One day in a festival
Crónica II del Festival de Gijón 2018.
En la excelente película húngara One Day, con la que Zsófia Szilágyi compite en la Sección Oficial de Gijón meses después de alzarse con el Premio FIPRESCI de Semana de la Crítica de Cannes, observamos la jornada de una madre de tres hijos que corre sin descanso de un lado para otro, cumplimentando tareas antes incluso de poder planteárselas. Todo es frenético, fatigante y estresante, pero, al final del día, compensa. Así es también la existencia de un crítico en un festival cinematográfico, al menos si se desea aprovechar la oportunidad al máximo. Desde primera hora, ya con las entradas en el bolsillo, toca correr con el desayuno aún en la boca hasta la primera sesión, probablemente sin haberse acercado siquiera a las siete horas de sueño la noche anterior. Ya en la sala, toca digerir el primer largometraje, quizá tan desconcertante como Madeline's Madeline, de Josephine Decker, quizá tan dura como The Miseducation of Cameron Post, de Desiree Akhavan. No son horas, pensarían muchos. Al acabar, apenas se goza de otra hora antes del siguiente visionado, la cual suele aprovecharse para poner en orden las propias ideas y, quizá, llevar a cabo las tareas mañaneras para las que, por aprovechar la cama a máximo, no hubo tiempo antes de la primera proyección. Nueva película, y a descansar. O, lo que es lo mismo, comer, escribir críticas y, si se encuentra uno en una ciudad tan encantadora como Gijón, explorar. Vamos, que, como mucho, quedan diez minutos de siesta. Claro, que a veces toca hacer una entrevista o cubrir una alfombra roja; y entonces todo el horario termina patas arriba. Cortos aparte, se sucede entonces un largometraje tras otro a lo largo de la tarde y la noche, tres, como mucho, si se halla uno en Gijón (cuatro o hasta cinco en certámenes con horarios más abiertos, si se es un poco kamikaze). Entre uno y otro, quizá sobre una hora; quizá, media; quizá, ni eso, dependiendo de la duración (¡cuánto se agradecen los 76 minutos del Zaniki de Gabriel Velázquez!). ¿Cena? ¿Qué es eso? Termina la jornada y toca finiquitar crónicas, críticas y demás; bueno, y ducharse, por el bien del resto de los espectadores. En cuanto uno mira el reloj, es la una de la mañana (o las dos). Y lo más gracioso es que, cuando por fin se roza la cama, los ojos, colmados de emociones acumuladas durante el día, se niegan a cerrarse. Qué graciosos ellos: bien que lo hacían durante la sesión de las cinco.
MUG
Twarz, Małgorzata Szumowska, Polonia ǀ SECCIÓN OFICIAL.
En una comunidad rural polaca próxima a Alemania, un hombre (Mateusz Kosciukiewicz) se convierte al mismo tiempo en outsider y estrella nacional al ver su rostro desfigurado y reconstruido tras un accidente durante la construcción de una gigantesca estatua de Jesucristo. Que siga con vida es digno de celebración, claro, pero las circunstancias en que lo ha logrado no convencen a muchos, sobre todo dado el fuerte sentir católico de la zona. A fin de cuentas, la cirugía estética, por beneficiosa que sea, parece reírse en la cara del Creador. Poca es por tanto la alegría de los familiares del hombre ante su llegada, residiendo el único apoyo en su hermana (Agnieszka Podsiadlik), de lejos el personaje más fuerte e interesante de la obra, quizá porque tras la cámara también hay una mujer: Małgorzata Szumowska, digna receptora del Gran Premio del Jurado de la pasada Berlinale. Ambos deberán por tanto enfrentarse a una sociedad hipócrita y rastrera que se valdrá de cualquier excusa para marginarlos, incluso de la beneficencia: el momento en que ellos rechazan la escasísima colecta eclesial dedicada a la cara operación y el párroco opta por guardarse las insultantes cuatro perras en el bolsillo es toda una declaración de intenciones (quizá, excesivamente subrayada). Al igual que la solidaridad católica, el amor incondicional queda en entre dicho, al ser incapaz la novia del protagonista (Małgorzata Gorol) de quererlo con su nuevo rostro tal y como lo hacía antes aun cuando su interior no ha cambiado. No podemos culparla, desde luego: el pobre hombre da verdadera grima; y es que una superproducción estadounidense habría encontrado la forma de que, pese al afeador maquillaje, él siguiera resultando guapo, pero esto es cine europeo puro y duro, con las verdades sobre la mesa instando a apartar la mirada. A propósito de esto último, nace un interesante debate en torno a la propia identidad: ¿cuánto hay de ella en nuestra imagen? Objetiva y teóricamente, nada: «la belleza está en el interior», como aprendimos con aquella película de Disney en la que aceptar la fealdad se premiaba con la belleza, pero también es cierto que la cara es el espejo de alma, como aprendimos… ¿Cuándo lo aprendimos? En cualquier caso: ¿no enamora acaso más una sonrisa que cualquier otra cosa? Twarz, que da comienzo con unas alocadas rebajas en ropa interior, dibuja una sociedad desleal, injusta y tramoyista. La nuestra. 70/100.
Polonia, 2018. Título original: Twarz. Dirección: Malgorzata Szumowska. Guion: Michal Englert, Malgorzata Szumowska. Productora: Nowhere, DI Factory, Dreamsound Studio. Fotografía: Michal Englert. Montaje: Jacek Drosio. Reparto: Mateusz Kosciukiewicz, Agnieszka Podsiadlik, Malgorzata Gorol, Roman Gancarczyk, Dariusz Chojnacki. Duración: 91 minutos.
I DO NOT CARE IF WE GO DOWN IN HISTORY AS BARBARIANS
Îmi este indiferent daca în istorie vom intra ca barbari, Radu Jude, Rumanía ǀ SECCIÓN OFICIAL.
El siglo XX fue tan nefasto para Europa, que muchos prefieren pasar página, lo que puede tornarse en un negacionismo que tiene en la proliferación de la extrema derecha una de sus más peligrosas consecuencias. En Rumanía, por ejemplo, apenas se habla del terrible discurso que el dictador Ion Antonescu dio durante la II Guerra Mundial, provocando el mayor exterminio de judíos del mundo al margen de Alemania, país sobre el que todavía hoy pesa un sentimiento de vergüenza difícil de superar aun cuando el motor que impulsó el odio allí funcionaba también en el resto del viejo continente. Poco después de recibir la mejor dirección de la Berlinale por la antirracista Aferim! (2015), Radu Jude confecciona en I Do Not Care If We Go Down in History as Barbarians una mezcla de ficción y documental en clave paródica que insta a reflexionar sobre los verdaderos extremismos a través de la historia de una joven a la que se encarga dirigir un espectáculo teatral que, de alguna forma, hable de la dramática efeméride de 1941 sin llegar a hacerlo. Encarnada con suma naturalidad por Ioana Iacob, la realizadora se embarca así en un reflexivo viaje interior durante el que se percata de los horrores que su país lleva tiempo tapando, así como de la falta de espíritu crítico de las masas. En el fondo, Rumanía, como el resto de Europa, sigue llena de bárbaros cuyo ideario se antoja poco preocupante tan sólo por el supuesto reinado del sentido común del que gozamos. El odio, los prejuicios y la ignorancia siguen ahí, dispuestos a atacar cuando menos lo esperamos, como refleja a la perfección ese momento en que varios extras judíos se quejan por tener que compartir plano con gitanos (quienes, en su día, fueron igualmente perseguidos), haciendo gala de la misma animadversión incoherente que sufrieron ellos mismos. La cinta traza además una línea entre la xenofobia y el machismo mediante la subtrama romántica de la protagonista, a quien su novio insta una y otra vez a abortar amparándose en que las feministas como ella están a favor del aborto, demostrando así no comprender nada de nada. No hay, sin embargo, villanos en esta película, que se limita a presentar ideales diversos sin juzgarlos, dejando que estos se retraten por sí solos. El tratamiento cuasidocumental de las imágenes y los diálogos así lo fomenta, aun cuando también hay espacio para el humor mordaz y el desconsuelo bochornoso, magnificados ambos en ese momento en que la directora lamenta cómo parte del público aplaudía y reía al ser quemados los judíos durante la obra. «No te preocupes», la consuelan, «probablemente no lo hayan entendido». 75/100.
Rumanía, 2018. Título original: Îmi este indiferent daca în istorie vom intra ca barbari. Dirección: Radu Jude. Guion: Radu Jude. Productora: Jeonwonsa Films. Fotografía Marius Panduru. Montaje: Catalin Cristutiu. Reparto: Ioana Iacob, Alex Bogdan, Alexandru Dabija, Ion Rizea, Claudia Ieremia. Duración: 140 minutos.
DILILI EN PARÍS
Dilili à Paris, Michel Ocelot, Francia ǀ ESBILLA.
En lo que al cine de animación europeo respecta, el entretenimiento familiar y el riesgo artístico rara vez van de la mano, lo que explica su escaso éxito en relación a las producciones estadounidenses y japonesas. El francés Michel Ocelot constituye la excepción que confirma la regla, siendo Kirikú y la bruja (1998), Príncipes y princesas (2000) y Azur y Asmar (2006) capaces a la vez de fascinar a los mayores y divertir a los pequeños. Su secreto, que no es nada secreto, es idear cuentos tan sencillos como exóticos y profundos que son envueltos por él mismo en una estética mimada al milímetro. Dilili en París vuelve a hacer gala de ello, trasladándonos al seductor París de la Belle Époque en compañía de una avispada chicuela mulata recién llegada de Nueva Caledonia que, con la ayuda de un amigo repartidor, deberá investigar una serie de desapariciones de otras niñas. Consciente de que la capital francesa no necesita abalorio visual alguno, Ocelot toma la sabia decisión de recurrir a los fondos originales, de forma que personajes y vehículos animados se pasean con gracia por los verdaderos escenarios por todos conocidos. Entretanto, la simpática pareja se topa con todas las personalidades de la época, desde el pintor Pierre-Auguste Renoir hasta el ensayista Marcel Proust, pasando por el escultor Auguste Rodin, el ingeniero Gustave Eiffel o el cartelista Toulouse-Lautrec, por citar sólo unos pocos. Como si de un juego se tratase, todos ellos proporcionan pistas acerca del misterio, aprovechando el ingenioso guion además para plasmar sutilmente su carácter e influencia histórica. De vital importancia resulta la presencia de Colette y Camille Claudel, dos artistas que fueron en su día eclipsadas por sus maestros a raíz de pertenecer al “género equivocado”. La relación entre esta triste realidad y los secuestros de mujeres condenadas literalmente a sostener a los varones sobre los hombres es clara, como lo es el hecho de que la misión final dependa de la decisión de un consejo formado por la científica Marie Curie, la escritora Louise Michel y la actriz Sarah Bernhardt, tres iconos feministas. Así es como la encantadora Dilili en París se convierte en un canto de lucha que probablemente constituya el primer trabajo animado enmarcado —sin proponérselo— en la nueva era #MeToo. Bienvenido sea. 73/100.
Francia, 2018. Título original: Dilili a Paris. Dirección: Michel Ocelot. Guion: Michel Ocelot. Productoras: Nord-Ouest Productions, Studio O, Arte France Cinéma. Música: Gabriel Yared. Montaje: Patrick Ducruet. Reparto: Prunelle Charles-Ambron, Enzo Ratsito, Natalie Dessay. Duración: 95 minutos.
Juan Roures
© Revista EAM / Festival de Gijón