Crónica Número I del 66SSIFF
Día 1 en el Donostia Zinemaldia.
En el artículo sobre la presentación de Horizontes Latinos, hablábamos de Nuestro tiempo y Sueño Florianópolis, dos de sus propuestas más interesantes, que, a su vez, planteaban algunos conceptos similares sobre el deterioro del matrimonio contemporáneo. La primera desde un punto de vista que nace en las amígdalas cerebrales, donde reside el ego –o la ilusión de la existencia de este—, y se extiende a las vísceras, proyectando un torrente lírico sobre cómo el pasado se revela como lastre que condiciona cualquier relación amorosa. La segunda, en cambio, mucho más liviana y también displicente a la hora profundizar en exceso la anatomía del fracaso matrimonial, se mueve sobre la línea del estereotipo, adaptando todo el ideario romántico a una puesta en cuadro desabrigada, que deja a un lado la cinematografía para cargar todo el peso narrativo en el carisma de sus intérpretes. Se ha dado la casualidad que la película que inauguraba la 66ª edición del Festival de San Sebastián, El amor menos pensado, comparte temática: la degradación y ruptura de un matrimonio burgués, y también discurso, sobre todo con la segunda de las películas mencionadas, Sueño Florianópolis, dirigida por Ana Katz. Es más, a ambas les une su actriz principal, la soberbia Mercedes Morán, otrora secundaria solvente devenida primera dama en plano gracias a una presencia que rompe lo aparentemente anodino, lo mundano, y lo transforma, diríamos, en algo irresistible. Morán tiene como pareja de baile –ni de tango ni de bachata, o eso le gustaría a su personaje— al ganador del Premio Donostia Ricardo Darín. Ambos son el alma de una cinta que, como le ocurre al trabajo de Katz, es un reciclaje de todos los elementos del melodrama de las tres últimas décadas, trufado de gags bastantes forzados pero que funcionan. Pese a entrar en la competencia, su escenario debe ser otro: el de las salas comerciales. Y allí, sin palmeros ni crítica, hallará la comunión con la platea con facilidad, para regocijo de su distribuidora (Filmax).
El pase del filme de Juan Vera ha dejado buenas sensaciones entre los asistentes, que no es poco, teniendo cuenta las infames aperturas que ha concedido el certamen en los últimos años. Junto a ella, se han presentado a la prensa dos propuestas de la sección oficial. Una, tenebrosa y críptica, The Innocent, fábula que confronta religión y ciencia que nos hace preguntarnos en varias ocasiones qué diablos estamos contemplando; otra, la luminosa A faithful man, segunda película de Louis Garrel que, partiendo de todos los clichés del cine de su padre y mentor, Philippe, construye, una vez más, otra historia sobre las relaciones y todos los satélites subtemáticos que orbitan a su alrededor. Por Perlas, salvoconducto para el periodista atormentado, aunque sea en un estadio temprano, hoy han pasado tres películas que participaron en el concurso del Festival de Cannes, máximo proveedor de la sección: Otro día más con vida, cinta animada con producción española que será distribuida en nuestro país por Golem, el interesante manga en imagen real titulado Asako I y II y el notable ejercicio antropológico de Jafar Panahi, 3 faces. Alberto Sáez Villarino, desde la ciudad de francesa, hablaba de la obra de Ryūsuke Hamaguchi de esta forma: “Bajo un envoltorio de aparente sencillez y romanticismo superfluo, Hamaguchi esconde, en su última película, un ejercicio de gran profundidad dramática cuya excepcionalidad reside en el complejo retrato introspectivo de su protagonista, Asako, una mujer que transita a la deriva por la inestable sociedad, partiendo de un doloroso desengaño amoroso.” Víctor Blanes Picó, por su parte, no podía ocultar su entusiasmo con la creación del realizador persa: “Es cine que combate más desde la inteligencia que desde lo visceral, y es por ello que hay espacios para que se cuele incluso el humor.” Perlas, por tanto, al rescate. Ojalá no sea la tónica de un festival que ha comenzado con sonrisas; no importa que pudieran ser nerviosas.
Prólogo: Emilio M. Luna.
Críticas de El amor menos pensado y A faithful man: Miguel Muñoz Garnica.
Crítica de The Innocent: José Luis Forte.
Crítica de Las herederas: Juan Roures.
Críticas de El amor menos pensado y A faithful man: Miguel Muñoz Garnica.
Crítica de The Innocent: José Luis Forte.
Crítica de Las herederas: Juan Roures.
EL AMOR MENOS PENSADO
Juan Vera, Argentina | COMPETICIÓN | INAUGURACIÓN.
¿Cómo se saca adelante una película cuyo final, además de prefijado por los códigos de la comedia romántica, se adivina con cierta facilidad en el propio título? Les retamos a que lo aventuren ustedes mismos a partir de las bases que El amor menos pensado deja sentadas en su planteamiento: un matrimonio en torno a los cincuenta —Ricardo Darín y Mercedes Morán— que se enfrenta al síndrome del nido vacío tras la marcha a la universidad de su hijo único, y que al poco decide divorciarse amistosamente por motivos que ellos mismos no terminan de ser capaces de explicar. Lo que sigue, antes de llegar a ese desenlace que no es precisamente el menos pensado, es una divagación a ratos cómica, a ratos dulzona, sobre los pequeños males de la sociedad burguesa contemporánea. Ante la escasa capacidad de sorpresa con la que cuenta de partida, Vera opta por la dilatación de las interacciones entre sus personajes estructurando su película en largas secuencias de diálogo —nos ahorraremos el chiste sobre la nacionalidad— entre los protagonistas, sus posteriores conquistas amorosas y el grupito de amigos (con sus respectivas miserias) que los rodean. Entre romances de Tinder, infidelidades destapadas por Instagram y discotecas llenas de asistentes con riesgo severo de rotura de cadera, se va deslizando una visión tímidamente mordaz de una sociedad entregada a la inflación de la experiencia y la demonización de la rutina. Poca cosa con la que compensar su vertiente más previsible.
Con todo, para buscar la risa cómplice del respetable el libreto tira menos del dardo que del guiño cómplice apelando a chistes algo apolillados. Pero el principal problema, si nos ceñimos a lo textual, es el de una escritura que se empeña en verbalizarlo todo, en obligar a sus personajes a que expliciten los (por otra parte) facilones diagnósticos socioculturales que propone. Algo así como si el propio guion se acomodara entre los sillones caros y las copas de buen whisky de sus protagonistas, y desde ellas se dedicara a lanzar alguna que otra chanza que se pretende inteligente, pero sin pasarse con nadie. De ahí deriva, también, el no poco relevante hecho de que El amor menos pensado parezca olvidarse de su condición de película y se limite a utilizar la cámara para poner acompañamiento óptico a lo escrito, y a los actores para recitar palabras sin que terminen de sentirse suyas. Apenas un par de recursos visuales —un uso de pantalla partida y una declamación frontal a cámara que ni siquiera tiene demasiada coherencia con la situación filmada— apenas rompen la ingravidez y la pereza de una cinta encerrada en su sobreescritura. 30|100
Argentina, 2018. Director: Juan Vera. Guion: Juan Vera, Daniel Cúparo. Productoras: Patagonik Film Group, Kenya Films. Música: Iván Wyszogrod. Fotografía: Rodrigo Pulpeiro. Montaje: Pablo Barbieri. Intérpretes: Ricardo Darín, Mercedes Morán, Claudia Fontán, Luis Rubio, Andrea Pietra, Jean Pierre Noher, Claudia Lapacó, Chico Novarro, Andrea Politti, Gabriel Corrado, Andrés Gil, Mariú Fernández, Norman Briski, Juan Minujín. Duración: 129 minutos.
THE INNOCENT
DER UNSCHULDIGE, Simon Jaquemet, Suiza-Alemania | COMPETICIÓN.
Habitaciones de paredes blancas y equipamiento de última tecnología médica, ambientes pulcros y deshumanizados presididos por una gigantesca cruz de neón: un laboratorio de experimentación científica y la capilla de una secta religiosa conforman el doble entorno social en el que se desenvuelve Ruth, una mujer que se arropó en la religión como salida a un conflicto del pasado. En su presente, se enfrenta a la angustia que le provoca el sufrimiento al que son sometidos los monos que son utilizados como cobayas en su trabajo, a uno de los cuales se le ha extirpado la cabeza para añadírsela a un nuevo cuerpo. La crisis laboral deviene crisis existencial y sus correligionarios en la fe intentarán ayudarla, pero todo no hará sino empeorar. Un antiguo amante condenado por un crimen que, al parecer, no cometió, será liberado tras veinte años de condena y retornará a la vida de Ruth rompiendo su monotonía y ejerciendo de válvula de escape del asfixiante panorama. Pero este amante resulta que murió al poco de salir de presidio en un viaje a la India. El túnel de realidad de Ruth se resquebrajará sin remedio y su congregación la tomará por endemoniada, una mujer poseída por el diablo a la que solo se puede salvar del mal a través de un exorcismo. Por si esto fuera poco, una de sus dos hijas hace una alocada escapada sexual y Ruth deberá esconder su presunta falta ante la familia. Trasplantes de cabezas, revolcones por el suelo y espumarajos de Satán, feligreses siniestros que por el día alaban a dios y por las noches copulan al triste y siniestro modo del Eyes Wide Shut de Stanley Kubrick, espectros redentores que lo mismo vienen a salvarte que a darte un revolcón rápido en un sofá, en fin, un carrusel de calamidades que culminarán con la pobre Ruth haciendo una alucinatoria visita al mismísimo infierno. Nada tendría que fallar en una película que nos ofrece tal viaje.
Simon Jaquemet en su segundo filme, The Innocent (Der Unschuldige, 2018), nos presenta de manera críptica solo en apariencia un batiburrillo de ideas que se van amontonando una tras otra en un intento deslavazado de montar una historia. Acogiéndose a esas formas feístas, poco cuidadas visualmente y marcadamente desagradables tan propias de los platos fuertes de los festivales de cine, cuyo fin es tratar de dotar de fuerza al relato y de impactar al espectador con su dura narración, Jaquemet demuestra su lucha por buscar una mirada propia pero solo encuentra la nada. Frenética cámara al hombro, alguna escena de sexo explícito rodada a lo cafre, sordidez moral, huida de cualquier atisbo de poder empatizar con algún personaje… Trazas de radicalismo que ya hemos visto demasiadas veces como para poder evitar que el espectro del cansancio y el vacío no hagan su aparición. Imágenes planas para un mensaje demasiado disperso que, aún peor, cuando intenta concretarse solo provoca sonrojo y las risas involuntarias de los espectadores. Lo vacuo de su planteamiento y lo anodino de su construcción visual imposibilitan una mínima comunicación a nivel metafórico, todo se limita a lo que vemos desfilar ante nuestros ojos sin posibilidad de profundizar o trabajar la abstracción. 10|100
Suiza - Alemania, 2018. Título original: Der Unschuldige. Director: Simon Jaquemet. Guion: Simon Jaquemet. Productoras: 8horses y Augenschein Filmproduktion. Fotografía: Gabriel Sandru. Montaje: Christof Schertenleib. Intérpretes: Judith Hofman, Christian Kaiser, Thomas Schüpbach, Urs-Peter Wolters, Naomi Scheiber, Anna Tenta.
A FAITHFUL MAN
L'HOMME FIDÈLE, Louis Garrel, Francia | COMPETICIÓN.
Con un comienzo que consiste en un sencillo paneo sobre el skyline parisino hasta los barrotes de un pisito, y una secuencia de diálogo que en apenas unas líneas (de una sequedad a la vez cruel y cómica) expone los trazos argumentales, Garrel establece unas coordenadas que se asocian casi por automatismo a su apellido. A saber: triángulos amorosos, relaciones abiertas, celos y personajes que con maletas al hombro casi perennes se mueven entre pisos avejentados del París (post)bohemio, con esos hierros que se oxidan y esas maderas que crujen. Louis Garrel parece ser muy consciente de su condición de arquetipo en el universo fílmico creado por su padre, pero a la vez se lo apropia para crear una especie de versión paródica. Las temáticas y los hilos argumentales son, a grandes rasgos, los mismos mientras que el estilo es casi opuesto. El director sustituye esas estructuras minuciosamente construidas a partir de las escenas de tiempos muertos y las elipsis rotundas propias del mayor de los Garrel por una trama ligera expuesta con narratividad de lo más convencional. Garrel se mima reservándose el papel de un protagonista al que se disputan dos mujeres, y erige una historia sobre la reconquista amorosa, la madurez y las relaciones paternofiliales alternativas en la que todo avanza sin peso y sin lustre. Porque, y he aquí la parte menos buena, más allá de una retórica basada en planos-contraplanos cortantes para sacar adelante los diálogos que sostienen la cinta y una mantenida cercanía al rostro de los actores, Garrel no se deja ver como un cineasta con demasiadas ideas. L’homme fidèle se queda entonces en una liviandad en apariencia buscada, que no puede aspirar a mucho más que a ser agradable. 55/100
Francia, 2018. Director: Louis Garrel. Guion: Louis Garrel, Jean-Claude Carrière. Productora: Why Not Productions. Música: Philippe Sarde. Fotografía: Irina Lubtchansky. Montaje: Joëlle Hache. Intérpretes: Louis Garrel, Laetitia Casta, Lily-Rose Depp. Duración: 75 minutos.
LAS HEREDERAS
Marcelo Martinessi, Paraguay | HORIZONTES LATINOS.
Cuando la sexagenaria Ana Brun descubrió que había recibido el premio interpretativo femenino del Festival de Berlín, no cupo en sí de su asombro. Y es que ella, que nunca antes había actuado, estuvo a punto de rechazar en su día el papel protagonista de Las herederas, el cual, no sólo es difícil, sino también harto arriesgado: una mujer de alta alcurnia de la sociedad paraguaya que debe afrontar al mismo tiempo la partida del dinero que tan cómoda le ha hecho la existencia y la de la mujer con la que se ha acostumbrado a compartir su monótona vida. De pronto, el sentimiento de soledad aflora y, con él, una crisis existencial que le lleva a explorar sutilmente pasiones largo tiempo contenidas mientras, en el fondo, se mantiene fiel a su acogedora rutina. Tan feroz como pausado, el trabajo de Brun es excelente e indudablemente merecedor del laurel de la Berlinale (un certamen que, como su personaje, ha vivido momentos mejores), donde la minimalista cinta también se alzó con el Premio del Jurado y el prestigioso FIPRESCI. A través de sutiles gestos llenos de significado, respetuosos primeros planos y encuadres generales que son al tiempo discretos y voyeristas, el también debutante Marcelo Martinessi (formado, no por casualidad, en el terreno documental) retrata el dolor que a menudo acarrea estar vivo con suma delicadeza, ganándose con sigilo nuestra empatía por un personaje colmado de matices al que no siempre llegamos a entender del todo. No hay frustración en la ambigüedad, sin embargo, sino realismo: ¿acaso entendemos plenamente a las personas que nos rodean en la vida diaria? Director y actriz saben que no. Por eso mismo, la fotografía juega con el fuera de campo y la música extradiegética brilla por su ausencia, vocablo este último que define a la perfección el existir de la protagonista y la puesta en escena confeccionada por quien la mira.
Junto a Margarita Irún, Ana Ivanova, Nilda González, María Martins y Alicia Guerra, la silenciosa Brun conforma un universo femenino donde ellas mismas se valen y sobran tanto para apoyarse como para causarse pesar. Y, pese a que todo el peso narrativo reside en esta última, el resto de personajes están también perfectamente construidos, desde la fiel pero fría compañera sentimental de la protagonista hasta la sensual mujer que lleva a esta por un camino inexplorado donde quizá se descubra por fin a sí misma, pasando por la genial pero insufrible amiga cotilla que, como es curiosamente habitual en la vejez, siempre tiene algo que decir sobre cuanto la rodea, a menudo negativo (ofreciendo así pocos, pero, justo por eso, muy efectivos, apuntes cómicos que se agradecen entre la sobriedad general). A través de todas ellas, la sociedad paraguaya es retratada desde un cariño crítico capaz de aprovechar la memorable escena donde dos compradoras recorren el ya triste hogar de la pareja principal, arrebatando así sentido a sus recuerdos, para hacer hincapié en la hipocresía de la sociedad sin llegar a culpar del todo a nadie. De esta forma, la película logra provocar sin ofender, al igual que los escasos y harto sutiles momentos sexuales consiguen resultar chocantes e inesperados sin rozar el morbo o el ridículo, lo que trae a la mente la chilena Gloria (2013) de Sebastián Lelio, donde Paulina García saltó a la fama por encarnar a una mujer que sigue disfrutando de su sexualidad en el otoño de la vida. El propio Lelio acaba de regalarnos el remake estadounidense nada más y nada menos que con Julianne Moore (Gloria Bell), pero lo cierto es que las producciones que giran en torno a las aspiraciones de las mujeres maduras siguen contándose cada año con los dedos de una mano aun constituyendo precisamente ellas el principal público cinematográfico. Quizá Las herederas, por incómoda, lenta y ambigua, no constituya la película ideal para los mismos sujetos que retrata, pero tal vez sea hora de que personajes como el de Ana Brun, maltratados tanto por el cine como por la sociedad, pasen a ocupar el centro del plano. 70/100
Paraguay, Alemania, Brasil, Uruguay, Noruega, 2018. Título original: Las herederas. Dirección: Marcelo Martinessi. Guion: Marcelo Martinessi. Produccción: La Babosa Cine / Pandora Film / Mutante Cine / Norsk Filmproduksjon A/S / Esquina Filmes. Dirección de fotografía: Luis Armando Arteaga. Reparto: Ana Brun, Margarita Irún, Ana Ivanova, Nilda González, María Martins, Alicia Guerra. Duración: 97 min.
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