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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Roman J. Israel, Esq.

    El último hombre íntegro

    Crítica ★★ de Roman J. Israel, Esq. (Dan Gilroy, Estados Unidos, 2017).

    Estados Unidos. 2017. Título original: Roman J. Israel, Esq. Director: Dan Gilroy. Guion: Dan Gilroy. Productores: Todd Black, Jennifer Fox, Denzel Washington. Productoras: Cross Creek Pictures / Escape Artists / Lone Star Capital / MACRO. Distribuida por Sony Pictures. Fotografía: Robert Elswit. Música: James Newton Howard. Montaje: John Gilroy. Dirección artística: Robert W. Joseph. Reparto: Denzel Washington, Colin Farrell, Carmen Ejogo, Shelley Hennig, Nazneen Contractor, Amanda Warren.

    Cultivado como guionista en títulos tan diversos como The Fall. El sueño de Alexandria (Tarsem Singh, 2006), Acero puro (Shawn Levy, 2011) o El legado de Bourne (Tony Gilroy, 2012), Dan Gilroy dio un extraordinario salto a la dirección con Nightcrawler (2014), controvertida película que le brindó a Jake Gyllenhaal la oportunidad de enfrentarse a uno de los mayores retos interpretativos de su carrera, metiéndose en la piel de un personaje de lo más desagradable y extremo. Con diez kilos menos y un gran trabajo de caracterización que le otorgó un aspecto físico enfermizo, el actor encarnó a Lou Bloom, un tipo gris que malvive en Los Ángeles con el dinero que obtiene con la venta de objetos robados hasta que descubre, por casualidad, una manera mucho más retorcida de enriquecerse: recorrer las calles, cámara al hombro, en busca de las imágenes más gráficas de diferentes sucesos criminales, con el fin de comerciar con ellas en la televisión. De este modo pasa a convierte en un sociópata obsesivo y sin escrúpulos, sediento de sangre y violencia al precio que sea. Con esta cinta, Gilroy realizó una enérgica crítica al sensacionalismo de cierto tipo de periodismo en el que todo vale por la audiencia, al mismo tiempo que nos regalaba un thriller psicológico absolutamente fascinante que fue unánimemente aclamado por la crítica. Tres años después nos llega su segundo trabajo tras las cámaras, Roman J. Israel, Esq (2017), un filme que parece diseñado a medida de su estrella protagonista, un Denzel Washington que consiguió una merecida nominación al Óscar al mejor actor por este trabajo. No nos encontramos en esta ocasión ante una obra tan redonda como Nightcrawler pero hay que reconocer que la turbia historia que ha escrito para la ocasión Gilroy, con el sistema judicial norteamericano como telón de fondo, sabe reflexionar con contundencia sobre algo que también servía de motor a aquella: la facilidad con la que el hombre común es capaz de corromperse por la ambición y el dinero.

    La historia nos presenta a Roman J. Israel, un abogado defensor algo estrafalario, que mantiene intactas unas convicciones y un idealismo más propios del que empieza en la profesión y aún no ha tenido tiempo de entender otra manera de actuar que no sea la más íntegra. Un hombre dotado de una mente brillante, que conoce los entresijos y múltiples lagunas del código penal al detalle y que se mueve por vocación, amando lo que hace. Durante años ha trabajado a la sombra de su mentor en un bufete más bien modesto de Los Ángeles, caracterizado por su defensa de los derechos civiles, hasta que este sufre un infarto cerebral que le deja en coma y Roman se ve obligado a salir de su oscuro rincón para colocarse en primera línea y enfrentarse a los casos que tenía abiertos. Por desgracia, pronto se dará cuenta que su forma de ser –es una persona de una sinceridad excesiva, casi hiriente, y con una facilidad pasmosa para soltar la frase más inoportuna en el momento justo–, anclada en unos ideales desfasados, más afines a la mentalidad de los más contestatarios años 60 y 70, no es la más apropiada para sacar adelante el negocio sin producir grandes pérdidas económicas. Así, pasará a formar parte del equipo de abogados de George Pierce (encarnado por un notable Colin Farrell), un antiguo alumno aventajado de su anterior socio que sí ve la abogacía como un modo fácil de amasar fortuna. Es en esta etapa cuando Roman se topa con la cruda realidad, aquella que hasta ese momento no había querido ver, provocando que su carácter rebelde y honesto se vaya oscureciendo hasta el punto de vender su alma al diablo para alcanzar un status social y económico que nunca se había preocupado en tener. Denzel Washington realiza un trabajo portentoso en este complejo papel, caracterizado con un peinado y un modo de vestir absolutamente retro y extravagantes que, en contraposición con sus compañeros de bufete, todos impecablemente trajeados, sirven para distinguir a su personaje como último superviviente, dentro del corrupto sistema, de una especie de profesional que sí pretendía cambiar el mundo para que fuese un lugar mejor en el que vivir.

    «Gilroy ha arriesgado esta vez muchísimo menos en la realización y le ha quedado un producto plano, de hechuras casi televisivas, afectado además de un ritmo excesivamente moroso que hace que al relato, adornado de una trama criminal un tanto pobre, le cueste encontrar su tono». 


    Roman J. Israel, esq. empieza y acaba en el enorme carisma de Denzel. Su sola presencia es suficiente para sobrellevar las dos largas horas de un filme al que le cuesta bastante arrancar. El primer tercio, que funciona como presentación del peculiar personaje y sus rarezas, está demasiado sobrecargado de un lenguaje jurídico denso en exceso que dificulta que el espectador pueda sentir cercanía alguna con la historia. Es verdad que el relato va ganando en interés conforme Roman, en el breve período de tres semanas, va abandonando la senda del bien para moverse en las movedizas arenas de la ilegalidad, pero el guion de Giroy se muestra, en esta ocasión, algo titubeante, como si no encontrase elementos suficientes para secundar la atractiva anécdota central. De este modo, resulta especialmente llamativo lo desaprovechada que está la subtrama que tiene como protagonista a Carmen Ejogo en la piel de una activista por la igualdad de derechos que siente una enorme inspiración por la integridad de Roman, por lo que es todo un referente moral para ella. La película pasa de puntillas por encima de esta relación, a las puertas de abandonar los terrenos de la mutua admiración para ser amorosa, desaprovechando la oportunidad de mostrar otras facetas del personaje de Roman que no sean las de un tipo introvertido y con dificultades para socializar con los demás fuera de su zona de confort. Tampoco está explotado el papel de Colin Farrell, a pesar de su condición de necesaria antítesis del tipo de abogado que representa Roman. Aun así, el actor aprovecha al máximo sus escasos momentos de lucimiento, consciente de que es Washington el plato fuerte de la función. Roman J. Israel, esq. es una obra muchísimo más interesante por su trasfondo y el pesimista mensaje que subyace en su texto que por los desiguales resultados que vemos en pantalla. Gilroy ha arriesgado esta vez muchísimo menos en la realización y le ha quedado un producto plano, de hechuras casi televisivas, afectado además de un ritmo excesivamente moroso que hace que al relato, adornado de una trama criminal un tanto pobre, le cueste encontrar su tono. Lo que queda es una película correcta al servicio de un gran actor enfundado en el traje de un personaje extraordinario. Podría parecer suficiente pero de su director esperábamos algo muchísimo mejor. | ★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid



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