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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Deadpool 2

    El triunfo de la heroicidad irreverente

    Crítica ★★★ de Deadpool 2 (David Leitch, Estados Unidos, 2018).

    Estados Unidos. 2018. Título original: Deadpool 2. Director: David Leitch. Guion: Rhett Reese, Paul Wernick, Ryan Reynolds (Cómic: Rob Liefeld, Fabian Nicieza). Productores: Simon Kinberg, Ryan Reynolds, Lauren Shuler Donner. Productoras: Marvel Entertainment / 20th Century-Fox / Donners' Company / Kinberg Genre. Fotografía: Jonathan Sela. Música: Tyler Bates. Montaje: Craig Alpert, Elísabet Ronaldsdóttir, Dirk Westervelt. Diseño de producción: David Scheunemann. Reparto: Ryan Reynolds, Josh Brolin, Zazie Beetz, Julian Dennison, Morena Baccarin, Brianna Hildebrand, T.J. Miller, Karan Soni, Eddie Marsan, Bill Skarsgård.

    Cuando aún no se han apagado los ecos del descomunal triunfo (crítico y comercial) de Vengadores: Infinity War (Anthony Russo, Joe Russo, 2018) –aún permanece en pantalla y sin síntomas de querer abandonarla a corto plazo–, Marvel no baja la guardia y nos lanza la segunda entrega de uno de los éxitos más sorprendentes que ha dado la casa en los últimos años. Hace un par de años, Ryan Reynolds consiguió sacarse la espinita que tenía clavada tras haber sido uno de los superhéroes peor recibidos de la Historia del Cine en la, por otra parte, entretenida Green Lantern (Martin Campbell, 2011), gracias a su personaje del ex-operativo de fuerzas especiales Wade Wilson, reconvertido en antihéroe con el poder de la curación rápida (consecuencia de un brutal experimento) en la divertidísima Deadpool (2016). Aquella película supuso un soplo de aire fresco dentro del género de adaptaciones de cómics al cine, dando prioridad a un humor de lo más gamberro, repleto de diálogos políticamente incorrectos y algo de sexo desvergonzado –la cinta obtuvo la calificación R–, sin escatimar en dardos envenenados a sus camaradas mutantes (en especial a los X-Men), por encima de la acción en sí. Una producción relativamente modesta (58 millones de dólares) que acabó siendo de lo más rentable, gracias a los 783 millones de dólares amasados en todo el mundo. Para la secuela, sus responsables han tratado de corregir aquellas deficiencias que evitaron que la primera entrega llegase a ser la parodia superheroica definitiva, sustituyendo al poco experimentado director de aquella, Tim Miller, por el más curtido en el campo David Leitch, autor de dos vehículos de acción tan estilosos como John Wick (2014) –co-dirigida junto a Chad Stahelksi– y Atómica (2017), aquella aventura en la que Charlize Theron fue una letal espía bisexual en el Berlín de la Guerra Fría. Esto, unido a un presupuesto que dobla al de su antecesora, ha favorecido que Deadpool 2 sea una continuación más grande y espectacular, sin descuidar, claro está, aquel ingrediente que hizo de aquella un singular triunfo: el modo en que el héroe rompe la cuarta pared para dirigirse directamente al público y hacerle cómplice de sus pensamientos.

    Deadpool 2 comienza por todo lo alto, con nuestro protagonista riéndose del destino de Lobezno en Logan (James Mangold, 2017), mientras se dispone a volar por los aires sobre unos bidones de gasolina al son del All Out of Love de Air Suple, antes de remontarnos a seis semanas atrás en el tiempo para conocer el origen de su desdicha. Esta utilización de temas musicales ñoños en los momentos claves de la historia vuelve a ser una de las apuestas del filme para generar risas (nada mejor que una canción anticlimática para conseguir que una escena de peligro resulte graciosa) y aquí podemos disfrutar de unos hilarantes títulos de crédito que parodian a los de la saga de James Bond (con la balada Ashes de Celine Dion), el Tomorrow del musical Annie acompañando a algunos momentos “dramáticos” o el mítico Take on Me de A-Ha arropando a Ryan Reynolds y Morena Baccarin en una de las escenas más románticas de la función. Una BSO a la altura, sin duda. Con respecto a la historia, esta vuelve a ser funcional y bastante tópica, recurriendo a la sucesión de gags, muy afortunados en su mayoría, y al drama personal sufrido por el protagonista y su consiguiente búsqueda de venganza como desencadenante de la trama. De nuevo, la arrolladora personalidad de Deadpool y su irreverente manera de comportarse ante las adversidades son suficientes para sostener por sí solos un espectáculo de dos horas sin tiempos muertos. Al contrario de lo que sucedía con la primera parte, Leitch sabe mantener un ritmo incesante de principio a fin, sin altibajos, gracias a un guion ágil y generoso en referencias a la cultura freak. Ryan Reynolds se lo pasa muy bien embutido en el disfraz de este personaje y aprovecha la ocasión para lucirse a lo grande, desplegando su ilimitado talento para la comedia física y la verborrea incontrolada. A su lado repiten aquellos X-Men de segunda que fueron Coloso y Negasonic Teenage Warhead, y son presentados nuevos “héroes” como el Cable interpretado por Josh Brolin, otro tipo en busca de venganza tras haberlo perdido todo y que tiene la capacidad de viajar en el tiempo, y la sexy Domino (Zazie Beetz), dotada de una buena suerte extraordinaria que es un poder en sí misma, en un primer acercamiento a lo que será el esperado equipo X-Force.

    «Es evidente que Deadpool 2 ha perdido el factor sorpresa y parte de la frescura que tenía la primera entrega, pero, en términos generales, es un filme superior que mantiene su locura intacta gracias a escenas tan desternillantes como aquella que muestra el accidentado destino de un recién creado equipo de “superhéroes” o las obligatorias escenas post-créditos, a cuál más brillante». 


    Viendo Deadpool 2 se disipan todas las dudas acerca de si la anécdota del enmascarado socarrón y bocazas que renegaba de su condición de héroe daría para más o, sencillamente, el chiste se habría agotado tras su primera incursión en la gran pantalla. Por fortuna, esta nueva entrega es más de lo mismo, pero en el buen sentido, ya que toma todos los aciertos de aquella y los potencia, mientras que se muestra más segura en aquellos ingredientes en los que antes fallaba. Aquí hay un mayor número de escenas de acción, peleas magníficamente coreografiadas (ya sabemos lo bien que se le dan a Leitch) y unos efectos especiales más logrados, todo sin abandonar el sano espíritu de serie B que caracteriza al autoparódico díptico construido sobre un personaje que nunca ha tratado de tomarse en serio a sí mismo, ni siquiera en momentos tan dramáticos como los que le toca vivir en esta secuela. En esta ocasión encontramos a un Wade decidido a sentar la cabeza junto a su novia Vanessa, acariciando, incluso, la posibilidad de tener un hijo, y una vez más, sorprende la blancura con la que está retratada esta historia de amor, tan alejada del tono grosero general y desprovista de aquellas pícaras escenas erótico-festivas que vimos en la anterior. También existe una importante carga de ternura en el tratamiento que se le da al nuevo grupo de superhéroes, conformado por personajes solitarios y desamparados (en el caso de Russell, el adolescente mutante capaz de generar fuego, proviene de un pasado marcado por los abusos) que acaban convirtiéndose en una especie de familia disfuncional. Es evidente que Deadpool 2 ha perdido el factor sorpresa y parte de la frescura que tenía la primera entrega, pero, en términos generales, es un filme superior que mantiene su locura intacta gracias a escenas tan desternillantes como aquella que muestra el accidentado destino de un recién creado equipo de “superhéroes” o las obligatorias escenas post-créditos, a cuál más brillante. En definitiva, Deadpool y su inefable fauna de secundarios ha vuelto a la gran pantalla con la intención de quedarse. Más de 300 millones de recaudación en el fin de semana de su estreno dejan ver que el público le estaba esperando con los brazos abiertos y que el juguete cómico de Marvel aún tiene cuerda para rato. | ★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid



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