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    Cine Alemán Siglo XXI

    Cannes 2019 (IX) | Críticas: Nina Wu, Once in Trubchevsk, Ghost Tropic

    Gris oscuro casi negro

    Noveno capítulo de la crónica de la 72ª edición del Festival de Cannes.

    Ya hay menos cazaautógrafos en las barreras y las colas son menos densas, señales, sonorizadas por el ruido que provocan las ruedas de las maletas que desfilan hacia la estación de autobuses –a unos 200 metros perpendicular al Palais—, que anuncian que esta edición está muy cerca de concluir. El gris oscuro el cielo de Cannes se mantiene fijo, extrapola una tristeza para la que no ha habido tregua en estos doce días. La 72ª entrega del certamen francés, si lo comparamos con la anterior, quizá se ha quedado muy cerca de la orilla de la expectativas. Solo Sciamma, Laxe y Devos han roto el dominio de los grandes nombres. Y estos, los cabezas de cartel, pese a presentar productos de calidad se han revelado menos inspirados que de costumbre. Aunque, cómo no, esta apreciación es cuestión de miradas. No las ajenas, que seguramente si se han interesado por este evento ustedes las habrán recogido de toda naturaleza con cada capítulo; sino las suyas. Esto solo es una muestra, una toma de contacto. El tiempo y, ante todo, el espectador, el que irá a la sala o la verá en su hogar, son los que valorarán si hay huella, daño o silencio. Estos dos últimos sustantivos caracterizan la filmografía reciente del protagonista de esta entradilla: Abdellatif Kechiche, un autor one-hit-wonder que vive y vivirá de los réditos de su magnum opus, La vida de Adèle. Un filme que aparte de un sinfín de preciosos detalles, enseñaba una personalidad que roza la obsesión y destapaba el inmenso deseo de su creador de polemizar, de agitar la campanilla que atraiga a la social media. Otra cosa es la altura de miras de su obra. La primera parte de su Mektoub, my love pasó por Venecia sin pena ni gloria; la segunda, presentada anoche en el Lumière, ha venido precedida de rumores cada cual más amarillista. No se dejen engañar, es puro humo, como su cine; vial de parafilias y narcisimos. E.L.

    NINA WU

    趙德胤, Midi Z, China | UN CERTAIN REGARD.

    Tras las buenas sensaciones que dejó su anterior película, The road to Mandalay, había cierta expectación ante la nueva película del director Midi Z. Más todavía cuando Nina Wu nace inspirada por el movimiento #MeToo y los escándalos de Harvey Wenstein. La protagonista de este thriller psicológico sobre la industria del cine es una joven originaria de una zona rural que se muda a la ciudad para buscar una oportunidad como actriz. Tras la espera, su momento llega: una película de espías en la ella que es la gran protagonista. Su entrada en el cine y en el star system no es fácil, y a ello se le dedica la primera mitad del filme. Son, quizás, sus mejores minutos. Con una puesta en escena elegante y expresiva, con especial gusto a la hora de retratar la grandiosidad de los espacios amplios y alienantes, Midi Z desarrolla esa entrada anhelada en el séptimo arte como una pesadilla que va creciendo por momentos. Las escenas del rodaje, con la relación con el director como elemento de tensión, diluyen el espacio narrativo y juegan de manera brillante con esa idea meta del cine dentro del cine. Midi Z construye la tensión física y psicológica dentro del set de rodaje, y sus imágenes y situaciones parecen interrogarnos sobre lo que parece el tema inicial de Nina Wu: ¿el fin justifica los medios creativos? Esa visión de director-tirano que ha llenado ríos de tinta en la historia del cine, con sus defensores en aras del arte incluidos, encuentran una interesante representación en manos de Midi Z. Hay un momento, hacia la mitad de la película, en la que todo parece desvanecerse. Es cuando el thriller psicológico empieza a jugar con la imaginación, cuando la realidad y la ficción de lo vivido por el personaje de Nina se confunden en un bucle que no somos capaces de discernir. La vuelta de Nina a su pueblo natal, los problemas familiares y las decepciones amorosas irrumpen en el argumento y cambian el tono visual y anímico de la película, perdiendo la potencia hipnótica conseguida hasta entonces. Como si de una pesadilla lynchiana se tratase, Nina Wu repite ante nosotros una y otra vez las mismas situaciones con leves variaciones. Así, mientras nos preguntamos dónde empieza y dónde termina la imaginación de Nina y dando vueltas al hecho real (e igualmente traumático) que finalmente cierra la cinta, la segunda mitad del filme se convierte en un cúmulo de imágenes y conversaciones repetitivas que acaban desinflando el ritmo de la película y que, más que desarrollar ese sentimiento incómodo del inicio, le restan casi todo el poder lírico y expresivo | 55/100 | Víctor Blanes.

    Taiwán, Malasia, Myanmar. 2019. Título original: Nina Wu. Dirección: Midi Z. Guion: Midi Z, Ke-Xi Wu. Fotografía: Florian Zinke. Música: Giong Lim. Montaje: Matthieu laclau. Reparto: Ke-Xi Wu, Yu-Hua Sung, Yu-Chiao Hsia.

    ONCE IN TRUBCHEVSK

    Однажды в Трубчевске, Larisa Sadilova, Rusia | UN CERTAIN REGARD.

    Larisa Sadilova es una cineasta veterana que siempre se ha mantenido en un segundo plano. Su filmografía, en la que figuran seis títulos, ha pasado desapercibida para los grandes festivales. Su carrera se ha promocionado en eventos secundarios –Moscú, Varsovia, Creta—, alcanzando el mayor reconocimiento en Róterdam, con la consecución del Tiger Award por su segundo largo, S lyubovyu. Lilya (2003). Un hito que parecía que marcaba el inicio de una carrera meteórica pero que, sobre todo en esta segunda década del nuevo milenio, ha sufrido varios hiatos. Su último largometraje, Synok, se estrenó en su país en 2010. Desde entonces, Sadilova solo se ha prodigado con pequeños proyectos televisivos y la extensa preparación de Once in Trubchevsk, su proyecto más personal, ya que la realizadora es oriunda de esta población de la región de Bryansk, un área limítrofe con Ucrania del que se sirve como escenario para esta tragicomedia de paso cambiado que aporta a Un Certain Regard una tipología de cine que raras veces se exhibe en Debussy. Un filme que, desde el comienzo, muestra sus cartas de forma diáfana, no hay lugar para dobleces ni aristas. Una narrativa absolutamente plana nos adentra en el relato de infidelidad entre un camionero y su vecina. Ambos se encuentran a escondidas en alguno de los puntos del itinerario del transportista para pasar momentos juntos y romper con la monotonía conyugal y familiar en la que se ven atrapados. Claro está, en una pareja clandestina de adultos, pronto arriba la propia rutina y toca tomar decisiones; o romper con el presente y reformular o volver al agujero donde creen que se encuentran y convivir, de nuevo, con su esposa y marido. Así, tan claro, tan simple y, en definitiva, tan pobre, se define el argumento de una cinta que no tiene mucho más. Sadilova se encuentra más próxima a la tradición visual de las producciones televisivas rusas que a las ambiciones estéticas y ficcionales de realizadores como Kirill Serebrennikov, Andréi Zvyagintsev o Yuri Bykov. De esta manera, nos encontramos un trabajo profundamente localista, donde tanto la forma como el discurso tienen trazas de un cine primigenio, sin pulimento alguno. Ni tan siquiera el último y desesperado intento, con un epílogo donde se escenifica la conmemoración de la liberación de la ciudad de la invasión de las tropas nazis en la II Guerra Mundial, que intenta vincular subtexto geopolítico pasado y presente (con Ucrania en la cabeza) con todo lo contado con anterioridad, fructifica. La propia directora en una entrevista señalaba que quería hacer un homenaje a su ciudad. Teniendo en cuenta lo visto en el metraje, no parece que Trubchevsk sea la mejor opción para una estancia acogedora | 30/100 | Emilio Luna.

    Rusia, 2019. Título original: Однажды в Трубчевске. Dirección: Larisa Sadilova. Guion: Larisa Sadilova. Presentación oficial: Un Certain Regard. Productora: Arsi Film. Fotografía: Anatoly Petriga. Montaje: Larisa Sadilova. Reparto: Egor Barinov, Kristina Shnaider, Yuri Kisyliov, Valentina Kozova, Maria Semyonova. Duración: 80 minutos.

    GHOST TROPIC

    Bas Devos, Bélgica | QUINCENA DE REALIZADORES.

    Bas Devos irrumpió en el panorama internacional en 2014 con la exhibición en la Berlinale –con la que ganó el máximo galardón de la sección Generation— de Violet. Una preciosa elegía a la pérdida que narraba el duelo de un joven biker tras el asesinato de un amigo en un asalto en un centro comercial que él mismo presenció. Con el apoyo del camarógrafo Nikolas Karakatsanis, Devos nos ofrecía un filme tan hermético como absorbente, que, a través del uso del plano secuencia, nos dejaba instantes sobrecogedores de gran belleza formal que casaba con el estudio psicoanalítico de un habitante del purgatorio terrenal; con aire pero sin apenas vida. El dibujo de este personaje fantasmagórico, que se mueve por espacios y estructuras íngrimos, rotura los primeros episodios de la filmografía de este joven director belga que ha esperado cinco años para volver a la ficción. Lo ha hecho en este 2019 por partida doble. Por un lado, y de nuevo en la capital teutona, defendió Hellhole, un trabajo que nos traslada a una perspectiva única de la vivencia en el barrio de Molenbeek, nicho por antonomasia del ciudadano árabe en Bruselas, tras los atentados de París. Por otro, la película que nos ocupa, Ghost Tropic, que tuvo su premiere en la tarde de ayer en la sala Croisette, sede de la Quincena de Realizadores. Un largometraje cuyo montaje finalizó apenas unas horas antes de su proyección. Una circunstancia que, empero, apenas ha afectado a la estructura de una cinta muy cuidada, que le otorga a la imagen un poder narrativo inusitado.

    Ghost Tropic abre con una escena ejecutada en plano fijo que dura cinco minutos. En ella, vemos un pequeño salón que, paulatinamente, está siendo bañado por un atardecer que va privando de luz a la estancia, y en el que surge una voz en off que canaliza un mensaje que adelanta la esencia de un filme humanista. Un filme que, a través de la oscuridad y el frío de las calles del extrarradio bruselense nos ofrece una luz cálida llena de empatía, de cercanía. La protagonista de este trayecto petrarquiano, de capítulos en apariencia intranscendentes pero que van calando emocialmente, es Khadija, una mujer de mediana edad que, tras una larga jornada laboral, toma el último cercanías que le llevará de nuevo a su casa, situada entre Molenbeek y Anderlecht. Khadija está muy cansada y, soñando con una existencia más placentera que elimina el ruido sucio que le acompaña diariamente, se queda dormida en el vagón, apareciendo en la otra punta de la ciudad. Sin dinero en los bolsillos para un taxi, decide iniciar un viaje a pie hasta su domicilio, encontrándose con seres capaces de identificar el desamparo y la bondad de una mujer cuya vida, tanto pasada como actual, se va descubriendo en cada parada. La impresionante dirección de fotografía de Grimm Vandekerckhove se erige como un elemento semántico capital de una película que conmueve desde su lírica visual y en la que anida una realidad tan mágica como tangencial. Una obra prodigiosa que subraya la maestría de un realizador que ha dejado de ser una promesa para convertirse en unas de las voces más personales del cine europeo contemporáneo. Ghost Tropic es lo más parecido a una obra maestra en este Cannes en el que también se pone el sol | 90/100 | Emilio Luna.

    Bélgica, 2019. Título original: Ghost Tropic. Dirección: Bas Devos. Guion: Bas Devos. Productoras: Quetzalcoatl / 10.80 Films / Minds Meet. Presentación oficial: Quincena de Realizadores. Fotografía: Grimm Vandekerckhove. Música: Brecht Ameel. Reparto: Maaike Neuville, Nora Dari, Saadia Bentaïeb, Stefan Gota. Duración: 85 minutos.

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