Exilio material y emocional
Crítica ✷✷✷✷ de Las distancias (Les distàncies, 2018).
España, 2017. Título original: Les distàncies. Presentación: Festival de Málaga 2018. Dirección: Elena Trapé. Guion: Elena Trapé, Josan Hatero y Miguel Ibáñez Monroy. Productoras: Coming Soon Films / ICEC / ICAA / Miss Wasabi / RTVE / TV3. Fotografía: Julián Elizalde. Montaje: Liana Artigal. Diseño de producción: Vanessa Locke y Nora Willy. Reparto: Alexandra Jiménez, Miki Esparbé, Isak Férriz, Bruno Sevilla, María Ribera. Duración: 99 minutos.
El llamado retrato generacional se puede enfocar desde dos grandes perspectivas: bien con una visión macro, buscando similitudes en un universo amplio de personas con parecido rango de edad, en diferentes contextos y con distintas formaciones; bien con una visión micro, reduciendo el panorama a unos pocos individuos relacionados entre sí, pertenecientes a un mismo estrato social específico pero también representativos de toda una generación. Esta segunda opción puede resultar tan fructífera como la primera gracias a la naturaleza interconectada del mundo contemporáneo, donde sea cual sea el lugar en el que nos situemos y los personajes a los que atendamos se pueden apreciar semejanzas con otras sociedades y culturas. Esto es especialmente cierto para la llamada generación Y o millennial, aparecida a finales del siglo XX y desarrollada con las importantes transformaciones socioeconómicas y tecnológicas de la época, las cuales favorecen esa extrapolación a la que nos hemos referido. Los jóvenes veinteañeros o treintañeros se conectan fácilmente entre sí mediante las redes, móviles y otros servicios de información, y así se generan entre ellos preocupaciones similares a menudo derivadas del desencanto producido por la sospecha de que su anterior generación, la de sus padres atendidos por el entonces reciente Estado de bienestar, habrán podido vivir en mejores condiciones que las suyas. Al mismo tiempo, ese desarrollo multifacético de última generación permite disfrutar de algunos privilegios más inalcanzables hace unas décadas, ventajas que con todo pueden convertirse en armas de doble filo como la emigración, el trabajo autónomo o la pérdida del concepto de familia nuclear.
Todas estas reflexiones se pueden pues extraer de un relato reducido a unos pocos personajes de un mismo grupo, y es lo que consigue Las distancias, ganadora de la Biznaga de Oro en el pasado festival de Málaga y llegada ahora a nuestra cartelera. En ella su directora Elena Trapé, perteneciente a la misma generación que retrata, aprovecha sus experiencias vitales y las traslada a Berlín, a donde cuatro amigos de Barcelona: Olivia (Alexandra Jiménez), Guille (Isak Férriz), Anna (María Ribera) y Eloi (Bruno Sevilla), se desplazan para visitar a un quinto amigo que ahí reside: Comas (Miki Esparbé). La llegada es por sorpresa y el anfitrión se muestra poco receptivo a ella, se le nota distante e incómodo, y con su actitud va nutriendo las rencillas y heridas que también sufren los demás personajes. Es un ejemplo del típico subgénero de la reunión a priori festiva que enseguida deriva en conflicto y enfrentamiento, por medio de las oportunas confesiones donde salen a relucir los defectos y las acusaciones de cada personaje. En este caso sin embargo el tratamiento es más indirecto y elíptico, se basa más en los silencios y en los gestos que en grandes momentos donde los interlocutores suelen exteriorizar su alteración. El detalle más claro es que Comas nunca revela las razones de su comportamiento errático, aunque nosotros las podemos deducir de dos escenas clave: una en que Eloi lo ve desde la distancia cuando lo está buscando y en lugar de acercarse a él respeta su aislamiento, y sobre todo otra en que Olivia conoce a la novia de Comas y le confiesa que en su día ellos también estuvieron juntos. Esta es la única escena que está más en línea con ese subgénero común que mencionábamos, pues se apoya más en el diálogo elocuente y dividido, pero precisamente por ello rompe algo con el tono del resto de la narración, con el dato añadido de que esta discurre en catalán y castellano mientras que en esa secuencia Olivia y la otra chica hablan en inglés. En cualquier caso su montaje es necesario porque en gran parte da sentido al resto, especialmente cuando Olivia descubre una grabación que ella y Comas hicieron hace años donde se prometían darse otra oportunidad si a los 35 (edad que acaba de cumplir este último) seguían solos. Y el caso es que ahora ninguno de los dos está solo pero es como si en efecto lo estuvieran.
«Las distancias discurre […] por estas motivaciones contradictorias, que pese a su componente elusivo al final se antojan manifiestas, y aquí radica de hecho uno de los grandes méritos de la cinta: dotar a cada personaje de motivación y profundidad propia sin recurrir para ello a diálogos expositivos ni a giros dramáticos».
Las distancias discurre por tanto por estas motivaciones contradictorias, que pese a su componente elusivo al final se antojan manifiestas, y aquí radica de hecho uno de los grandes méritos de la cinta: dotar a cada personaje de motivación y profundidad propia sin recurrir para ello a diálogos expositivos ni a giros dramáticos, que pudieran aclarar su carácter de forma más artificial o al menos impuesta. La atribución a cada personaje de esta individualidad se consigue también por sus interpretaciones, destacando la de Alexandra Jiménez, actriz más curtida en el terreno de la comedia que aquí borda un difícil papel, cuyos traumas interiores coexisten con su exterior en apariencia más maduro y equilibrado que el de sus compañeros. Por otro lado la técnica contribuye asimismo a hilar la narración con el discurso que aquí hemos resumido, mostrando una hábil planificación que, a menudo escenificada en el interior del piso de Comas, se sirve de los espacios con inteligencia para visualizar tanto las interacciones como los obstáculos entre cada personaje. Hay así por ejemplo encuadres con dos personajes situados frente a frente en primer término y algún otro entre ambos pero detrás, en segundo término. Es un tipo de plano que, más allá de su habitual riqueza compositiva, aquí sirve tanto para ilustrar la relación entre los referentes más cercanos a cámara como la interposición que entre ellos puede representar un tercer personaje o simplemente un elemento que en ese instante no está puesto tan de relieve (como es propio del primer término) pero que también está presente, algo más alejado (como es propio del segundo término). Igualmente resulta ilustrativo, en una consideración más general, que el metraje arranque en movimiento, in media res, cuando los cuatro amigos van tras el autobús que les conduce al piso de Comas. Se exponen así desde el comienzo la movilidad y la capacidad de adaptación de unas personas recién llegadas a un país extranjero, manifestándose en distintos idiomas y dando por supuesta la conexión que existe entre ellos y con su ambiente. Por el contrario la última secuencia transcurre en un interior, con una sola persona, sin diálogo y en una atmósfera de inmovilismo, incluso de derrotismo. En suma, en sus primeros y últimos minutos la película enmarca la dualidad propia de la generación que retrata, movida inicialmente por una voluntad de cambio, desplazamiento y evolución para desembocar a menudo en tierra de nadie, situándose en un impasse donde se han perdido los valores tradicionales y donde por consiguiente ya no se sabe qué camino tomar. | ✷✷✷✷✷ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid