Estrellas sin nombre
Crónica III del Festival de Gijón 2018.
En la película ★ —sí, ese es el título: imposible de pronunciar o de escribir con un teclado básico, precisamente como renuncia a una lengua concreta—, el austriaco Johann Lurf, artista vanguardista donde los haya al que el Festival de Gijón dedica un foco de atención este año, une 500 fragmentos de cielos estrellados de películas de todas las eras y nacionales, sin subtítulos y con las pistas de audio originales. El resultado, de 99 minutos de duración, puede interesar más o menos, pero no hay duda de que su visionado constituye una experiencia única y difícil de olvidar. A priori muy sencillo, el proyecto, que partió de una selección de 2400 títulos, sirve para reflexionar sobre la historia del cine, pues, conforme nos acercamos al momento actual, la captación del cielo se vuelve más y más realista y la fotografía, más y más expansiva. La propia película será remontada año tras año para añadir nuevas estrellas sin nombre, de forma que, al igual que el universo mismo, estamos ante una obra en expansión. Títulos así, capaces de hipnotizar al público más versado, no tienen cabida en las salas comerciales, aportando una justificación más a la existencia de los festivales, donde el séptimo arte traspasa cada año sus propias reglas, concluyendo que, de hecho, no hay reglas. De cada espectador depende, por tanto, arriesgar más o menos en su elección de los títulos, pues en el folleto hay sitio para todo. ¿El libro de imágenes, el último rompecabezas de Jean-Luc Godard? Bueno, dejémoslo en “quizá”. ¿Closing Time, donde Nicole Vögele plasma la tranquilidad de la noche en Taipei durante dos cadenciosas horas? Por qué no, veamos qué tal. ¿La casa lobo, en la que Cristóbal León y Joaquín Cociña trabajaron durante tanto tiempo que invitaron al público a seguir el proceso en vivo? Vale, suena interesante. Y lo más probable es que lo sea, como lo son casi todos los títulos presentados en los festivales cinematográficos, sobre todo cuando arriesgan tanto como el de Gijón; ojo: interesantes, que no por ello buenos o satisfactorios. Quizá por eso, “interesante” es un vocablo empleado a menudo como eufemismo de “me alegra haberlo hecho pero jamás repetiría”. Para muchos, el cine es mero entretenimiento, y lo cierto es que la oferta de los multicines no suele dar para mucho más, infravalorando quizá el espíritu crítico medio. Pero lo cierto es que las posibilidades del arte audiovisual son tan infinitas como el universo. Y más vale que cineastas, críticos y espectadores las aprovechemos.
YARA
Abbas Fahdel, Líbano, Irán, Francia ǀ SECCIÓN OFICIAL.
En un apacible valle del norte de Líbano, la joven Yara ve la vida pasar. Todo es hermoso, desde los incansables cantos de los pájaros hasta la brisa que envuelve árboles que se extienden hasta el más allá. Todo es, también, rutinario y aburrido, encontrando la chica entretenimiento sólo en los animales de los que cuida, su callada abuela, un niño juguetón al que confiesa secretos de vez en cuando y algún que otro visitante ocasional. Entre estos, aparece un día Elias, un encantador aventurero que, tras intercambiar un par de palabras con la joven, se marcha olvidándose la gorra, fomentando así un regreso que, poco a poco, se torna en muchos otros. Con una sensibilidad que bastan los risueños planos de los gatos para apreciar, Abbas Fahdel (entronizado por Homeland (Iraq Year Zero) en 2015) escribe, produce, filma, dirige y monta un inusual retrato del primer amor, uno que brota despacio y sutilmente, en armonía con el cadencioso ambiente. Lástima que un montaje torpe y forzado, fruto probablemente de una mala planificación de rodaje, rompa de vez en cuando con la naturalidad generada por intérpretes y planos, pero el encanto desprendido perdona cualquier desperfecto visual. Pese a tratarse de intérpretes no profesionales (o quizá justo por eso), Michelle Wehbe y Elias Freifer presentan una química de la que rara vez hacen gala las parejas de Hollywood, compensando sus gestos y miradas con creces la parquedad de palabras derivada de su propio miedo a afrontar sus sentimientos. No son tan ingenuos como aparentan: saben que su relación no sería vista con buenos ojos por una sociedad donde cualquier contacto afectivo entre hombres y mujeres carece de sentido fuera del matrimonio. Aun así, sabiendo que no hacen daño a nadie, se entregan a un amorío veraniego que, mostrando máximo respeto por su cultura, Fahdel sólo refleja con manos momentáneamente entrelazadas y besos robados en la mejilla. Pese a la callada opresión que los envuelve (sólo materializada en el inesperado machismo con el que Yara es recibida por un amigo ante su supuesta falta de decoro), ambos tienen sueños y aspiraciones como los de cualquier joven occidental, plasmados en una quizá no tan alocada idea de marcharse a Australia a forjarse un futuro diferente al que el paradisíaco pero claustrofóbico entorno tiene reservado para ellos. Tanto en su mirada a la vulnerabilidad del enamoramiento como en su homenaje a la existencia rural libanesa, Yara es una pequeña joyita que, como sus personajes, tiene a su alcance un mundo mucho mayor del que imagina. 75/100.
Líbano, Irak y Francia, 2018. Título original: Yara. Presentación: Festival de Locarno 2018. Dirección: Abbas Fahdel. Guion: Abbas Fahdel. Productora: Stalker Production. Fotografía: Abbas Fahdel. Montaje: Abbas Fahdel. Reparto: Michelle Wehbe, Elias Freifer, Mary Alkady, Elias Alkady, Charbel Alkady. Duración: 101 minutos.
LES CONFINS DU MONDE
Guillaume Nicloux, Francia, Bélgica ǀ SECCIÓN OFICIAL.
Poco después de hacerse con un merecido César por Sólo el fin del mundo (Xavier Dolan, 2016), Gaspard Ulliel vuelve a comerse la cámara como un joven soldado francés que, tras convertirse en el único superviviente de una masacre en la que su hermano fue asesinado ante sus ojos, se decide a vengarse con sus propias manos. Pero hacer planes es difícil en la cruda Indochina de 1945 y, tras reingresar en el ejército, se embarca en una relación con una prostituta que sacará lo mejor y lo peor de él. Guillaume Nicloux sume al protagonista en un infierno físico y personal que da comienzo en una especie de resucitación (en la terrorífica introducción, toda una declaración de intenciones, lo vemos emerger de un foso de cadáveres, apartando vísceras ensangrentadas y huesos dislocados) y prosigue con la inevitable locura derivada de tamaño trauma. Pese al salvajismo soportado, sus músculos y huesos no son dañados, pero su mente y su corazón se sumergen poco a poco en el desasosiego, hasta llegar a desconfiar de cuantos lo rodean, agobiante sentir que adquiere un carácter exponencial a raíz de enamorarse de la misma mujer con la que se acuestan todos sus compañeros. Como en tantos otros filmes sobre los estragos de la II Guerra Mundial en Asia, la jungla se torna en un lugar asfixiante y devastador, de forma que Guillaume sólo encontrará paz de la mano del personaje encarnado por el icónico Gérard Depardieu, quien aporta un ligero consuelo entre tanta devastación. La temática de Les confins du monde no es particularmente novedosa, pero el crudo tratamiento visual y sonoro desnuda a su protagonista física y mentalmente, haciendo al espectador partícipe de sus contradictorios sentimientos: es consciente de la naturaleza del horror, pero se niega a aceptarla; entrega su corazón a una mujer, pero arranca sin piedad el suyo; tiene una relación casi homoerótica con un compañero, pero sospecha que él también se ha acostado con su amada; da gracias por estar vivo, pero desearía estar muerto. Todo ello eclosiona durante la escena que pone principio y final a la obra, aquella en que, sentado en un banco, Ulliel nos transfiere los horrores de la guerra con un mero gesto desviado. 65/100.
Francia, 2018. Título original: Les confins du monde. Presentación: Festival de Cannes 2018. Dirección: Guillaume Nicloux. Guion: Guillaume Nicloux y Jérôme Beaujour. Productora: Les Films du Worso. Fotografía: David Ungaro. Diseño de producción: Olivier Radot. Vestuario: Anaïs Romand. Reparto: Gaspard Ulliel, Guillaume Gouix, Lang Khê Tran, Gérard Depardieu, Jonathan Couzinié, Kevin Janssens. Duración: 103 minutos.
THE GREAT PRETENDER
Nathan Silver, EEUU ǀ COMPETICIÓN INTERNACIONAL RELLUMES.
Rodada con un presupuesto mínimo, The Great Pretender es perfecto ejemplo de la fuerza de las ideas en lo que a la ardua producción de largometrajes respecta. Distribuida en cinco capítulos, esta dramedia indie muestra un cuadrado amoroso entre dos hombres y dos mujeres involucrados en una obra de teatro: la directora, su examante, la actriz y el actor, sirviendo estos dos últimos de alter egos de los dos primeros (a fin de cuentas, la mujer ha basado el espectáculo en su propia vida), pero también de nuevas piezas del rompecabezas emocional atravesado, al enamorarse el primero de una y la segunda del otro. Maelle Poesy, Linnas Phillips, Esther Garrel y Keith Poulson encarnan a los cuatro personajes con perfecta naturalidad, dando al alocado guion un punto de cordura con el que pueda el espectador identificarse. Unidos tanto por la personal obra como por la contagiosa gonorrea —lo mejor del arte, lo peor del sexo—, los cuatro son víctimas y verdugos del romanticismo, amando siempre a quien no deben amar y cuando no deben amarlo y tratando peor a quien los desea que a quien no lo hace; ¿a alguien le suena? Entre el ingenio neoyorkino de Noah Baumbach y la melancolía francesa de Philippe Garrel (padre, precisamente, de la mentada Esther), Nathan Silver ofrece un exquisito y chisposo retrato de las complejas relaciones posmodernas, marcadas por la cada vez más expandida crisis de identidad. La confusión entre persona y personaje, magnificada en la soñadora escena de la obra, es buen ejemplo de ello. Antes de ese quinto y final capítulo, hay otros cuatro, uno por personaje, de forma que todos los (des)enamorados tienen su momento de gloria para confesar al espectador en primera persona cómo se sienten y por qué lo hacen. Sus claramente diferenciadas voces confirman la maestría de un guion que conoce bien las realidades que lo conforman y a los personajes que las viven. Además, aunque un fuerte carácter nostálgico invade la función de principio a fin, el humor está omnipresente, sacando máximo partido de cómo nos arrebatan el enamoramiento y el deseo sexual todo resquicio de sensatez o dignidad. El título augura el mejor modo de sobrellevarlo: convertirse en grandes farsantes. 65/100.
Estados Unidos, 2018. Título original: The Great Pretender. Presentación: Festival de Tribeca 2018. Dirección: Nathan Silver. Guion: Nathan Silver y Jack Dunphy. Productoras: BRIC TV / Factory 25 Productions. Fotografía: Sean Price Williams. Montaje: Jack Dunphy. Música: Seth Kaplan. Diseño de producción: Grace Sloan. Vestuario: Jocelyn Pierce. Reparto: Esther Garrel, Maëlle Poesy-Guichard, Keith Poulson, Linas Phillips. Duración: 71 minutos.
Juan Roures
© Revista EAM / Festival de Gijón