No por popular es algo menos valioso
Crítica ✷✷✷✷ de Todos lo saben (Asghar Farhadi, 2018).
España, Francia e Italia, 2018. Presentación: Festival de Cannes 2018. Dirección: Asghar Farhadi. Guion: Asghar Farhadi. Productoras: Memento Films Production / Morena Films / Lucky Red. Fotografía: José Luis Alcaine. Montaje: Hayedeh Safiyari. Música: Javier Limón. Diseño de producción: María Clara Notari. Vestuario: Sonia Grande. Reparto: Penélope Cruz, Javier Bardem, Ricardo Darín, Bárbara Lennie, Eduard Fernández, Inma Cuesta, Ramón Barea, Elvira Mínguez, Sara Sálamo, Carla Campra. Duración: 132 minutos.
Hace años el reconocido director Asghar Farhadi viajó a España de vacaciones con su familia, y un día su hija quedó sorprendida por el cartel que anunciaba la desaparición de un niño. Esta anécdota quedaría en la mente del cineasta para justificar el traslado a nuestro país de su última película, aunque su origen familiar adelanta que en ella no cambiarían las coordenadas que suelen marcar los relatos del iraní, donde las heridas del pasado de sus personajes se revelan a través de acontecimientos y giros que lindan entre el thriller y el melodrama. De hecho ya en 2013 dirigió una de sus películas fuera de su país natal, El pasado (Le passé), sin que ello rompiera con la coherencia de una filmografía cuya culminación había llegado ya con su anterior cinta, Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011), y que posteriormente se prolongaría con El viajante (Forushande, 2016), ambas premiadas con el Oscar. Todos ellos son dramas corales caracterizados, además de por los rasgos emocionales que hemos mencionado, por notas más técnicas donde el dinamismo de la planificación y la superposición del libreto permiten hilar las diversas capas visuales y narrativas, respectivamente, que encontramos en estos filmes. En suma, Farhadi tiene un estilo propio que se aprovecha de consabidos recursos cinematográficos para darles un sello personal en el desarrollo de historias idiosincráticas, donde los elementos de localismo (valga el dato de que en sus dos incursiones foráneas varios personajes principales son inmigrantes) se combinan con la vocación de universalidad, pues como decíamos poco importa para su esencia el lugar en el que se desarrollen estas historias.
Ahora bien, la localización es clave para situar el análisis de Todos lo saben, pues todo el metraje transcurre en un pueblo meseteño, al parecer próximo a Madrid, del que no se ofrecen señas directas pero sí insiste la cámara en su descripción, ya sea de su arquitectura o de sus habitantes. Es muy significativa al respecto la planificación de la boda que sirve de premisa a la trama, pues cuando los novios salen de la iglesia el montaje apuesta por varios planos cerrados intercalados de los lugareños que, desde la distancia, observan las festividades. En estos instantes es cuando más se revela una voluntad cuasi-documental que permite al relato trascender más allá de su aire familiar. En otras palabras la trama solo adquiere verdadero significado si se entiende en este contexto, como ilustrativa de los conflictos y la propia visión de las cosas inherentes a los pueblos. En ellos por naturaleza la evolución es mucho más lenta que en la ciudad, y por tanto la memoria, la tradición y más en general todo aquello que aparece ligado al pasado tienen mayor importancia. En suma, que la nueva película de Farhadi tenga esta ambientación es algo que refuerza sus habituales preocupaciones dramáticas, y que a su vez contrapesa la menor complejidad intrínseca que revisten aquí tales preocupaciones. Como decíamos la historia comienza con los preparativos y posterior celebración de un matrimonio, el de Ana (Inma Cuesta), que recibe para la ocasión a su hermana Laura (Penélope Cruz) llegada de Argentina con su hijo pequeño y su hija algo mayor Irene (Carla Campra), mientras su marido Alejandro (Ricardo Darín) se ha quedado en Buenos Aires. En el pueblo Laura se reencontrará con antiguas amistades, en particular Paco (Javier Bardem), ligado ahora a Bea (Bárbara Lennie), así como familiares más o menos lejanos, desde Fernando (Eduard Fernández) y Mariana (Elvira Mínguez) hasta su padre Antonio (Ramón Barea). Pero estas relaciones a priori tan positivas pronto se verán enturbiadas por el secuestro de Irene, excusa para que salgan a aflorar las rencillas entre todos estos personajes, mientras aumenta su turbación y desolación ante la incertidumbre de la situación, ya que los secuestradores les impiden acudir a la policía y pronto se levanta la sospecha de que forman parte de su propio círculo.
«… discurre por cauces bastante previsibles. Pero el mérito de Todos lo saben es plasmarlos con una verosimilitud insólita en dramas tan trágicos, sin dar ningún paso en falso. Ello se debe en gran parte a la labor de un gran elenco».
Poco más hay que resumir de la narración, que a partir de lo dicho discurre por cauces bastante previsibles. Pero el mérito de Todos lo saben es plasmarlos con una verosimilitud insólita en dramas tan trágicos, sin dar ningún paso en falso. Ello se debe en gran parte a la labor de unos intérpretes cuya enumeración anterior habla por sí sola: Farhadi ha reunido a lo mejor de nuestro panorama actoral, con la aportación añadida de Darín, y todos ellos cumplen sobradamente, por lo que asistir a sus interacciones, por comunes o cotidianas que sean, ya proporciona una gran satisfacción al espectador. Es muy difícil plasmar algunas de estas realidades sin caer en el histrionismo o por el contrario en la insensibilidad, o en general sin forzar los sentimientos y las reacciones. Véanse los primeros momentos posteriores a la desaparición de la adolescente, o una escena más tardía entre Laura y Paco cuando la primera le admite un hecho al segundo que será clave para la resolución del caso. No hay palabras ni gestos de más, pero tampoco falta ningún elemento, ya sea emocional o narrativo: todas las posibilidades que la lógica pueda llegar a plantear están aquí consideradas, aun cuando esa lógica a menudo falla ante tales traumas y entuertos. En definitiva, Farhadi construye un libreto donde prima la mecánica de cada secuencia a favor de un desarrollo donde no pueda atisbarse ninguna incoherencia argumental. E insistimos que este es un logro poco frecuente cuando se trabaja en este subgénero. Por lo demás, sigue presente la agilidad del director, aquí con la complicidad de José Luis Alcaine, para diseñar una puesta en escena cuyos referentes casi siempre están en movimiento y donde la cámara los sigue con destreza y precisión, evitando errores comunes que se advertirían en la mayoría de estos casos, tales como saltos de eje o transiciones poco fluidas. Gracias a ello la película se sigue con gran armonía, sin interrupciones o paréntesis a los que, ante la insistencia del drama, un espectador menos enganchado podría tener que acudir sin remedio. En esta combinación radica la cualidad que impide quedarse en las críticas que a menudo suelen sufrir tales melodramas, por mucho que algunos lo hayan hecho. Con ello se despreciaría lo inédito de un trabajo que, pese a lo que nos pueda tener acostumbrados, tanto por las referencias de su creador como por su acercamiento a nuestro cine, no deja de representar una rara avis en nuestra cartelera más reciente. | ✷✷✷✷✷ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid