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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica: Una relación abierta

    Nuestros amantes pasajeros

    Crítica ✷✷✷ de Una relación abierta, de Brian Crano.

    Estados Unidos. 2017. Título original: Permission. Director: Brian Crano. Guion: Brian Crano. Productores: Rebecca Hall, Margot Hand, Giri Tharan, Joshua Thurston. Productoras: Ball, Chain Productions / Circadian Pictures / Paper Trail / Picture Films. Fotografía: Adam Bricker. Montaje: Matt Friedman. Dirección artística: Mar Urrestarazu. Reparto: Rebecca Hall, Dan Stevens, David Joseph Craig, Morgan Spector, François Arnaud, Gina Gershon, Jason Sudeikis, Morgan Castillo, Sarah Steele.

    Poco a poco, la “comedia romántica” estadounidense está consiguiendo desmarcarse de los tópicos y lugares comunes heredados de los títulos emblemáticos de los noventa, aquellos que protagonizaran, con gran éxito de taquilla, aquellas antiguas estrellas del género (hoy reconvertidas en actrices de prestigio y, en algunos de los casos, con sendos Oscars bajo sus brazos) que fueron Julia Roberts, Sandra Bullock o Meg Ryan. Los tiempos han cambiado y el modo de enfocar las relaciones, también, por lo que el manido esquema de chica que muere por conocer a un príncipe azul que la rescate de su aburrida vida, ya quedó, afortunadamente, muy atrás. El realizador y guionista independiente Brian Crano así ha sabido entenderlo y, después de un par de cortometrajes y la comedia dramática A Bag of Hammers (2011), ha contado con la inestimable ayuda de su amiga (y actriz fetiche en la mayoría de estos proyectos) Rebecca Hall, aquí involucrada en las tareas de producción, para levantar Una relación abierta (2017), una pequeña historia que va varios pasos por delante de lo que estamos acostumbrados a ver en un producto de estas características. En esta película, el protagonismo no recae en el personaje femenino, como venía siendo habitual, sino que este está bien repartido entre los dos miembros de la pareja. Tampoco tenemos el típico relato de enamoramiento mientras se superan los distintos obstáculos en el camino hasta que ambos lleguen a acabar juntos. No, en este caso toda esa parafernalia se la han ahorrado porque la película comienza con la pareja protagonista ya unida y totalmente consolidada. La premisa inicial es sumamente atractiva. ¿Qué pasaría cuando dos personas, exitosas en su vida profesional, y que rondan la treintena, llevan la mitad de sus existencias juntos y no han conocido más amor (y sexo) que el que se profesan el uno por el otro? ¿Es real el concepto que conocen de felicidad o, sencillamente, están faltos de experiencias para poder comparar y decidir si existe, fuera de su burbuja de comodidad conyugal, algo mejor?

    En Una relación abierta conocemos a Anna (Rebecca Hall) y Will (Dan Stevens), una pareja que lleva unida desde la adolescencia, por lo que no han tenido la oportunidad de intimar con otras personas. Desde las primeras escenas de la película queda claro que su vida sexual no es precisamente apasionante, ni en calidad ni en duración del acto. Un ritual, más rutinario que intenso, que es lo que conocen y para ellos es suficiente. Sin embargo, una cena con otra pareja amiga, formada por dos chicos gays, Hale (David Joseph Craig) y Reece (Morgan Spector, pareja sentimental de Rebecca Hall en la vida real, algo que no hace sino confirmar la implicación personal en un proyecto elaborado entre amigos), servirá para que su mundo comience a tambalearse desde el momento en que uno de los comensales pone sobre la mesa el tema de la necesidad de tener un recorrido sexual con diferentes personas antes de echar raíces con la pareja “definitiva”. Esta idea comienza a hacer mella en las cabezas de Anna y Will que, liberándose de cualquier tipo de tabú, deciden abrir las puertas a una relación abierta, en la que ambos puedan probar, con el consentimiento de la pareja, los placeres de la carne junto a distintos compañeros de cama. Una decisión que, sin duda, funcionaría como un arma de doble filo, ya que podría servir como prueba de fuego para fortalecer su aparente estabilidad sentimental o, por el contrario, acabaría destrozándola para siempre. La idea del guionista es la de mostrar cómo, en una sociedad que se cree moderna y tolerante con las distintas maneras de entender las relaciones, aún persiste la apolillada idea de que el éxito personal a los treinta años consiste en haberte casado con la media naranja que te hace feliz y haber traído al mundo, al menos, un hijo. Una presión social que, curiosamente, no sufre la pareja protagonista, nada tentada en tener hijos, pero que sí sirve de trama principal para la pareja homosexual que, conforme avanza el metraje, también va adquiriendo un protagonismo mayor. El libreto de Crano acierta a la hora de no caer en los clichés que, sobre este colectivo, hemos visto a menudo en anteriores comedias románticas. Aquí no existe el amigo gay que sirve de mero secundario cómico y, casi siempre, apoyo moral de la protagonista —aquel Rupert Everett de La boda de mi mejor amigo (P.J. Hogan, 1997) sería un ejemplo perfecto—, ya que la presencia de Hale y Reece tiene la suficiente entidad propia y cuentan con su propio dilema vital dentro del relato, el de adoptar un hijo cuando uno de los dos miembros desea fervientemente ser padre y el otro no se siente preparado para ello.

    «La idea del guionista es la de mostrar cómo, en una sociedad que se cree moderna y tolerante con las distintas maneras de entender las relaciones, aún persiste la apolillada idea de que el éxito personal a los treinta años consiste en haberte casado con la media naranja que te hace feliz y haber traído al mundo, al menos, un hijo».


    Uno de los aspectos que llaman más la atención de la cinta es la sutileza con la que va pasando de la comedia sentimental, elegante y con diálogos más inteligentes de lo habitual, a unos terrenos más propios del drama, a medida que las cosas se van complicando cuando Anna empieza a tener más dudas de lo que esperaba tras empezar a intimar con un atractivo músico (François Arnaud). Así, lo que empezó siendo un inofensivo romance con el idílico escenario de la nocturna Nueva York de fondo —algo que nos remite, no tanto al cine de Woody Allen como al de su antiguo sucesor en los noventa, Edward Burns—, se va transformando en una disección de las distintas personalidades de la pareja protagonista, en la que la confianza, la lealtad y los sentimientos comienzan a titubear a medida que los protagonistas van experimentando nuevas aventuras. Así, mientras que el correcto Dan Stevens da rienda suelta a sus fantasías sexuales más inconfesables en compañía de una volcánica madurita (una Gina Gherson resucitando su imagen de mito erótico), es la magnífica Rebecca Hall quien se lleva las máximas oportunidades de lucimiento dramático en su encarnación de una mujer que, pasados los treinta, comienza a (re)descubrir el sexo como nunca antes lo había conocido. Otro acierto es el pequeño personaje del siempre estupendo Jason Sudeikis, encantador como un padre que cada día acude al parque con su bebé y entabla amistad con ese Hale que, más que disfrutar, sufre el instinto paternal que en él ha nacido. Una relación abierta es una propuesta relativamente valiente y que, gracias a su condición de producto indie, nada a contracorriente de cualquier concesión a la comercialidad, hasta el punto de contener algún desnudo integral (y frontal) masculino y una escena de sexo gay impensable, por su audacia, en cualquier comedia romántica respaldada por un gran estudio. Es una obra que plantea un interesante debate acerca de la importancia que se le da a la monogamia dentro de una pareja y las consecuencias que podría acarrear el hecho de dejar de practicarla para dejarse llevar por otras alternativas menos convencionales. También es cierto que, a la hora de la verdad, todo el supuesto mensaje subversivo de libertad y “mentalidades abiertas” amenaza con desinflarse en un tramo final algo moralista que, no obstante, adquiere un tono melancólico que hace que la cinta trascienda como una obra que invita a la reflexión como pocas películas de este estilo lo hacen.  | ✷✷✷✷✷|


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


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