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    Cine Alemán Siglo XXI

    Festival de Cannes 2018 | Día 10. Críticas: Knife+Heart, El hombre que mató a Don Quijote, Ayka, Carmen y Lola

    Anochece en la riviera

    Crónica de la décima jornada de la 71ª edición del Festival de Cannes.

    Apenas sin fuelle y concentración algunas, anoche asistimos al pase de prensa de la última película en competición de esta edición: The Wild Pear Tree, de Nuri Bilge Ceylan, ganador hace tres años de la Palma de Oro por Sueño de invierno. Dos trabajos similares que se basan en el diálogo para desnudar a unos personajes que son incapaces de mirar el futuro, que necesitan autoreafirmarse constantemente para hacer más llevadero el presente. El cineasta turco vuelve a componer un relato denso pero muy humano sobre las relaciones y el Yo. Una lástima que sus más de tres horas de duración y su ubicación en el programa hayan convertido su visionado en una experiencia compleja, difícil de digerir. Es por ello que estas palabras caen en saco roto. El momento de The Wild Pear Tree llegará fuera de las faldas de Cannes, al igual que otras muchas propuestas que ha intervenido en este bufé cinefágico que ha durado casi dos semanas. La memoria hará barquero de esa Laguna Estigia que es la conciencia a partir de ahora. Algunos filmes serán desechado; otros emergerán recurremente durante las próximas semanas. Ahora llega el turno de distribuidoras y exhibidores. ¿Qué películas llegarán a nuestra cartelera?, nos preguntaremos. Les aseguramos que una amplia mayoría. Al menos de la competición oficial. Eso sí, deberán esperar unos meses. Tras el Festival de San Sebastián llegará un goteo incesante de una cosecha que podemos considerar bastante satisfactoria. Pero ese análisis lo dejaremos para el último artículo de esta cobertura. Ahora toca descansar y divagar. Es turno de reposar y dar sentido a tantas horas de cine.

    Prólogo: Emilio M. Luna.
    Críticas de Knife+Heart y El hombre que mató a Don Quijote: Alberto Sáez Villarino.
    Críticas de Ayka y Carmen y Lola: Víctor Blanes Picó.

    KNIFE+HEART

    Un Couteau Dans Le Cœur, Yann Gonzalez, Francia | COMPETICIÓN.

    En los lóbregos, pecaminosos y siempre confusamente animados corredores con los que la cultura cinematográfica representa las salas underground de promiscuidad homoerótica, un joven inicia un cortejo sexual con un desconocido ataviado con una máscara de cuero negro. El flirteo inicial deja paso a la pasión y ambos personajes terminan en una cama en posición sadomasoquista. En el momento de máxima excitación, el chico a quien corresponde la posición dominante apuñalará en múltiples ocasiones a su amante. El realizador Yann Gonzalez se adentra, con su película Knife + Heart, en una suerte de thriller de terror homosexual con una estética giallo que evidenciará, desde esos mismos compases iniciales por medio de la presentación del brutal asesino, un “leatherface” premonitorio que surge como figura inexorable de este género; un asesino idealizado y siempre representado por un atuendo perfectamente identificable que no permite revelar sus facciones (máscara de cuero en este caso), oculto en todo momento entre las sombras, como si poseyera el don de la ubicuidad, observando a sus futuras víctimas con un aire de resentimiento y soledad, a la espera del momento adecuado para atacar con un amenazante objeto afilado que usará para apuñalar con vehemencia a los sujetos de sacrificio, pues todos sus crímenes tendrán un componente de pasión inherente que forzará al asesino a matar en distancias cercanas. En esta ocasión, el arma se oculta en el interior de un gran falo de cuero con un mecanismo retráctil que permite la aparición de la mortífera cuchilla.

    Sin llegar a ser en ningún momento original, ni trasgredir con valentía los clichés de un género que ya ha tocado con anterioridad todo tipo de historias mórbidas y eróticas, e inspirándose en ciertas herramientas lynchianas, como la participación de seres deformados, hombres con mutaciones inauditas o los constantes fallos eléctricos que otorgan a la escena una mayor incertidumbre e irrealidad, el realizador nos sumerge en este nigérrimo relato para el cual prescindirá de la preponderancia de los sueños como medio vehicular del mensaje, y, en su lugar, introduce pensamientos de aspecto onírico que permanecen en la conciencia del sujeto sin llegar a abandonar, en ningún caso, la conexión con el presente y lo tangible. No termina de lograr el efecto de abstracción deseado, pues el argumento tiende a la sobrexplicación y a una utilización demasiado clásica del tiempo y el espacio. La sencillez de su narrativa no permite que lo alegórico destaque por encima de lo evidente, por lo que, a costa de su espontaneidad asimilativa, el filme sufrirá una evidente pérdida de interés a medida que queden claras sus intenciones. Uno a uno irán muriendo asesinados todos los miembros del reparto de una película de cine porno gay que está rodando Anne, una realizadora que asumirá el papel de investigadora ante la ineficacia y la pasividad policial. Al mismo tiempo, la protagonista se aprovechará del morbo generado y la inspiración repentina producto de estar rodeada de tanto sadismo, para dirigir su argumento de forma imitativa a los acontecimientos reales que suceden en torno al grupo de actores. Esta estética macabra propia del terror gótico permite continuar la atmósfera altamente fantástica cuyas consecuencias no dejan de ser muy reales. A pesar de su potente premisa inicial, todo termina demasiado convencional, e incluso comedido, al eludir la explicitud gráfica de las escenas. Un tímido intento de retomar los poderosos y desgarrados relatos de culto del giallo clásico. 60|100

    Francia, 2018. Título original: Un couteau dans le coeur. Director: Yann Gonzalez. Guion: Yann Gonzalez, Cristiano Mangione. Duración: 110 minutos. Edición: Yann Gonzalez. Fotografía: Simon Beaufils. Música: M83. Productora: Coproducción Francia-México; CG Cinéma / Piano. Intérpretes: Vanessa Paradis, Kate Moran, Nicolas Maury, Pierre Emö, Thibault Servière, Pierre Pirol, Naëlle Dariya, Salim Torki, Jeremy Flaum, Noé Hernández. Presentación oficial: Cannes Film Festival, 2018.

    AYKA

    Sergey Dvortsevoy, Rusia | COMPETICIÓN.

    Con su primera película, Sergey Dvortsevoy triunfó en la sección Un Certain Regard llevándose el premio a mejor película allá por el año 2008. Tulpan narraba la historia de un pastor soltero que intentaba conquistar a la única joven del lugar para lograr encontrar una vida mejor en la ciudad. Lo hacía, además, con una viveza asombrosa, llenando de ternura y humor los ventosos desiertos de su país. 10 años después el director kazajo vuelve a la Croisette, pero esta vez a competir en Sección Oficial. Y poco queda de aquella ópera prima. Ayka es un registro totalmente opuesto. Lo que allí era luz aquí es oscuridad. Los destellos de humor aquí son martillazos de dolor. La película sigue los pasos de una joven inmigrante kirguisa que, tras dar a luz, abandona al pequeño en el hospital: no se puede permitir tener un niño y debe trabajar para devolver el dinero de una deuda pendiente. Más que seguirle los pasos, Dvortsevoy se pega a ella. Coloca la cámara a escasos centímetros de su rostro y la persigue en su interminable periplo en busca de trabajo. Sin papeles, malviviendo hacinada en un piso del centro de Moscú, asediada por la policía y con los dolores de haber acabado de dar a luz, Ayka se lanza a las calles a buscarse la vida, llamando de puerta en puerta en busca de una ocupación que le proporcione dinero rápido.

    Dvortsevoy apuesta por la claustrofobia. Esa insistencia en estar tan cerca de ella acaba abocando a la película al hermetismo y la repetición visual. A cada lugar que va, en cada negativa de trabajo, el rostro de Ayka se retuerce de dolor, sangra, el pecho le quema porque no amamanta a su hijo. En este viacrucis de la inmigración la inmersión en el drama se produce casi por agotamiento. En su reiteración tanto estética como narrativa, la película se acaba convirtiendo en rutinaria, con un excesivo martirio sobre todo lo que ocurre. Tanto es así, que su puesta en escena acaba por pasarle factura a la interpretación de la actriz principal. Estamos, sin duda, en una película de personaje en la que todo gira en torno a Ayka. Ella aparece en cada plano, pero esa violenta cercanía a su rostro y su dolor acaba por desdibujar y enmascarar el excelente trabajo de Samal Yeslyamova. Pero quizás lo más desconcertante sea el giro final humanista que adopta Dvortsevoy: la visión de una perra dando de mamar a sus cachorros parece ser el detonante para que la protagonista reconsidere su decisión de abandonar al bebé. La metáfora le queda un poco fácil y abrupta, quizás porque es demasiado tarde para que ni él mismo le pueda proporcionar una salvación a un personaje al que ha arrastrado por los suelos a pocos centímetros de distancia. 55|100

    2018. Kazajstán. Dirección: Sergei Dvortsevoy. Guion: Sergei Dvortsevoy, Gennadji Ostrowskij. Fotografía: Jolanta Dylewska. Montaje: Petar Markovich, Sergei Dvortsevoy. Reparto: Samal Yeslyamova.

    EL HOMBRE QUE MATÓ A DON QUIJOTE

    The Man Who Killed Don Quixote, Terry Gilliam, Reino Unido | FUERA DE COMPETICIÓN.

    El intento de transponer la seminal obra cervantina, ha sido uno de los ejemplos de producción cinematográfica que mejor ha reflejado la trama central de la novela adaptada. El hombre que mató a Don Quijote es a Gillian lo que Dulcinea al propio Alonso Quijano: un sueño platónico de belleza inaccesible para todos menos para la excepcional mente del protagonista/director. Nada menos que 25 años, más de cinco actores diferentes y seis intentos de rodaje ha necesitado para ver su obra completada y proyectada en una sala de cine. Se trataba de la adaptación de, nada menos, la novela más importante de todos los tiempos, un trabajo arriesgado que requería de un entendimiento supremo de la obra. Y lo cierto es que Gilliam lo ha conseguido. Ha logrado crear la mejor adaptación posible de la obra cervantina, pues podría definirse toda ella con sólo una palabra: quijotesca, un término que no tiene por qué ser necesariamente bueno o malo, simplemente, honesto. No hallaremos en ella la sublime narrativa de don Miguel; ni el guion podría comparase con el ingenio poético de los diálogos de la novela, los escenarios tampoco nos trasladan a ese mágico entorno atemporal de cruzados y princesas; sin embargo, la película nos ubican en un sitio que, si no mejor, desde luego es mucho menos conocido: el interior de la mente Don Quijote; no el caballero febril que un día fue, sino la cansada versión en la que la historia lo ha convertido: triste, añorando constantemente tiempos pasados y cansado de mirar atrás a la espera de ver aparecer a su Dulcinea.

    El título de la película lleva implícito dos incógnitas inexorables a las que trataremos de dar respuesta; en primer lugar, ¿quién mató a Don Quijote? Y, segundo y más importante, ¿cómo pudo matar a un hombre inmortal? Así, mediante un juego de percepciones, dobles identidades, identificaciones y delirios de grandeza, Gillian logrará responder a esas dos cuestiones perentorias con astucia y sin titubeos, enfrentándose a un clásico que casi logra enterrarlo, pero al que le ha demostrado gran respeto y amor. El filme comienza con la presentación de un director de cine que trata rodar una película sobre la novela de Cervantes; pronto se revelará que ese mismo director ya hizo un proyecto en su época de estudiante basado en el mismo tema, por lo que ahora visita el pueblo en el que filmó aquella vez y rememora los momentos vividos en él. A continuación descubrirá a su antiguo protagonista principal, un artesano zapatero que, desde aquel rodaje, perdió la cabeza y vive creyendo que es el mismo don Quijote. En la anagnórisis, el viejo confunde al director con Sancho y ahí comienza la verdadera aventura. La narración hace coincidir de manera anecdótica los acontecimientos de estos dos personajes de mundos diferentes como si estuvieran rememorando diferente pasajes del libro: el ataque a los gigantes, el enfrentamiento con la santa Inquisición, o la batalla con el caballero de los espejos. Todo conducirá a estos dos personajes a un castillo –casa de un productor cinematográfico de quien se espera financiación para el proyecto–, de donde surge la figura del villano, que tiene apresada a la princesa y, por medio de decorado y pantomimas estudiadas, trata de engañar y confundir al viejo zapatero para recrear otros capítulos del libro, con el único objetivo de humillarle y pasar un gran rato a su costa.

    Llegará por fin la hora de afrontar la realidad, lo que queda de ella tras años de desconexión total. Cervantes es una figura desaparecida sin un papel real en este filme, Terry Gilliam se podría identificar con Cide Hamete Benengeli, el autor del Quijote en la metaficción, mientras que los protagonistas se irán alternando los roles hasta llegar a ese final que terminará por dejar clara la postura de Gillian en este relato tan trágico como atribulado, en el que el primigenio humor desternillante ha sido sustituido por el absurdo y lo humillante para provocar en el espectador la misma lástima que lo haría un personaje tan patético y conmovedor como Don Quijote, preso de su locura y eterno incomprendido. Un auténtico caballero que sólo podría morir a través de aquellos que alguna vez creyeron en él. Fin de la maldición. 65|100

    Reino Unido, 2018. Título original: The Man Who Killed Don Quixote. Director: Terry Gilliam. Guion: Terry Gilliam, Tony Grisoni (Novela: Miguel de Cervantes). Duración: 132 minutos. Edición: Lesley Walker. Fotografía: Nicola Pecorini. Música: Roque Baños. Productora: Coproducción Reino Unido-Estados Unidos-España; Tornasol Films / Entre Chien et Loup / Ukbar Filmes / Proximus / Recorded Picture Company (RPC). Distribuida por Kinology / Amazon Video. Intérpretes: Jonathan Pryce, Adam Driver, Olga Kurylenko, Stellan Skarsgard, Joana Ribeiro, Óscar Jaenada, Jordi Mollà, Rossy de Palma, Jason Watkins, Paloma Bloyd, Sergi López, Mario Tardón, Joe Manjón, Bruno Sevilla, Patrik Karlson, Viveka Rytzner, Lídia Franco, Maria d'Aires, Juan López-Tagle. Presentación oficial: Cannes Film Festival, 2018.

    CARMEN Y LOLA

    Arantxa Echevarría, España | QUINCENA DE REALIZADORES.

    El pájaro es uno de los símbolos de la libertad. En la ópera prima de Arantxa Echevarría estos animales aparecen en distintos momentos: Carmen lleva unos pendientes con dos pájaros la primera vez que conoce a Lola, quien los pinta en las paredes y en sus apuntes del instituto. Además, en la antigua torre de vigilancia que se alza en medio de la plaza del barrio donde vive Lola, bandadas de aves revolotean creando distintas formas. La libertad del pájaro sobrevuela este símbolo de control y rigidez. Sirve esta imagen como metáfora del conflicto que viven las protagonistas de la cinta: dos adolescentes de etnia gitana que se enamoran en una comunidad regida por las tradiciones, la religión y el fuerte poder patriarcal. Carmen y Lola trata en su esencia el miedo al poder reinante y lo difícil que es salirse del redil en una sociedad donde todo el mundo acepta su papel (un rol en el que la mujer siempre está varios peldaños por debajo del hombre en todos los aspectos). En su superficie, Echevarría nos cuenta una tierna historia de amor imposible. Carmen está a punto de ser pedida en matrimonio por un joven y toda su familia se prepara para celebrarlo. Lola es una chica «rara» para su entorno: no parece tener mucho interés en encontrar novio pese a sus casi 17 años, pero ella tiene clara su condición sexual, que esconde de su familia. Un día, en el mercado, Lola se fija en Carmen y a partir de ahí se inicia un acercamiento progresivo por parte de ambas que les llevará a enfrentarse con ellas y con el mundo.

    La dirección de la joven directora bilbaína es muy dinámica, captando el ambiente del barrio y del mercado, reposando la cámara en pequeños detalles, como una mano abierta al cielo en medio de una oración o los gritos de un vendedor ambulante en el mercadillo. Entre la calma y la viveza de estos ambientes urbanos, Echevarría se detiene constantemente en estos pequeños instantes y evita la representación de delincuencia y hampa que rodea al mundo gitano. Al contrario, se acerca con respeto, siempre adoptando la mirada de su entorno, mostrando tradiciones y pensamientos que pueden resultar desfasados pero que nunca se muestran forzados o juzgados. Si bien es cierto que hay cierta tendencia al subrayado y la verbalización de muchas ideas que ya están en sus imágenes, el gran trabajo de naturalidad que hay detrás de los diálogos aporta verdad a las situaciones. A ello también ayuda un reparto formado por actores no profesionales donde destacan las dos protagonistas, Zaira Morales y Rosy Rodríguez, que son la verdadera luz de la película. De este modo, Echevarría firma en Carmen y Lola la historia de dos mujeres que se quieren rebelar, soñar y volar más alto, preparadas para ir más allá de lo que el mundo que les rodea les tenía preparadas. 75|100

    2018. España. Dirección: Arantxa Echevarría. Guion: Arantxa Echevarría. Fotografía: pilar Sánchez Díaz. Música: Nina Aranda. Montaje: Renato Sanjuán. Reparto: Moreno Borja, Carolina Yuste, Rosy Rodriguez, Zaira Morales, Rafaela León.


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