El monstruo que nació del dolor
Crítica ★★★★ de Mary Shelley (Haifaa Al-Mansour, Estados Unidos, 2017).
Estados Unidos. 2017. Título original: Mary Shelley. Directora: Haifaa Al-Mansour. Guion: Emma Jensen, Haifaa Al-Mansour. Productores: Amy Baer, Ruth Coady, David Grumbach, Alan Moloney. Productoras: Gidden Media / HanWay Films / Parallel Films / Head Gear Films / Juliette Films / Metrol Technology / Sobini Films. Distribuida por IFC. Fotografía: David Ungaro. Música: Amelia Warner. Montaje: Alex Mackie. Vestuario: Caroline Koener. Reparto: Elle Fanning, Douglas Booth, Bel Powley, Stephen Dillane, Tom Sturridge, Joanne Froggatt, Maisie Williams, Ben Hardy, Jack Hickey, Hugh O'Conor, Ciara Charteris, Sarah Lamesch.
No hace falta ser un aficionado a la literatura para conocer la historia de Frankenstein. El cine ya se ha encargado de ofrecer, en numerosas ocasiones, distintas versiones que han tomado como protagonista a la desdichada criatura creada por la escritora Mary Shelley, a la temprana edad de dieciocho años. Una edad en la que la mayoría de muchachas soñaban con príncipes azules que las rescataran para vivir sus propios cuentos de hadas. Pero Mary era diferente. Y ha llegado el momento de recuperar la figura de la mujer que estuvo detrás del monstruo, aquella a la que ya se aproximó Gonzalo Suárez en su premiada Remando al viento (1988). Podría sorprender, en un principio, la elección de Haifaa Al-Mansour para dirigir un biopic de época de las características del que nos ocupa, pero si analizamos bien las credenciales de la realizadora y la personalidad del personaje que se retrata en Mary Shelley (2017), encontraremos bastantes paralelismos entre ambas féminas. Al-Mansour, no solo ha sido la primera mujer en dirigir una película en la historia de Arabia Saudí, sino que, además, su obra La bicicleta verde (2012) tuvo la valentía de ofrecer un discurso de igualdad dentro de una sociedad machista, a través de la historia de una niña de diez años a la que no se le permite cumplir su (nada inalcanzable) sueño de tener una bicicleta, por el simple hecho de ser una chica. Por su parte, Mary Shelley, vivió su adolescencia en el conservador Londres del siglo XIX, encontrando verdaderas trabas para lograr publicar su primera novela, Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), de forma en que se reconociese su autoría, también por su condición de mujer. A pesar de ser hija de liberales, el filósofo político William Godwing y la filósofa feminista Mary Wollstonecraft, que murió después de darla a luz, la joven Mary tuvo que sufrir en sus carnes el rechazo social cuando comenzó su romance con el poeta Percy Bysshe Shelley, quien ya estaba casado. El escándalo despertado por aquella relación adúltera, siendo, además, Mary menor de edad, empujó a la pareja a escapar del seno familiar, junto a la hermanastra de ella, Claire, para llevar una intensa vida por Europa, marcada por sus excentricidades, las deudas económicas y muchas, muchas decepciones que sirvieron para que la escritora encontrara “su voz” y alcanzase la fuerza suficiente para crear la que está considerada una de las obras más relevantes de la literatura de ciencia ficción de todos los tiempos.
El guion de Emma Jensen y la propia Al-Mansour pretende (y consigue) que la historia de aquella heroína del siglo XIX funcione como espejo de una realidad que está de plena actualidad, ahora que millones de mujeres están alzando sus voces para crear una sociedad igualitaria, que no haga distinción de géneros, ya que, en muchos sectores (con el del cine como ejemplo más práctico) , las mujeres siguen percibiendo un salario inferior al de los hombres por realizar el mismo trabajo. Es por esto que Mary Shelley llega en un momento idóneo. Una película protagonizada por una mujer inteligente, ávida lectora y dotada de una gran imaginación para inventar historias terroríficas (todas ellas virtudes que en la época que le tocó vivir eran consideradas inapropiadas para una mujer), que creía que el amor no conocía fronteras y acabó descubriendo que este, además de apasionado y embriagador, también podía ser doloroso y frustrante. Lo que podría haber sido la típica biografía académica y fría al estilo británico se convierte en manos de la directora en un intenso melodrama en el que la joven protagonista se ve obligada a madurar cuando el amor llega a su vida, de la noche a la mañana. Un amor alejado del romanticismo empalagoso de la adolescencia, lleno de claroscuros y piedras en el camino, que sirve para forjar el carácter indómito de Mary. Elle Fanning, con su imagen frágil y etérea, vuelve a demostrar por qué es la actriz más solicitada de su generación, entregando una actuación matizada y repleta de fuerza, sobre la que se sostiene toda la propuesta. En un afán por subrayar evidentes similitudes entre la escritora y su obra, los responsables del filme han optado por crear, en torno a la historia, una ambientación propia del cuento de horror gótico, generosa en noches tormentosas, escenarios lúgubres y detalles tan macabros como que fuera un cementerio, junto a la tumba de su madre, el lugar a donde la poco convencional joven acudiera a encontrar la paz y e inspiración necesaria para sus relatos. La elegancia de la fotografía de David Ungaro y el trabajo musical de Amelia Warner, evocador y envolvente, contribuyen a que Mary Shelley consiga esta especial atmósfera que hace que se distinga de tantos otros biopics adocenados que se estrenan cada año, aunque la directora ha tenido la inteligencia de no permitir que su espléndido acabado visual ensombrezca lo verdaderamente valioso del filme, ese mensaje de libertad y lucha de la mujer contra las leyes establecidas y las ideas retrógradas de una sociedad machista y, sobre todo, la descripción de las circunstancias vitales que influyeron en el tortuoso proceso creativo de Frankenstein.
▲MARY SHELLEY SE HA ESTRENADO EL 13 DE JULIO EN ESPAÑA DISTRIBUIDA POR FILMAX. |
El mayor acierto de esta Mary Shelley ha sido el de mostrarnos el espinoso camino que tuvo que recorrer su protagonista hasta completar su obra, con una cineasta a las riendas, que entiende perfectamente a la heroína romántica que rememora y que realiza una aproximación, tal vez no demasiado profunda, pero sí sensible y dotada de un enérgico discurso feminista que la hace sentirse moderna y actual, de la juventud de una de las personalidades más fascinantes de la literatura del siglo XIX.
Resulta interesante la manera en que todos los personajes que conforman el entorno de Mary Shelley terminen identificándose tanto con la criatura que esta ha parido (después de perder un bebé de forma dramática). El padre que destierra a su hija de la familia cuando ella se niega a renunciar a su escandaloso amor, se ve reflejado en ese doctor que abandona a su suerte a su imperfecta creación, cuando esta solo anhelaba algo de cariño y comprensión. El marido, embaucador y ambicioso, también toma consciencia, con horror, del daño que ha causado a su mujer cuando mira directamente a los ojos de Frankenstein y percibe toda esa enorme soledad y decepción hacia la humanidad que ellos desprenden. La misma impotencia que sacude a Claire (una magnífica Bel Powey que se adueña de cada plano en el que aparece) después de haber sido utilizada y, finalmente, despreciada por Lord Byron. Porque sí, el monstruo de Frankenstein es la propia Mary Shelley. En él, igual de incomprendido y desarraigado, volcó todo su dolor, en un acto de catarsis purificadora, y, gracias a ello, resultan tan auténticos los sentimientos que se filtran entre los párrafos de un relato fantástico, en el que el hombre juega a ser Dios sin medir los peligros (y consecuencias) de sus acciones. Una obra concebida por una Mary destruida, devastada por la pérdida de su niña y desengañada tras comprobar que el hombre al que amó no era tal y como había idealizado. Ella misma descendió a los infiernos, trayendo de él, consigo, la figura del monstruo que todos conocemos, hecho de retazos perfectos que, en su conjunto, lejos de conformar la perfección (ese ángel que sugirió su marido como alternativa para que su relato resultase más esperanzador y que la escritora se negó a aceptar), ofreció al mundo la imagen de todo lo oscuro que alberga el alma humana y no queremos ver. Una criatura, bajo su aspecto aberrante, tremendamente marginada y falta de amor. El mayor acierto de esta Mary Shelley ha sido el de mostrarnos el espinoso camino que tuvo que recorrer su protagonista hasta completar su obra, con una cineasta a las riendas, que entiende perfectamente a la heroína romántica que rememora y que realiza una aproximación, tal vez no demasiado profunda, pero sí sensible y dotada de un enérgico discurso feminista que la hace sentirse moderna y actual, de la juventud de una de las personalidades más fascinantes de la literatura del siglo XIX. | ★★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid