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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica: La sombra de la ley

    Ciudad de baronía |

    Crítica ✷✷✷ de La sombra de la ley (Dani de la Torre, 2018).

    España y Francia, 2018. Dirección: Dani de la Torre. Guion: Patxi Amezcua. Productoras: Atresmedia / AGADIC / FD Production / ICEC / ICAA / La Ley del Plomo / Movistar+ / Playtime Production / TV3 / TVG / Vaca Films. Fotografía: Josu Inchaustegi. Montaje: Jorge Coira. Música: Xaiver Font y Manuel Riveiro. Diseño de producción: Juan Pedro de Gaspar. Vestuario: Clara Bilbao. Reparto: Luis Tosar, Michelle Jenner, Manolo Solo, Vicente Romero, Ernesto Alterio, Adriana Torrebejano, Paco Tous, Jaime Lorente. Duración: 126 minutos.

    Corren tiempos revueltos en España. Ha vuelto a cambiar el gobierno hace poco y surgen nuevos partidos que amenazan la estabilidad del bipartidismo. No hace mucho que en Barcelona parlamentarios contrarios al orden establecido, apartándose pues de las instrucciones estatales, se han reunido para manifestar su rebeldía y pedir una reforma del sistema constitucional. Esta viene igualmente apoyada por amplios sectores sociales, extendiéndose las huelgas y protestas con manifestaciones callejeras de progresiva violencia. Pero muchos altos cargos, en distintas esferas de la Administración, las empresas y la política, hacen oídos sordos mientras se enriquecen a costa de la clase trabajadora, mediante una corrupción generalizada, todo ello bajo una coyuntura internacional adversa. Esta somera descripción podría aplicarse con algo de pesimismo a la actualidad, pero en realidad se refiere a la situación existente en 1921, si partimos de la asamblea catalana liderada por Cambó en 1917, el desarrollo del sindicalismo, la crisis de la Restauración y del turno pacífico y el contexto de la posguerra. Quizá por tratarse de hitos tan conocidos como en cierta medida extrapolables al marco contemporáneo, la película que los retrata prescinde de preludios históricos y señales de localización, al margen de contadas panorámicas o planos generalísimos de la ciudad en que transcurre.

    Hablamos de La sombra de la ley, segundo largometraje de Dani de la Torre tras El desconocido, esa trepidante “road movie” donde el género de acción ya le servía al cineasta para contarnos una historia con fuertes tintes de denuncia social. Su protagonista Luis Tosar repite ahora como el policía Aníbal Uriarte, enviado a Barcelona para investigar el robo de armas de un tren. En sus pesquisas contará con la compañía de agentes locales, liderados por el inspector Rediú (Vicente Romero) y su subalterno Tísico (Ernesto Alterio), además de trabar amistad con los anarquistas, en particular con la recién incorporada al grupo Sara (Michelle Jenner), mientras en paralelo se desarrolla una subtrama sin aparente conexión con la principal, donde seguimos las ocurrencias de un turbio barón (Manolo Solo) y una de sus coristas, Lola (Adriana Torrebejano). Decíamos que no hay a priori unión visible entre estos y aquellos, pero ello debe ser matizado desde ya en dos puntos muy ilustrativos. Por un lado, de la Torre y su guionista Patxi Amezcua confían en que las mentadas coordenadas espaciotemporales basten por si solas para sacar a relucir el vínculo intrínseco entre sus referentes: en otras palabras, estos personajes pueden no tener nada que les asemeje pero todos padecen a su manera las perturbaciones de la época, por su carácter insistente y extendido al que ya nos hemos referido. Por otro lado, ante la aparente falta de necesidad de una narración que ahonde en la intimidad de estos individuos para plasmar y desarrollar sus lazos personales, pues sus motivaciones y conflictos son predominantemente externos, la susodicha conexión se busca establecer a un nivel puramente visual. Y aquí tenemos un ejemplo manifiesto: el largo plano secuencia que arranca con Aníbal entrando en el club en el que trabaja Lola, iniciando la toma con él y acabándola con ella, aunque entre los dos no se fije un contacto directo.

    «Se aprecia la voluntad de apabullar con la puesta en escena […] pero no hay una correspondencia exacta con las necesidades del libreto. Por su combinación de relato histórico, thriller policiaco y romance latente, el mismo debería perseguir un suspense mucho mayor del logrado».


    Estas dos dimensiones hacen gala de pericia técnica y estética, aunque la misma no es siempre bien entendida. La contextualización se apoya como decíamos en algunos planos descriptivos, como los dos hacia el comienzo del metraje para introducirnos la ciudad: son dos tomas aéreas que se apoyan en unos aceptables efectos especiales pero que pecan de exceso, no tanto por su contenido sino por su sucesión, ya que el encuadre final de ambas es casi equivalente, y por ende inútil. Otras veces se introducen planos intercalados similares, por ejemplo de la Sagrada Familia en construcción o de una avenida o un edificio determinado, pero están desconectados del drama: incluso en este último caso, donde anticipamos un corte del interior con uno de los protagonistas, la transición no es la esperada. A veces parece por tanto que la narración macro, por medio de esa ambientación y ese tipo de planos, va por un lado distinto a la narración micro, la que sigue el devenir de estos personajes. Entonces en lugar de apoyarse estos en su contexto, como ha pretendido el cineasta, están un tanto desligados del mismo. Incluso en una misma secuencia en la que se quiere arrojar luz sobre cómo la Historia los ha afectado, a saber el momento temprano en que se nos hace partícipes del trauma de Aníbal por haber participado en la guerra de Marruecos, se advierte esta desconexión, con dos planos seguidos en la habitación de su hotel (un presunto flashback y su reacción emocional) que no están nada bien hilados y aportan más confusión que explicación. En cuanto al plano secuencia que mencionábamos antes, es un recurso que se repite en otras ocasiones, aunque con menos ostentación: en particular cuando Aníbal acude en ayuda del padre de Sara, con una secuencia de acción muy bien llevada en su mezcla de dinamismo armónico y violencia caótica. En ambos casos hay cortes ocultos, y aunque en este último se nota e importa menos, en el primero es llamativo uno de ellos, donde claramente se percibe el fin de la toma aunque de la Torre y su director de fotografía Josu Inchaustegi han querido evitarlo. Esto demuestra que la ambición técnica está a veces por encima de las posibilidades reales, no solo presupuestarias sino también dramáticas, pues ese plano secuencia se antoja un tanto gratuito en su desenlace. Y es que será solo en un momento muy avanzado del metraje cuando haya algún enlace entre Aníbal y Lola, aun de forma muy incidental.

    En suma, se aprecia la voluntad de apabullar con la puesta en escena, en las dos dimensiones que hemos tratado, pero en ninguna de ellas hay una correspondencia exacta con las necesidades del libreto. Por su combinación de relato histórico, thriller policiaco y romance latente, el mismo debería perseguir un suspense mucho mayor del logrado. Así, en lugar de alternar recursos estéticos potentes pero demasiado precipitados, habría sido más provechoso centrarse en alguno más concreto, dándole el tiempo necesario a cada escena de arrancar con una expectativa que luego pueda ser truncada, realizada o puesta en vilo. Pero al sucederse esas escenas de la forma que hemos comentado, ninguna adquiere esa entidad y atmósfera propias que son imprescindibles para alcanzar auténtica intriga y emoción. De hecho esta precipitación provoca que en el clímax, donde como mandan los cánones se reúnen todos los personajes principales y se resuelven sus conflictos, aquí por medio de tiroteos y ajustes de cuentas, un personaje que acaba de volverse importante para el protagonista desaparezca de repente sin previo aviso o en cambio que este último sufra dos balazos a quemarropa y salga ileso como si nada. Pese a este tipo de resoluciones contraproducentes, al final la narración se ha ganado nuestro interés, a fuerza de los elementos persuasivos ya citados pero también gracias a unas interpretaciones que dotan de calado a unos hombres y mujeres a los que el guion dedica un background muy escaso. Son memorables sobre todo los papeles de Vicente Romero y Manolo Solo, dos villanos a los que sus actores dotan de un aire trágico y matizado… para que no dejen de parecernos cercanos en ese diálogo entre pasado y presente que La sombra de la ley intenta y consigue a medias. | ✷✷✷✷✷ |


    Ignacio Navarrro Mejía
    © Revista EAM / Madrid


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