Nuevos caminos
Crítica ★★★ de La casa junto al mar (La villa, Robert Guédiguian, Francia, 2017).
En La casa junto al mar, Robert Guédiguian nos cuenta la historia de tres hermanos que se vuelven a reunir por primera vez en veinte años con motivo del ictus de su padre en la casa de su infancia, situada en un pequeño pueblo de la costa marsellesa. Este lugar, que actúa en la película como un personaje más, será el detonante que hará que el pasado vuelva a ellos y les someta a la nostalgia de ese tiempo anterior que vivieron con mayor felicidad. Cada uno de los tres hermanos tomó un camino distinto para con su vida: Angèle se hizo actriz, Joseph profesor de universidad y Armand decidió quedarse en el pueblo y tomar las riendas del restaurante familiar. Pese a lo distinto de cada una de sus vidas, todos ellos han llegado a un punto común: el desengaño. Guédiguian pone así a sus personajes en una situación en la que el recuerdo los individualiza y a la vez los aísla del resto del mundo para centrarse en su único drama personal. Es quizá por eso por lo que el francés haya decidido prescindir casi por completo del primer plano, como si estuviera representando con la cámara la propia distancia de los personajes con sí mismos, o quizá sea porque, en ese aislamiento, los hermanos pueden reconocerse en el otro, de la misma manera que se reconocen mutuamente Yvan y Bérangère o los padres de Yvan, pero no quiera acercarse más, pues les pertenece solo a ellos. De esta manera, Guédiguian durante las tres primeras cuartas partes de la película centra la trama en el conflicto interno de los hermanos, en ese desengaño hacia su pasado, pues no solo han visto caer sus propios sueños e ilusiones sino también los de la generación de sus padres, lo que les genera cierta desconfianza en la venidera, que está representada por Yvan y Bérangère, quienes todavía parecen “no darse cuenta” de la realidad. De ahí la inminente separación entre Joseph y Bérangère y la consiguiente unión de esta con Yvan: ellos no han llegado al desengaño y sienten que todavía tienen algo que ofrecer a la vida.
En el último cuarto de película la trama pasa de ser interna (centrada en el propio drama interior de los personajes) a ser externa con la aparición de los tres niños refugiados. Este momento supone un punto de inflexión para los protagonistas, que salen de su interioridad para intentar proveer seguridad y cobijo a los hermanos. Supone, también, el inicio de la reconciliación de Angèle con su pasado en el pueblo y con la casa, pues había tomado la decisión de no regresar tras la muerte de su hija y es la hermana mayor que le hace recordar el sentimiento de qué es ser madre. El inicio del cambio se da cuando tiene que prestar las ropas de su hija a los niños, lo que supone un gesto mínimo per a la vez un paso enorme, pues es el momento en el que Angèle acepta el pasado. Esto es afianzado, cuando la niña habla por primera vez y dice una única palabra: gracias, lo que estaría tendiendo un puente hacia el futuro. El paso de trama interna a externa es anticipado de alguna manera por Joseph y Armand en la escena previa a encontrar a los niños, donde el primero está ayudando al segundo a mantener los caminos de alrededor del pueblo e intercambian las siguientes palabras: --«Hay que mantenerlos para que sigan abiertos» --«O abrir nuevos». Armand parece estar refiriéndose a ellos en su situación actual, un lugar que está ahora lleno de matorrales y malas hierbas pero que es necesario cuidar, mientras que Joseph de forma providencial apunta a que el cuidado también viene dejando entrar lo nuevo.
«Guédiguian pone así a sus personajes en una situación en la que el recuerdo los individualiza y a la vez los aísla del resto del mundo para centrarse en su único drama personal».
En las propias palabras de Ariane Ascaride, protagonista de la película y mujer del director, Los personajes sienten un vacío. No saben cómo intervenir en el mundo en el que están, pero los niños son el milagro que les permite recuperar su humanidad. Aun así, el pensar que el vacío es rellenado por los niños sería algo demasiado superficial, pues este sigue estando ahí si bien los personajes se han superpuesto a él para poder ayudar a los refugiados. De ahí que sean el milagro que les permite recuperar su humanidad , pues son, en el fondo, quienes les hacen salir de su introspección y mirar hacia afuera. Es curiosa la dualidad que existe entre estas dos partes de la película, pues en ambas el cuidado de otras personas es el eje central y sin embargo no es hasta la aparición de los niños cuando los protagonistas son capaces de realizar esta salida. ¿Por qué? Su padre es un recuerdo constante del pasado perdido, del desengaño y el vacío en el que se encuentran. En cambio, los niños son el futuro, les recuerdan que sigue habiendo algo hermoso por lo que merece la pena luchar. Así, en la escena final hay una unificación entre estas dos partes, como si Guédiguian quisiera dar a entender que una no puede existir sin la otra, por lo que esta engloba a los siete: los protagonistas jugando con el eco de uno de los arcos del viaducto se llaman los unos a los otros por el nombre como cuando hacían cuando eran pequeños. Esto invita a los tres hermanos refugiados a imitarles, generando, por vez primera, una reacción en el padre de los tres protagonistas que desde la terraza de la casa escucha el juego y vuelve la cabeza. La película termina ahí, sin saber qué será de los niños refugiados, si Angèle dejará o no a Benjamin y volverá a París, si Armand cerrará el restaurante o si Joseph se quedará en el pueblo para ayudar a su hermano. Pero no importa. La historia se acaba cuando por fin los protagonistas son capaces de mirar al futuro sin reparos, a pesar de su pasado y a pesar, también, de sí mismos. | ★★★ |
Edurne Larumbe Villarreal
© Revista EAM / Pamplona
Ficha técnica
Francia, 2017. La casa junto al mar . Director: Robert Guédiguian Guión: Robert Guédiguian, Serge Valletti. Productores: Robert Guédiguian. Compañía productora: Agat Films / France 3 Cinéma / Canal+. Presentación oficial: Festival San Sebastián Festival 2017. Fotografía: Pierre Milon. Montaje: Bernard Sasia. Diseño de producción: Michel Vandestien. Reparto: Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan, Jacques Boudet, Anaïs Demoustier, Robinson Stévenin, Yann Tregouët, Geneviève Mnich, Fred Ulysse.