La música del silencio
Crítica ★★★★ de 1945 (Ferenc Török, Hungría, 2017).
Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque.
Bodas de sangre, Acto segundo, cuadro primero. Federico García Lorca.
En una recién acabada Segunda Guerra Mundial en Europa, un pequeño pueblo de la Hungría rural amanece para ver la boda del hijo de un funcionario del ayuntamiento. Ese mismo día, dos judíos llegan en el tren de la mañana llevando consigo unas cajas llenas de cosméticos, lo cual supone el detonante de especulaciones que desentierran el pasado del pueblo, de acciones que se llevaron a cabo en el amparo de la aparente inexistencia del mañana en el que la guerra les había inmerso y que ahora creen verse obligados a enfrentar. Decimos creen porque es algo tan arraigado en la conciencia común del lugar y llegan a temer tanto su presencia que dejan que caminen por las calles del pueblo en completo silencio sin atreverse preguntarles nada. Es como si los judíos, conforme van adentrándose en las arterias de la villa, fueran haciendo que sus habitantes se precipitaran más y más hacia un laberinto sin salida que ellos mismos crearon. Así, el silencio de estos dos personajes que buscan honrar al pasado enterrando sus muertos se contrapone a la ruptura del mutismo del pueblo que con su llegada empiezan a liberar lo que hasta entonces había sido acallado. La obra de Törok es, ante todo eso, una película de contrastes, de extremos en disputa. Los personajes son un recuerdo continuo de ese vacío antes mencionado, como si fuera un estatus obligado, lo cual choca con la banda sonora que les acompaña casi en todo momento. De esta manera, el director niega a los habitantes del pueblo ese silencio que tanto ansían, como si la música fuera casi una representación de su subconsciente ardiendo, de ahí que sea tan vertiginosa y extraña: se está adentrando en lo más profundo de cada uno. Habiendo creado esta atmósfera, es capaz de anticipar el desenlace silenciándose en el único momento en el que habla uno de los judíos, diciendo la verdadera razón de su llegada al pueblo: oficiar un funeral. Los gritos del subconsciente de los personajes reflejados en la música de pronto son acallados por la verdad, que cae sobre ellos como un jarro de agua fría, pues se dan cuenta de lo innecesario de sus acciones desde la llegada de los judíos hasta entonces; pero también de que ya no pueden hacer nada para parar lo ya iniciado: era algo demasiado en el centro del pueblo como para poder acallarlo una vez dicho en voz alta.
La memoria es, pues, una de las partes centrales del filme. Cuando el pueblo rompe su cotidianeidad comienza a desenterrar antiguas heridas abiertas del pasado, mientras que cuando los judíos lo hacen es tras haber enterrado lo que queda de sus difuntos; para ellos supone un cierre, un dejar el pasado únicamente en la memoria. En otras palabras, los judíos traen consigo un pasado que quieren enterrar, pero con su presencia desentierran el del pueblo que estaba silenciado y ahora vuelve a resurgir, lo cual sugiere, otra vez, una contraposición. También, y de la misma manera que pasa con el uso de la banda sonora, este planteamiento se traslada a la composición de planos. Por un lado, el blanco y negro otorga a la película un tono más crudo, desnudo incluso, mientras que, por otro, los planos rozan el barroquismo ya que siempre están recargados y despojado de estatismo alguno. Quizá esta sea la forma que tiene Törok de expresar en imágenes el subconsciente de sus personajes, que se revuelven dentro de sí mismos con la llegada de los visitantes. También es notable que, en un gran número de planos, haya elementos de la puesta en escena interponiéndose entre los personajes y la cámara (puertas y ventanas en la mayoría de los casos) lo cual hace notar la distancia de los personajes entre sí y sobre todo con la realidad que les hace alejarse también de la verdadera razón por la que los judíos están en el pueblo.
En este sentido, el tempus fílmico es, con cierta lógica, pausado, emulando una acción en tiempo real, pero que, a la vez de enorme dinamismo. Hay dos líneas temporales que, como cabe esperar, coinciden con las dos líneas argumentales principales. La primera, la de los judíos, es más plana pues tiene un único objetivo y la carga emocional que conlleva deriva directamente de la solemnidad que el acto que les ha llevado al pueblo requiere. Esta trama actúa como marco y detonante de la segunda trama principal, que trata los hechos que acontecen en el pueblo. Aquí el arco empieza a raíz del primero por lo que los personajes deben definir su objetivo mientras este avanza, de ahí que tenga un ritmo más marcado. Pero, aun así, ambas avanzan paralelamente hasta encontrarse en la puerta del cementerio, momento en el que se empiezan a separar. Conforme los judíos van caminando de vuelta hacia la estación de tren, el pueblo, aunque liberado de su temor, se encuentra en su punto más tenso y le vuelve la espalda a su líder, quizá sabedores de la injusticia o simplemente cuestionándose su propia concepción de justicia. Es curiosa, también, la importancia que tiene el tren en la película, ya que esta empieza y acaba con él. Trae a los judíos y se los lleva, dibujando una trama circular e iniciando un viaje hacia la memoria común del pueblo cuya llegada hace efectivo el final de la guerra y hace aflorar las consecuencias de las decisiones que entonces se tomaron y que culminan justo antes de que el tren los devuelva a su hogar. Estas decisiones se convirtieron en algo intrínseco al pueblo, en algo de lo que no hablaban pero que todos sabían que flotaba en el aire y se respiraba entre las paredes de las casas, en los susurros entre las mujeres y en el blanco del vestido de una novia que no ama a su prometido. Y es que cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque. | ★★★★ |
Edurne Larumbe Villarreal
© Revista EAM / Pamplona
Ficha técnica
Hungría, 2017. 1945. Director: Ferenc Török. Guión: Gábor T. Szántó, Ferenc Török. Productores: Iván Angelusz, Péter Reich, Ferenc Török. Compañía productora: Katapult Film. Presentación oficial: 16 de marzo de 2018 (España). Fotografía: Elemér Ragályi. Música: Tibor Szemző. Montaje: Béla Barsi. Vestuario: Dorka Kiss. Diseño de producción: László Rajk. Dirección artística: Sosa Juristovszky. Reparto: Péter Rudolf, Tamás Szabó Kimmel, Dóra Sztarenki, Bence Tasnádi, Ági Szirtes, József Szarvas, Eszter Nagy-Kálózy, Iván Angelus.