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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La balada de Buster Scruggs

    La paradoja de la segunda oportunidad

    Crítica ★★★★ de La balada de Buster Scruggs, de Joel Coen e Ethan Coen.

    Estados Unidos. 2018. Título original: The Ballad of Buster Scruggs. Director: Joel Coen, Ethan Coen. Guion: Joel Coen, Ethan Coen. Duración: 132 minutos. Edición: Joel Coen, Ethan Coen. Fotografía: Bruno Delbonnel. Música: Carter Burwell. Diseño de producción: Jess Gonchor. Diseño de vestuario: Mary Zophres. Productora: Annapurna Television / Mike Zoss Productions. Distribuida por Netflix. Intérpretes: Tim Blake Nelson, Zoe Kazan, Tom Waits, James Franco, Liam Neeson, Harry Melling, Bill Heck, Brendan Gleeson, Tyne Daly, Jonjo O'Neill, Saul Rubinek, Clancy Brown, Willie Watson, Ralph Ineson, Grainger Hines, David Krumholtz, Stephen Root, Sam Dillon, Jesse Luken, Chelcie Ross. Presentación oficial: Venice Film Festival, 2018.

    En los primeros 10 minutos de La balada de Buster Scruggs, la última película de los hermanos Coen, el personaje epónimo del filme ha logrado matar a ocho hombres en tres duelos diferentes; el primero de ellos en inferioridad numérica, seis contra uno; el segundo en una clara desventaja armamentística, enfrentándose desarmado a un enemigo con pistola; y el tercero cediendo deliberadamente una ventaja táctica a su oponente, afrontando el tiroteo de espaldas al rival. Esta demostración nos pone en situación sobre el tipo de vaquero que tenemos ante nosotros, alguien constantemente precedido de su fama y perseguido por un sinfín de pistoleros dispuestos a poner a prueba su pericia y velocidad con el revólver. El primero de los seis relatos que componen este filme episódico destaca por la comicidad de su puesta en escena y la violencia de su trazo, dos recursos que irán de la mano durante todo el metraje en esta astuta y deslumbrante reflexión sobre la muerte, una muerte anacrónica y lejana, pero muerte al fin y al cabo; un elemento tan trágico como aterrador que obtiene ahora una nueva perspectiva, o seis mejor dicho, sobre las cuales pivotará cada una de las historias enmarcadas en el lejano oeste americano que se dan cita en esta antología agridulce sobre el destino último de todos nosotros.

    Las páginas de un libro de relatos, hojeadas por un narrador oculto, nos adelantan los primeros compases de cada uno de los capítulos de este filme en el que, tras la presentación de Buster, aparece frente a nosotros un atracador de bancos que probará suerte en una sucursal aislada en medio de ninguna parte; sin embargo, el viejo cajero, antes de conocer sus intenciones, le advierte que otros habían intentado robarle, pero nadie salió airoso de su empeño, algo que no detendrá las pretensiones de este bandido incapaz de ver la dificultad de atracar una pequeña oficina bancaria custodiada por un anciano indefenso. Ya en este segundo relato nos daremos cuenta de que los directores irán dando protagonismo en cada episodio a un personaje tipo diferente y característico del western clásico, al tiempo que aderezarán la trama de cada uno de ellos con diferentes estrategias narrativas extraídas de géneros cinematográficos dispares, sin embargo, la cinta, como es habitual en los Coen, siempre seguirá fiel a las ineludibles exigencias del mainstream; la naturaleza comercial y la creación artística mantienen en todo momento una estrecha relación simbiótica con la que consiguen que el producto final no pierda el atractivo facilón deseado por el gran público, sin por ello tener que renunciar a su sello autoral característico. Así, tras la intervención del duelista, le toca el turno a esa figura primordial de todo clásico del oeste compuesta por el bandido que busca ganarse la vida al margen de la ley. Como ya viene siendo habitual en esta pareja de hermanos, sus películas suelen estar marcadas por la hibridación genérica, algo que ahora llevan a un nivel retórico más exhaustivo al incurrir en esta combinación de géneros dentro de un mismo fragmento fílmico, y no sólo en la totalidad cinematográfica. Mediante la incursión en esta forma de rodar, los Coen ponen especial énfasis en la estimulación de nuestros instintos, pulsiones y deseos más primarios con el fin de alcanzar una factura efectista que nos transporte simultáneamente a un estado de seducción y perturbación visual. Son muchos los elementos que se conjugan en este entramado intersemiótico, aunque el que nos interesa con especial relevancia en el presente caso es el uso denotativo del drama y la tragedia, un aspecto primordial y protagonista en cada relato que, no obstante, es sometido a una frivolización conceptual para alcanzar ese grado de desdramatización necesario en toda comedia negra. De este modo, la sobriedad taxativa de su estilo, y la recreación de atmósferas sobrecogedoras quedarán de algún modo mancilladas por la incursión en esta escena de personajes patéticos, excéntricos, histriónicos pero, en cualquier caso, letales.


    «Son muchos los elementos que se conjugan en este entramado intersemiótico, aunque el que nos interesa con especial relevancia en el presente caso es el uso denotativo del drama y la tragedia, un aspecto primordial y protagonista en cada relato que, no obstante, es sometido a una frivolización conceptual para alcanzar ese grado de desdramatización necesario en toda comedia negra». 


    Aquí llegamos al tercer cuento, el más circunspecto de todos ellos y en el que podemos atender a las andanzas de dos errabundos viajeros que trasladan su caravana de ciudad en ciudad buscando la compasión de desconocidos. Gracias a las fantásticas dotes narrativas de un pobre hombre desmembrado, que acierta a recitar de memoria y con notable pronunciación, acento y modulación, sonetos de Shakespeare y leyendas de Shelley ante el estupor y el embeleso de los asistentes. Sin embargo, los tiempos cambian y con ellos las motivaciones de los ciudadanos para emplear sus momentos de ocio. Son tiempos difíciles para los feriantes y los encargados de conseguir la admiración del público, y el desenlace de las andanzas de esta pareja son un claro y lúgubre reflejo de la voracidad del cambio. Y si en esta tercera historia aparece el singular y siempre deleitoso personaje del feriante, en la cuarta nos cruzaremos con uno de los más extravagantes y simpáticos emprendedores que nos ha dado el lejano oeste, o su representación fílmica: el buscador de oro. Gracias a la sensacional actuación de Tom Waits, el corto nos mete en las acciones, distracciones y monotonías de estos tenaces rastreadores que, mediante incontables tretas y astucias, eran capaces de encontrar fortunas en los márgenes de los ríos cuando todavía existía algo de tierra virgen en Estados Unidos. Los directores presentan a este singular cazatesoros como una figura solitaria, cuya meta llega a confundirse en ocasiones con su única familia, sin embargo, ni tan siquiera un hombrecillo tan entrañable como él logrará escapar de la incertidumbre y la peligrosidad de esta época en la que por encima de toda ley prevalecía la del más fuerte o la del revólver más rápido.


    «Sin pretensión de reinventar nada más allá de sus propios códigos autorales, ni la idílica quimera de crear una pieza que perdure en el imaginario colectivo de forma eterna, los Coen logran la simple pero difícil tarea de crear entretenimiento refrescante recurriendo a lo que mejor saben hacer: el cine como se entendía en su época dorada». 


    Ya en el quinto capítulo hallaremos el más clásico de todos los relatos, la típica representación de las películas de indios y vaqueros que llegará gracias a la introducción de esa figura legendaria, lacónica y honesta, que compone el escolta de diligencias. El hombre en el que familias y empresarios confiaban cuando se veían obligados a atravesar el impredecible desierto en busca de una mejor vida. Rastreadores del terreno con un conocimiento cartográfico de cada palmo de territorio salvaje, lobos solitarios que trataban de ocuparse de sus propios asuntos, aunque con un sentido muy acentuado de la justicia y la honradez. Uno de estos hombres es Billy Knapp, quien conocerá a la joven Alice en una situación desafortunada para la muchacha, y le ofrecerá su ayuda al tiempo que se replanteará su futuro como escolta de diligencias. En este cuento podremos deleitarnos con uno de los duelos más apasionantes del western moderno, un solo hombre enfrentado a todo un grupo de salvajes con el propósito de proteger a la damisela en apuros. Sin lugar a dudas, no se trata del mensaje más progresista que podríamos haber soñado pero, dentro de su condición de relato-homenaje al clásico, encontramos un desenlace inesperado que se presta con mucha facilidad a la interpretación de la esperanza femenina de escapar de un patriarcado que controla su futuro como una pieza de mercadería más. Tras este bello y épico poema visual, llega el turno del sexto y último cuento. El colofón final que, por fin, pondrá cara a aquello que ha ido acechándonos las más de dos horas de metraje episódico a las que hemos asistido. La parca misma, personificada en dos locuaces cazarrecompensas, aparece para ofrecernos uno de los más disparatados y estremecedores desenlaces de cualquier western jamás rodados y, al mismo tiempo, confesarnos su sorprendente modus operandi, ése con el que han logrado arrebatar las vidas de jóvenes y viejos a lo largo y ancho de los más inhóspitos parajes desde Nebraska hasta Wyoming. Sin pretensión de reinventar nada más allá de sus propios códigos autorales, ni la idílica quimera de crear una pieza que perdure en el imaginario colectivo de forma eterna, los Coen logran la simple pero difícil tarea de crear entretenimiento refrescante recurriendo a lo que mejor saben hacer: el cine como se entendía en su época dorada. | ★★★★ |


    Alberto Sáez Villarino
    © Revista EAM / Dublín


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