The Day God Walked Away, Again
Crítica ★★★★ de Alma mater (Insyriated, Philippe Van Leeuw, Bélgica, 2017).
El patriotismo es una de las estrategias bélicas modernas más efectivas ideadas por los líderes de países en guerra para arengar a sus combatientes. ¿De dónde sale la lealtad española a la bandera sino de la gloria conseguida durante las conquistas que precedieron al gran imperio español en el siglo XVI? Acaso, el chovinismo francés, ¿no fue una respuesta al llamamiento de Delacroix para que todos los ciudadanos siguieran a la libertad hacia la victoria en la revolución? Y qué hay del más moderno de todos, los fanáticos norteamericanos, ¿no forjaron su pasión nacionalista gracias a los predicamentos motivacionales de Superman y El capitán América? Todos ellos son ganadores que, en algún momento de la historia, han logrado alcanzar el éxito a costa del sufrimiento de otros. ¿Por qué no hay patriotas en Siria? ¿O en cualquiera de los países subdesarrollados? Simplemente porque el patriotismo es un invento de las clases poderosas cuya única forma de expandirse a través del pueblo es mediante la victoria, por lo tanto, el bando de los históricamente derrotados, no puede hallar justificación alguna a un supuesto orgullo nacional. La última película de Philippe Van Leeuw, Alma Mater, ya nos ofrece una astuta pista, desde el título original, del sentimiento antipatriótico que sienten los ciudadanos de Siria: Insyriated alberga una compleja connotación de reclusión, de pertenecer a ese lugar de manera forzosa, sin ningún tipo de matiz filial, sino más bien todo lo contrario, pues en ese juego de palabras que vincula la pronunciación de los términos “incarcerated” –encarcelado– y “Syria”, se lee una clara alusión a la asfixiante opresión del pueblo sirio al no poder escapar de la trágica situación de su país.
Será este recurso retórico, además, una eficiente estrategia para resumir en un solo término el contexto argumental de la película, cuya trama transcurre en su totalidad en el interior de una casa en la que dos familias, los únicos habitantes que permanecen en ese bloque de pisos, viven atrapadas sin poder salir a causa de las bombas que no cesan de caer de forma constante y, por si esto no fuese suficiente, habría que sumar la presencia de un francotirador oculto en los aledaños del edificio que dispara a todo lo que se mueve. En efecto, la puesta en escena es tan teatral como parece, y las limitaciones espaciales que proporciona el austero apartamento nos dejan a merced de un guion que desvela la terrible normalidad de las poblaciones acostumbradas a largos períodos de guerra. Lejos de resultar discursiva, la cinta nos ofrece momentos de gran tensión a consecuencia de las constantes amenazas externas que acechan a los protagonistas, así como un gran número de diálogos sorprendentes que subrayan una problemática social descontrolada y descorazonadora. La acción se desencadena con el marido de Halima, abatido por un disparo cuando trataba de salir del apartamento para realizar los últimos trámites antes de escapar, con su mujer y su bebé recién nacido, de Damasco. Desde ese momento se crea en el espectador un sentimiento de incertidumbre a causa de este fatal suceso que ha abierto, a su vez, tres incógnitas sobre las que girará la idea principal. En primer lugar, desconocemos si la herida que ha derribado al hombre es letal o sigue con vida; la presencia de un coche calcinado impide la visión del cuerpo y los escasos momentos en los que la cámara fija un plano exterior, nos dificultan la tarea de cavilar el estado de salud del personaje. En segundo lugar, únicamente Oum, la matriarca y propietaria de la casa, y Delhani, la asistenta, conocen que se ha producido este acontecimiento, por lo que tratarán de ocultarlo al resto de familiares, incluida la mujer del presunto fallecido, para evitar que la desesperación lleve a alguien a cometer una locura. Por este motivo, cada minuto que pasa, las posibilidades de encontrar con vida al hombre se van reduciendo exponencialmente. Y por último aparece el dilema moral que nos lleva a situarnos en la piel de los protagonistas y pensar de qué modo reaccionaríamos nosotros si tuviéramos que enfrentarnos a una muerte casi segura con el propósito de rescatar a alguien que, muy posiblemente, ya esté muerto.
«El director acercará la cámara a ellos en todo momento, a las mujeres, a los hombres, a las niñas y los niños de la casa, tratando de ofrecer una visión introspectiva sobre una historia a la que sólo podremos aproximarnos a través de la mirada taciturna de estos héroes que, obstinados, contemplan el pasar de sus días rodeados de pesimismo y desesperación».
Dentro de la casa, ambas familias siguen coexistiendo en esa trinchera donde hay momentos de humor, esperanza e incluso pasión adolescente, olvidando por momentos lo que ocurre en el exterior, atrapados sin apenas agua o alimento; se ven forzados a permanecer unidos por su propia supervivencia. La vivienda de Oum funciona como refugio protector contra las atrocidades del mundo real. Una guarida que, en un momento dado, será vulnerada por las amenazas de las que hablábamos y que traerán más calamidad a los habitantes. Desde el comienzo vemos cómo siniestras figuras masculinas merodean las inmediaciones de la casa y llaman a la puerta con sospechosas excusas. Oum, a la espera de que su marido, un rebelde del régimen, vuelva a casa con sus amigos y les ayuden a escapar o a protegerse mejor, no permite que nadie entre en su fortaleza. Sin embargo, cuando se baja la guardia un segundo en un ambiente hostil de esas características es muy posible que tengas que pagar las consecuencias y, en este caso, le ha tocado a Halima quien, tratando de proteger a su bebé, ha quedado encerrada con los dos hombres que han logrado acceder a la morada, vulnerable a que éstos hagan con ella lo que les parezca. Esta escena será una de las más tensas de todo el filme, algo que se consigue gracias a la pericia del director a la hora de planificar y narrar lo acontecido. Las secuencias fuera de campo se tornan insoportables, de una intensidad incluso más asfixiante que aquellas en las que podemos ver sin obstáculos la totalidad de las despreciables acciones de estos dos sujetos. Desde el comienzo, la forma con la que Halima reacciona nos ofrece una perspectiva muy certera de su fortaleza; la negociación de la tragedia es devastadora, la joven trata de encontrar una solución que sea lo menos dolorosa posible, aceptando que se ha convertido ya en víctima, y para ello, y con asombrosa sangre fría, dialoga con sus agresores, trata de buscar un acuerdo tácito sobre la magnitud de la violencia. Esto nos indica la cruda familiaridad de las mujeres con los sucesos desagradables y cómo han de aprender a lidiar con ellos. Por otro lado, en el reverso de la pared, escuchando en silencio esa escena de terror y crueldad incontenible, encontramos al resto de los personajes, poseídos por una espeluznante sensación de miedo y desesperación por la impotencia de saberse incapaces de evitar la tragedia.
La gran diferencia de edad entre los protagonistas nos permite contemplar con admiración este retrato generacional de adecuación a la violencia. Son personas que han vivido la mayor parte de su vida rodeadas de atentados, disparos, explosiones y asesinatos. Es comprensible pues que Halima llegue a preguntarse si su bebé se encuentra bien, ya que no se queja ni llora después de la estruendosa detonación de una bomba que hace temblar los cimientos del edificio. Pero eso es lo único que el niño conoce; la madre deberá aceptar que su hijo ha desarrollado una tolerancia asimilativa a la guerra. Dentro del magnífico reparto destacan, por su sublime interpretación, las tres mujeres que lo protagonizan: Hiam Abbass, Diamand Bou Abboud y Juliette Navis, quienes nos ofrecen una fantástica perspectiva femenina de un conflicto y un país dominado por hombres. Hombres que serán dibujados en segundo plano con tres niveles de participación: el papel del abuelo, pese a ser el que más minutos aparece en escena, queda reducido a deambular por la casa compadeciéndose en silencio, melancólico, como si no soportara ni un solo día más rodeado de tanta miseria; el marido de Halima, que aparece en escena en los minutos iniciales antes de recibir el disparo; y el marido de Oum, que no llega a mostrarse nunca en pantalla, tan sólo se hará mención a él por medio de su mujer. El director acercará la cámara a ellos en todo momento, a las mujeres, a los hombres, a las niñas y los niños de la casa, tratando de ofrecer una visión introspectiva sobre una historia a la que sólo podremos aproximarnos a través de la mirada taciturna de estos héroes que, obstinados, contemplan el pasar de sus días rodeados de pesimismo y desesperación. | ★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Dublín
Ficha técnica
Bélgica, 2017. Título original: Insyriated. Director: Philippe Van Leeuw. Guion: Philippe Van Leeuw. Duración: 87 minutos. Fotografía: Virginie Surdej. Música: Jean-Luc Fafchamps. Productora: Altitude 100 Production / Liaison Cinématographique. Diseño de vestuario: Claire Dubien. Diseño de producción: Kathy Lebrun. Intérpretes: Hiam Abbass, Diamand Bou Abboud, Juliette Navis, Mohsen Abbas. Presentación oficial: Festival internacional de Berlín, 2017.