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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica: Viaje al cuarto de una madre

    Nido en silencio

    Crítica ✷✷✷✷ de Viaje al cuarto de una madre, de Celia Rico Clavellino.

    España, 2018. Director: Celia Rico. Guion: Celia Rico. Fotografía: Santiago Racaj. Montaje: Fernando Franco. Música: Pablo Ortega. Productoras: Amorós Producciones, Arcadia Motion Pictures, Canal Sur Televisión, Noodles Production, Pecado Films, Sisifo Films AIE, Televisión Española (TVE). Intérpretes: Lola Dueñas, Anna Castillo, Anna Castillo, Pedro Casablanc, Adelfa Calvo, Marisol Membrillo, Susana Abaitua, Ana Mena, Silvia Casanova, Maika Barroso, Noemí Hopper. Duración: 90 minutos.

    En un país donde muchos intérpretes (o, quizá, directores) tienden a la impostación, Lola Dueñas y Anna Castillo siempre —adverbio evidentemente más amplio para la primera que para la segunda— han destacado por su naturalidad. Basta atender a sus dos últimos trabajos, los magníficos debuts No sé decir adiós, de Lino Escalera, y La llamada, de Javier Ambrossi y Javier Calvo, por los que ambas fueron respectivamente nominadas al Goya que ya poseen, para comprobarlo. Dueñas encarnaba a una madre de familia pueblerina desbordada por la enfermedad del padre y la irascibilidad de la hermana; Castillo, a una adolescente alocada que redescubre su sexualidad en un campamento de verano; ninguna parecía actuar: ambas se habían convertido en personajes que, quizá de alguna manera, llevaban ya dentro. Enorme es la suerte, por tanto, de la sevillana Celia Rico Clavellino, por haber contado con ellas como protagonistas de su primer largometraje, donde encarnan con suma candidez y deliciosa química a una madre y una hija cuyo pequeño mundo se tambalea cuando, poco tiempo después de la muerte del padre (no llegamos a saber cuánto; quizá bastante, pero el duelo sigue presente) esta última decide marcharse a Londres a probar suerte como au pair, dura prueba que las dos deberán afrontar para, con suerte, ser aún más fuertes… y felices. Ella inició su carrera en 2012 por todo lo alto con el multipremiado cortometraje Luisa no está en casa, única producción española presenta aquel año en el Festival de Venecia, tras lo cual fue ayudante de la directora Claudia Llosa, llegando a hacerse cargo de la segunda unidad de No llores, vuela (2014). La primera obra mentada seguía a un ama de casa replanteándose la existencia a raíz de un incidente tan sencillo como la avería de la lavadora del hogar; la segunda, a una mujer y su hijo distanciados por un accidente y reunidos por una periodista; ambas recurrían así a pequeños acontecimientos cotidianos para extraer verdades universales. No por casualidad, el primer largometraje de Rico fusiona las dos temáticas, así como la honestidad que ambas obras desprenden, abriéndonos la puerta de un mundo interior con el que resulta prácticamente imposible no sentirse identificado (y, para qué negarlo, tocado).

    Ensamblada por el mismísimo Fernando Franco (receptor del Goya a mejor director novel del 2013 por La herida pero más conocido como sagaz montador), Viaje al cuarto de una madre plasma, como su nombre augura, la relación entre una joven en pleno descubrimiento vital (Castillo) y su mucho más conformista progenitora (Dueñas), perseguidas ambas por la reciente muerte del padre, la cual —nunca explicada, pero recordada una y otra vez por dichosas llamadas de las siempre inoportunas compañías telefónicas que insisten en hablar “con el titular de la línea”— las ha sumido en inevitable congoja pero también las ha unido más que nunca, quizá en demasía. De pronto, ambas dependen completamente la una de la otra, si bien no siempre son conscientes del modo en qué lo hacen: ¿se necesitan o necesitan necesitarse? La serie de televisión que ven juntas cada vez que sus distintos horarios se lo permiten (cuando la madre quiere verla, la hija se va de fiesta; cuando la hija vuelve de fiesta y quiere verla, la madre ya está dormida) sirve de tierno símbolo de tan bello y esperanzador puente entre generaciones. De hecho, la cinta analiza la dicotomía entre el apoyo y la dependencia, siendo el primero positivo (y maravilloso de ver en pantalla grande, acostumbrados como estamos a ver a progenitores e hijos tirarse los trastos a la cabeza con fines dramáticos) pero la segunda, no tanto, al mantener a las personas ancladas al pasado. Es precisamente la necesidad imperiosa de la hija de volar con sus propias alas para poder pasar página de una vez (aprender inglés, en el fondo, no es más que una excusa) lo que rompe con la apacible monotonía tanto de la vida familiar como de la película para dar paso a una nueva etapa donde los encantadores diálogos entre los dos personajes dan paso a tristes y solitarias escenas donde vemos a Dueñas deambular sin rumbo por su propia casa, a la espera de llamadas que apenas llegan y, cuando lo hacen, se antojan escasas. Desde el otro lado de la pantalla, resulta imposible no empatizar con tan desamparado personaje, el cual, eso sí, sigue abordándose con respeto y franqueza, sin caer el guion de Rico o la interpretación de Dueñas jamás en la sensiblería (tampoco juzgaremos jamás al personaje de Castillo, por tanto, pues, aunque nos duela, sabemos que su actitud distante es sólo una coraza). Es más, tal y como sucedía durante la primera parte, el humor sigue brotando cuando menos lo esperamos, a destacar ese momento en que, haciéndose pasar por su marido fallecido, la mujer logra saldar cuentas de una vez por todas con la insistente compañía telefónica.

    «Viendo Viaje al cuarto de una madre, tan difícil es contener las sonrisas de complicidad como hacer lo propio con lágrimas que parten al tiempo de lo que sucede en pantalla y de lo que se revuelve en nuestro interior».


    Como directora novel ejemplar, Rico renuncia a todo artificio visual o sonoro para ofrecer un trabajo humilde que parece partir directamente de su corazón; o sea, de su relación con sus padres. Como ella sabe perfectamente de qué habla, se respira realismo en cada plano; y, aunque la guinda la ponen, como se ha dicho, las actrices, la magia parte de un guion mimado hasta el mínimo detalle para ganarse la identificación del espectador, con diálogos llenos de frescura y gestos tan sutiles como expresivos. A modo de ejemplo, retomemos la serie televisiva que une a los personajes (sin que lleguemos a saber cuál es; qué importa, a fin de cuentas): la forma en que la ven, conectando un ordenador portátil al televisor por cable HDMI, es característica en la sociedad española contemporánea y sin embargo quien firma estas líneas nunca antes la ha visto en pantalla (quizá porque suele ir ligada al tabú de haberse descargado la serie ilegalmente, quizá porque es uno de tantos actos cotidianos que pasan desapercibidos hasta que alguien los subraya). Son pequeños detalles como ese los que tornan la clásica historia de una madre anclada a la rutina y una hija deseosa de comerse el mundo en una conmovedora —por creíble, no por lacrimógena— representación del amor maternofilial, el cual es demasiado fuerte (a la par que sencillo: es, y punto) para que las banalidades típicas de otras producciones más ávidas de melodrama lo pongan en peligro (de hecho, Rico parece jugar con nuestras expectativas al respecto, amenazando con generar drama para terminar despejándolo con encantadora naturalidad). Estamos ante una ópera prima tan humana, tan sincera, tan… preciosa, que sólo cabe esperar con calma al próximo trabajo de su jovencísima realizadora. Y es que, viendo Viaje al cuarto de una madre, tan difícil es contener las sonrisas de complicidad como hacer lo propio con lágrimas que parten al tiempo de lo que sucede en pantalla y de lo que se revuelve en nuestro interior. Durante el coloquio posterior al estreno en el Festival de San Sebastián (donde la cinta se hizo tanto con el nada fácil Premio de la Juventud como con una mención especial de la interesantísima sección Nuevos Directores), un joven confesó a la directora que tenía muchas ganas de llamar a su madre; con seguridad, no fue —ni será— el único en sacar el móvil para buscar la «M» al abandonar la sala. | ✷✷✷✷ |


    Juan Roures Rego
    © Revista EAM / 66ª edición del Festival de San Sebastián


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