Crónica Número V del 66SSIFF
Día 5 en el Donostia Zinemaldia.
Siete años ha tardado el cineasta austríaco Markus Schleinzer en hacer su segunda película, Angelo, presentada en la competición de la sección oficial de este 66º Festival de San Sebastián. A una gran parte del público que se congregaba en este pase mixto –junto a la prensa— del Kursaal no le hubiese importado que el período cronológico se hubiese extendido un par de centurias. Una conclusión fácil de asumir al asistir a una desbandada de éste que nunca terminó de cesar. El realizador natural de Viena, actor en sus inicios y director de casting de hitos para el cine de su país como Los falsificadores y La cinta blanca, despuntó en 2011 con su ópera prima Michael, que justamente bebe del estilo narrativo y tratamiento de la tragedia de su maestro, Michael Haneke. Un filme que nos adentraba en el mundo de horror que creó un austero oficinista –que da nombre a la película— en sus treinta que mantenía secuestrado a un niño de 10 años en su sótano, en una clara traslación del caso de Natascha Kampusch, que horrorizó a la opinión pública en 2006. La llegada de Schleinzer al panorama cinematográfico europeo coincidía con el auge del llamado Cine de la Crueldad, representado por las creaciones de sus dos de sus compatriotas: Ulrich Seidl y el mentado Haneke, cirujanos que diseccionan la débil y contradictoria anatomía de la sociedad contemporánea, concretamente la de sus coterráneos, dibujados como seres extremos con una cuestionable visión del concepto comunidad. Su segundo trabajo, aún más ambicioso, nos sitúa en un limbo temporal que, por elementos como su vestuario o sus expresiones; o su sistema de clases y desarrollo de su cotidianidad cultural, bien pudiera estar enclavado en un intervalo previo a la Ilustración europea. Les hablo en condicional porque la imagen de Angelo nos revela una serie de anacronismos que ejercen de mera provocación, no contienen justificación semántica alguna. La propuesta de Schleinzer, dividida en tres segmentos, narra la llegada a la Corte de un esclavo siendo un niño que acaba adaptándose a la vida de lujos que le rodea pero nunca deja de ser un souvenir para sus amos. Schleinzer opta por un minimalismo narrativo, envuelto en una fotografía pictórica, sin apenas fuerza ni interés. Quizá el denominador común de muchas de las películas de esta sección oficial. Es por eso que la aparición de una comedia surrealista con disfraz de Giallo como In Fabric, un ejercicio de rotunda personalidad, se revele como una película fresca y llamativa. Premio a la que nos haga simplemente sonreír.
Prólogo: Emilio Luna.
Crítica de Angelo e In fabric: Jose Luis Forte.
Crítica de Illang: The Wolf Brigade y Quién te cantará: Miguel Muñoz Garnica.
Crítica de Red Joan: Juan Roures.
Crítica de Angelo e In fabric: Jose Luis Forte.
Crítica de Illang: The Wolf Brigade y Quién te cantará: Miguel Muñoz Garnica.
Crítica de Red Joan: Juan Roures.
QUIÉN TE CANTARÁ
Carlos Vermut, España | Competición.
Un primerísimo plano sigue a la mano de Lila (Najwa Nimri) recorriendo su cuerpo como si lo hiciera por primera vez. Subyace la idea de redescubrir la propia piel, que es en efecto la maniobra sobre la que bascula toda Quién te cantará. Lila, una estrella musical que ha quedado amnésica poco antes de volver a los escenarios tras diez años de silencio, es un personaje que renace de su desmemoria, a la vez que su antigua memoria se reconstruye en Violeta —el lila es un tono del violeta, al fin y al cabo—, una camarera (Eva Horrach) en un karaoke fanática de sus canciones y que debe ayudarla a volver a actuar como la estrella que ya no sabe ser. El motivo visual de los barcos de papel aparece de manera recurrente, hasta que Blanca —la mánager de Lila— verbaliza su simbología: «Para saber cómo se hacen tienes que desdoblarlos. Así puedes ver los pliegues», le dice a la cantante. Y, en efecto, lo que hace Vermut es desdoblar a Lila a partir de su amnesia para dejarla en su forma original, pero con los pliegues al aire. De la mística de la estrella a la hoja en blanco. El hecho de que la una —Violeta— sea «rescatada» de arrojarse al mar justo cuando la otra —Lila— ha perdido su memoria al desmayarse en el mar incide en esta sugerencia del doppelgänger como herramienta para descubrimiento propio a partir de la confrontación con el (complicado concepto) yo ajeno.
A base de simbologías del estilo, Quién te cantará es una película ceñida de manera obsesiva a su construcción textual. La escritura marcadamente literaria de los diálogos y unas actrices que declaman hasta los puntos suspensivos permiten intuir el empecinamiento de Vermut por no perder ni uno solo de los caracteres fijados en el papel. La cuestión es que a esta rigidez no se le añade una construcción similar en lo cinematográfico, ya no solo porque el desempeño de las actrices quede atrapado entre el recital y los ademanes de naturalidad (esto es, no existe el esfuerzo de depuración que suele funcionar mejor con esta forma de dirigir a los actores) sino porque el trabajo de puesta en escena oscila entre el subrayado de lecturas subtextuales no demasiado profundas (esos barcos de papel que mencionábamos, por ejemplo) y el empleo de planos vaciados (tomas del mar, de las líneas de los edificios apostados contra el cielo, de las paredes desnudas) cuya expresividad no va más allá de —aventuramos— sugerir una extrañeza indeterminada. Junto a ello, está la molesta tendencia de Vermut a meter con calzador constantes autorales: referencias a la cultura pop española, guiños a los superhéroes o la misma manera de conciliar actores y texto. Todo, en fin, no expresa otra cosa que la voluntad de expresión. Al final, el texto de Vermut no es más que una versión rebuscada del juego de «unir los puntos» que conecta determinados elementos iniciales con las revelaciones finales. Esta tendencia del texto a encerrarse en sí mismo se ve empeorada, además, por unas canciones no precisamente apasionantes o por apuntes que se van directamente a lo ridículo, como algunas líneas de guion dignas del facepalm o el psicologismo blanco y en botella (la niña tirana que en el fondo solo quiere ser castigada) con el que se traza al personaje de la hija de Blanca. Se nos hace, pues, indigerible el abismo entre la pretenciosidad que percibimos en Quién te cantará (barnizada apenas por unos pocos elementos de desenfado) con lo que creemos más cercano a una versión de tenderete del Bergman de Persona. [20/100]
España-Francia, 2018. Director: Carlos Vermut. Guion: Carlos Vermut. Productoras: Apache Films, Las Películas del Apache, Áralan Films, Les Films du Worso. Música: Alberto Iglesias. Fotografía: Eduard Grau. Montaje: Marta Velasco. Reparto: Najwa Nimri, Eva Llorach, Natalia de Molina, Carme Elías. Duración: 124 minutos.
IN FABRIC
Peter Strickland, Reino Unido | Competición.
Desde su primer plano In Fabric (Peter Strickland, 2018) deja constancia de cuál será la referencia predominante en su metraje: el giallo italiano. Un cuchillo entra en cuadro con la violencia suficiente para que no captemos de primeras que bajo él no hay un cuerpo listo para el despiece sino una vulgar caja. El arma será utilizada para desprecintarla. Así pues no solo la estética, pues en los subsiguientes títulos de crédito se sumarán la música, los colores chillones con preponderancia del rojo, los maniquíes y el montaje setentero, sino también la intención, el tono que se mantendrá en casi todo el film: el del humor absurdo y descacharrante. No en todo momento, hay que puntualizar, pues en su primera parte se muestra más comedido. Sheila (Marianne Jean-Baptiste) es una mujer de mediana edad que trabaja en un banco, está separada de su marido y convive con su hijo veinteañero y la peculiar novia de este. Su vida discurre entre el trabajo y una nula vida social, estado que intenta cambiar decidida a recurrir a los anuncios de contactos. Para su primera cita necesita un vestido nuevo, y para ello acude a unos grandes almacenes. Es aquí donde Strickland, tras un arranque reposado, comienza a desplegar un humor absurdo y raruno, en especial en la figura de la jefa de las dependientas, una señora que viste a la manera victoriana y que comanda un equipo de brujas que con notorios gestos atraen a los clientes a las fauces de su negocio. Son las rebajas de invierno y la llamada al gasto compulsivo se torna casi innecesaria. Poco a poco van haciendo su entrada personajes a cual más extraño, así un ser casi vampírico que parece ser el dueño de la tienda, o los mismos superiores de Sheila, una pareja obsesiva que nos traen las secuencias más abiertamente humorísticas del largometraje. Se puede o no compartir el sentido del humor del director, esto ya obedecerá a los gustos de cada cual, pero es de ley reconocer que se deja a un lado lo convencional transitando por lo chocante y lo excéntrico.
Sheila quedará prendada de un llamativo vestido rojo. Y aquí comenzará su peculiar pesadilla privada, pues se trata de un vestido maldito que atrae la desgracia a quien lo posee. Son las escenas dedicadas a dicho vestido las que tomarán su modelo más evidente en el mentado giallo, en especial en los instantes en que lo vemos flotar y desplazarse por el piso de Sheila dotado de vida propia. La trama se va enrareciendo con los efectos de la influencia fatal del vestido y en especial con las grotescas costumbres privadas de las dependientas y sus juegos perversos con los maniquíes mientras Lord Voldemort… esto… Mr. Lundy (Richard Bremmer), el Nosferatu de la función, las espía y aprovecha para desahogarse festivamente, tanto él como la sala al completo viendo fluir a cámara lenta sus fluidos vitales volando por la pantalla. El vestido cambiará de cuerpo, y en la segunda parte del filme será Reg (Leo Bill), un técnico en electrodomésticos con especialidad en lavadoras, quien sufrirá por la posesión de la prenda maldita. Es en esta segunda mitad también cuando la película se inclina aún más hacia su vertiente bufa, dejando claro que las referencias al mítico género giallo son más estéticas que de fondo, remanente quizá de sus anteriores largometrajes, y sobre todo del segundo, Berberian Sound Studio (2012). Strickland hace su arriesgada apuesta y como tal quien lo acompañe disfrutará de ella. Quien se quede fuera, eso sí, no permanecerá indiferente. 60|100
Reino Unido, 2018. Título original: In Fabric. Director: Peter Strickland. Guion: Peter Strickland. Productora: Rook Films. Música: Cavern of Anti-Matter. Fotografía: Ari Wegner. Montaje: Matyas Fekete. Intérpretes: Marianne Jean-Baptiste, Hayley Squires, Leo Bill, Gwendoline Christie, Richard Bremmer, Caroline Catz, Sidse Babett Knudsen.
ANGELO
Markus Schleinzer, Austria-Luxemburgo | Competición.
Markus Schleinzer elige el camino de la gelidez narrativa para contarnos una historia basada en hechos reales en su película Angelo, la de un niño que a los diez años es llevado a Europa como esclavo. Estamos en el siglo XVIII, y el color de piel de Angelo lo marcará en sociedad, si bien pronto es educado en el idioma, el dominio de la flauta y en sus dotes actorales, lo que le traerá el éxito y el reconocimiento en las diversas cortes europeas. Pero es cuando decide tener casa propia, casarse con una sirvienta blanca y tener una hija con ella que quedará clara la diferencia entre él y lo que es aceptado en sociedad. Angelo será siempre un forastero en tierra extraña, alguien que al final, como él mismo confesará, se considera un “hijo de África, pero un hombre de Europa”, o lo que es lo mismo, sin patria porque fue apartado de ella y sin hogar porque no puede pertenecer a un mundo de blancos. Su cuerpo terminará expuesto como objeto exótico en un museo de ciencias. Una vida que quizá pudo ser apasionante, divertida, horrible, aventurera, aburrida o plena de riesgos y emociones. Viendo Angelo nunca podremos saberlo, esta es la triste verdad.
Como ya va siendo común en cierto tipo de cine histórico europeo en su afán por distanciarse del modelo hollywoodense, este largometraje de Markus Schleinzer se distancia de lo narrado mostrando con frialdad los hechos, recurriendo a larguísimas secuencias en las que la mínima acción se desliza a un ritmo tan lento que llega a dar la impresión que el tiempo se ha detenido. Pequeñas pinceladas de la vida de Angelo se van sucediendo conformando un mosaico que con tan solo cuatro o cinco teselas pretende llegar a retratar una vida. Todo se resuelve con un pulso débil y cansino, repetitivo hasta lo indecible y agotador por llevarnos de una anécdota a otra con lentitud extrema. De nuevo otro de esos trabajos que pide mucho al espectador sin ofrecerle nada a cambio. Un ejercicio de concentración que nos lleva a perdernos en esa factura del gas que aún no hemos podido abonar o en cómo demonios nos las arreglaremos este mes para pagar la luz. Y mientras, de fondo, allá a lo lejos, unas figuras se mueven sobre un telón suavemente iluminado, hablan de tanto en tanto sin subir demasiado el volumen y se desarrolla algo que en algún momento quisiera ser una película. Pero es imposible tener conciencia de ello. 05|100
Austria – Luxemburgo, 2018. Título original: Angelo. Director: Markus Schleinzer. Guion: Markus Schleinzer y Alexander Brom. Productoras: Novotny & Novotny Filmproduktion GMBH y Amour Fou Luxembourg. Fotografía: Gerald Kerkletz. Montaje: Pia Dumont. Intérpretes: Makita Samba, Alba Rohrwacher, Larisa Faber.
ILLANG: THE WOLF BRIGADE
人狼, Kim Jee-woon, Corea del Sur | Competición.
En un futuro no muy lejano con las grandes potencias mundiales en guerra y movilizando sus armadas, una Corea reunificada organiza sus fuerzas para defenderse de los enemigos a la vez que asienta el complicado entendimiento entre Norte y Sur. Illang dedica una larga apertura a introducir su contexto ficcional antes de pasar a lo que uno más espera de un director como Kim Jee-won. La acción desatada. Así, una vez sentadas las bases, la vorágine de disparos, puñetazos, persecuciones y estallidos emerge gozosa. Kim estructura esta primera pieza de acción desplegando con mucha eficiencia las herramientas habituales: la envoltura de la secuencia (una niña que recorre las calles de una Seúl entregada al caos, una manifestación contra las fuerzas especiales), el ritmo y una multiplicidad equilibrada de los puntos de vista. Cuando el protagonista, Joong-kyung, un miembro del cuerpo de elite que da título a la cinta, se confronta al final de la secuencia con la niña que aparece al inicio, Kim introduce ya visualmente el conflicto central: un plano de Joong-kyung oculto tras su armadura y su máscara que solo deja ver dos luces rojas en los ojos (el elemento más icónico del filme y del anime de Mamoru Oshii al que adapta), al que sigue un plano subjetivo desde el interior de la máscara que filtra la realidad percibida de rojo y la complementa con numerosos datos de apoyo al combate, antes de pasar al plano general de la confrontación. Esto es, Joong-kyung es un protagonista que se sitúa en un estadío humano previo a la conversión total en máquina. La pugna entre este último resquicio de empatía y el paso al soldado perfecto— la pugna entre dos formas de mirar, en definitiva—ocupará el resto del metraje.
La mala noticia es que Kim deja lo mejor para el principio. Pasada esta parte en la que se despliegan con solvencia las posibilidades del género, Illang se entrega a ese empeño de cierto cine comercial contemporáneo por ampliar las miras y alcances de la obra. El cineasta parece especialmente incómodo filmando unas secuencias intimistas que introducen lo más parecido a una subtrama romántica de forma fugaz y perezosa (planos-contraplanos sin alma, algo de exceso actoral, música invasiva…), y pasa luego a enrevesar una trama de conspiraciones entre intereses ocultos del gobierno, fuerzas especiales y grupos terroristas que hacen que uno mire a su acompañante y (esto está basado en hechos reales del visionado propio) constate que ninguno de los dos entiende quién y por qué quiere matar a quién. De modo que cuando, ya arribado el desenlace, llegan las sorpresas de turno, la falta de interés por los caracteres y el extravío ante la trama las convierten en un esfuerzo inútil. Añádase a la fórmula el paralelismo facilón con el cuento de Caperucita y el Lobo que se esboza en otro empeño por alejar la cinta de lo que uno desearía que fuera: una versión más cercana al Kim Jee-won del exceso y la desmesura en lugar del domesticado para la producción comercial indolente. [40/100]
Corea del Sur, 2018. Título original: 인랑 (Inrang). Director: Kim Jee-woon. Guion: Kim Jee-woon. Productora: Lewis Pictures. Música: Mowg. Fotografía: Lee Mo-gae. Montaje: Yang Jin-mo. Reparto: Gang Dong-won, Han Hyo-joo, Jung Woo-sung, Kim Moo-yul, Han Yeri, Choi Min-ho, Huh Joon-ho. Duración: 139 minutos.
RED JOAN
Trevor Nun, Reino Unido | Premio Donostia.
Melita Norwood es la espía británica que más tiempo ha estado al servicio de la KGB, facilitando secretos de Estado a la URSS a lo largo de cuatro décadas desde que fuera misteriosamente reclutada en 1937. Murió en 2005, a los 93 años, dejando atrás un gran número de incógnitas y dilemas morales que Red Joan busca resolver. A sus 78 años, Trevor Nunn parece haber empatizado con la famosa anciana espía, a quien dota de una amplia gama de matices, incluyendo una gran e inesperada humanidad, gracias al trabajo de una Judi Dench que, pasadas las 83 primaveras, está en mejor forma que nunca (su maravillosa transformación en la protagonista homónima de La reina Victoria y Abdul el año pasado es prueba de ello). La multipremiada Dama es, nunca mejor dicho, una de las joyas de la corona británica, lo que torna la misión del filme de ganarse la empatía del público en una tarea demasiado sencilla. Ella, por supuesto, borda sus escenas, pero, por desgracia, apenas cuenta con un tercio de tiempo de pantalla, yendo el resto a parar a los tiempos jóvenes de la futura espía (apodada Joan Stanley en el filme), encarnada por una inocente Sophie Cookson que, como tantos intérpretes antes que ella, ha pagado el pato de ser comparada con alguien a quien, al menos todavía, no llega ni a la suela de los zapatos. Su trabajo es plano, simple y, para colmo cursi, si bien es cierto que gran de la culpa reside en el guion de Lindsay Shapero, quien parece más interesada en explotar enredos románticos de colegiala que en definir verdaderamente qué llevó a tan bondadoso ser humano a, al menos sobre el papel, traicionar a su país.
Si algo define tanto el mundo del espionaje como las buenas películas de espías es la gama de grises: nadie es del todo bueno ni del todo malo, nada es del todo fiable ni del todo falso. Curiosa y lamentablemente, si algo falta en Red Joan es sutileza. Más allá de la mirada de Dench, todo es blanco o negro. Y, atendiendo a la cursilería desprendida, digna de un telefilm fabricado en serie (y no por casualidad Nunn no ha llevado una producción a las salas desde 1996), podría decirse que casi todo es blanco, puro, relamido y por completo carente de interés. Para colmo, el director tiene tan claro qué mensaje quiere transmitir que, para cuando por fin escuchamos el potencialmente conmovedor discurso final, todo resulta reiterante, banal e, incluso, difícil de creer. La revelación es antoja vacua porque no es tal: lo que no sabíamos, lo intuíamos. No hay sorpresa, no hay emoción y, sobre todo, no hay apenas interés por ahondar en los hechos presentados, los cuales, en cualquier caso, se antojan ya demasiado añejos. Tampoco parece haber esfuerzo por generar una línea visual característica ni sorprender al espectador con recurso alguno de puesta en escena, quedando todo en manos de un guion que ni siquiera dejándose llevar por el romanticismo más convencional logra despertar verdaderas emociones. Dejando el fallido thriller como tal a un lado y elevándose a la esfera política internacional, sí resulta relevante recuperar ahora una historia que invita al mundo a dialogar antes de que todo estalle en mil pedazos. Poner su granito de arena a la paz quizá sea la única razón de ser de una película por la que, eso sí, peleará con uñas y dientes la parrilla de sobremesa, ávida de productos fáciles de seguir que hagan sentir a sus espectadores que han aprovechado la siesta para aprender algo. 20/100
AReino Unido, 2018. Título original: Red Joan. Director: Trevor Nunn. Guion: Lindsay Shapero. Productoras: Trademark Films, Lionsgate. Música: George Fenton. Fotografía: Zack Nicholson. Montaje: Kristina Hetherington. Intérpretes: Judi Dench, Sophie Cookson, Tom Hughes, Tereza Srbova, Kevin Fuller. Duración: 110 minutos.
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