extremo de negarle la entrada a su casa, recriminan este posicionamiento del hombre para servir a un país, Francia, que no da las mejores oportunidades a estos inmigrantes. Es en esta particularidad, la nacionalidad del personaje que representa la legalidad en la historia, donde Enemigos íntimos encuentra su mayor toque de distinción que le hace distinto a otros ejercicios policíacos similares, proponiendo una interesantísima exposición de ese conflicto interno que vive Driss, dividido entre sus firmes creencias en la justicia y el aprecio que siente hacia algunas de las personas con las que tiene que combatir, al estar estas al otro lado de la línea, no pudiendo evitar, en determinados momentos, ciertas acciones de "protección" hacia ellas, desde su posición de agente de estupefacientes en encarnizada lucha contra el tráfico de drogas.
«No es que Enemigos íntimos ofrezca, argumentalmente, muchas novedades respecto a lo visto anteriormente en decenas de películas del mismo corte, pero sí es destacable la apuesta por la contención de su realizador y su fuerte apego a la realidad social, en detrimento de cualquier tipo de artificio o concesión a la espectacularidad innecesaria».
El detonante de la trama, ese que hace que los caminos de Manuel y Driss vuelvan a cruzarse, despertando ese sentimiento de estrecha amistad que tuvieron, es un violento ajuste de cuentas contra la banda en la que está Manuel y en el que solo sobrevive él, mientras muere uno de sus mejores amigos que, a su vez, era informante de la policía en secreto. A partir de ahí comienza una carrera contrarreloj de Manuel para salvar su piel y vengar la muerte de su compañero, y de Driss para evitar que su antiguo amigo termine de la misma manera que los demás fallecidos. La película adopta en todo momento un tono realista, regodeándose en el costumbrismo de las vidas diarias de sus protagonistas para mostrar un paisaje desolador, el de dos personas que, a pesar de estar haciendo en la vida lo que han escogido, no terminan de alcanzar la total realización personal ni encontrar su lugar en el mundo. La monocromática fotografía de Guillaume Deffontaines, con esas tonalidades grises que se adueñan de la pantalla, no hacen más que acentuar la sensación de opresión y desesperanza que sobrevuela el relato. La acción física es, en esta ocasión, escasa, pero las pocas escenas de impacto que la cinta posee, como el del atentado al que sobrevive Manuel, están rodadas con excelente pulso, con una nerviosa cámara al hombro que sumerge al espectador en la angustiosa peripecia a la que el joven se ve abocado. No es que Enemigos íntimos ofrezca, argumentalmente, muchas novedades respecto a lo visto anteriormente en decenas de películas del mismo corte, pero sí es destacable la apuesta por la contención de su realizador y su fuerte apego a la realidad social, en detrimento de cualquier tipo de artificio o concesión a la espectacularidad innecesaria. Por otra parte, son los actores quienes sostienen sobre sus hombros el filme. Ya conocíamos lo bien que le sientan a Matthias Schoenaerts este tipo de personajes problemáticos y desgarrados, siempre al límite, por lo que su fantástica interpretación aquí no supone ninguna sorpresa. Esta llega, sin embargo, de la mano de un Reda Kateb portentoso que, con su papel de policía en la encrucijada, en principio con menos posibilidades de lucimiento histriónico, consigue hacer tangibles todas las emociones que interioriza, como las de la lealtad en peligro de ser traicionada o la de esa sensación de desarraigo al no ser aceptado en ningún grupo (franceses y árabes le miran con idéntico recelo). Con esta obra, el cine francés demuestra, una vez más, saber facturar un tipo de cine policíaco que, en calidad y contenido sociopolítico, no encuentra rival en Europa | ★★★★☆
José Martín León
© Revista EAM / Madrid