Recalibrar el terror
Crítica ✷✷✷✷ de Hold the dark, de Jeremy Saulnier.
Estados Unidos. 2018. Título original: Hold the dark. Dirección: Jeremy Saulnier. Guion: Macon Blair. Novela original de William Giraldi. Productores: Russell Ackerman, Eva Marie Daniels, Neil Kopp, Anish Sajvani y John Schoenfelder. Música: Brooke y Will Blair. Dirección de fotografía: Magnus Nordenhof Jonck. Montaje: Julia Bloch. Dirección de arte: Abdellah Baadil y Paul Healy. Vestuario: Antoinette Messam. Intérpretes: Beckam Crawford, Jeffrey Wright, Michael Tayles, Julian Black Antelope, Alexander Skarsgard, James Badge Dale.
En general, hay algo siempre enigmático en los mejores momentos del cine de Jeremy Saulnier que genera una especie de disonancia narrativa. Algo que parece escapar del orden de la significación, del recuerdo, de la mostración, y que queda hilvanado en el envés de lo que se cuenta. Su cine se mueve entre la fatalidad —entendida casi en una dimensión trágica— y la violencia explícita. Ambos campos funcionan como dos polos coordinados sobre los que se levantan paisajes, sugerencias y acontecimientos. Así, de una parte su cine está recorrido por esa suerte de línea de fuga por la que se deslizan los personajes hacia la autodestrucción, y por otra, se proponen una serie de escenas en las que la tensión contenida explota de manera brutal, acumulando y distribuyendo los materiales narrativos previos. Me interesa profundamente esa suerte de imagen-tensión, de punto ciego del sentido en el que, cuando la historia parece no poder avanzar más, simplemente estalla. Recordemos, por ejemplo, el primer acto de Blue Ruin (2013). Allí donde cualquier otra cinta menos dotada tendría que explicar, poner en marcha los deseos de los protagonistas, sugerir un accidente incitador y sentar ciertas expectativas sobre la acción, lo único que Saulnier nos lega es un montón de escenas deshilvanadas que conducen a un asesinato. Esta sensación de asistir a un borrador del relato clásico es a la vez inquietante e hipnótico, como si nos faltara siempre un último pespunte, una última pincelada que cerrase el círculo hermenéutico.
Hold the dark es una apuesta todavía más salvaje en esta dirección. Construida a partir de retales totalmente dislocados –la guerra en un país islámico, las comunidades limítrofes sustentadas en mitos apenas susurrados, la actividad de la caza y la ritualidad animal-, la película se irá desplegando en torno a un agujero central de sentido. Allí donde no podemos entender tendremos que situar, en su lugar, el cuerpo. Un cuerpo tiroteado, desgarrado, un cuerpo desaparecido, un cuerpo que debería ser sexual pero deviene grotesco, un cuerpo-lobo, un cuerpo-denso. Un cuerpo que acude a cada plano silenciosamente y con unos diálogos confusos, crípticos, a menudo mascullados a una distancia prudencial de la cámara. Hay una distancia gélida entre el espectador y el propio mundo de Hold the dark que tiene mucho que ver con la fotografía y con la dirección de arte. Los escenarios están revestidos de una falsa habitabilidad: las cabañas no son acogedoras, los aeropuertos no dan la bienvenida, los espacios policiales no ofrecen seguridad alguna. En las tomas rodadas a plena luz del día —especialmente las de la cacería inicial y las de la masacre que estalla en el midpoint del metraje— la luz es siempre dura, cegadora, una luz como un taladro que emergiera del interior mismo de la tierra. Los personajes se sorprenden de seguir vivos en ese entorno escarpado, en ese fin del mundo por el que vagan persiguiendo fantasmas: hijos muertos, hijas perdidas, esposas fugadas, asesinos en serie. Todo acaba deviniendo muerte o agujero, todo está dominado por el signo de la destrucción.
La película acaba siendo un excepcional ejercicio reflexivo, un sólido reto que se apoya en la fuerza —pero también en la aparente distancia— de sus imágenes.
Hay, además, otros dos rasgos espléndidos en Hold the dark que expulsarán inevitablemente al espectador causal de Netflix –uno no deja de imaginar, con una sonrisa cruel, cuántos se someterán a sus imágenes por azar y equivocación, quizá haciéndose la pausita del último atracón de la serie del momento. El primero es la gestión misma del tiempo. Su morosidad. Su lentitud. Su precisión. Paradójicamente, el mal espectador está acostumbrado a esperar cinco temporadas para que dos personajes se besen –siempre a condición de que entre medias pasen muchas cosas sorprendentes, sean las que sean-, pero no parece tolerar con facilidad que un hombre camine sobre la nieve durante dos o tres minutos. O que un avión tarde en aterrizar sobre un lago otros cuatro o cinco minutos. El tiempo sin acción aparente es, por el contrario, el tiempo más intenso en Hold the dark. Por supuesto, habrá sangre y tiroteos y navajazos y disparos y persecuciones, pero la clave, los momentos realmente valiosos del filme, son aquellos en los que contemplamos una habitación de hotel, una conversación con un desconocido, la entrada de unos cuerpos en un hospital. En esta dirección, por hilar más fino, el extraño y doloroso ritual de enterramiento del hijo de Verlon Sloane (Alexander Skarsgard) es un pequeño prodigio de montaje, con esas inhumanas estampas nocturnas de dolor apenas alumbradas por faros de coche, linternas, terrenos baldíos, tenuemente arropadas por las cuerdas que se deslizan en la partitura de Brooke y Will Blair.
El segundo rasgo mayor de la cinta es, precisamente, su incapacidad para ofrecer un cierre que reponga el equilibrio del mundo. De nuevo Saulnier se mantiene fiel a su pesimismo habitual, con el pequeño matiz de que la introducción de elementos míticos en la trama —los animales totémicos, las posesiones salvajes— parece alejar todavía más de la clausura los mecanismos propios de la verosimilitud narrativa. Lo que hubiera podido convertirse en una simple road movie movida por la venganza queda definitivamente quebrado en esos últimos minutos donde un romanticismo demente y una colección de gestos piadosos absolutamente locos —la calada del cigarrillo— nos invitan a replantearnos el trasfondo ético sobre el que se presenta la historia. Y, huelga decirlo, lo único que se impone es el silencio. La incapacidad de leer con claridad, de entender las motivaciones últimas que dominan a los personajes. ¿Es Hold the dark, después de todo, una película sobre el perdón y el amor? ¿Es posible perdonar aquel crimen tan horrendo que ha desatado decenas y decenas de cadáveres secundarios a su alrededor? ¿Quiénes son los héroes, quiénes los antagonistas, quiénes las víctimas? Y lo que sin duda es más importante: ¿Tiene sentido alguno formularse cualquiera de estas preguntas en el universo de Saulnier o, muy al contrario, lo único sobre lo que se levanta esta obra es, precisamente, ante la dificultad de juzgar? ¿Juzgar a quién y bajo la ley de qué dioses? Desde aquí, sin duda, la película acaba siendo un excepcional ejercicio reflexivo, un sólido reto que se apoya en la fuerza —pero también en la aparente distancia— de sus imágenes. Lo que después decida hacer cada mirada con todo ese material, a la postre, no es problema del director. Quizá volver corriendo a practicar el viejo y siempre satisfactorio binge watching. Quizá. | ✷✷✷✷✷ |
Aarón Rodriguez Serrano
© Revista EAM / Madrid