Viento del norte
Crónica I del Festival de Gijón 2018.
Amenazadoras nubes grises envuelven Gijón sólo una semana después de que sus playas se llenaran de turistas tostándose al sol, recordándonos lo cambiante e inestable que es el tiempo en la zona en esta época del año. Y es que, en lo que al viento del norte respecta, nada es jamás seguro. De la misma forma, la programación del Festival Internacional de Cine de Gijón puede deparar sorpresas de cualquier tipo, desde una exquisita obra maestra abriendo la Sección Oficial (La favorita, de Yorgos Lanthimos, el griego más internacional del momento) hasta uno de los filmes más desagradables que quien firma estas líneas recuerda haber visto nunca en el marco de la Competición Internacional Rellumes (Relaxer, de Joel Potrykus); la primera invita al revisionado nada más ha concluido; la segunda insta a abandonar la sala en cuanto comienza. Así es el cine. Cada vez más personal, el certamen cinematográfico norteño más importante tras el potente Zinemaldia tiene en el riesgo una de sus principales virtudes, no temiendo colmar sus apartados principales de nombres desconocidos en defensa del puro interés artístico. Y eso, como crítico, sólo puede agradecerse aun cuando los resultados no sean siempre positivos. La propia ciudad es traicionera para quienes se pierden en sus calles por primera vez, pero siempre gratificante, desde su encantador puerto poblado de parlanchinas gaviotas hasta las maravillas arquitectónicas que llenan su interior. Y como sucede con Málaga, San Sebastián, Sevilla y Sitges, el lugar se vuelca con el festival, consciente del papel que juega en su propia esencia; muestra de ello son las numerosas sesiones infantiles de primera hora, cita anual obligatoria de los colegios cercanos (para ver, por ejemplo, Un corazón extraordinario, de Marc Rothemund, donde pueden encontrarse todos los clichés imaginables en torno a los niños enfermos terminales pero también valores para toda la familia, por tópico que suene esto a su vez). Por motivos obvios, el evento es motivo de orgullo para los gijonenses, que, al igual que los habitantes de las otras cuatro ciudades arriba mencionadas, desarrollan así una relación especial con el séptimo arte que, lamentablemente, no podrán explotar el resto del año al no cumplir la oferta cultural con una demanda que sigue siendo minoritaria. Deben por tanto los cinéfilos, potenciales o versados, conformarse con este pequeño oasis anual al que, con mucho gusto, se dedicará un servidor durante los próximos días.
Hotel by the River
Gangbyun Hotel, Hong Sang-soo, Corea del Sur ǀ SECCIÓN OFICIAL
En un hotel junto a un hermoso río, coinciden seis variopintos personajes, tres hombres y tres mujeres; algunos, por casualidad; otros, no tanto. A raíz de un repentino e infundado temor a la muerte, un hombre reúne a sus dos hijos, con quienes mantiene una fría relación desde que la separación conyugal puso fin a la unidad familiar. Ambos han crecido ya y están al mando de sus propias vidas, pero, como es habitual en la cultura surcoreana, siguen venerando a su padre por distante e insensible que este se muestre. Este último, poeta reconocido, parece de hecho más interesado en dos simpáticas muchachas que han llegado de visita (una, felizmente emparejada; la otra, recién separada), en cuya presencia siente una inesperada felicidad que sus propios hijos, por acarrear responsabilidad y culpabilidad con ellos, no logran proveer. Las dos chicas, cuya belleza menciona el hombre una y otra vez hasta resultar cargante (algo que ellas sólo perdonan por el hipócrita hecho de que él es famoso, lo que parece alejar en un instante la evidente etiqueta de “viejo verde”), comparten una amistad muy íntima fácilmente confundible en occidente por algo más pero natural en el sudeste asiático, lo que da lugar a frescos diálogos entre ellas tanto acerca de sus respectivas (ex)parejas, como a propósito de los dos hijos del escritor, con quienes sería evidente emparejarlas y, sin embargo, no intercambian palabra alguna. El sexto personaje en discordia es una joven extremadamente educada y sonriente que hace su primera aparición para pedir un autógrafo al poeta y, poco después, pide otro a uno de sus hijos, a su vez director de cine, mostrando en ambos casos máximo entusiasmo aun cuando ni siquiera se molesta en dar su nombre para que la firma sea personal. Los seis personajes, todos ellos magistralmente interpretados (siempre parcos en palabras, habrán de conformarse con pequeños gestos cargados de significado), parecen salidos de un cuento; o, quizá, de una de las poesías que firma el protagonista, en cuya mirada contemplamos un amplio abanico de sentimientos que van desde una desgarradora tristeza al verse sin regalo que dar a sus tan crecidos hijos hasta una felicidad pletórica al compartir un vaso de alcohol (o dos, o tres, o cuatro) con dos encantadoras extrañas. Hong Sang-soo, realizador personalísimo donde los haya, renuncia a su habitual apuesta por la confusión temporal para ofrecer una historia sencilla, lírica y romántica en un exquisito blanco y negro que saca máximo partido de las bellas localizaciones nevadas. Y lo más curioso es que, pese a su innegable simplicidad, Hotel by the River sigue antojándose tan gratificantemente enigmática como la más compleja de las obras del maestro surcoreano. 85/100.
Corea del Sur, 2018. Título original: Gangbyun Hotel. Presentación: Festival de Locarno 2018. Dirección: Hong Sang-soo. Guion: Hong Sang-soo. Productora: Jeonwonsa Films. Fotografía: Kim Hyung-ku. Montaje: Son Yeon-ji. Reparto: Kim Min-hee, Ki Joo-Bong, Kwon Hae-hyo, Song Seon-mi, Yoo Joon-sang. Duración: 96 minutos.
La profesora de parvulario
The Kindergarten Teacher, Sara Colangelo, EEUU ǀ SECCIÓN OFICIAL.
Con su fascinante remake del filme de la israelí Nadav Lapid, Sara Colangelo se alzó con el reconocimiento a mejor dirección del pasado Festival de Sundance, una decisión sorprendente a priori pero perfectamente comprensible al ver La profesora de parvulario, una de las cintas estadounidenses más sugestivas del año. En ella, una magnífica Maggie Gyllenhaal encarna con arrojo a una madre y maestra que cada vez encuentra menos estímulos en la primera etiqueta y más en la segunda. Ya crecidos y poco necesitados de su cariño o consejo (al menos, eso creen), sus hijos se muestran cada vez más distantes y, a su vez, más decepcionantes: quizá les falta motivación, quizá directamente talento; sea como fuere, no compensan la frustrada rutina de su madre, quien, no pudiendo como otros progenitores vivir a través de sus hijos, opta por acercarse a uno de sus alumnos, un extraordinario niño que confecciona poemas cuando no le miran. Alumna a su vez de un cursillo de poesía, ella reconoce en seguida el talento innato del pequeño y, no sabiendo qué otra cosa hacer con él, toma la desconcertante decisión de hacer pasar las obras por suyas, ganándose así el orgullo de su profesor, a quien da vida Gael García Bernal, estrella mexicana a quien el presidente Trump detestaría ver manejando la gramática inglesa mejor que él. Como para no sonrojarse ante las ironías de la creación artística. Poco a poco, y como cabe esperar, la situación traspasa la línea roja, sintiéndose la profesora cada vez más dependiente de las creaciones del niño, a quien llega incluso a forzar como si de un duro agente literario se tratara, y al mismo tiempo más responsable del talento del mismo, el cual se niega a ver desaprovechado. La obsesión por el éxito, sea propio o ajeno, sirve a Colangelo para extraer un sentimiento puramente americano de la historia original, instando a la reflexión sin renunciar al entretenimiento o caer en el adoctrinamiento. Casi desde el principio, se respira tensión en La profesora de parvulario, pero siempre entre grandes dosis de cálido humor que se magnifica cuando contemplamos una peculiar relación donde no siempre está claro quién es maestro y quién, pupilo. A fin de cuentas, como tantos otros artistas antes que él, el pequeño se limita a dejar fluir su arte, frescura que desaparece cuando pasa a convertirse en una obligación colmada de expectativas. Por previsible y excesivo, el final resulta decepcionante, pero la reveladora mirada de la protagonista refleja que algo ha cambiado en ella y que, en realidad, esto sólo es el principio de algo; pero ¿de qué? 77/100.
Estados Unidos, 2018. Título original: The Kindergarten Teacher. Presentación: Festival de Sundance 2018. Dirección: Sara Colangelo. Guion: Sara Colangelo (basado en el guion de Nadav Lapid). Productoras: Pie Films / Liner Films / Maven Pictures / PaperChase Films / Piapressure. Fotografía: Pepe Avila del Pino. Montaje: Lee Percy y Marc Vives. Música: Asher Goldschmidt. Diseño de producción: Mary Lena Colston. Dirección artística: Melanie Merrill. Decorados: Gwen Roach. Vestuario: Vanessa Porter. Reparto: Maggie Gyllenhaal, Gael García Bernal, Ato Blankson-Wood, Libya Pugh, Michael Chernus, Carter Kojima, Parker Sevak. Duración: 96 minutos.
La caótica vida de Nada Kadic
Kaoticni Zivot Nade Kadic, Marta Hernaiz Pidal, México ǀ COMPETICIÓN INTERNACIONAL RELLUMES.
«Todo es relativo: un pelo más en la cabeza no es nada, pero en un plato de sopa es demasiado», dice Nada Kadic en un momento de la película a la que da nombre, confeccionando así una perfecta metáfora de las vicisitudes que atraviesa ella no ya como madre sino para colmo como madre soltera de una niña autista. Y es que para la sociedad esta última es sólo una más, una gota de agua en el mar, pero para quien debe hacerse cargo de sus cuidados día a día ella es el mar, uno en el que se ahoga sin que nadie responda a sus gritos. En el parvulario, le echan en cara sus retrasos, derivados de la imposibilidad de cumplir un horario en tales circunstancias; en el supermercado, la acusan de mala educadora ante la alocada actitud de la pequeña, ignorando que sólo gracias al entretenimiento que esta encuentra en las cestas de comida puede su madre hallar un momento de tranquilidad para hacer la compra en paz. No hay villanos, sin embargo, pues todos poseen argumentos de sobra para los enfados, si bien hay innegablemente un matiz que no están teniendo en cuenta. Aun siendo mexicana, la joven Marta Hernaiz Pidal dirigió su primer largometraje en Bosnia, como prolongación de sus estudios cursados allí, donde también conoció a la protagonista del mismo, Aida Hoffman, así como a su hija, Hava Dombic. Aunque no estamos ante un documental, las dos se encarnan a sí mismas, siendo curioso que el autismo de la pequeña no saliera a la luz hasta que la producción estuvo en marcha, forzando a cambiar el guion para tornar la enfermedad en un factor clave aun cuando la esencia habría sido la misma sin él: ser madre soltera en la sociedad contemporánea es suficientemente estresante de por sí sin necesidad de conflictos añadidos. La propia Hoffman (Nada; que en bosnio significa esperanza) se involucró entonces en la historia, aportando detalles personales que elevan el naturalismo de forma exponencial y garantizando la complicidad con una niña con la que, contra todo pronóstico, ella jamás pierde la paciencia. Por su parte, la realizadora enfatiza la locura permanente a través de transiciones borrosas de colores estridentes que sirven al tiempo de elipsis aclaratorias y píldoras estresantes. De fondo, siempre hipnótico, tenemos a la todavía deprimida ciudad de Sarajevo, uno de los grandes retratos vivos de la devastación bélica, la cual asoma la cabeza sutilmente en esa emotiva visita a un cementerio en cuyas tumbas descubrimos que los padres de la protagonista fallecieron durante el conflicto, añadiendo una última y triste pieza a la caótica existencia que nos ocupa. 67/100.
México, 2018. Título original: Kaoticni Zivot Nade Kadic. Presentación: Festival de Berlín 2018. Dirección: Marta Hernaiz Pidal. Guion: Marta Hernaiz Pidal. Productora: Cine Vendaval. Fotografía: Jorge Bolado. Montaje: Marta Hernaiz Pidal. Música: Jorge Bolado. Reparto: Aida Hoffman, Hava Dombic. Duración: 85 minutos.
Juan Roures
© Revista EAM / Festival de Gijón