La estrella es la actriz
Crítica ★★★ de Gorrión rojo (Red Sparrow, Francis Lawrence, Estados Unidos, 2018).
El caso de Jennifer Lawrence y su posición actual dentro de Hollywood es digno de estudio. Con solo 27 años ya puede presumir de una carrera envidiable en la que le han llovido excelentes críticas por la mayoría de sus actuaciones, con cuatro nominaciones al Oscar –la de mejor protagonista por El lado bueno de las cosas (David O. Russell, 2012) consiguió materializarse en estatuilla–, otras tantas a los Globos de Oro (con tres trofeos en el bolsillo, ganados casi consecutivamente) y multitud de distinciones en los distintos premios de la crítica avalando una trayectoria meteórica. En este sentido, sería inútil poner en tela de juicio la valía interpretativa de la joven actriz, una de las más superdotadas de su generación. Por otro lado está su status de estrella taquillera, labrado gracias a su protagonismo en franquicias tan exitosas como las de Los juegos del hambre o X-Men. Sus roles de Katniss Everdeen y la camaleónica Mística la han convertido en todo un ídolo entre los fanáticos del cine más palomitero. Lawrence se ha convertido en una figura pública capaz de generar amores y odios a partes iguales, gracias a (o por culpa de) su carácter espontáneo, muy alejado del glamour y el encorsetamiento de las grandes divas, y una capacidad innata para generar controversias con cada declaración (la actriz no tiene pelos en la lengua a la hora de manifestarse sobre cualquier tema y no siempre lo hace de la manera más políticamente correcta) o aparición pública que realiza. Su última polémica nos la ha regalado durante la promoción de su última película, Gorrión rojo, en un Londres donde los termómetros marcaban seis grados. Mientras el director Francis Lawrence y sus compañeros de reparto masculinos posaban en el photocall, al aire libre, completamente abrigados, la rubia de oro apareció enfundada en un sexy modelo de Versace con el que era imposible no pasar frío. Esta circunstancia que, en cualquier otro momento, tal vez hubiera pasado desapercibida, puso sobre la mesa encendidos debates sobre el machismo en el mundo del cine, eclipsando a lo que verdaderamente importaba, que no era otra cosa que ese nuevo estreno que tenemos en la gran pantalla. Gorrión rojo (2018) es un espectáculo organizado alrededor de la figura de Lawrence en su faceta de estrella que atrae a las masas a las salas de cine, en el que, sin embargo, no se descuidan sus indiscutibles cualidades como actriz y posibilitan su enésimo tour de force –el último, muy incomprendido, lo vimos en la genial Mother! (Darren Aronofsky, 2017)– que no resta ni un ápice de coherencia a su trayectoria. Algo que no pilla por sorpresa viniendo de una mujer que salió inmune de un fiasco artístico de las dimensiones de aquella olvidable aventura de ciencia ficción que fue Passengers (Morten Tyldum, 2017).
Francis Lawrence es un realizador que la conoce bien (la ha dirigido en las dos entregas de Sinsajo que supusieron el broche final a sus peripecias de Los juegos del hambre) y que ha demostrado un gran oficio a la hora de facturar espectáculos más que dignos –Constantine (2005), Soy leyenda (2007) o Agua para elefantes (2011) son buena prueba de ello–, así que las expectativas generadas alrededor de esta adaptación de la novela homónima de Jason Matthews no eran del todo malas. Nos encontramos ante una historia de espionaje de las de toda la vida, protagonizada por agentes dobles a los que resulta casi imposible posicionar en un bando hasta el mismo desenlace, secundados por todo tipo de personajes oscuros y manipuladores, ya sean provenientes del mundo criminal, político o legal, que no hacen sino aportar más turbiedad a un relato ya de por sí farragoso. Gorrión rojo fabula con la idea de que casi 30 años después de la caída del muro de Berlín, la Guerra Fría sigue latente en Rusia y los servicios de seguridad, desde la clandestinidad, tienen una especie de academia en la que entrenan a jóvenes aprendices de espía para utilizar las tácticas de seducción y mucho de psicología aplicada a detectar las debilidades de sus objetivos, con el fin de extraer información valiosa para su país. A este lugar llega la protagonista, Dominika, una prometedora bailarina que, tras ver truncada su carrera en el Ballet Bolshoi a raíz de un desgraciado "accidente", se ve empujada a prestar su cuerpo como gorrión –término con el que se conoce a estos agentes que usan sus cuerpos y el sexo como principal arma contra el enemigo–, ya que necesita dinero para mantener a su madre enferma. Así, después de un traumático aprendizaje, durante el que lucha con fuerza para mantener su dignidad ante la deshumanización que se le trata de practicar, se ve inmersa en el encargo de acercarse a un agente de la CIA, el norteamericano Nate Nash, para lograr extraerle el nombre de un topo que se ha colado en el servicio de inteligencia ruso. Lo que surge a partir de aquí es, como no podía ser de otra manera, una historia de amor imposible entre ambos agentes, puestos en la encrucijada de permanecer fieles a sus correspondientes países, llevando a cabo sus misiones tal y como se les ha encomendado (Nash proteger a su hombre infiltrado, Dominika dar con él) o dejarse llevar por los sentimientos y confiar el uno en el otro para salir vivos del conflicto. Una relación tocada por un halo de fatalidad que, lejos de caer en tópicos melodramáticos, es mostrada de una manera cruda y descarnada, muy a contracorriente de los gustos del mainstream.
«Gorrión rojo puede ser considerada, sin grandes dificultades, una notable muestra de cine de espionaje internacional en su vertiente más pura y clásica, entretenida, con interesantes giros de guion en su estupendo tramo final y, por encima de todo, con el aliciente extra que supone la magnética interpretación que Lawrence realiza de un personaje complejo y difícil del que sale igual de victoriosa cuando tiene que ejercer de fría agente sin escrúpulos que en los momentos que muestran su lado más vulnerable y romántico».
Francis Lawrence ha optado por aparcar el exceso de pirotecnia de sus anteriores trabajos para imprimir a su cinta un tono mucho más sobrio, que hace gala de un ritmo sinuoso en su narración y da prioridad al intimismo de las escenas que muestran el progresivo acercamiento sentimental de los protagonistas y a su densa trama criminal, en detrimento de una escasez de acción sorprendente (y no precisamente para mal). Gorrión rojo bien podría ser el mejor trabajo del cineasta hasta la fecha: un estilizado thriller impregnado de una atmósfera sórdida que se aparta por completo de las concesiones a la galería de la mayoría de productos similares llegados de Hollywood. Las escenas que muestran el brutal adiestramiento de Dominika poseen una importante carga de violencia psicológica y un alto contenido erótico, con Lawrence mostrando sus atributos físicos de forma generosa (y valiente, pocas estrellas de su posición se prestarían a algunas de las escenas que protagoniza, en las que es apaleada e incluso violada), algo que también corría el riesgo de ser muy criticado pero que sus responsables han intentado atenuar mostrando desnudos aún más explícitos de un compañero de academia de sexo masculino, y Charlotte Rampling, en un retorcido papel de profesora de los gorriones, demostrando que a sus 72 años continúa conservando el magnetismo sexual que nos enamoró en Portero de noche (Liliana Cavani, 1974). Si la veterana actriz está magnífica, no menos impecables están todos los miembros del estelar reparto, desde el distinguido Jeremy Irons a una Mary-Louise Paker que aporta una inesperada vis cómica a su breve papel, pasando por los dos galanes que arropan a Jennifer Lawrence a ambos lados de la contienda, Joel Edgerton, con quien consigue explotar una adecuada química romántica en pantalla, y un fantástico Matthias Schoenaerts como villano de la función. La película engancha desde el primer minuto y nunca pierde el interés pese a que su metraje supera con mucho las dos horas de duración. De hecho, si se pasa por alto lo improbable de su premisa argumental, Gorrión rojo puede ser considerada, sin grandes dificultades, una notable muestra de cine de espionaje internacional en su vertiente más pura y clásica –más cercana a La casa Rusia (Fred Schepisi, 1990), adaptación de John Le Carré, con evidentes elementos prestados de Nikita, dura de matar (Luc Besson, 1990), eso sí, que a las misiones imposibles de Tom Cruise o las aventuras de Jason Bourne–, entretenida, con interesantes giros de guion en su estupendo tramo final (mención especial a la secuencia del aeropuerto) y, por encima de todo, con el aliciente extra que supone la magnética interpretación que Lawrence realiza de un personaje complejo y difícil del que sale igual de victoriosa cuando tiene que ejercer de fría agente sin escrúpulos que en los momentos que muestran su lado más vulnerable y romántico. Una estrella con alma de actriz o una gran actriz convertida en estrella por cuestiones de marketing. Da igual, ella es el reclamo y bien vale el precio de una entrada. | ★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2018. Título original: Red Sparrow. Director: Francis Lawrence. Guion: Justin Haythe (Novela: Jason Matthews). Productores: Peter Chernin, David Ready, Jenno Topping, Steven Zaillian. Productoras: Chernin Entertainment / Film Rites / Soundtrack New York. Distribuida por 20th Century Fox. Fotografía: Jo Willems. Música: James Newton Howard. Montaje: Alan Edward Bell. Diseño de producción: Maria Djurkovic. Reparto: Jennifer Lawrence, Joel Edgerton, Matthias Schoenaerts, Charlotte Rampling, Jeremy Irons, Mary-Louise Parker, Ciarán Hinds, Joely Richardson, Thekla Reuten, Bill Camp, Douglas Hodge.