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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Noche de juegos

    De mafias búlgaras y perros ensangrentados

    Crítica ★★★ de Noche de juegos (Game Night, John Francis Daley, Jonathan Goldstein, Estados Unidos, 2018).

    Estados Unidos. 2018. Título original: Noche de juegos. Directores: John Francis Daley, Jonathan Goldstein. Guion: Mark Perez. Productores: Jason Bateman, John Davis, John Fox, James Garavente. Productoras: Warner Bros. / Aggregate Films / Davis Entertainment / New Line Cinema. Fotografía: Barry Peterson. Música: Cliff Martinez. Montaje: David Egan, Jamie Gross, Gregory Plotkin. Diseño de producción: Michael Corenblith. Reparto: Jason Bateman, Rachel McAdams, Kyle Chandler, Billy Magnussen, Sharon Horgan, Lamorne Morris, Kylie Bunbury, Jesse Plemons, Danny Huston, Michael C. Hall, Chelsea Peretti.

    Después de una amplia trayectoria en el mundo de la televisión, John Francis Daley y Jonathan Goldstein comenzaron a escalar posiciones dentro de la comedia norteamericana actual gracias a su guion de Cómo acabar con tu jefe (Seth Gordon, 2011), una cinta que se convirtió en todo un éxito sorpresa y que colocó a estrellas como Kevin Spacey, Jennifer Aniston o Colin Farrell en la tesitura de meterse en la piel de unos personajes muy desagradables, los de unos jefes tiranos a los que sus maltratados empleados querían hacer desaparecer del mapa. En aquel primer trabajo para el cine, los guionistas ya dieron unas primeras pinceladas de su gusto por el humor más negro, sin dejar de lado cierta inteligencia en los diálogos y en unos gags muy bien engrasados. Con las menos inspiradas El increíble Burt Wonderstone (Don Scardino, 2013), Lluvia de albóndigas 2 (Cody Cameron, Kris Pearn, 2013) y Cómo acabar sin tu jefe (Sean Anders, 2014) continuaron en esa misma línea antes de dar el salto a la dirección con Vacaciones (2015), una simpática gamberrada que no era otra cosa una entrega tardía de National Lampoon, una saga de gran calado popular en Estados Unidos –fuera de sus fronteras nunca gozó de la misma repercusión–, diseñada a mayor gloria de la pareja formada por Chevy Chase y Beverly D'Angelo, que aquí cedieron su protagonismo (aunque aparecían como secundarios) a Ed Helms y Christina Applegate. La crítica no estuvo de su lado en aquella ocasión, por lo que Daley y Goldstein han tenido que esperar a su segunda incursión tras las cámaras para saborear las mieles de ese éxito que les sitúa como realizadores cuya pista merece la pena seguir en los próximos años. Curiosamente, a diferencia de su ópera prima, para Noche de juegos (2018) Daley y Goldstein han delegado las labores de la escritura del guion a un Mark Perez bastante inspirado, que ha elaborado una divertida trama que se mueve con gran soltura entre la comedia más disparatada, plagada de situaciones rocambolescas, y la acción, salpicando a sus ingeniosos diálogos de multitud de guiños cinéfilos y referencias a la cultura pop.

    La película nos presenta a Max (Jason Bateman) y Annie (Rachel McAdams), una pareja bien avenida cuyo mayor anhelo es la llegada de un bebé que ponga la guinda a su felicidad. Mientras esto tarda en materializarse, lo más apasionante de sus vidas consiste en organizar en su casa lo que se conoce como la noche de juegos. Cada semana, en compañía de un grupo de amigos, compiten a todo tipo de juegos –desde el Scrabble al Monopoly, pasando por la adivinación de películas mediante mímica–, donde Max y Annie dan rienda suelta a una competitividad casi enfermiza. Kevin (Lamorne Morris) y Michelle (Kylie Bunbury), una pareja que lleva unida desde los 14 años y sobre la que sobrevuela la sombra de una infidelidad, y el mujeriego Ryan (Billy Magnussen) con sus sucesivas novietas jóvenes y explosivas (pero sin demasiado cerebro) son los amigos asiduos a unas reuniones que se han convertido en casi un ritual sagrado para ellos. Pero un hecho servirá de detonante para que esta inofensiva velada entre amigos degenere en una peligrosa aventura: la llegada de Brooks (Kyle Chandler), el típico hombre con carrera, triunfador en los negocios y dueño de una existencia perfecta y repleta de lujos, que provoca en su hermano Max un sentimiento de inferioridad y una envidia que le impiden avanzar en su vida. Cuando Brooks organiza una noche de juegos en su lujosa mansión, un grupo de asaltantes irrumpe en medio de la reunión y secuestra al anfitrión. A partir de ahí, el resto de jugadores se verá envuelto en una misión de búsqueda y rescate a contrarreloj sin que sepan muy bien dónde acaba el juego y comienza el peligro real. Noche de juegos tiene una premisa que parece casi un remedo en clave de comedia de The Game (David Fincher, 1997), aquel thriller en el que el personaje interpretado por Michael Douglas se veía involucrado en un macabro juego orquestado por su hermano. Como en aquella, aquí también, las rivalidades fraternales son el detonante de una historia que hace del continuo giro de guion su razón de ser. El guion de Mark Perez sabe hilvanar muy bien multitud de momentos cómicos verdaderamente hilarantes, haciendo que el espectador se vea inmerso, junto a sus desorientados protagonistas, en una aventura de misterio que transcurre durante una descontrolada noche y nos hace recordar, vagamente, a aquella odisea vivida por Griffin Dunne en la magistral ¡Jo, qué noche! (Martin Scorsese, 1985), pero realizando, de paso, una simpática exploración de las relaciones de pareja y la camaradería muy deudora del tipo de comedia que cultiva tan eficazmente Judd Apatow y que suele tener como protagonistas a personajes que rondan los cuarenta años y aún no han conseguido alcanzar la madurez.

    «La sorpresa llega de la mano de una Rachel McAdams más desatada que nunca, encantadora, rebosante de frescura y totalmente compenetrada con Bateman, y de secundarios como Billy Magnussen, Sharon Horgan y, sobre todo, un genial Jesse Plemons metido en la piel del excéntrico vecino policía de los protagonistas».


    Esta Noche de juegos es una auténtica gozada. Además de gags tan memorables como el del perro ensangrentado, el desliz con un famoso actor de Hollywood (o no) o la “cura” de la herida de bala, la cinta cuenta con unas escenas de acción rodadas con gran dinamismo y una planificación y unos movimientos de cámara virtuosos, inauditos en una comedia de este tipo. En este sentido, destaca el formidable plano secuencia, rodado como si de un videojuego a lo Pacman se tratase, que muestra el accidentado robo del huevo de Fabergé a mano de nuestros jugadores en una mansión en la que tienen lugar peleas clandestinas. Y es que los acontecimientos se desbordan de tal manera que, a lo largo de la noche, se darán cita elementos tan poco divertidos como una red de criminales búlgaros (liderados por Michael C. Hall, el popular Dexter) o una valiosa lista de testigos protegidos. Ahora bien, nada de esto habría funcionado con tanta contundencia si no fuese por ese fantástico plantel de actores, totalmente entregado a la causa de hacernos reír, con el que la película cuenta. De Jason Bateman poco vamos a descubrir a estas alturas. Es un tipo que resulta gracioso sin necesidad de grandes aspavientos, con el que el público se identifica fácilmente. La sorpresa llega de la mano de una Rachel McAdams más desatada que nunca, encantadora, rebosante de frescura y totalmente compenetrada con Bateman, y de secundarios como Billy Magnussen, Sharon Horgan y, sobre todo, un genial Jesse Plemons metido en la piel del excéntrico vecino policía de los protagonistas. Suyo es el rol del típico hombre gris y cargante que no ha podido superar el abandono de su esposa y al que todos tratan de evitar a toda costa. Él y su perro se revelan como los mayores acaparadores de planos, adueñándose de algunos de los momentos más tronchantes de una función no precisamente escasa de ellos. Por todo esto, Noche de juegos supone una experiencia de lo más lúdica, un placer nada culpable con el que pasar hora y media de asegurado entretenimiento y muchas risas, sin que tras su visionado nos embargue esa habitual sensación de que han atentado contra nuestra inteligencia. No será una cinta destinada a ganar premios o a cambiar el curso de la historia de la comedia pero, desde luego, cumple con creces sus objetivos y posee un ritmo vertiginoso que no decae hasta una vez acabados sus magníficos títulos de crédito finales, que juegan a encajar todas las piezas a la manera de Resacón en las Vegas (Todd Phillips, 2009), otra estupenda comedia con la que comparte subgénero de noche que se complica hasta extremos inimaginables. | ★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid



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