Cuestión de forma
Segundo capítulo de la crónica de la 72ª edición del Festival de Cannes.
En la crónica publicada ayer, comentábamos el deseo de evolución del certamen –siempre en detrimento del espectador y en favor del show business. Lo que no cambia, sin embargo, es la percepción de la crítica. La misma que exige revolución, otras cuotas acordes a las necesidades de nuestro tiempo y nuevos nombres que derriben la mitología que ha construido el festival en la última década. La misma, también, que se acoge al estereotipo más banal para recibir filmes procedentes de determinadas coordenadas. Redactar las reseñas de antemano tiene ese riesgo. Y en ese campo, y aprovechando la emisión de la última temporada de Juego de tronos, entramos en la compleja dicotomía entre lo que anhelamos y presumimos con lo que los directores y guionistas proponen. De esta manera, una película como la brasileña Bacurau, del tándem inédito conformado por Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho, de la que se esperaba el sempiterno retrato social, se transforma, a mitad de metraje, en una desconcertante mixtura devenida Western posmoderno donde la imaginación y la extravagancia expirada, vinculada al realismo mágico del Cinema Novo local, nos dejan una obra tan inclasificable como poderosa en muchos de sus segmentos. Por supuesto, en su subtexto conviven temas habituales como el arraigo y la crítica a las políticas rurales de la nación sudamericana. Cambien, pues, la formas. Las mismas que, en el otro extremo de la puesta en escena, en este caso pedestre, hicieron que la Palma de Oro entregada en 2016 a Ken Loach por Yo, Daniel Blake, fuera recibida con estrépito por los acreditados, que remarcaban la naturaleza primigenia de una idea, el deceso del socialismo, caduca y exhibida con el hierático estilo del cineasta británico. Dicho esto, parece que en el punto medio se encuentra la tendencia y que el profesional no tiene capacidad alguna de liberarse de los prejuicios estén firmados o no. E.L.
BACURAU
Juliano Dornelles, Kleber Mendonça Filho, Brasil | COMPETICIÓN.
El director brasileño Kleber Mendonça Filho regresa a Cannes tras el éxito de su anterior cinta, Aquarius, ahora acompañado de Juliano Dornelles, para presentar otra poderosa crítica a la corrupción y la negligencia de las clases dirigentes de su País. En esta ocasión, la película presenta un claro cambio de planteamiento en la aproximación dramática al incurrir en un grado de cinismo poco habitual en un cine social de estas características, pues plantea una situación que, aunque plausible, por su extremismo e histrionismo rompe por completo la gravedad solemne con la que está planteada a nivel formal. Así pues, además de seguir con la elocuencia retórica que caracterizó a su obra previa, Mendonça se adentra en un ejercicio estético asombroso que alterna la predominante ingenuidad alegórica de su trabajo anterior, (en el que establecía desde el comienzo un paradójico contraste entre la luminosa y amable fotografía de radiante luz natural y la oscura representación de la corrupta política brasileña), con otras escenas mucho más lúgubres que destacan por una altísima intensidad, tanto visual, con marcados contrastes de luz y color, como anímica, consiguiendo un nivel de tensión creciente favorecido por la extravagante presentación de la amenaza que recae sobre la pequeña y aislada aldea de Bacurau. El realizador y su equipo plantean una fotografía muy elaborada, de desconcertante y presagiosa violencia que, desde la misma composición y planificación, transmite la gravedad óntica pretendida en el argumento con planos semioníricos y un agudo tenebrismo que nos atrapa y acompaña durante la totalidad de su metraje. Con una alta dosis de simbolismo, marcado sobre todo por la incesante aparición de ataúdes vacíos, como recordatorio de que Bacurau es una ciudad donde la muerte prematura es algo con lo que se aprendió a convivir desde hace tiempo, los realizadores nos irán acompañando en un desconcertante viaje, por momentos de una hilaridad nigérrima, hasta el corazón de las tinieblas.
Tras el planteamiento del conflicto inicial: población de los suburbios brasileños, marginada por el degenerado alcalde de la gran ciudad colindante que mantiene a los ciudadanos apartados de todo contacto con el exterior, bajo un régimen despótico y tiránico fundamentado en la privación de agua corriente. El conflicto da un giro dramático radical con una nueva y sanguinaria amenaza. Según parece, un grupo paramilitar de extrema derecha ha incluido como una de sus actividades corporativas el pago por la caza y el asesinato de personas “impuras”. A la desolación y malnutrición que ya asolaban este pequeño pueblo en el que todos conviven siguiendo una razonable y amable cooperación ciudadana, se une ahora el terror hacia una inminente amenaza que ya se ha cobrado varias vidas. Sin embargo, lo que apuntaba a una rápida rendición y aniquilación, parece dar un paradójico subterfugio cuando empiezan a salir datos y secretos de algunos de los habitantes de Bacurau. Como en un salvaje spaghetti western, el duelo está servido al atardecer, y la sangre de la venganza correrá a borbotones y sin censura para saciar la sed de justicia e indignación de todos los asistentes | 72/100 | Alberto Sáez Villarino.
Brasil, 2019. Título original: Bacurau. Director: Juliano Dornelles, Kleber Mendonça Filho. Guion: Juliano Dornelles, Kleber Mendonça Filho. Fotografía: Juliano Dornelles, Kleber Mendonça Filho. Música: Mateus Alves. Duración: 132 minutos. Productora: CinemaScópio Produções / SBS Films / Símio Filmes / arte France Cinéma. Montaje: Quentin Dupieux. Diseño de producción: Thales Junqueira. Diseño de vestuario: Rita Azevedo. Intérpretes: Udo Kier, Sonia Braga, Jonny Mars, Chris Doubek, Karine Teles, Alli Willow, Brian Townes, Antonio Saboia, Barbara Colen, Julia Marie Peterson, Silvero Pereira, Edilson Silva, Thomas Aquino, Valmir do Côco, Buda Lira, Rodger Rogério, Uirá dos Reis, Clebia Sousa, Rubens Santos, Carlos Francisco Galán. Presentación oficial: Festival de Cannes 2019.
SORRY WE MISSED YOU
Ken Loach, Reino Unido | COMPETICIÓN.
El nuevo filme de Ken Loach, al igual que el anterior, el citado en el prólogo Yo, Daniel Blake, se sustenta sobre dos conceptos: el lenguaje y el tiempo. En el primer caso, y como le sucedía a Blake, el protagonista, Ricky Turner, debe readaptar su vida a los nuevos códigos del mundo laboral, extensión rígida y fiel de los designios de la concepción salvaje del capitalismo contemporáneo. Si Blake, un individuo cercano a la senectud tenía que reciclarse a través de aparatos y burocracia desconocida hasta entonces, ante la mirada impertérrita y deshumanizada de las nuevas generaciones, Turner, cabeza de una familia de clase medio-baja, una vez superados los largos trámites y tras un largo período de inactividad, se ve obligado a franquiciarse con una multinacional de paquetería express. En la aparente sencilla entrevista de selección, que supera con facilidad, fluyen términos que Turner que ni comprende ni quiere comprender, no obstante la promesa de un futuro mejor, apoyado en unos números redondos que compensan gastos y sacrificios, es la única nomenclatura comprensible para este fan del Manchester United. Desgraciadamente, los Red Devils pasan a un tercer plano en su vida ya que el primer término de la cláusula sellada con un apretón de manos implica que Turner ya no es dueño de su tiempo; pasará gran parte de su día como una versión coetánea de Miguel Strogoff, como mensajero de los tótems capitalistas de la segunda década del siglo XXI: las plataformas de venta online. Un modus vivendi alienante que, como le sucede a su esposa, una cuidadora de ancianos, además de acotar su vida personal y familia, no encuentra la empatía —como remarca la escena más dura de la cinta, con un Turner apaleado y humillado sobre la acera— de los que le rodean, ya que, como denuncia el realizador británico, son miembros activos del sistema. Muerta la solidaridad y el minutero, ¿qué nos queda? Implora Loach a través del hijo mayor de esta familia, un joven brillante en plena adolescencia que se cuestiona su devenir ante el deseo de sus padres de que curse una carrera universitaria. “¿Para qué voy a ir a la Universidad? ¿Para trabajar doce horas al día en una cadena de comida rápida?” Un argumento demoledor y tristemente real con el que Loach articula un discurso latente en su filmografía pero que, por fortuna, se readapta con vigor a las exigencias del progreso. En este sentido, plantea el gran drama de la sociedad moderna: la conciliación laboral como clave para evitar el derrumbe del mañana. De este modo, el director de Nuneaton, junto a su camarógrafo Robbie Ryan, firma un trabajo emocionante en su fondo y previsible en su desarrollo que delinea con fidelidad el crepúsculo de una sociedad que no ceja en su deseo de marchitarse | 65/100 | Emilio Luna.
Reino Unido, Francia, Bélgica, 2018. Título original: Sorry We Missed You. Director. Ken Loach. Guion: Paul Laverty. Producción: Sixteen Films / BBC Films / BFI Film Fund / Les Films Du Fleuve / Why Not Productions / Wild Bunch. Presentación oficial: Sección oficial del Festival de Cannes en Competición. Música: George Fenton. Fotografía: Robbie Ryan. Montaje: Jonathan Morris. Diseño de producción: Fergus Clegg. Reparto: Kris Hitchen, Debbie Honeywood, Rhys Stone, Katie Proctor. Duración: 100 minutos.
ATLANTIQUE
Mati Diop, Senegal, Francia, Bélgica | COMPETICIÓN.
Atlantique es una de esas películas que pueden pasar sin pena ni gloria entre las propuestas de cualquier festival de cine de bajo presupuesto. Sin embargo, cada año se cuela en Cannes una de estas producciones francesas que, en cualquier otro contexto, podrían resultar interesantes por sus suficientes virtudes y la valiente originalidad de algunos apartados argumentales, pero que, en el festival de cine más importante del mundo, su inclusión, ya sea ésta por nepotismo o chovinismo, termina por hacerles más daño que beneficio, pues aquí se ha venido a juzgar a todos los trabajos en igualdad de condiciones y, es evidente, que éste concretamente, no está a la altura de lo visto hasta ahora ni de lo que está por llegar. Como comentábamos, la historia en sí no parte de una mala premisa, ni tan siquiera está mal ejecutada, de hecho, podríamos catalogarla como una libre adaptación moderna de La Odisea, con Ada como Penélope a la espera de que su amado regrese de esa heroica hazaña que ha emprendido con el propósito de ganar una guerra, contra la pobreza y la injusticia en este caso. Esta conjetura dejaría a Suleiman como el valiente Ulises, y lo cierto es que ninguno de los dos hombres retratados por sendas historias ostenta una imagen aceptable dentro de la sociedad moderna evolucionada. El mito de Homero se marchó a saciar su sed de poder y, una vez terminada la excusa que supuso la Guerra de Troya, decidió no regresar de inmediato a casa y quedarse tonteando con ninfas y sirenas, mientras Penélope quedaba sola esperando durante 20 años su regreso, con la única recompensa de ser humillada por su marido en un reencuentro deleznable y vejatorio para la auténtica heroína de la historia. En el presente caso, también Ada es obligada a esperar un amor imposible, y aquí es donde entra en juego el terreno surrealista que termina por derribar la coherencia de un relato hasta entonces bastante flojo. Nada acaba de encajar, ni la relación entre personajes, ni la problemática y grave situación social que existe en el trasfondo, ni por supuesto el desenlace.
Si por algo pasará a la historia la presentación de la película es por ser la primera, en los 72 años de este festival, que una mujer negra acude como directora a la sección oficial del certamen. Un gran avance que, aunque llega tarde y mal, es de aplaudir pues supone un punto de partida para que la situación vaya dirigiéndose lentamente hacia el camino de la completa igualdad. Y lo cierto es que, pese al atrevimiento, a la sincera aunque efímera conexión entre la pareja principal en determinados momentos de afortunada fugacidad, a la gran interpretación de las jóvenes actrices y al conato de crear un drama social diferente a lo acostumbrado, la película no pasa de eso, un frustrado intento cuyos defectos se acentúan por el contexto de su presentación | 30/100 | Alberto Sáez Villarino.
Senegal, 2019. Título original: Atlantique. Director: Mati Diop. Guion: Mati Diop, Olivier Demangel. Fotografía: Claire Mathon. Música: Fatima Al Qadiri. Duración: 100 minutos. Productora: Coproducción Senegal-Francia-Bélgica; Cinekap / Frakas Productions / Les Films du Bal. Montaje: Aël Dallier Vega. Diseño de producción: Salimata Ndiaye. Diseño de vestuario: Rachel Raoult. Intérpretes: Ibrahima Mbaye, Abdou Balde, Aminata Kane, Mbow, Mame Bineta Sane, Diankou Sembene, Nicole Sougou, Babacar Sylla, Traore. Presentación oficial: Festival de Cannes 2019.
CANCIÓN SIN NOMBRE
Melina León, Perú | QUINCENA DE REALIZADORES.
A la ópera prima de Melina León le va a arrastrar en su presentación en Cannes una desafortunada coincidencia. El reciente éxito de Roma, de Alfonso Cuarón (que, por reciente, elimina cualquier comentario de referencia) puede generar más de una injusta comparación. Y es que en Canción sin nombre se conjugan distintos elementos que relacionan a la cinta peruana con la mexicana, ya sea desde un punto de vista formal (rodada en blanco y negro), como narrativo (la maternidad y el trasfondo histórico y político), incluso por la protagonista (Cleo en el barrio de Roma, Geo en una comunidad ayacuchana). Pero más allá de estos puntos en común, la cinta de la directora sudamericana tiene entidad propia, principalmente gracias la valiente propuesta fotográfica de Inti Briones, que no busca la delicadeza y el refinamiento visual del blanco y negro, sino que se atreve por una fotografía brumosa y sucia, en la que los personajes parecen difuminarse con la neblina que recorre el ambiente. En esta atmósfera en ocasiones fantasmagórica, Georgina, una joven de 20 años que vive en la comunidad de Chihuire, está a punto de dar a luz a su primer hijo. Confía en una clínica que ayuda a mujeres con pocos recursos, donde le roban a su recién nacida. En su camino por buscar justicia, se cruza con un periodista solitario y un tanto idealista, tanto en lo personal como en lo profesional, dispuesto a llegar hasta el fondo del asunto. En este convulso Perú de finales de los 80, con las desigualdades sociales y el resurgimiento de Sendero Luminoso, ambos personajes, desde sus distintos estratos sociales, se verán enfrentados a la realidad social de un país que les asfixia (la película está rodad en 4:3) y que parece querer desintegrarles.
Así, Georgina y Pablo acaban literalmente convirtiéndose en espectros que la sociedad y el propio estado borra literalmente de sus prioridades. Melina León demuestra un buen pulso a la hora de apuntalar con pequeñas dosis de formalismo nada impostado su propuesta realista para ahondar en la desconexión mental y emocional a la que se ven arrojados. De este modo, a través de estas licencias, la conexión entre lo político y lo individual aparece desde lo visual y nunca desde lo narrativo. Y quizás es en ese apartado donde Canción sin nombre parece dispersarse más: su propuesta intimista no liga con esa voluntad de abrir frentes que parecen dispersar la historia en lugar de concentrarla en los dos personajes principales (la historia de investigación del periodista, el repunte terrorista, el dolor de la madre). Y es por eso que al final ese ir y venir entre la mirada de cada uno de los personajes no termina de fraguar. Aún con eso, en su viaje desde las tradiciones quechua hasta los despachos de los ministros, León se presenta como una directora capaz de en mostrar desde una cuidadosa y pertinente puesta en escena a un país abandonado por sus dirigentes (las referencias a la desorbitada inflación que sufrió Perú resuenan de fondo) y dispuesto a abandonar todo atisbo de humanidad | 65/100 | Víctor Blanes Picó.
Perú, Estados Unidos, Suiza, 2019. Título original: Canción sin nombre. Dirección: Melina León. Guion: Melina León, Michael J. White. Producción: Bord Cadre Films / La Vida Misma Films / MGC / Torch Films. Fotografía: Inti Briones. Música: Pauchi Sasaki. Reparto: Pamela Mendoza, Tommy Párraga, Lucio Rojas. Presentación oficial: Quincena de Realizadores de Cannes. Duración: 97 minutos.