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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Destroyer, una mujer herida

    La venganza como puerta a la redención

    Crítica ★★★★ de «Destroyer. Una mujer herida», de Karyn Kusama.

    Estados Unidos, 2018. Título original: «Destroyer». Dirección: Karyn Kusama. Guion: Phil Hay, Matt Manfredi. Productores: Fred Berger, Phil Hay, Matt Manfredi. Productoras: 30West / Automatik Entertainment. Distribuida por Annapurna Pictures. Fotografía: Julie Kirkwood. Música: Theodore Shapiro. Montaje: Plummy Tucker. Reparto: Nicole Kidman, Toby Kebbell, Tatiana Maslany, Sebastian Stan, Scott McNairy, Bradley Whitford, Toby Huss, James Jordan, Beau Knapp, Jade Pettyjohn, Zach Villa.

    En casi veinte años de trayectoria como realizadora, Karyn Kusama siempre ha sentido debilidad por retratar en sus películas personajes femeninos fuertes y contradictorios. Así lo fue aquella Diana Guzmán que trataba de canalizar, a través del boxeo, la rabia acumulada durante una adolescencia conflictiva en su ópera prima Girlfight (2000). Aquella cinta, que sirvió para lanzar a la fama a Michelle Rodriguez, se alzó con los premios a mejor película y dirección en Sundance y situó a la cineasta como un talento a seguir que, por desgracia, no supo estar a la altura en sus dos siguientes incursiones, la fantasía futurista Æon Flux (2005), protagonizada por una Charlize Theron, en modo Milla Jovovich, repartiendo mamporros en unos escenarios que parecían sacados de un anuncio de cosméticos, y la comedia de terror Jennifer's Body (2009), escrita por la oscarizada Diablo Cody y con una Megan Fox desempeñando las funciones de cheerleader poseída por una fuerza malévola. Y es que el gran momento de Kusama no llegaría hasta 2015, año en el que estrenaría La invitación, una de las obras más tensas e hipnóticas que el cine de terror nos ha regalado en la última década. La crítica cayó rendida a sus pies, Sitges la premió como mejor película y el nombre de la directora volvió a recuperar el crédito perdido por culpa de una elección de proyectos errática. Ahora llega a las salas de cine su último filme, Destroyer (2018), título torpemente traducido en España con la horrorosa coletilla Una mujer herida, en el que vuelve a poner su mirada en un personaje femenino complicado y con problemas, que encuentra serias dificultades para adaptarse a las normas de la sociedad. Para la ocasión, la cineasta ha encontrado su mejor aliada en una Nicole Kidman que buscaba, con este papel, una nueva oportunidad de figurar en las quinielas de premios de la temporada, sometiéndose para el mismo a una caracterización física tan radical que hace que cueste reconocer a la actriz bajo la espesa capa de maquillaje que disfraza su rostro.

    La protagonista de esta historia es Erin Bell, una agente de policía en horas bajas, convertida en un despojo humano que ahoga en el alcohol y las drogas las penas causadas por un pasado que no le permite seguir adelante. Una vez fue joven y hermosa pero una mala decisión, tomada durante una misión en la que trabajó como agente encubierta dentro de una peligrosa banda criminal en California, marcó su vida, y el sentimiento de culpa la transformó en un cadáver andante que ni siquiera tiene fuerzas para ocuparse de una hija adolescente que comienza a tener serios problemas de conducta. Erin es un animal herido de muerte, que ha pagado un alto peaje por sus errores y que, después de haber dejado en el camino al amor de su vida, a su familia y, lo más importante, sus principios, poco tiene ya que perder, por lo que solo le queda expiar sus pecados. Destroyer es un thriller policiaco tan negro y pesimista como la atormentada personalidad de su potente personaje femenino, una de esas criaturas capaces de cargar sobre sus hombros con todo el peso de un relato que, a la hora de la verdad, no destaca por su originalidad. Nicole Kidman realiza una de las actuaciones más contundentes que le hemos visto en muchos años, sobreponiéndose a las inclemencias de su afeamiento “por exigencias de guion” gracias a la fuerza de una poderosa mirada azul que dice mucho más que mil palabras. Su voz rota, esa manera de caminar, arrastrando los pies, la rudeza de sus modales, todos estos elementos conforman un registro dramático nuevo de una actriz de la que creíamos conocerlo todo. La película arranca con Erin descubriendo que Silas, el líder de la banda que arruinó su vida quince años atrás, ha vuelto a las andadas y la sola idea de darle caza se convierte, más que en una obsesión, en una manera de saldar cuentas con el pasado y alcanzar una redención que, a estas alturas, parecía imposible. Así, la película de Kusama sigue los pasos de la agente de policía en sus pesquisas, a través de los bajos fondos de la ciudad de Los Ángeles, donde va reencontrándose con aquellas desalmadas personas que fueron cruciales para que su vida tomase posteriormente ese camino hacia la autodestrucción al que se vio abocada. El filme intercala constantes flashbacks que van poniendo en antecedente al espectador sobre cuáles fueron esos hechos del pasado por los que Erin no logra perdonarse a sí misma, confiriendo al filme una condición de puzle en el que todas sus piezas van encajando hasta guiarnos hasta esa revelación final que hace que todo cobre sentido.

    «Destroyer es una excepcional muestra de película de género con fuerte armazón dramático y músculos de hierro en las escasas (pero brillantes) secuencias de acción». 


    Con esta obra, la directora nos regala un exponente de cine negro violento, duro y sin concesiones, bañado por una atmósfera sórdida y decadente que hace que su visionado resulte una experiencia tan incómoda como emocionalmente extenuante. La complicada psicología de su protagonista hace que cueste empatizar con ella, su conducta, muchas veces amoral, y sus equivocadas decisiones, aunque la subtrama familiar esté lo suficientemente bien insertada para, en última instancia, lograr que esa emoción que había brillado por su ausencia durante todo el metraje, haga su aparición en el tramo final de la función, especialmente, en la emotiva escena en la que madre e hija se desnudan emocionalmente durante una conversación en una cafetería. Kusama esquiva, eso sí, cualquier atisbo de concesión a la sensiblería o a forzados finales felices, llevando la suciedad moral del personaje de Erin al extremo (sirva como ejemplo cierta escena “sexual” tan inesperada como fuera de lugar que, sin embargo, resume perfectamente los pocos escrúpulos de la protagonista a la hora de emprender cualquier acto con tal de lograr sus objetivos). Destroyer es una excepcional muestra de película de género con fuerte armazón dramático y músculos de hierro en las escasas (pero brillantes) secuencias de acción. En concreto, las escenas de atracos están rodadas con gran intensidad y brío, y recuerdan al cine que lanzara a Kathryn Bigelow a finales de los ochenta y principios de los noventa, compartiendo ciertos elementos argumentales con algunos de los mayores éxitos de aquella, como el protagonismo de esa agente de policía dura y enfrentada a un mundo de hombres que remite a Acero azul (1989) o esa trama de infiltración en una banda criminal con el fin de desactivarla que también vimos en Le llaman Bodhi (1991), valiéndose de un sensacional montaje que bebe de otras fuentes del noir moderno como Tony Scott o Antoine Fuqua. Eso sí, a diferencia de las obras de estos realizadores, la cinta de Kusama, todo un descenso a los infiernos de su protagonista, motivado por un sentimiento tan fuerte y devastador como el de la venganza, cuenta con un ritmo bastante más reposado y un corazón mucho más putrefacto. Junto a la enorme Kidman, capaz de plasmar emociones tan contradictorias como la rabia, la soledad, el dolor o la culpa, destacan también las buenas labores de dos actrices como Tatiana Maslany y la jovencísima Jade Pettyjohn en el papel de esa hija que supone la única razón por la que Erin encuentra fuerzas para seguir levantándose cada día, aunque esté lejos de poder considerada una madre ejemplar | ★★★★


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


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