Los 10 mejores trabajos de fotografía cinematográfica de 2017

Anuario EAM: Mnemotécnica de la luz.

Cada año que pasa, los grandes directores de fotografía han de esforzarse por derrotar los convencionalismos y las manidas tendencias que se apoderan de los productos de segunda fila para condenarlos a la intrascendencia. Así, desde que el arte dedicó gran parte de sus recursos a analizar la cronofotografía y la cinematografía como la base del estudio del movimiento, el artista cinematógrafo siente la obligación de trasgredir las modas pasajeras y crear nuevas formas de expresión. De este modo, cada vez son más los que se arriesgan en el ejercicio de experimentación lumínica como medio de encontrar un escenario idóneo para jugar con las formas y las texturas, generando así una base visual que consiga despertar un sentimiento de genuino interés en el espectador, independientemente del resto de elementos del filme. El pasado año nos dejó una importante cantidad de ejemplos en los que se pudo apreciar la dedicación y el esmero que estos profesionales dedican a sus trabajos para conseguir un resultado deslumbrante que, a fin de cuentas, será la carta de presentación de toda la película. De hecho, desde tiempos prehistóricos, la idea de secuencialidad ha sido vista como una sucesión de fotografías o imágenes estáticas que se repetían con diferentes variaciones. La fotografía compone, por lo tanto, la cimentación principal del compendio cinematográfico. Encontramos en el presente fotoanuario trabajos de gran dramatismo monocromático, como el de Aleksandr Simonov en Paraíso. Otros directores de fotografía, como Ari Wegner, han preferido recurrir a la solemne sobriedad decimonónica para reinventar los esquemas narrativos clásicos, tal y como pudimos comprobar en Lady Macbeth; sin embargo, nada resulta tan tentador como la experimentación más naturalista, aprovechando espacios exteriores de gran belleza, tal y como hizo Darius Khondji en la película Z. La ciudad perdida. La observación de la luz es una ocupación primordial del director de fotografía, cada técnico de iluminación va creando progresivamente una especie de “mnemotécnica de la luz”, una colección de sentimientos y emociones ligados a impresiones luminosas, que perdurarán en el recuerdo del fotógrafo para, posteriormente, aplicarlas a situaciones específicas. Así, cuando surja la necesidad de iluminar una escena particular, el director de fotografía habrá de recurrir a su memoria para, dependiendo de los sentimientos a transmitir o la esencia de la propia secuencia, recurrir a un foco lumínico directo o indirecto, natural o artificial. Siguiendo esta misma lógica, el fotógrafo habrá de tomar otra serie de decisiones relativas al encuadre –aquí destacarían los milimétricos contrapicados y enfoques aberrantes de Emmanuel Lubezki en Song to Song, a la inserción de un determinado movimiento de cámara –como los trepidantes travelling empleados por Sean Price Williams en Good Time–, o a la existencia de una fuerte textura con la que generar un efecto envolvente tan espectacular como el que apreciamos en el número uno de este ranking.

Menciones de honor (sin orden alguno): The Florida Project (Alexis Zabé), The Captain (Florian Ballhaus), Beyond Words (Lennert Hillege), Handia (Javier Aguirre), En cuerpo y alma (Máté Herbai), La cura del bienestar (Bojan Bazelli), Personal Shopper (Yorick Le Saux), Silencio (Rodrigo Prieto), Columbus (Elisha Christian), Certain Women (Christopher Blauvelt), A Ghost Story (Andrew Droz Palermo) & El jardín de Jeannette (Antoine Héberlé).