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    Cine Alemán Siglo XXI

    Cine online: Lean on Pete

    Indigencia y filtros de Instagram

    Crítica ✷ de Lean on Pete, de Andrew Haigh.

    Inglaterra. 2017. Director: Andrew Haigh. Guion: Andrew High, basado en la novela de Willy Vlautin. Productor: Tristan Goligher. Música: James Edward Barker. Director de fotografía: Magnus Nordenhof Jonck. Montaje: Jonathan Alberts. Casting: Carmen Cuba. Diseño de producción: Ryan Warner Smith. Dirección de arte: Jonny Fenix. Intérpretes: Charlie Plummer, Travis Fimmel, Steve Buscemi, Chloë Sevigny.

    Hay algo interesante en el propio gesto escritural de Lean on Pete (Andrew Haigh, 2018) que serviría como metáfora para radiografiar la evolución misma de la cinta. Durante su primera media hora, allí donde todavía reina el misterio y los personajes se muestran herméticos y desvencijados, la cámara suele situarse a una distancia prudencial y, muy a menudo, parapetada detrás de umbrales y dinteles. Se trata de una cámara espía, una cámara respetuosa que apenas tiembla y que parece respetar, mediante su distancia, la cotidiana pobreza de los cuerpos que retrata. Ahora bien, en la última media hora de película, Haigh mueve las localizaciones del relato a unos tremendos espacios abiertos norteamericanos, a grandes desiertos lumpen en los que no puede haber nada que no sea el vagabundeo, el viaje, el movimiento. Y en lugar de respetar ese hermetismo dulce y sagrado de las primeras escenas, convierte el guion en una suma de monólogos explicativos y carentes de toda poética donde se explica para un caballo/espectador todo aquello que quedaba sugerido y que, en fin, no resulta demasiado excitante en su desvelamiento.

    El problema de Lean on Pete, al igual que el de gran parte del cine norteamericano con intención autoral de los últimos años, es esa extraña hibridación entre los lugares comunes del género —el western o la road movie, según se prefiera— con una estética visual forzada que sugiere una imposible épica de filtro Instagram. Así, la crítica podría escribirse sin demasiado esfuerzo: basta con señalar el viaje interior, el autodescubrimiento, el profundo compromiso de Haigh con las clases sociales menos favorecidas, algo así como si hubiera podido trasplantarse a una maceta de bajo voltaje una mezcla de La odisea, de los primeros minutos de Soy un fugitivo (I am a fugitive from a Chain Gang, Mervyn LeRoy, 1932), y por supuesto, del cine social británico convencional del que –intuimos- Haigh ha copiado no pocas cosas. Sin embargo, el resultado nada tiene que ver con sus referentes, y esas carreritas torpemente rodadas con las que se abre y se cierra la cinta no son sino un guiño mal perpetrado para el espectador algo culto que recuerda el cierre de Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, François Truffaut, 1959). No crean que siento especial placer en acumular las referencias: es el texto de Haigh el que, sin saber muy bien dónde agarrarse, va picoteando de aquí y de allá en un esforzado ímpetu para demostrar(se) esa calidad y ese compromiso que parece emanar de las Grandes Películas Sociales –pronúnciese en mayúscula y con voz grave y compungida, a ser posible.

    Pueden ver online Lean on Pete en Filmin por 3.95€.




    ▲ LEAN ON PETE, de Andrew Haigh | Diamond Films ©.

    «Resulta imposible sentir simpatía por ese buenísimo trozo de carne con ojos adolescente que, inmaculado y sin pecado original, delinque únicamente para sobrevivir, roba con gran complejo de culpa –profundos planos en los que se mira con actitud defraudada al espejo así lo demuestran-, y en el límite, opta por la violencia únicamente en situaciones de gran desesperación».


    Por tener, lo tiene casi todo en el catálogo de las buenas intenciones: orfandad, miseria, comentarios amables para con los emigrantes mexicanos y los animales, ladrones de buen corazón, traumas del pasado y dos bochornosas elipsis que solucionan, de un plumazo y sin mayor interés, los dos puntos clave del viaje del protagonista —la muerte de su padre y el divorcio de su tía. Cuando Haigh no sabe cómo mostrar algo grave —lo que suele ser casi siempre—, se limita a ponerlo en boca de un personaje, o a generar una escena “suplementaria”, un buen diálogo explicativo que tapa aquello que falta y que hubiera sido realmente relevante en su mostración o en su tratamiento. Esa incapacidad para saber qué y cómo mostrar se va haciendo más acuciante según la cita va incorporando tragedias en lo que se pretende un desgarrador descenso a los infiernos. Pero no. Resulta imposible sentir simpatía por ese buenísimo trozo de carne con ojos adolescente que, inmaculado y sin pecado original, delinque únicamente para sobrevivir, roba con gran complejo de culpa –profundos planos en los que se mira con actitud defraudada al espejo así lo demuestran-, y en el límite, opta por la violencia únicamente en situaciones de gran desesperación. Ese personaje plano, sin dobleces, que roba un caballo por compromiso ético y roba comida por hambre, hacen pensar hasta qué punto no se trata todo de una macabra bufonada para llenar de ánimo los corazones de las almas buenas y, ya de paso, rebañar por enésima vez el plato de la mala conciencia norteamericana y sus pequeños traumas burgueses de andar por casa.

    Durante la proyección –me permitirán una última referencia- me vino varias veces a la memoria la extraordinaria Wendy and Lucy (Kelly Reichardt, 2008) y el no menos extraordinario texto que Alberto Sáez se marcó hace poco en estas mismas páginas. En cierto sentido, parecería que la cinta de la Reichardt es el reverso exacto, preciso, deslumbrante, de todo lo que Haigh ha tenido que lanzarnos en su Lean on Pete. Lo que allí estaba mostrado con una desgarradora precisión —la exclusión social, la torpeza de los gestos de la fuga y el fracaso, la profunda vergüenza de los ciudadanos aplastados— aquí no es más que una pulpa, una papilla, un self service de gestos autoproclamados profundos y trascendentales que inevitablemente amenazan con asfixiar al espectador. Déjense de mandangas y de viajes interiores: a un pobre hay que saber rodarlo, al hambre hay que saber rodarla, a la miseria hay que saber rodarla. Y un plano exuberante del atardecer en la planicie yanqui con un muchacho y su caballo parece más bien un anuncio de Marlboro que una reflexión sobre las corrosiones y los delirios de nuestro sistema social. La indigencia y los filtros de Instagram, ya se sabe, no suelen ser buenos compañeros de viaje. | ✷✷✷✷✷ |


    Aarón Rodríguez Serrano
    © Revista EAM / Madrid


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