Heroísmo a pequeña escala
Crítica ★★★ de Ant-Man y la Avispa (Ant-Man and the Wasp, Peyton Reed, Estados Unidos, 2018).
Estados Unidos. 2018. Título original: Ant-Man and the Wasp. Director: Peyton Reed. Guion: Andrew Barrer, Gabriel Ferrari, Paul Rudd, Chris McKenna, Erik Sommers. Productores: Kevin Feige, Stephen Briussard. Productora: Marvel Studios. Fotografía: Dante Spinotti. Música: Christophe Beck. Montaje: Dan Lebental, Craig Wood. Vestuario: Louise Frogley. Reparto: Paul Rudd, Evangeline Lilly, Michael Peña, Michael Douglas, Michelle Pfeiffer, Laurence Fishburne, Hannah John-Kamen, Abby Ryder-Fortson, Judy Greer, Bobby Cannavale, Walton Goggins, T.I., David Dastmalchian, Randall Park.
Cuando aún no nos hemos recuperado de los estragos (materiales y emocionales) causados por el impactante final de Vengadores: Infinity War (Anthony Russo, Joe Russo, 2018), su ambiciosa (y finalmente triunfal) reunión de lo más granado de Marvel en una misma aventura, los estudios no bajan la guardia y nos entregan justamente el producto que en este momento necesitan para coger aire y calmar los ánimos mientras esperamos la conclusión de aquella. Ant-Man y la Avispa es el tipo de película que solo busca la diversión y el entretenimiento ligero, sin hacer alardes de tramas complicadas, golpes de efecto dramáticos o, incluso, más aparatosidad en los efectos especiales de lo estrictamente necesario. En 2015, Marvel Studios había sorprendido con la iniciativa de llevar a la gran pantalla a uno de sus superhéroes “menores”, presentado por primera vez en las viñetas allá por 1962, aunque, a lo largo de los años, hayan sido varios los personajes que se embutieron en el disfraz de Hombre Hormiga. Ant-Man fue un proyecto relativamente humilde (sobre todo si se tienen en cuenta los presupuestos multimillonarios que maneja la compañía para trasladar sus héroes a la gran pantalla), de 130 millones de dólares, que le fue encargado a un realizador, Peyton Reed, hasta entonces ajeno al mundo de los blockbusters y con exclusiva experiencia en el campo de la comedia más comercial, donde había dirigido las poco memorables Abajo el amor (2003), Separados (2006) y Di que sí (2008). También llamó la atención la elección de Paul Rudd para el papel de héroe, ya que la imagen que siempre habíamos tenido de él estaba más cerca de la del chico simpático y encantador, con un puntito canalla, de las comedias de Judd Apatow de última hornada, que del musculoso perfil de otros compañeros de división como puedan ser Chris Hemsworth o Chris Evans. Sin duda, una apuesta arriesgada que no las tenía consigo para funcionar.
Afortunadamente, el experimento salió a las mil maravillas y Ant-Man fue una refrescante aventura, cargada (como no podía ser de otra manera, viendo los nombres implicados en ella) de humor y que no se tomaba a sí misma en serio en ningún instante. Crítica y público dieron su visto bueno, amasando en taquilla unos 520 millones de dólares que superaron las expectativas más optimistas de los estudios y aseguraron la continuidad del personaje dentro del universo MCU, volviendo a tener una aplaudida aparición en aquella vibrante Capitán América: Civil War (Anthony Russo, Joe Russo, 2016) que sirvió de primera reunión múltiple de estrellas Marvel antes de Infinity War. Tanto se hizo notar el carisma del diminuto héroe que muchos fueron quienes echaron en falta su presencia en esta última cinta, preguntándose dónde estaría Ant-Man mientras Thanos aniquilaba a media humanidad y, junto a ella, a la plana mayor de sus colegas vengadores. Ant-Man y la Avispa llega para respondernos a esa pregunta. Efectivamente, Scott Lang (Rudd), el álter ego del superhéroe atómico, ese ladrón de poca monta reclutado por el Ant-Man original (y uno de los fundadores de los Vengadores), el Dr. Hank Pym (Michael Douglas), para que le suceda, lleva dos años de arresto domiciliario, condena impuesta tras los incidentes acaecidos en Sokovia, vistos en Civil War. Un período de reclusión, entre las cuatro paredes de su casa, durante el que Lang ha tratado de combatir el aburrimiento a través de menesteres tan poco fascinantes como aprender a realizar trucos de magia con cartas, tocar la batería u organizar aventuras caseras junto a su pequeña hija, Cassie. Sin embargo, a pocos días de conseguir de nuevo la libertad, una serie de sucesos le obligan a tener que romper su reclusión, realizando mil y una piruetas para hacer creer al FBI que continúa en su casa cuando, en realidad, vuelve a vestirse de Ant-Man para ayudar a Hank y a su hija Hope (Evangeline Lilly) a recuperar con vida a la esposa del científico. Janet – Michelle Pfeiffer, felizmente recuperada para el género superheroico 26 años después de ser Catwoman en Batman vuelve (Tim Burton, 1992)– permanece atrapada en el Universo Cuántico desde la década de los 80, cuando se vio obligada a transformarse en subatómica para detener un misil. Su rescate no será un camino de rosas, ya que se verá entorpecido por la intromisión de un traficante de tecnología (Walton Goggins) que ansía robar las ideas de Hank; un agente del FBI (Randall Park) obsesionado con pillar a Lang incumpliendo las normas, y una amenazante muchacha conocida como Fantasma (Hannah John-Kamen), enfrascada en la búsqueda de una cura para revertir ese “poder” que está acabando con su vida.
Ant-Man y la Avispa está lejos de figurar entre lo más destacado del género (la competencia cada vez es más feroz), pero lo bueno es que tampoco lo pretende, ya que es consciente de su intrascendencia dentro del universo MCU. Es un pasatiempo ligero, descafeinado y familiar, repleto de gags tan eficaces como facilones que harán que quienes se quejan del abuso del humor en las cintas de Marvel, directamente, lo odien.
Al igual que la reciente Deadpool 2 (David Leitch, 2018), esta continuación de las peripecias de Ant-Man sigue a rajatabla esa máxima que debe cumplir toda secuela, la de potenciar todos los elementos que hicieron del filme original un éxito y limar sus posibles puntos débiles. Ant-Man y la Avispa, como su propio título indica, es una película construida, fundamentalmente, como puesta de largo del personaje de la Avispa. Evangeline Lilly es consciente de ello y aprovecha al máximo esta oportunidad de lucimiento como diminuta superheroína. Es evidente que Paul Rudd y ella tienen una buena química y la relación entre sus personajes se mueve entre divertidos tiras y aflojas típicos de las guerras de sexos de las comedias románticas clásicas. El poder de la mujer dentro del género, fortalecido después del éxito de Wonder Woman (Patty Jenkins, 2017), vuelve a ser palpable en esta entrega, no solo a través del protagonismo de Avispa, sino también por la estupenda antagonista que es Fantasma, una villana con serios motivos para actuar del modo en que lo hace. Para ser sinceros, la trama de la película es lo de menos. La misión del héroe, en esta ocasión, está a la altura (minúscula) de su tamaño. No se trata de salvar el mundo, ni mucho menos, pero se las arregla para ser una simpática yincana en San Francisco, en la que se mezclan espectaculares persecuciones a través de sus calles, con los sorprendentes efectos de miniaturización y agigantamiento y las incursiones de los insectos / ayudantes en acción, combinándose de forma hilarante; sueros de la verdad que propician algunos de los momentos cómicos más eficientes (¡qué buen apoyo es, en este sentido, Michael Peña, todo un robaescenas!), e imposibles viajes al interior del Universo Cuántico, que nos remiten a aquella fantástica aventura microscópica que fue El chip prodigioso (Joe Dante, 1987). Michael Douglas y Michelle Pfeiffer aportan las tablas propias de unos veteranos que llevan más de treinta años en la profesión, mientras que Paul Rudd parece pasárselo muy bien en su encarnación de niño eterno al que le viene grande su condición de superhéroe y que tiene que lidiar con un caprichoso traje que funciona como le da la gana. Y el público disfruta con él, no hay duda. Ant-Man y la Avispa está lejos de figurar entre lo más destacado del género (la competencia cada vez es más feroz), pero lo bueno es que tampoco lo pretende, ya que es consciente de su intrascendencia dentro del universo MCU. Es un pasatiempo ligero, descafeinado y familiar, repleto de gags tan eficaces como facilones que harán que quienes se quejan del abuso del humor en las cintas de Marvel, directamente, lo odien. Lo que ya fue el primer Ant-Man pero algo más grande, con mayor poderío visual y con el protagonismo repartido entre la Hormiga y una Avispa que, como su compañero masculino, promete dar mucha guerra en el futuro. | ★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid