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    Cine Alemán Siglo XXI

    Festival de Cannes 2018 | Día 3. Críticas: Cold War, Ash is purest white, Le Livre d'image, El ángel, Mon Tissu préféré

    Eclipse en blanco y negro

    Crónica de la tercera jornada de la 71ª edición del Festival de Cannes.

    Ayer fue el día de Jean-Luc Godard. El último trabajo del cineasta francés, Le livre d’image, se presentó como lo que es: un gran acontecimiento. El teatro Lumière estaba hasta la bandera y se respiraba en los aledaños ese clima de interés pese a que Godard, también como se esperaba, no hizo acto de presencia. Antes y después de la proyección, el público reverenció su figura, símbolo de la edad dorada del cine francés, aplaudiendo cada vez que se mentaba su apellido. Lo cierto es que, sin este en los créditos, este trabajo no vería la luz en la competición de un certamen de estas características. Su exhibición, además, supuso un reto para los centenares de personas sentadas en sus butacas: sucesión de imágenes, escenas fílmicas de clásicos, obras de arte del pasado siglo, audio que pasaba de estéreo a mono, narración y diálogos yuxtapuestos, subtítulos que desaparecían cuando más se los necesitaban y un mensaje bastante claro en su parte final: el Oeste debe atender a Oriente próximo. Palabrería algo naíf en un ejercicio arrogante y dictatorial.

    Pero el inefable maestro galo no fue el único protagonista del día. A primera hora, se proyectó la nueva película del realizador polaco formado en Reino Unido Pawel Pawlikowski, quien nos sorprendiera en 2013 con Ida, que obtuvo el Óscar a mejor película de habla no inglesa y el European Film Award a mejor cinta europea del año, entre otros galardones. El listón estaba muy alto, sí, y aunque Cold War no llega a los niveles de excelencia de su anterior largometraje, ha dejado un gran sabor de boca en la platea. Un drama romántico sobre cómo el arte se eleva rebelde ante el poder (y a su vez como este último lo utiliza para sus intereses), sea cual sea la época. Junto a la gran interpretación de Joanna Kulig, ha llamado la atención el poderío visual de un filme apoyado en la excelente dirección de fotografía en blanco y negro de Lukasz Zal. Anteayer otro filme con esta cromática nos sorprendía: la vital cinta rusa de Kirill Serebrennikov Leto. Sendas obras son las mejores presentadas en la mejor sección del festival. Un buen botín en un festival que todavía no ha alcanzado su ecuador.

    Prólogo: Emilio Luna.
    Críticas de Cold War, Ash is purest white y Le Livre d'image: Alberto Sáez Villarino.
    Críticas de El ángel y Mon Tissu préféré: Víctor Blanes Picó.

    COLD WAR

    Pawel Pawlikowski, Polonia | COMPETICIÓN.

    La ocupación soviética de Polonia, y el definitivo posicionamiento del “otro” lado del Telón de Acero, fue uno de los principales motivos del inicio de la Guerra Fría. Se instauró en la Europa oriental un protectorado soviético que dio al traste con las relaciones establecidas entre Estados Unidos y la URSS durante la guerra, así como las cordialidades que mantenía el gobierno británico de Winston Churchill hacia un Stalin que empezaba a mostrar su verdadero y terrorífico rostro al mundo. Sin embargo, con el propósito de unir al pueblo y ganar su confianza, el gobierno decidió contratar los servicios de un exitoso grupo musical de mujeres para que pusiera la nueva banda sonora del régimen totalitario de forma subliminal y atractiva. La nueva película de Pawel Pawlikowski, Cold War es una representación del lado más folclórico de la Polonia soviética desde la perspectiva de dos amantes: Wiktor es el director de orquesta que está recorriendo los más recónditos enclaves del país, con el fin de encontrar las candidatas perfectas para su proyecto musical. De entre todas ellas, sólo una llamará su atención, no porque tenga un talento extraordinario, ni por su personalidad afable, simplemente es distinta del resto, irradia una luz propia de la que el protagonista no puede desprenderse. Así comienza esta relación que discurrirá entre lo romántico y lo laboral en momentos de tribulación, hasta que estas facetas sean incompatibles y, los amantes, se vean obligados a separarse pese a su firme convicción platónica de querer permanecer juntos para siempre.

    La imagen se convierte en el primer recurso que nos llama la atención por acertado y meticuloso. El contrastado blanco y negro que utiliza el director de fotografía, así como la gran profundidad de campo, ofrecen una estética mucho más cercana a la contemplación fotográfica que a la tradición pictórica; sin embargo, el uso de la cámara fija y sus movimientos pausados y morosos proporcionan una perspectiva única para la correcta interpretación de cada plano; su magnífica composición, textura y disposición armónica quedan acentuadas gracias a esta invitación reflexiva hacia lo íntimo y lo sentimental, incluso consigue extraer cierto romanticismo terrorífico en los imponentes carteles con el rostro severo de un Stalin totémico. Con esta relación escénica, la película se traslada de lo fotográfico a lo diegético cinematográfico sin traicionar los estándares vinculantes que marcan una de las conexiones esenciales del ejercicio audiovisual fundacional. Nuevamente, el realizador deja el tercio superior de la imagen despoblado de personajes para añadir mayor calado al impresionismo visual. Algo que combinará perfectamente con la segunda técnica dramatúrgica que más destaca en este ejercicio esteticista: el sublime uso del tiempo como recurso expresivo; toda la película permite el reposo y la contemplación interior, tanto del entorno sociopolítico como, y sobre todo, de la relación entre los protagonistas, destacando a esa maravillosa Joanna Kulig, capaz de brindarnos una interpretación tan sincera y apasionada como no veíamos desde Gena Rowland; el realizador logrará captar la naturaleza de su personaje femenino con un grado de entendimiento y respeto tan sorprendente que no podemos sino fantasear con la idea de que todo ha salido de un espontáneo acto de improvisación magistral. Pronto la sorpresa dará paso a la admiración al adentrarnos en sus pasiones y frustraciones, en su desconcierto ante una vida que no concibe separada de su “corazón” y contra la que tendrá que luchar sin descanso para alcanzar esa felicidad compartida en un instante eterno. 75|100

    Polonia, 2018. Título original: Zimna wojna. Director: Pawel Pawlikowski. Guion: Pawel Pawlikowski, Janusz Glowacki. Duración: 85 minutos. Edición: Jaroslaw Kaminski. Fotografía: Lukasz Zal. Música: Varios artistas. Productora: MK2 Productions / Apocalypso Pictures / Film4 / Opus Film / Protagonist / BFI Film Fund. Intérpretes: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc, Adam Woronowicz, Adam Ferency, Adam Szyszkowski. Presentación oficial: Cannes Film Festival, 2018.

    ASH IS PUREST WHITE

    江湖儿女, Jia Zhangke, China | COMPETICIÓN.

    La contradictoria convivencia de lo tradicional y lo emergente es uno de los aspectos que más ha preocupado a Jia Zhang-ke desde sus inicios cinematográficos. Y precisamente eso que surge como renovación de lo clásico suele coincidir con lo que llega de occidente, presentado en marcas de ropa o en esos temas musicales siempre protagonistas en los interludios entre actos. De este conflicto generacional o transcultural, surge la gran problemática registrada por la lente de Zhang-ke: el conflicto entre aquellos que se resisten a la modernización y los que la abrazan. Todos sus personajes son testigos de los vestigios de una ciudad muy ligada a ciertos protocolos sociales, que aparece al mismo tiempo amenazada por la incipiente modificación de su estructura básica. Los protagonistas de la filmografía de este director suelen ser criminales que discurren entre un solemne código de honor y la inexorable marginalidad que deviene de permanecer al margen de la ley. En su última película, Ash is Purest White, Zhag-ke nos introduce en el mundo de las familias criminales chinas. El inesperado y repentino asesinato del líder, hace que Bin ascienda al poder de forma precipitada, lo que llevará a un momento de gran confusión y caos en el que el nuevo jefe criminal se verá envuelto en una emboscada. Pese a la superioridad numérica de sus adversarios, la destreza luchadora del protagonista le permitirá resistir las acometidas de sus enemigos, al menos, durante un tiempo hasta que sea reducido por un numeroso grupo de matones. Tras unos instantes de incertidumbre, su novia sale del coche con una pistola en la mano y logra ahuyentar a los asaltantes salvando así la vida de su pareja, aunque de ello derive su ingreso en prisión por posesión ilegal de armas. Tras cinco años entre rejas, la mujer será puesta en libertad para, decepcionada, comprobar que Bin ha rehecho su vida y no tiene intención de incluirla en sus planes. De nuevo, será el desencanto de un personaje al sentirse dejado de lado por los suyos, lo que ejercerá como motor dramático de la cinta. Existe un conflicto de intereses entre Bin, quien ha decidido vivir al margen del crimen y buscar el éxito con negocios legales, y Qiao, que pretende seguir su línea de negocio.Vemos que el personaje femenino se mantiene anclado a las viejas tradiciones como un medio de confrontación a las nuevas exigencias reinantes.

    Será, en cierto modo, la violencia, ese denominador común que comparten los defensores de lo tradicional y lo trasgresor. El terror y la intimidación son los únicos supervivientes al paso del tiempo en una sociedad brutal y, por ello, el director ha seleccionado a este particular grupo de individuos. A pesar de ello, la cinta, si bien podría hacer una exhaustiva revisión de la crueldad y la vehemente lucha territorial de las mafias chinas, toma un camino argumental muy distinto al adentrarse en cómo afectan todos los cambios, culturales y sociales, a la pareja de amantes. Jia Zhangke se acerca a una ciudad desolada por la violencia, sumida en un profundo proceso de cambio radical, para centrarse en un aspecto minúsculo e insignificante de la misma, porque Bin, tras sufrir un problema cardíaco, ha quedado paralizado y se ha convertido en un desecho inútil en un entorno en el que la destreza y la fuerza física son el aspecto más importante del éxito. La narración entonces se eterniza en un vacío paralelo que se vive en el interior de dos personas, ajenas a todo lo que ocurre a su alrededor; un avance argumental que se suspende en los márgenes del relato de ficción. La violencia se contrapone al amor como ejemplo de correlación paradójica en el que el director presenta su perspectiva sobre los extremos opuestos. Los actos de terrorismo se producirán de forma aislada e individual, tanto en el apartado físico como en el dialéctico, todas las conversaciones, por muy cordiales que parezcan, se vulneran ante la exigencia de la verdad absoluta y sin edulcorar. 75|100

    Polonia, 2018. Título original: Jiang hu er nv. Director: Jia Zhang Ke. Guion: Jia Zhang Ke. Duración: 150 minutos. Edición: Matthieu Laclau. Fotografía: Eric Gautier. Música: Varios artistas. Productora: Coproducción China-Francia-Japón; arte France Cinéma / Beijing Runjin Investment / Huanxi Media Group / MK2 Productions / Office Kitano / Shanghai Film Group / Xstream Pictures. Intérpretes: Tao Zhao, Liao Fan. Presentación oficial: Cannes Film Festival, 2018.

    LE LIVRE D'IMAGE

    Jean-Luc Godard, Francia | COMPETICIÓN.

    Encontrar la narrativa de una película sin actores, a veces, puede ser una tarea muy complicada, sobre todo si la pretensión del director es la de mostrar por encima de contar. Esto ocurre en grandes películas, como Baraka, de Ron Fricke o Koyaanisqatsi de Godfrey Reggio, entre muchas otras. Cintas en las que el público tendrá que tratar de sobreponerse cuanto antes a la gravedad visual y a la espectacularidad fotográfica si realmente quiere entrar a formar parte de la experiencia cinematográfica que, junto a la música, la edición y la composición de imágenes, cuenta una historia de cambios frenéticos realizados a cámara lenta, día a día y que, al exponerlos por medio de una cámara indiscreta proyectando en time-lapse, o con una propuesta proléptica, evidencian la fugacidad de la propia vida y la transitoriedad de lo material. Definir si esos cambios corresponden a una evolución o a una involución social será justamente el propósito del filme, que reservará el derecho de cábala o conjetura a cada espectador.

    El cine de Godard actualiza al mismo tiempo las dos dimensiones sobre las que trabaja el séptimo arte desde sus orígenes: la realidad ficcionalizada y la ficción realista. Muchos de sus filmes parecen planteados para poner a prueba la delicada línea que separa documental de ficción; así, jugando con los contrastes y los juegos retóricos, siempre con el lenguaje como pieza clave de su filmografía, reconstruye el carácter reversible de conceptos que en principio creíamos antagónicos: realidad y fábula. Y en este estrecho espacio de escepticismo cinematográfico surge Le libre d’image, cuya voz narratorial, diegética y omnisciente –en el sentido más providencial de la palabra–, refuta, casi con la misma convicción de los narradores de cuentos y leyendas, la veracidad que se destila de esas imágenes que comienzan a sacudir la pantalla desde que un desagradable pitido nos avisara de que, en efecto, no iba a ser un ejercicio de fácil asimilación. Al contrario de los ejemplos de cine visual antes comentados, la última película de Godard no mantiene ninguna lógica interna, todo aparece como un descontrolado vómito de imágenes aleatorias y sin conexión que, sin embargo, tienen un fin claro dentro de su gravedad experimental: evidenciar este caótico mundo en el que vivimos, donde nos enfrentamos todos los días a un sinfín de despropósitos en letra mayúscula y negrita poblando las portadas de los grandes periódicos y noticiarios. En efecto, como si de un libro de ilustraciones o fotografías se tratara, esta cinta tiene una finalidad muy específica: abrumar a quien piense que ya nada puede afectarle, o que el mundo occidental fue, en algún momento desde la entrada del evolucionado siglo XX, más civilizado que nuestros vecinos de oriente próximo. 55|100

    Polonia, 2018. Título original: Le livre d'image. Director: Jean-Luc Godard. Guion: Jean-Luc Godard. Duración: 90 minutos. Edición: Jean-Luc Godard. Productora: Wild Bunch. Intérpretes: Documental. Presentación oficial: Cannes Film Festival, 2018.

    EL ÁNGEL

    Luis Ortega, Argentina | UN CERTAIN REGARD.

    Verano de 1971. Un joven rubio de pelo rizado entra en una gran mansión como si de su propia casa se tratase. Observa la opulencia de las estancias, se sirve un whisky y enciende el tocadiscos. Suena El extraño del pelo largo, un éxito de La Joven Guardia, y no se puede resistir a bailar: su ritmo es tan pegadizo como el halo misterioso y atractivo de este efebo. Se trata, ni más ni menos, que de Carlos Eduardo Robledo Puch, un chico de una familia media sin pasado turbio aparente que se convirtió en el asesino en serie más famoso de Argentina: con tan solo 20 años ya había cometido más de 10 asesinatos e innumerables robos. La cinta El ángel sigue las peripecias del joven delincuente que, como él mismo dice, su condición de ladrón le viene de nacimiento.

    Lo cierto es que con su carácter de biopic de asesino en serie rodado en Argentina la cinta tenía todas las papeletas para apostar por un retrato oscuro y maquiavélico de la maldad, de cómo una cara bonita se convierte en un diablo horrendo utilizando una puesta en escena de planos oscuros y cerrados. Pero Luis Ortega se desprende de ataduras de género y se entrega por completo a una visión divertida y desenfadada de la condición de asesino inconsciente. Y es que el modus operandi de Carlitos está basado en la pura inconsciencia, en la falta de reflexión sobre cualquier tipo de consecuencia de sus actos. «No se puede ir hacia atrás, solo se puede ir hacia delante». Así, con una ligereza pasmosa, el joven (grandioso debut de Lorenzo Ferro) va pasando cada día entre el encantador chamuyo argentino y la impetuosa necesidad irreflexiva de delinquir, ya sea robando una joya o pegándole un tiro a cualquier pobre desgraciado. Ortega imprime el ritmo de la cinta mediante el uso casi ininterrumpido de la música, una dirección deseosa de encontrar la imagen icónica y la colorista fotografía de Julián Apezteguia. Todo ello sirve para construir un ambiente de desenfreno casi suicida, pero también para representar una época y moldear una tensión sexual que sirve como complemento perfecto a la irrefrenable pasión con que cada uno de los personajes vive su vida. Es así como un planteamiento a todas luces artificioso se convierte en un engranaje perfecto al servicio de la historia y del magnetismo de su personaje principal. Acercarse a un asesino desde la comedia pop pocas veces ha sido tan gratificante como en esta ocasión. 77|100

    2018. Argentina, España. Dirección: Luis Ortega. Guion: Luis Ortega, Rodolfo Palacios, Sergio Olguin. Fotografía: Julián Apezteguía. Sonido: Jose Luis Díaz. Montaje: Julia Freid. Repart: Chino Darín, Lorenzo Ferro, Mercedes Morán, Daniel Fanego, Luis Gnecco, Cecilia Roth.

    MON TISSU PRÉFERÉ

    Gaya Jiji, Francia-Alemania | UN CERTAIN REGARD.

    En marzo de 2011 Damasco era un polvorín. La Primavera Árabe se extendía sin pedir permiso y en Siria empezaban las primeras manifestaciones. Mientras que en otros países algo parecido a un sistema democrático acabó triunfando, en Siria el resultado es una guerra civil que desgraciadamente todos conocemos. En ese momento contextualiza la realizadora Gaya Jiji su ópera prima Mon tissu préféré. Inspirada en experiencias personales, la cinta se centra en Nahla, una joven de 25 años asfixiada por la vida que lleva. Mientras ella fantasea con un novio imaginario, su madre le prepara un matrimonio de conveniencia con un joven sirio afincado en Estado Unidos que puede suponer la vía de escape del incipiente conflicto para toda la familia.

    Sobre el papel, el planteamiento de la película resulta muy interesante: el despertar sexual de una joven que parece la viva encarnación de la apatía y una sociedad que se sacude de su apatía para plantarle cara al sistema imperante. Cuando se traslada a la narración cinematográfica, lo cierto es que ambas historias nunca acaban de encajar. La película intenta que todo aquello que le ocurre a la protagonista sea el reflejo de lo que sucede en las calles de la capital del país, pero una excesiva tendencia a la divagación en la historia de Nahla le acaba pasando factura, especialmente en los tintes que adopta la trama del burdel. Ese espacio de libertad sexual que Madame Jiji instala dos pisos por arriba de la casa de Nahla parece en un inicio una puerta hacia esa liberación sexual que el personaje principal pide a gritos. Pero la directora prefiere someterlo al hermetismo de un conflicto interior que no acaba de externalizar y, que cuando intenta ponerse en imágenes, acaba dando lugar a una extraña escena con un soldado y pasajes del Antiguo Testamento como protagonistas. Así, lo que parecía una película dispuesta a profundizar en un conflicto personal y convertirlo en el espejo de uno colectivo acaba narrando una historia sobre insatisfacciones, matrimonios no deseados, líos de hermanas y rollos de burdeles que en ningún momento termina de levantar el vuelo. 45|100

    2018. Francia, Alemania, Turquía. Dirección: Gaya Jiji. Guion: Gaya Jiji, Eiji Yamazaki. Fotografía: Antoine Héberlé. Música: Peer Kleinschmidt. Montaje: Jeanne Oberson. Reparto: Manel Issa, Ula Tabari, Souraya Baghdadi, Mariah Tannoury, Nathalie Issa, Saad Lostan, Wissam Fares.


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