El hermoso envoltorio de la nada
Crítica ★ de Mudo (Mute, Duncan Jones, Reino Unido, 2018).
El caso de Duncan Jones es el de un realizador que comenzó su carrera en el cine de la manera más prometedora para acabar, película tras película, desinflándose y tirando por tierra todas las expectativas creadas a su alrededor como uno de los nombres que contribuirían al mejor cine fantástico de los últimos años. El hijo de David Bowie nos había enamorado con Moon (2009), la angustiosa e intimista historia de un astronauta atormentado por la soledad durante su misión en la luna, que le brindó a Sam Rockwell la oportunidad de lucirse con un celebrado doble papel. Solo necesitó cinco millones de presupuesto Jones para conseguir una de las cintas de ciencia ficción más memorables de lo que llevamos de siglo, convertida en objeto de culto desde su mismo estreno. Para su segundo trabajo tras las cámaras abandonó el cine independiente para, con 32 millones bajo el brazo, edificar una aventura de viajes en el tiempo protagonizada por Jake Gyllenhaal en su (ya lejana) faceta de héroe de acción. Código fuente (2011), sin estar a la altura de su ópera prima, fue una más que estimable suerte de mezcolanza de thriller futurista y aquella premisa de Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993) en la que su protagonista parecía condenado a revivir una y otra vez el mismo día. Hasta aquí nada que objetar: Duncan Jones aún era considerado una gran promesa. Pero llegó el momento en que se vendió a la maquinaria de Hollywood y esta, consciente de sus posibilidades, le confió nada más y nada menos que 160 millones de dólares para llevar a la gran pantalla un reconocido videojuegos en la desastrosa Warcraft: El origen (2016), una cinta que pretendió ser el primer capítulo de una nueva saga al estilo de El señor de los anillos y en la que el director empleó tres años y medio de su vida para tratar de llevar a buen puerto, pero que se quedó en nada a consecuencia de las desastrosas críticas recibidas y la decepcionante taquilla (pese a que su recaudación en China hizo que salvara los muebles). Tras un varapalo de semejante calibre, Duncan Jones vuelve a sus orígenes y se desmarca con un producto considerablemente más modesto que pretende formar parte del universo abierto con Moon, siendo el segundo capítulo de una especie de trilogía programada. Su título: Mudo.
Lo cierto es que el asunto pintaba bien en un principio. Se trata de un proyecto largamente acariciado por el cineasta (dieciséis años de concepción) que la plataforma de streaming Netflix ha respaldado para que pueda ver la luz aportando el presupuesto necesario y libertad creativa para que Duncan hiciera la película que siempre soñó hacer. Sin embargo, vistos los resultados finales, hay que reconocer que estamos ante un nuevo fiasco de la compañía, a la altura de otros platos fuertes finalmente frustrados como han sido, en los últimos meses, Bright (David Ayer, 2017) y The Cloverfield Paradox (Julius Onah, 2018). El filme no comienza del todo mal. Nos presenta un atractivo contexto futurista, con un Berlín de 2056 oscuro y deshumanizado, en el que la tecnología ha avanzado a pasos agigantados, de manera directamente proporcional a la crisis que atraviesan los valores humanos. En este submundo habitado por mafiosos de toda calaña, travestis con sospechosas intenciones y prostitutas con vidas atormentadas que convergen en un pub de dudosa reputación, se mueve el protagonista de la historia, Leo, un camarero amish que quedó mudo tras un accidente sufrido durante su niñez y que, por sus creencias, vive al margen de cualquier avance tecnológico. Nuestro silencioso y taciturno héroe se enamora de una compañera de trabajo, Naadirah, con la que inicia una historia de amor que se ve violentamente interrumpida cuando ella desaparece, de la noche a la mañana, sin dejar rastro. Es entonces cuando Leo comienza una búsqueda que le llevará a codearse con todo tipo de excéntricos personajes que parecen tener mucho que esconder. Mudo es un producto que llega a la pequeña pantalla en un momento de lo más oportuno, cuando la estética cyberpunk vuelve a estar de moda gracias a los recientes estrenos de Ghost in the Shell (Rupert Sanders, 2017), Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017), la secuela de la obra maestra de Ridley Scott a la que Duncan Jones también quiere rendir caluroso tributo, o la serie de televisión (también de Netflix, curiosamente) Altered Carbon. Al igual que ellas, la película es una golosina visual que seduce a los sentidos a través de imágenes de una belleza hipnótica, adornadas por enormes y coloristas anuncios de neón, coches voladores y urbes futuristas de las que resulta imposible desviar la mirada. Su look es fantástico. No cabe duda de que los encargados del diseño de producción han cumplido con las exigencias, dentro de las limitaciones de unos medios más humildes que los de cualquier superproducción de corte similar. El problema está en que es en este apartado donde empiezan y terminan los aciertos de un producto errático a todos los niveles.
«Duncan Jones ha naufragado con su Blade Runner particular, de la que ha sabido capturar con eficacia su exuberante imaginería estética pero ha olvidado, en el camino, incorporar la verdadera esencia de un cine negro maravillosamente escrito y arrebatadoramente romántico».
Mudo pretende triunfar como relato de misterio al estilo clásico, con el personaje interpretado (de manera inexpresiva y sin fuerza) por Alexander Skarsgård realizando su desesperada investigación por los suburbios de Berlín en busca de su amor, y como historia romántica. Hay algo en el personaje de Leo, sus motivaciones y ese carácter introvertido que hace que no encaje en una sociedad tan corrupta, y en su relación con Naadirah, que recuerdan a otro título referencial del cyberpunk como fue Días extraños (Kathryn Bigelow, 1995), pero ni Skarsgård tiene el carisma que derrochaba Ralph Fiennes en su papel de Lenny, ni la química que alcanza con su compañera de reparto, la insulsa Seyneb Saleh, se acerca a la de aquel con Juliette Lewis. Por desgracia, Duncan Jones y su coguionista Michael Robert Johnson pretenden camuflar la falta de originalidad de su libreto cargando las tintas en el dibujo de Cactus y Duck, los villanos (de pacotilla) de la función. Un militar norteamericano que desertó y permanece atrapado en la capital alemana mientras trata de conseguir los papeles para volver a Estados Unidos junto a su hija, y un médico con desagradables inclinaciones pedófilas que han sido interpretados por unos Paul Rudd y Justin Theroux en las que posiblemente sean dos de las actuaciones más pasadas de rosca de sus respectivas carreras. Una historia que, en el fondo, es de lo más sencilla, es inflada a base de personajes secundarios que no aportan otra cosa más que funcionar como innecesaria maniobra de despiste para que el espectador no intuya su previsible final. Mudo no está exenta de algunos aciertos puntuales (la visita del protagonista a ese apartamento en el que aparecen unos robots sexuales; el simpático guiño a Moon), pero estos no son lo suficientemente poderosos para elevar el nivel de un filme que, pese a hacer del amor el motor que empuja a Leo en su peripecia, carece de cualquier tipo de emoción. El “humor”, bastante surrealista, que aportan los citados antagonistas de la función hacen imposible que el espectador pueda tomarse en serio un relato que requería de una mayor seriedad y un trazo más elegante en los perfiles de sus personajes. También como espectáculo languidece Mudo hasta extremos que rozan el sopor, ya que no deja ningún momento de acción para el recuerdo. En definitiva, Duncan Jones ha naufragado con su Blade Runner particular, de la que ha sabido capturar con eficacia su exuberante imaginería estética pero ha olvidado, en el camino, incorporar la verdadera esencia de un cine negro maravillosamente escrito y arrebatadoramente romántico. | ★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Reino Unido. 2018. Título original: Mute. Director: Duncan Jones. Guion: Duncan Jones, Michael Robert Johnson (Historia: Duncan Jones). Productores: Stuart Fenegan, Ted Sarandos. Productoras: Coproducción Reino Unido-Alemania; Liberty Films UK / Studio Babelsberg. Distribuida por Netflix. Fotografía: Gary Shaw. Música: Clint Mansell. Montaje: Barrett Heathcote, Laura Jennings. Diseño de producción: Gavin Bocquet. Reparto: Alexander Skarsgård, Paul Rudd, Justin Theroux, Seyneb Saleh, Florence Kasumba, Noel Clarke, Daniel Fathers, Livia Matthes, Kristen Block.