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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Mula

    La sabiduría del viejo lobo

    Crítica ★★★★ de «Mula», de Clint Eastwood.

    Estados Unidos, 2018. Título original: «The Mule». Director: Clint Eastwood. Guion: Nick Schenk (Artículo: Sam Dolnick). Productores: Clint Eastwoood, Dan Friedkin, Jessica Meier, Tim Moore, Kristina Rivera. Bradley Thomas. Productoras: Imperative Entertainment / Warner Bros. / Bron Studios / Malpaso Productions. Distribuida por Warner Bros. Fotografía: Yves Bélanger. Música: Arturo Sandoval. Montaje: Joel Cox. Reparto: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Michael Peña, Taissa Farmiga, Dianne Wiest, Laurence Fishburne, Ignacio Serricchio, Alison Eastwood, Andy García, Clifton Collins Jr.

    Aún está reciente el estreno de The Old Man and the Gun (David Lowery, 2018), la película que ha supuesto la despedida, por la puerta grande, de un veterano del cine como Robert Redford. Esta generación de mitos vivientes se va desvaneciendo del celuloide, dando paso a nuevas generaciones que, sin duda, les toman como modelos a seguir. Clint Eastwood es otro de esos viejos lobos que llevan años avisando con un inminente adiós que, de momento, nunca ha llegado a materializarse. Así, cuando pensábamos que su fabulosa interpretación del cascarrabias Walt Kowalski en Gran Torino (2008) iba a suponer su testamento cinematográfico como intérprete, volvería a aparecer, cuatro años más tarde, en la más bien discreta Golpe de efecto (Robert Lorenz, 2012), donde se erigió, sin problemas, lo mejor de la función. Ahora, Eastwood vuelve a sorprendernos, a sus imponentes 88 años, con un nuevo papel a su medida, sacado de un artículo del New Yok Times Magazine. “Una mula de la droga de 90 años en los cárteles de Sinaloa”, firmado por Sam Dolnick, que tenía como protagonista a Leo Sharp, un nonagenario que, por circunstancias de la vida, pasó de cultivar lirios con gran éxito (llegó a ser premiado en certámenes internacionales por su labor horticultora) a convertirse en una de los mayores contrabandistas del cártel mexicano dirigido por “El Chapo” Guzmán. Mula (2018), la película que nos ocupa, sin llegar a alcanzar la maestría del Eastwood más lúcido –Sin perdón (1992), Los puentes de Madison (1995), Mystic River (2003) o Million Dollar Baby (2004) son trabajos, a estas alturas, difícilmente igualables–, sí puede considerarse su obra más estimable desde Gran Torino, repitiendo personaje anciano de fuerte carácter y de vuelta de todo, desencantado con los tiempos que corren. Un rol que le sienta como anillo al dedo y en el que el actor despliega toda la sabiduría adquirida durante una trayectoria de más de seis décadas en las que ha ido reinventándose continuamente, pasando de ser una estrella de los spaghetti-westerns durante los 60 al héroe duro de acción nacido a raíz del éxito de Harry el sucio (Don Siegel, 1971), revelándose, en el camino, como uno de los mejores directores que ha dado el cine norteamericano, capaz de cualquier género con idéntica eficacia.

    Mula nos presenta a Leo Sharp, un hombre que ha vivido su vida como ha querido, equivocándose muchas veces pero asumiendo las consecuencias de sus errores con resignación. Su pasado como veterano de la Segunda Guerra Mundial ha hecho que no conozca el miedo a prácticamente nada y ha dedicado más tiempo de su larga existencia a cuidar de las diferentes especies de flores que ha cultivado que a su propia familia, a la que no ha dejado de fallar en reiteradas ocasiones. Sharp es mostrado como un tipo simpático, despreocupado y mujeriego, que estuvo muy lejos de ser el marido y padre ejemplar para los suyos, a quienes ha dejado en la estacada en aniversarios o celebraciones familiares, como la boda de su hija, a la que no acudió y que le costó que todos, a excepción de su incondicional nieta, le diesen la espalda. También es un hombre anclado en el pasado, a quien le cuesta aceptar el papel fundamental que las nuevas tecnologías desempeña en la sociedad actual, oponiéndose totalmente al uso de internet o esos teléfonos móviles que odia con todas sus fuerzas. Tal vez por ello, llegó un momento que su negocio empezó a quebrar y las fuertes deudas, con amenazas de embargo por parte de los bancos incluidas, hicieron que aceptara una oferta para comenzar a realizar portes en su destartalada furgoneta para una banda de narcotraficantes. Para ellos, el viejo es alguien casi invisible para la DEA, ya que su avanzada edad y el hecho de no haber tenido ni una sola multa en toda su trayectoria como conductor apenas levantarían sospechas. Para Sharp, bautizado dentro del gremio como “El Tata”, no es más que un medio para obtener (mucho) dinero fácil y rápido con el que solventar su economía y, de paso, tratar de ganarse de nuevo el cariño de familiares y amigos. El guion de Nick Schenk no se detiene a juzgar la amoralidad de unas acciones que, evidentemente, están fueras de la legalidad, sino que trata de justificar, dentro de lo que cabe, los motivos que llevan a un ciudadano ejemplar de 90 años a tener que desempeñar semejantes delitos para poder salir adelante en el tramo final de su vida, dibujando, de paso, a un Sharp bastante más ingenuo y honrado de lo que, seguramente, ha sido en la realidad.


    «Es una obra pequeña y poco ambiciosa que, a pesar de sus evidentes imperfecciones, alcanza, en sus mejores momentos, unas cotas de emoción y verdad que parecían ausentes de los últimos trabajos del director y que logran engrandecer el conjunto hasta límites insospechados».


    Es Mula un filme que destila clasicismo en cada fotograma. Un drama sobrio y de ritmo sinuoso (como la apacible banda sonora de Arturo Sandoval que acompaña a sus imágenes) que no tiene ninguna prisa en entrar en materia delicada, recreándose en la carismática personalidad de su personaje central y en su manera de ver la vida. Nos encontramos ante una suerte de road movie que sigue al contrabandista durante doce portes entre Estados Unidos y México y que muestra cómo va redimiéndose de sus errores pasados –el acercamiento a la desilusionada esposa y a la hija herida interpretada, curiosamente, por Alison Eastwood– al mismo tiempo que se va labrando una carrera delictiva que podría suponer para el hombre otro tipo de condena que echarse sobre sus hombros. La cinta funciona muy bien en el terreno sentimental, ensalzando el factor humano sobre la acción y mostrando los conflictos familiares con sutileza y buen gusto, sobre todo, en las escenas que el actor comparte con la espléndida Dianne Wiest, tan íntimas y reales que son capaces de condensar décadas de amor y decepción entremezcladas en cada frase o mirada que se profesan. También acierta el filme en su tono ligero y poco afectado (aunque su mensaje no deje de contener su contundente carga política y de crítica social), así como en unas agradables dosis de humor (provenientes, en su mayoría, del talante irónico de su vital protagonista) con las que elude caer en cualquier concesión al sentimentalismo barato, a pesar de que la historia cuenta con no pocos ingredientes dramáticos. Menos fuelle tienen, en cambio, la estereotipada visión que se ofrece del mundo del narcotráfico, con algunos pasajes un tanto toscos que, además, restan amabilidad al conjunto (esas incursiones erótico-festivas de Sharp están fuera de lugar) y la algo previsible trama policial, a pesar de que Bradley Cooper ofrezca una actuación notable como ese agente de la DEA obstinado en dar caza a esa mula que tiene a la policía despistada, y que termina estableciendo un vínculo de cierta empatía con el perseguido. Y es que, al igual que sucediera en su sensacional Un mundo perfecto (1993) con el asesino que Kevin Costner bordara allí, Eastwood se las arregla para que el público se termine solidarizando con las tribulaciones del “criminal” protagonista, hasta tal punto que desee que este consiga escapar de las autoridades. Mula podrá no pertenecer al grupo de obras maestras de su irrepetible cineasta. Ni siquiera podría considerarse, siendo objetivos, una gran película. Pero tiene muchos de los detalles que han hecho del cine de Eastwood algo grande en unos tiempos necesitados de valores y verdadera pasión por lo clásico. Es una obra pequeña y poco ambiciosa que, a pesar de sus evidentes imperfecciones, alcanza, en sus mejores momentos, unas cotas de emoción y verdad que parecían ausentes de los últimos trabajos del director y que logran engrandecer el conjunto hasta límites insospechados | ★★★★


    José Martín León
    © Revista EAM | Madrid |


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