El renacimiento de la luz
Quinto capítulo de la crónica de la 72ª edición del Festival de Cannes.
La exigua carrera, con tres títulos filmados hasta entonces en treinta años, de Terrence Malick alcanzó su cénit en el Festival de Cannes en 2011. Su Palma de Oro con El árbol de la vida (The Tree of Life), supuso el reconocimiento definitivo a un autor en constante transformación. Este filme, además, ofrecía una mirada única de la obsesión que ha roturado su filmografía: el existencialismo. Una temática inherente a los títulos posteriores que conformaron la trilogía Weightless –To the Wonder (2012), Knight of Cups (2015) y Song to Song (2017)— y en el documental Voyage of Time (2016). Elegías al amor y la fe perdida y reencontrada que, si bien, contenían muchas de las virtudes del director tejano, también derivas insatisfactorias que denotaban cierto estancamiento semántico. Lo cierto es, que algunos de sus excesos aparecen en su último trabajo, A hidden life –anteriormente conocida como Radegund, en referencia al pueblo de procedencia del protagonista Franz Jägerstätter (August Diehl), un hombre que renuncia a combatir por el bando nazi en la II Guerra Mundial—, unidos a un excesivo metraje –con una narrativa excesivamente engolada—, pero que, sin embargo, quedan en un tercer plano gracias, primero, a su bellísimo continente; segundo, y más importante, al poderoso mensaje que porta. Un mensaje, por otro lado, que arriba a Cannes en pleno debate sobre el auge de la ultraderecha en el mundo occidental, algo que podría tener como traducción la presencia de la película en el palmarés final. A Almodóvar, con Malick y Sciamma, por tanto, le aparecen rivales por el máximo galardón. Tampoco importa demasiado, con o sin premios, con cintas como las suyas gana el cine. E.L.
LA GOMERA
Corneliu Porumboiu, Rumanía, Francia, Alemania | COMPETICIÓN.
La nueva ola del cine rumano nos ha dejado una grandísima selección de obras de muy buena calidad en lo que llevamos de milenio. Ya nadie podría discutir que Rumanía se ha convertido en otro de los puntos de referencia del cine europeo contemporáneo y, si bien la última película de Corneliu Porumboiu, La Gomera, no está al mismo nivel que otras de las cintas recientes del país, sí debemos destacar de ella la facilidad con la que recicla y reformula un género que ya parecía un poco olvidado en la posmodernidad: el policíaco. Es cierto que, dentro del cine de acción, la vertiente policial ha ocupado históricamente un papel primordial, sin embargo, pareciera que en los últimos años estos trabajos han sido destinados a la televisión menor o a algún largometraje convencional sin intención de discutir nada de lo ya contado. El realizador, para corregir dicha situación, plantea una sencilla premisa: la del clásico policía que juega en ambos lados de la ley y se ve desbordado por la magnitud de sus acciones en un conflicto que va desde lo físico a lo moral. Pese a que este argumento no resulta en absoluto novedoso, pronto nos daremos cuenta de que la forma es primordial en este ejercicio de trasgresión. En primer lugar, se abandona al eterno narrador omnisciente por uno intradiegético que corresponde a la visión del protagonista, pero no de un único personaje, sino que la película se irá dividiendo en episodios según la perspectiva del narrador de ese fragmento concreto. La historia se construye íntegramente con los datos que conoce cada uno de ellos, desde Gilda, hasta Cristi, los dos papeles con mayor peso protagónico, y será desde este particular punto de vista desde el que los acontecimientos evolucionarán a una resolución de diferentes pistas y conflictos, cuya trascendencia recaerá en esta narración polisémica. Este recurso permite al realizador situar la cámara, no donde capte una mejor panorámica de la situación, sino donde consiga ofrecer una visión más cercana y empática con el personaje.
Y mientras Cristi se marcha a La Gomera en busca de un método de comunicación indescifrable para la policía, que le permita trazar un plan con el que ayudar a un criminal a salir de prisión, la película nos irá mostrando todo el proceso de gestación de ese astuto plan por medio de largas tomas ininterrumpidas, lo que nos permite, primero, sentir la claustrofobia y la ansiedad de Cristi por alcanzar el éxito de su empresa, y segundo, analizar cada situación con detenimiento, para poder juzgar si es mejor, peor o, al menos, qué decisión habríamos tomado en su lugar. Por otro lado, el planteamiento de la acción ha sido corregido de forma circunstancial, es decir, sigue existiendo una gran dosis de acción, pero ésta no se fundamenta en la simple persecución de policía y asesino, sino que va hacia un terreno más comprometido con la totalidad del metraje, y no con la trepidante presentación de una o dos escenas aisladas. Para este propósito es de gran importancia el empleo de dos recursos determinados: el primero de ellos, correspondiente a la retórica, se fundamenta en la cruda comicidad que se extrae de determinados momentos incómodos o violentos, lo que favorece la relajación del espectador y la posibilidad de digerir sin estrés el mensaje transmitido; el segundo atañe a la banda sonora, la cual irá deleitándonos con una recopilación de las piezas clásicas más conocidas del mundo operístico, que pondrán acompañamiento al transcurso de la investigación hasta llegar a un desenlace violento en el que la placentera música y la virulencia de la imagen nos ofrecerán un estímulo sensorial contradictorio pero de rápida asimilación | 67/100 | Alberto Sáez Villarino.
Rumanía, 2019. Título original: The Whistlers. Director: Corneliu Porumboiu. Guion: Corneliu Porumboiu. Fotografía: Tudor Mircea. Música: Varios artistas. Duración: 97 minutos. Productora: Coproducción Rumanía-Francia-Alemania; 42 Km Film / Les Films du Worso / Komplizen Film. Diseño de producción: Simona Paduretu. Diseño de vestuario: Dana Paparuz. Intérpretes: Vlad Ivanov, Catrinel Marlon, Rodica Lazar, Sabin Tambrea. Presentación oficial: Festival de Cannes 2019.
PORTRAIT OF A LADY ON FIRE
Portrait de la jeune fille en feu, Céline Sciamma, Francia | COMPETICIÓN.
Céline Sciamma abre un sutil paréntesis en su filmografía para escapar de la sencilla cotidianeidad que caracterizaba su trabajo y adentrarse en un filme de mayor complejidad narrativa y estética mediante un drama de época muy sólido y emocionante. Por supuesto, la historia vuelve a cobrar forma a partir de sus protagonistas, dos mujeres que encarnan la esencia fílmica completa de la película, al definir con sus actuaciones ese cambio evidente pretendido por la realizadora en el modelo de representación social visto hasta ahora en el cine común. La visión femenina coincide con la feminista en un soberbio ejercicio de estilo y gesto que no se ve en ningún momento comprometido o forzado por la ausencia de participación varonil. Solo una figura masculina aparecerá ya casi al final del metraje (al comienzo se deja ver alguna otra, pero sin relevancia argumental o simbólica), para romper la estabilidad creada y el vínculo entre las mujeres, como representación de la fuerte opresión del patriarcado en la libertad y emancipación de la mujer. Sciamma representa, no solo la evolución y el despertar sexual de una juventud carente de experiencia u oportunidades, sino también y de forma indirecta los prejuicios, inseguridades y desventajas socioculturales a los que se enfrenta la mujer a diario.
La película arranca firme, pero con cautela, de forma tímida, sin dejar entrever su verdadero potencial, simplemente permitiendo al público entender la aparente sencillez de su argumento: una pintora a la que se le ha encargado el retrato de Héloïse, una joven recién llegada de un convento que no permite posar para ningún pintor, por lo que Marianne tendrá que observar a Hèloïse con minuciosidad para llevar a cabo su retrato cuando ella no esté presente. Sin embargo, no será hasta casi el comienzo de la segunda mitad cuando el filme se muestre en todo su esplendor. En ese momento se llega a un punto de conexión entre protagonistas fascinante. La música se acentúa, la pintura fluye y la emoción estalla. Y la pasión se desborda y la comprensión aflora y las pequeñas mentiras piadosas se desvanecen pues no queda espacio entre esos dos cuerpos más que para la sinceridad. Entonces entra el inevitable dolor, y estamos obligados a mirar porque la cámara no nos va a permitir que apartemos la vista de unas lágrimas que no entendemos bien si son de nostalgia, felicidad, miedo o todo junto. Solo sabemos que la música suena con mayor intensidad que nunca y que queremos que siga sonando, que no se termine porque algo hay en este final que nos hace recuperar la esperanza, aunque sea por un momento, en que todo va a salir bien | 82/100 | Alberto Sáez Villarino.
Francia, 2019. Título original: Portrait de la jeune fille en feu. Director: Céline Sciamma. Guion: Céline Sciamma. Fotografía: Claire Mathon. Música: Para One, Arthur Simonini. Duración: 120 minutos. Montaje: Julien Lacheray. Productora: arte France Cinéma / Hold Up Films / Lilies Films. Diseño de producción: Thomas Grézaud. Diseño de vestuario: Dorothée Guiraud. Intérpretes: Adèle Haenel, Noémie Merlant, Luàna Bajrami, Valeria Golino, Cécile Morel. Presentación oficial: Festival de Cannes 2019.
LUX AETERNA
Gaspar Noé, Francia | FUERA DE COMPETICIÓN.
Regresa el que podría ser hoy el máximo representante del Nuevo Extremismo Francés, esa vertiente tan criticada y amada al mismo tiempo que parece estar asentando con Gaspar Noe un canon retórico y estético muy arraigado a la cultura de lo provocador. Con Lux Aeterna, el director recurre a un divertido juego asociativo que parte del título de la película, adoptado de la canción de Clint Mansell que, a su vez, se popularizó al componer la banda sonora de la película de Darren Aronofsky, Réquiem por un sueño. Uno de los momentos más recordados de esta devastadora cinta se encontraba en una escena de violencia sexual que podría adscribirse muy bien a las premisas y preceptos de este neoextremismo del que Noé es firme estandarte. Lux Aeterna aprovecha la excusa de lo metacinematográfico, mediante un diálogo entre Béatrice Dalle y Charlotte Gainsbourg, para indagar en lo incómodo y lo desagradable. Las actrices nos contarán algunos de los entresijos que suceden tras la cámara en los rodajes y el estrés que puede originar la filmación de una película. Sin embargo, esta conversación irá mutando hacia lo que todo el mundo estaba esperando, una sucesión de acontecimientos grotescos impetuosamente secuenciados por un montaje frenético. Se trata del cine de sensaciones, algo que nos acerca al cuerpo humano desde una perspectiva prohibida tradicionalmente, pues aborda temas y escenas que resultaban tabú hasta hace bien poco. En este Nuevo Extremismo Francés, la exploración de lo sensorial se alimenta de la comprensión de una realidad en constante celebración de lo sexual y lo orgánico, lo que en gran número de ocasiones genera un grado evocador extático a través de la explícita violencia, la abyección intencionada o, como ocurre en el presente caso, la aberración cromática y lumínica hasta puntos demenciales con el objetivo de hacernos sentir ese momento efímero de puro placer que supone, como podemos leer al comienzo de la película, los instantes previos a un ataque de epilepsia.
Con esta cinta de tan solo 50 minutos, el realizador refuerza la teoría de que su cine es capaz de modificar la percepción de lo vanguardista al reinterpretar el modo en el que el público interacciona con la ficción. Si bien una de las grandes críticas recibidas por su metodología es la de que obliga al espectador a retirar la mirada ante una visión que sobrepasa su límite de tolerancia, Noé demuestra que no sólo no es así, sino que también existe un amplio sector que está dispuesto a participar de forma comprometida y activa con la historia, dejándose llevar por una apuesta que rechaza cualquier forma habitual de narrativa y afonta la sobreexposición a lo traumático. Prueba de ello es la permanencia de un alto porcentaje de espectadores cuando aparecen los títulos de crédito, en un momento de máxima intensidad lumínico-estimulativa. Siendo los rótulos finales el momento en el que se produce la salida masiva de los asistentes, llama la atención que, en este caso, el público prefiere quedarse, por curiosidad de ver si todavía falta alguna imagen que contemplar, o por simple inercia hipnótica, sea como fuere, la táctica no podría haber obtenido mejores resultados. La capacidad asimilativa de todos nosotros será desafiada por medio de estrategias de desagrado, desconcierto y ansiedad. Esta película sigue poniendo a prueba todos estos esquemas, mientras se apoya en los grandes trasgresores de la representación de lo bello y lo estético, como Sade en la literatura o Bacon en la pintura. Todo compone un atlas de negación de lo “no-visible”, un término extraído de la seminal obra Pornocracia, de Catherine Breillat, que exponía la necesidad de ofrecer la libertad de elección al público para asistir a lo que nadie quiere ver, no ya por ser irrepresentable en el sentido escénico de la palabra (Noé demuestra que es muy posible una presentación estética de esto), sino por lo que se considera incorrecto de visualizar, y aquí encontramos algo tan apasionante como es la eliminación de cualquier frontera o limitación artística. Gaspar Noé no es un pervertido, como se ha llegado a oír, sino un creador preocupado por estas limitaciones que todavía hoy conservamos. Como Marcel Duchamp, el director será criticado por la exploración de temas pornográficos o violentos como medio de lograr una reformulación de la interpretación artística. Lux Aeterna sería el comparativo cinematográfico de Etant Donnés, en la que Duchamp nos mostraba desde una perspectiva voyeurística el cuerpo inmóvil de una mujer abierta de piernas, el espectador tenía que tomar la decisión de acercarse, o no, a la puerta para mirar a través de la mirilla y contemplar una imagen terrorífica que se contraponía a la hasta entonces representación del desnudo femenino. Ahora, el objeto de estudio es una actriz tiranizada por un director de cine desalmado. Habrá que esperar todavía unos años para comprobar si Noé, como Duchamp, se convierte con el tiempo en un pionero en su género y hace olvidar todo el rechazo inicial que suscitó en un principio | 72/100 | Alberto Sáez Villarino.
Francia, 2019. Título original: Lux Aeterna. Director: Gaspar Noé. Guion: Gaspar Noé. Fotografía: Benoît Debie. Música: Varios artistas. Duración: 50 minutos. Montaje: Jerome Pesnel. Productora: Vixens Films. Diseño de producción: Samantha Benne. Intérpretes: Béatrice Dalle, Charlotte Gainsbourg, Abbey Lee, Karl Glusman, Félix Maritaud, Paul Hameline, Luka Isaac. Presentación oficial: Festival de Cannes 2019.
ROOM 212
Christophe Honoré, Francia | UN CERTAIN REGARD.
Según el artículo 212 del código civil francés, los esposos tienen la obligación de guardarse respeto, fidelidad, asistencia y socorro. Con este dato en la recámara, el director francés Christophe Honoré, que el año pasado participó en sección oficial con Vivir deprisa, amar despacio, vuelve a Cannes, en esta ocasión a la sección Un certain regard, con Chambre 212, cuyo título hace referencia al contenido del artículo que mencionábamos. Y es que Honoré vuelve a darle vueltas a las relaciones de pareja, esta vez con un tono mucho más ligero, entregado directamente a la comedia conyugal, con la historia de Maria, una mujer que decide abandonar a su marido una noche después de que este descubriera su infidelidad. Pero no se va muy lejos: alquila la habitación 212 del hotel en frente de su casa desde donde tiene una visión perfecta del interior y de todo lo que hace su marido. La habitación 212 le sirve a María como una especie de refugio donde cavilar si ha tomado la decisión correcta. De este modo, por la estancia empiezan a aparecerse personas importantes del pasado que le ayudan a recordar su vida amorosa, siempre en ese tono de comedia plagado de reflexiones existenciales tan propio del cine francés. Para Honoré, Chambre212 es como una pequeña pieza de cámara en la que, con los justos personajes, un ritmo constante y una pátina de teatralidad en el tratamiento del espacio, llegar a entretener de manera ligera, sin más pretensiones que contar una historia mínima sobre un personaje en duda. Quizás de ahí, de su levedad, se entiende el “descenso” de categoría cannois de Honoré, aunque su falta de ambiciones en lo que se refiere a profundidad y calado, sin tratar de recargar el discurso, también son de agradecer | 50/100 | Víctor Blanes Picó.
Francia, 2019. Título original: Chambre 212. Director: Christophe Honoré. Guion: Christophe Honoré. Fotografía: Rémy Chevrin. Duración: 86 minutos. Montaje: Jerome Pesnel. Productora: Les Films Pelléas. Intérpretes: Carole Bouquet, Chiara Mastroianni, Camille Cottin, Vincent Lacoste, Benjamin Biolay, Marie-Christine Adam. Presentación oficial: Un Certain Regard.
LIBERTÉ
Albert Serra, España | UN CERTAIN REGARD.
A propósito de su anterior película, la excepcional La mort de Louis XIV, reflexionábamos sobre una de las constantes del cine de Albert Serra: la puesta en escena del ocaso del mito. El Quijote, los Reyes Magos, el Rey Sol… sus anteriores películas giraban en torno al momento final de personajes ilustres para construir a través de sus últimas miradas y alientos la síntesis dilatada en imágenes de su forma de ser. En Liberté, el director catalán nos sitúa en un bosque cualquiera entre Francia y Alemania, unos años antes de la Revolución Francesa, cuando el libertinaje empieza a ser expulsado de la corte gala. En ese levemente apuntado contexto histórico, un grupo de duques y aristócratas se reúne en una especie de última cena carnal, un último momento de libertad. Cuando cae la noche, todo los allí reunidos empiezan a deslizarse entre los árboles, a observar cautelosamente al prójimo. En un afán igualador, no importa el cuerpo, la posición social o los atributos sexuales de cada uno: ante el deseo y el sexo todos son iguales. La cámara de Serra se esconde entre las hojas, observa a través las ranuras de los pequeños habitáculos de madera que se esparcen por el bosque. La fiesta orgíaca empieza con los que miran, con deseo pero con la cautela de la distancia, cómo otros cuerpos emergen de la oscuridad. Es un juego de claroscuros bañados por una tenue luz de luna. La suave y sensual fotografía de Artur Tort se convierte en un personaje más, en otro elemento de seducción. Y es que Serra se confirma (si es que no lo había hecho ya a estas alturas) como un maestro de la composición y la puesta en escena. Pocos directores actuales son capaces de crear una sinfonía de imágenes tan sugerentes e hipnóticas como el director de Honor de caballería. Su cine se entiende como una especie de trance, una puerta a un espacio y un momento en descomposición, donde el mito o la idea de un mito (en este caso, el Marqués de Sade sobrevuela el bosque, agitando las copas de los árboles con la suave brisa de sus postulados) empiezan a revelarse y desintegrarse al mismo tiempo.
En esta especie de cruising del siglo XVIII, Serra nos coloca como voyeurs privilegiados. En realidad, como espectadores adquirimos un carácter de voyeur del voyeur. El placer de observar al que observa el deseo, transmitiendo a través de la mirada la sensualidad de un fuera de campo cuyo eco empieza a entrar en el plano cada vez con más fuerza. Esa manera de ir mostrando poco a poco, con una cadencia de imágenes que se vuelve hipnótica, es parte de la seducción de Liberté, que va continuamente in crescendo, dando alas a los más perversos y oscuros deseos de los fugaces habitantes de este espacio. Ya sea a través de los escasos diálogos o de la práctica de sus fantasías, el sexo y la dominación entran como la tormenta que cala y agita sus cuerpos. Serra no escatima en mostrar aquello que al principio se imaginaba, por lo que Liberté, en sí misma, funciona como un ejercicio de liberación para los personajes (como la última noche para entregarse al deseo inconfesable, al sexo sin complejos permitido y alentado) y para el espectador (como un espacio cinematográfico donde admirarlo). Serra, como nos tiene acostumbrados, nos presenta una película compleja, no apta para todas las sensibilidades, pero que si se penetra en ella encierra una extraña atracción que va más allá de lo visual | 78/100 | Víctor Blanes Picó.
España, 2019. Titulo original: Liberté. Dirección: Albert Serra. Guion: Albert Serra. Fotografía: Artur Tort. Producción: Andregraun Films. Reparto: Helmut Berger, Ingrid Caven, Stefano Cassetti, Leonie Jenning, Catalin Jugravu, Anne Tismer. Duración: 120 minutos. Presentación oficial: Un Certain Regard.