Bajo el signo de la melancolía
Cine, desencanto y aflicción | Santos Zunzunegui | Cátedra, signo e imagen (2017). ISBN: 978-84-376-3644-3 | Páginas: 192.
Ese elemento ausente que en el cine de una manera u otra acaba por suscitar un fuerte sentimiento de tristeza me ha venido persiguiendo desde que era muy niño. Oculto durante años como recurso fuera de cuadro, elíptico, de lo que viene a ser añoranza, emoción, fantasmagoría, lo recuerdo primero en los días de domingo, viendo una película en la sesión de tarde del cine donde trabaja mi padre. Al acabar esa función, la noche me recordaba que se acababa el fin de semana y a la mañana siguiente volvería a madrugar para ir al colegio. Luego pienso en las imágenes de un cine casi vacío. Me daba muchísima pena cuando las sesiones centrales de algún estreno no cumplían las expectativas observando un patio de butacas moribundo con apenas espectadores, y, al final, en su trasposición sentimental, lo vincularía solamente como una luz resplandeciente en la oscuridad de una sala de cine. A eso que comúnmente llamamos melancolía me he ido acercando sumergido en la soledad de una butaca, de una pantalla tomada como espejo de nuestros anhelos. Sin embargo, he de decir que esa desazón entre bella y dolorosa, entre diurna y nocturna, entre blanca y negra, no obtiene un sentido pleno, una necesidad de expresión, hasta que no descubro la pluma de Santos Zunzunegui. Sin dudarlo un instante diría que el escritor cinematográfico más determinante e influyente en mi historial cinéfilo, que con el tiempo ha supuesto incluso un cambio fundamental en el acercamiento a cualquier tipo de imagen o una verdadera significancia a ese sentimiento melancólico que me abordaba desde siempre y que tan difícil resulta de expresar con palabras.
Bajo el signo de la melancolía: Cine, desencanto y aflicción (Cátedra, signo e imagen, 2017), supone uno de esos libros imprescindibles para entender primero el temperamento de las imágenes, y segundo ahondar en la dimensión melancólica del cine. A través de dos imágenes, Zunzunegui alcanza a describir los motivos figurativos que nos conducen hacia la representación cultural de la melancolía. Dos imágenes separadas entre sí por más de cuatro siglos de diferencia. Una es un grabado de 1514 de Alberto Durero titulado Melancolía, una descripción muy interesante sobre los iconos e imaginarios de nuestra civilización a la hora de representar ese sentimiento. La otra imagen sería el cuadro de Edward Hopper New York Movie creado a finales de la década de los años 30 del siglo pasado. La imagen de Hopper supone además la portada del libro así como la brújula por la que atravesamos todos los espacios y escalas del pensamiento melancólico, y su vinculación al cine como objeto de ensueño o de caverna platónica. El escritor parte de ambas imágenes creando un profundo estado alegórico. Más adelante en sucesivos capítulos albergará distintas acepciones de la palabra melancolía como proceso etimológico de proyectar una teoría más o menos precisa de tal concepto, e irá repasando por bloques las figuras de una melancolía asociada a imágenes de películas reconocibles. Desde el temperamento melancólico del cine de Orson Welles, hasta la historia del cine narrada por Godard, pasando por la mirada excepcional de cineastas como Jose Luis Guerin, Mizoguchi, Luchino Visconti, François Truffaut, Roberto Rosellini, o John Huston, entre muchos otros, el estudio nos adentra en la experiencia de un terreno fílmico suspendido en el aire, casi fantasma, lleno de misterios, de ruinas y de emociones.
El libro exige del lector una bella sintonía emocional, afín a la sentida escritura de Zunzunegui, la cual nos persigue incesante como narrativa virtuosa. Complicado destacar partes por encima del todo pero resaltaríamos por ejemplo los capítulos La descomposición, relativo al legado de Visconti, en donde elabora un exhausto recorrido por las imágenes pictóricas del director italiano. Así, nos sumerge en la decadente y operística mirada de El gatopardo, sin duda paradigma fundamental de la melancolía histórica. Según palabras del propio autor: «El gatopardo propone una visión melancólica, a un tiempo estoica, elegiaca y desencantada, sobre la irremediable decadencia de una clase social, de una estirpe que durante siglos jamás había sabido ni siquiera sumar sus gastos y restar sus deudas». La melancolía rota, lampedusiana de tiempos pasados, la dramática intuición de imágenes ligadas estéticamente a la memoria sentimental de todo Occidente. Otro extraordinario capítulo sería Pensamientos fúnebres; en él repasa el carácter irremediablemente mortuorio de obras emblemáticas como Yo anduve con un zombi (Jacques Tourneur), La habitación verde (François Truffaut), Dublineses (John Huston) o Crónica familiar (Valerio Zurlini). Reviviremos el sentido lapidario, simbólico de lo crepuscular, poniendo imágenes que encuadren la naturaleza fantasmagórica, espectral de las películas comentadas. Una inteligente travesía de los ecos narrativos, temáticos y poéticos que se intuyen en el cine que habita la muerte, no solo en lo relatado, sino en lo que se desprende de sus subtextos, o de lo invisible. Refiriéndose a Dublineses como la manifestación de unas auténticas “ruinas de la memoria”[…]: «El cine como máquina de pensamientos fúnebres». Hablamos en un sentido metafórico de lo que el mismo Zunzunegui en muchos de sus otros ensayos llamaría “dimensión lapidaría”. Igualmente me gustaría citar algunas de las hermosas frases acerca de Crónica familiar, una de las obras maestras de Zurlini basada en un texto autobiográfico del escritor Vasco Pratolini. «Todo recuerdo es portador de melancolía. Tanto más si este recuerdo toma como objeto un tiempo ido, habitado por la muerte». Los planos de la ciudad en los que se elude por completo cualquier presencia humana, parte de una memoria en ruinas, y el especial hincapié que Zunzunegui hace de las imágenes, idénticas, con las que Zurlini abre y cierra el filme, y las dispares significancias que adoptan según el relato, son muescas de una literatura analítica pero llena de pasión, llena de sensaciones etéreas, la efervescente dimensión de lo desconocido. Una publicación imprescindible para los amantes del cine, y sobre todo fundamental dentro del recorrido ensayístico de Zunzunegui, sin duda uno de los mejores semiólogos y analistas cinematográficos que tenemos en España. Una joya para los melancólicos.
David Tejero Nogales
© Revista EAM / Badajoz